Me pregunto con mucha frecuencia si no nos habremos
vuelto esclavos de una especie de «sociedad de la eficacia» donde poco a poco
hemos ido perdiendo la capacidad no solo de sorprendernos ante el misterio y lo
sobrenatural, sino también la capacidad para descansar y disfrutar hondamente
de la vida. A base de esfuerzo y trabajo y logística (al menos en éste bandito país)
hemos logrado crear unas condiciones más
aptas para una vida digna, pero ¡ay! Quizá no sabemos luego disfrutar de esa
vida, o del descanso.
En el tiempo de vacaciones de muchos hombres y mujeres
de hoy, «ya no hay culto ni celebración ni
descanso, sino tan solo derecho al tiempo libre y al placer».
Olvidamos con frecuencia que el hombre no es sólo «una máquina» que necesita
una recuperación, sino un ser que
necesita encontrase consigo mismo y redescubrir las raíces mismas que le dan sentido a su vida. Por eso el descanso
verdadero no es tiempo muerto, o placer vacío, o un espacio lleno de egoísmo.
El descanso –a propósito de las palabras del Señor en el evangelio- ha de ser
«re-creación», actividad que nos libera de nuevo para la vida y el amor. El
problema de muchos es que, al dejar su trabajo y no estar ya ocupados por
las obligaciones habituales, se
encuentran con su propio vacío y su incapacidad de comunicarse con un poco de ternura no ya solo
con las personas más cercanas, sino incluso consigo mismos, y así las
vacaciones se convierten en una huida llena de desenfrenos, y el descanso se
convierte en un esfuerzo vano por llenar
el vacío interior acumulando experiencias siempre nuevas, buscando estimulantes siempre más fuertes o
dejándose estrujar de manera infantil por «la industria del tiempo libre».
Triste situación.
Al final, sin la fuerza del espíritu, sin la compañía
de un silencio fecundo (el gran silencio de la oración), todo se vuelve
aburrido, ya que uno mismo, con su
propio vacío, es la fuente y la causa de su propio tedio y aburrimiento. Pascal
lo describió infinitamente mejor: «he dicho
con frecuencia que toda la desgracia de los seres humanos procede de una
sola cosa que es no saber permanecer en paz dentro de una habitación».
La música y los libros pueden ser dos buenos
compañeros para los días de vacaciones. Bach, por ejemplo, es uno de los
mejores médicos del alma que ha producido nuestro mundo. Bach era casi algo que
hoy no apreciamos: un buen burgués, alguien bien instalado en la sociedad que
le rodeaba, que no soñaba en destruir el orden (desorden) en su inundo, que
hizo una verdadera revolución en la música sin siquiera habérselo propuesto,
sin soñar innovar, pero haciéndolo.
Bach era lo que nosotros no sabemos ser: un hombre
feliz. Su cara no nos gusta mucho y su peluca llega a poner nerviositos, pero
él conocía la felicidad de componer, la felicidad de existir. En su obra no hay
tensiones ni altibajos. Es un genio regular, casi diríamos que un burócrata de
la genialidad. Y todo ello sin estar en demasiado conflicto con su mundo y
mucho menos consigo mismo, Lo contrario del mundo contemporáneo, que sólo
produce genios ariscos, genios a contraorden, a contra- mundo, permanentemente
ansiosos, insatisfechos.
Bach era alguien seguro de sí mismo. «Buen marido,
buen padre, buen profesor, buen amigo», dicen sus biógrafos. Hoy unimos el
concepto de genio al de locura. Nada loco hay en Bach. O, en todo caso, hay una
locura muy racional. El dolor es, para él, parte de la historia y jamás
desequilibrará esa asombrosa armonía que vivió entre su cabeza, su corazón y su
mismo vientre.
Bach supo ser, sin proponérselo, la síntesis de cosas
tan opuestas como la música alemana, francesa e italiana de la época. En él se
unían -¡milagro!- Pachebel, Buxtehude, Couperin, Vivaldi y Corelli. En una
Europa tan desgarrada como la suya supo ser un ferviente luterano, en el que
nos sentimos hoy perfectamente expresados los católicos. Oyendo su música
parece imposible la desgarradura que entonces sufría la Iglesia. Porque él supo
unir lo que no conseguiría sanar el Concilio de Trento.
Los hombres de hoy no encontramos la paz, ni el
acuerdo, porque sólo se encuentra lo que se lleva dentro. Y, con almas en
guerra, ¿qué se puede generar sino discordia?
Prueba, hermano mío, hermana mía, a llevar contigo unos
libros y a darte un chapuzón en la
música Bach (o en la de Mozart) y verás cómo junto con una buena Confesión, el
alma alcanza el descanso que tanto anhela.
El descanso engendra tedio y se vuelve insoportable
cuando el hombre no sabemos abrirnos hacia lo mejor que hay dentro de nosotros,
pero sobre todo cuando no sabemos abrirnos hacia Aquél que es fuente de vida y
de libertad.
Ojalá sepamos escuchar en medio de nuestras vacaciones las palabras del Señor: venid a un sitio tranquilo a descansar un
poco •