Hoy que sé que mi vida es un desierto,
en el que nunca nacerá una flor,
vengo a pedirte, Cristo jardinero,
por el desierto de mi corazón.

Para que nunca la amargura sea
en mi vida más fuerte que el amor,
pon, Señor, una fuente de alegría
en el desierto de mi corazón.

Para que nunca ahoguen los fracasos
mis ansias de seguir siempre tu voz,
pon, Señor, una fuente de esperanza
en el desierto de mi corazón.

Para nunca busque recompensa
al dar mi mano o al pedir perdón,
pon, Señor, una fuente de amor puro
en el desierto de mi corazón.

Para que no me busque a mí cuando te busco
y no sea egoísta mi oración,
pon tu cuerpo, Señor, y tu palabra
en el desierto de mi corazón. Amén
de la Liturgia de las Horas


El Señor me pide que  suba a una montaña  para dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia. Es más, si Dios me pide esto es precisamente para poder seguir sirviéndola con la misma dedicación y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero de un modo más adecuado a mi edad y a mis fuerzas BENEDICTO XVI


III Domingo de Cuaresma (C)


Un extraño evangelio el de hoy. Lo de la higuera se entiende; pero lo otro... Es un hecho que la gente comentaba. Tal como nosotros hablamos de aquel accidente, o del reciente meteorito. El caso es que unos galileos (de la tierra de Jesús) estaban en el templo de Jerusalén ofreciendo un sacrificio de animales, cuando la autoridad romana irrumpió violentamente (no se sabe por qué) y mató a algunos. Realmente, un hecho para ser comentado: ¿por qué Dios había permitido aquellas muertes? ¿Qué pecado oculto habían cometido para ser castigados de ese modo? Siempre ha habido la creencia de que las desgracias son un castigo de Dios. Y este castigo tan extraordinario alguna explicación debía tener[1].

Y el Señor insiste a raíz de los comentarios de la gente: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no. Por tanto, cuando nosotros hacemos preguntas como éstas: "¿Por qué Dios me ha castigado con esta enfermedad? ¿Qué mal he hecho yo? ¿Por qué Dios ha permitido (o ha enviado) esta muerte, precisamente a aquella familia tan buena? ¿Por qué Dios esto? ¿Por qué Dios aquello?... Cuando hacemos preguntas quizá no caminamos por buen camino, y es que el Señor añade: Si no os convertís, todo pereceréis de la misma manera y cambia todo el planteamiento, es como si dijese: no tenemos que preguntar: ¿por qué Dios permite estas cosas? sino: ¿qué me dice a mí este hecho? O, mejor todavía: ¿Qué me dice Dios a mí? ¿Qué me pide, desde este hecho? Y esto vale para toda clase de hechos, grandes o pequeños; no es preciso que sean extraordinarios.

De los dos casos del evangelio de hoy, Jesús saca esta conclusión: Si nos os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Es decir: Si no hay una apertura real y sincera a Dios y a su Reino, el final es destrucción. Esto Jesús lo decía a un pueblo cerrado, que no daba fruto. Por esta razón añade la parábola de la higuera. Y no la comenta, porque ya está bastante clara: Dios tiene paciencia, espera un año y otro, confía en que cambie: cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto".

Estamos en el tercer domingo de Cuaresma, un tiempo de gracia, una llamada a la conversión: a ser cristianos de verdad, a centrar nuestra vida en Jesucristo, a tenerlo como punto de referencia, a escucharlo y a hacerle caso. ¿Lo hacemos? ¿O nos limitamos a ser –con perdón- calientabancas.

En la primera lectura hemos escuchado el impresionante relato de la vocación de Moisés: la llamada de Dios, la experiencia del Dios liberador: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob... He visto la opresión de mi pueblo de Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel.

A partir de este momento, Moisés será otro hombre. Emprenderá un nuevo camino: del desierto a Egipto, de Egipto a la tierra prometida. Un largo camino, con acontecimientos de toda clase. No siempre será fiel en todo. Pero se recobrará cada vez y seguirá adelante. Desde ahora, Moisés es Moisés[2].

La experiencia de Moisés, el ejemplo de los israelitas que salieron con él de Egipto y las palabras de Jesús en el evangelio deberían, vamos a decirlo así, espolearnos hoy a mantener la atención y el esfuerzo para los siguientes domingos. El Señor nos alimenta con la eucaristía para que tengamos energías para continuar nuestro camino ■


[1] Los mismos discípulos preguntaron a Jesús cuando se encontraron un día con un ciego de nacimiento: "¿Quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?" Hacía falta una explicación, porque nacer ciego es algo muy duro. Jesús les contestó: "Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios".
[2] J. M. Totosaus, Misa Dominical 1992, 4

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En el corazón, donde todo puede callar y todo calla (si nosotros lo permitimos), es donde se renueva, a cada instante, la Presencia de Dios y nuestra vida misma. Guardemos silencio 

VISUAL THEOLOGY



Jesus with the Samaritan Woman by the Well (Mid-4th century), Lunette in an arcosolium, catacomb on the Via Latina. This episode from scripture is relatively rare in the catacombs (from the end of the second century to the fourth) ■ This Sunday in most parishes the first “scrutiny” will be celebrated as part of the Rite of Christian Initiation of Adults (RCIA) process. The scrutinies are special rites “meant to uncover then heal all that is weak, defective or sinful in the hearts of the elect” (RCIA p. 78). In the first scrutiny, God drives out Satan and the “spirit of deceit” so that the catechumens “may attain purity of heart and advance on the way to salvation”■

Third Sunday of Lent (C)


Today´s Gospel brings to mind a conversation between two young men. One was a cradle Catholic, who later left the Church. The other had been brought up in no religion, a humble guy who joined the Catholic Church when he was in college.

The first young man said, "Don't tell me about the Church. I went through twelve years of Catholic schools and had it drummed into me. When I got on my own, I started thinking for myself. It just did make any sense to me. It had nothing to offer me." The second young man said, "Fair enough, but can I ask you a question?" "Sure," the first said. "In your years of Catholic education, did anyone ever tell you the purpose of the Church?" Silence. In his twelve years of Catholic school, either no one told him or he didn't remember the purpose of the Church. Why does the Church exists at all? The young man, who converted to the Catholic faith, did know. Before telling you, let me explain why it is important to know.

By way of comparison, suppose I am considering membership in a local gym. I go for a visit and get a full tour. I see all the exercise equipment and they tell about "trainers" who can help develop a good exercise program. After listening to presentation, I say, "Yah, but you don't have a place where I can get my favorite latte and a cinnamon roll!"

The gym manager would probably say to me, "That would be nice, but we're here to help people get physically fit. You can get your latte and roll across the street. Our purpose is physical fitness."

Now, it's only fair to judge a gym according to its basic purpose. Just so, we need to know the Church's purpose before we can say whether the Church - or any individual parish - is doing a good job.

So, what is the purpose of the Church? We see it dramatically in today's Gospel. Jesus receives news of a massacre in Jerusalem. Pilate had murdered a group of Galileans and then compounded his crime with a sacrilege -he mixed their blood with Temple sacrifices. Jesus might have responded in various ways: He could have gone to console the widows and orphans, maybe even taking up a collection for them. He could have spoken out against the outrage, denounced Pilate for his despotism. He could have even announced his supports for the Zealots, who wanted independence from Rome. The Gospel, however, does not record Jesus taking any of those actions. Rather, he turns to his listeners and says: If you do not repent, you will all perish as they did.

At first these words seem insensitive, but if you think about it, they show Jesus' basic concern. First, foremost and always, Jesus' concern himself with the salvation of souls. He knew that in the long run, only one thing matters: where we spend eternity. For that reason, he speaks about repentance - before anything else. In fact the very first word Jesus speaks, in his public ministry, is: repent! Turn away from sin and turn to God. If you listen carefully to Jesus' teaching, you will see that all his parables have that basic concern: the salvation of souls.

Jesus founded the Church to continue his mission: to bring people to salvation.

Salvation of souls: calling people to turn from the Way of Death and to embrace the Way of Life. That was how the Church understood her purpose in the first century. That continues to be our purpose in the twenty-first century: saving souls, human beings.

Perhaps someone has come this Sunday because they saw the Catholics, Come Home commercials[1]. We welcome you! We want you. We need you. But above all, we love you. Love means to desire the very best for the other person. And the very best we can desire is that you spend eternity, forever, with God in the Communion of Saints. As a parish, as part of the universal Church, that is our purpose: the salvation of souls.

During Lent we focus more directly on that purpose. We do that by accompanying our catechumens and candidates as they prepare for the Easter Sacraments: Baptism, Confirmation and Eucharist. This Sunday our catechumens will receive the First Scrutiny[2]. In the Scrutiny we will invoke the power of Christ to defend and protect them, and by extension, all of us. This rite underscores the purpose of the Church! By now, you probably know it by heart, and can say it with me: The salvation of souls.

So, my brother, my sister, the Church exists for the salvation of souls; like Jesus, to call people to repentance. Let us be aware of this and let us be SO grateful!


[2] The Rite of Christian Initiation of Adults (RCIA) is the process through which interested adults and older children are gradually introduced to the Roman Catholic faith and way of life. Children who were not baptized as infants are also initiated through an adapted process of this rite, sometimes incorrectly referred to as the Rite of Christian Initiation of Children (RCIC).


Aquel hombre que asciende a la montaña
a Dios está anhelando con sed viva;
pierde su corazón allá en la fuente
donde el dolor se pierde y pacifica,
y el donde el Padre engendra al Hijo amado
con el Amor que de su pecho espira.

Aquel hombre de rostro penetrante
sobre su sangre y éxodo medita;
una luz desde dentro se abre paso,
la hermosa faz más limpia que el sol brilla,
porque es el bello rostro de Jesús,
cuyos ojos los ángeles ansían.

Es el Hijo en la Nube del Espíritu,
el Amado nacido antes del día;
el Padre lo pronuncia con ternura,
con la voz de sus labios lo acaricia;
los testigos videntes de la Gloria,
ebrios de amor lo adoran y se inclinan.

Pasó el fuego encendido en la montaña
y otra vez susurró la suave brisa;
y era él, ya no más transfigurado,
Jesús de Nazaret, el de María;
mas para aquel que vio la faz divina,
sin destellos la faz será la misma.

Jesús de la montaña y de la alianza
presente con gloriosa cercanía,
en el fuego sagrado de la fe
te adoramos, oh luz no consumida;
traspasa tu blancura incandescente
a tu esposa que en ti se glorifica. Amén  

R. M. GRÁNDEZ (letra)  y F. AIZPURÚA (música), capuchinos.

II Domingo de Cuaresma (C)


Qué duda cabe: por muchos tiempo hemos estado acostumbrados a una visión, digamos, infantil de la fe cristiana que nos resolvía e iluminaba los problemas con respuestas  hechas y almacenadas en los libros, por eso es que quizá hoy por hoy se nos hace tan cuesta arriba comprender que también la fe es oscuridad o, mejor dicho, no elimina la oscuridad de la vida.

Hubiera sido más fácil encarar las lecturas de hoy, segundo domingo del tiempo de Cuaresma, repitiendo viejas frases sobre la esperanza, la muerte y la resurrección, la «gloria del maestro», etc., sin atrevernos a mirar a Abraham y a los apóstoles como los verdaderos prototipos de esta situación concreta de creyentes que estamos atravesando. Seamos honestos: nos resistimos a identificarnos con ese  Abraham y ese Pedro que no entienden nada; preferimos pensar que vemos muy claro, y que ya le bastó a la humanidad la experiencia de búsqueda de ellos, por lo que nosotros podemos ahorrarnos ese trabajo. Pero no es así.

Hoy por hoy, con una Sede apostólica a poco de quedarse vacante, con seminarios que no están precisamente llenos, con una crisis de valores cristianos alrededor, debemos aceptar nuestra humilde condición de hombres antes –mucho antes- de sentarnos en la  cátedra de la verdad y dar lecciones de moral y cursos básicos.

La Iglesia del siglo XXI, que en algunos momentos está tan “a tientas”, necesita hombres y mujeres que la acepten así, sin utopías ni mentiras; necesita hombres y mujeres ansiosos y preocupados, humildes e inquietos en su afán de encontrar una verdad que siempre está un poco más allá de nuestros esquemas. «Las pruebas a las que la sociedad actual somete a los cristianos son muchas, y afectan a la vida personal y social. No es fácil ser fiel al matrimonio cristiano, practicar la misericordia en la vida cotidiana, dejar espacio a la oración y al silencio interior; no es fácil oponerse públicamente a decisiones que muchos consideran obvias, como el aborto en caso de un embarazo no deseado, la eutanasia en caso de enfermedad grave, o la selección de embriones para evitar enfermedades hereditarias. La tentación de dejar de lado la fe está siempre presente y la conversión se convierte en una respuesta a Dios que debe ser confirmada en varias ocasiones en la vida»[1].

Hoy por hoy en la Iglesia necesitamos una predicación que exprese la búsqueda que el mismo sacerdote ha de realizar, una predicación que parta –por qué no- de sus conflictos, sus dudas, su oscuridad. No podemos seguir escondiendo nuestro miedo a ver claro detrás de una aparente seguridad que se llena de frases bonitas y expresiones cursis que no surgen del convencimiento sino del convencionalismo y muchas veces de la comodidad, de ése sentarse a ver la vida pasar.

Con mucha frecuencia nos llaman la atención aquellos hombres –los apóstoles- que tardaron tanto en entender  al Maestro, como si nosotros, después de dos mil años, lo hubiéramos entendido mejor. De la misma forma que hemos criticado su afán de poder detrás de un mesías político, como si en nuestro inconsciente no existiera la misma pretensión, quizá mejor disimulada  ahora.

La invitación de éste domingo es, pues, a plantearnos con sinceridad el problema de la fe, aun a riesgo de que, como los tres apóstoles, debamos luego guardar silencio por mucho tiempo hasta llegar a entender lo que por el momento es bastante  oscuro.

La Iglesia ya lleva celebradas casi dos mil cuaresmas y se sigue preguntando –y nosotros con ella- acerca del sentido de la vida y del drama en el que la luz y las tinieblas se mezclan en nuestro propio interior, hasta que alboree el alba definitiva.

En esa espera dramática hemos de seguir aguardando a que nuestro Señor transforme nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo[2].[3]

La fidelidad de Dios –esa fidelidad que llega hasta la muerte- ha de suscitar nuestra fidelidad. La palabra de Dios es más importante que nuestra propia vida. Y esta primacía de la palabra de Dios no se afirma únicamente en el martirio cruento. El anuncio de un Dios que vincula su vida a la alianza con nosotros es un anuncio que se orienta a la vida cotidiana: el camino de la fidelidad se realiza en las cosas pequeñas, en la paciencia de la fe vivida día a día. Mirando la sangre de Cristo, nos convertimos cada vez más profundamente a su amor[4]



[1] Benedicto XVI, Catequésis del Miércoles de Ceniza 2013. El texto completo puede verse aquí: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2013/documents/hf_ben-xvi_aud_20130213_sp.html
[3] S. Benettti, Caminando por el desierto. Ciclo C. Ediciones Paulinas, Madrid 1985, p. 35 ss.
[4] J. Ratzinger, El Camino Pascual, BAC, Madrid 1990, pp. 66-69. 

¡Muchísimas gracias, santo Padre, muchísimas gracias!

















new-old-Ideas


La base de la misión cristiana en el mundo es precisamente que el cristiano no es de este mundo. Ante todo, está liberado de los particulares mitos, idolatrías y confusiones del mundo por su fe cristiana. Su primera misión es vivir esa libertad de cualquier modo como Dios le dé vivirla: no importa si es en el mundo o fuera de él.  El Cristo que él predica (por la palabra o por el silencio) es el Cristo de la libertad cristiana, de la autonomía cristiana, de la independencia cristiana respecto a las arrogantes exigencias y pretensiones del mundo como ilusión. Obviamente, el cristiano no está libre del mundo como naturaleza, como creación, ni está libre de la sociedad humana. Pero está libre, o debería estarlo, de los determinismos psíquicos y las obsesiones y mitos de una sociedad mundana mentirosa, codiciosa, lujuriosa y asesina: la sociedad que está gobernada precisamente por el amor al dinero y por el uso injusto y arbitrario del poder. Semejante mundo ¿necesita a Dios? !Evidentemente que no! La cuestión entonces no está en convencer al mundo, en ese sentido, de que necesita un Dios cristiano porque en cierta época se justificó por una apelación al cristianismo. Lo que es importante es mostrar a los que quieren ser libres dónde reside realmente su libertad Thomas Merton, Conjeturas de un espectador culpable

VISUAL THEOLOGY


One work within the Monastery's main church (Katholikon), decorating the sanctuary apse, is particularly notable. The subject of the Transfiguration is very appropriate to this holy site, which is associated with the two instances when God was "seen" by the Prophet Moses and by the Prophet Elijah, the latter of whom had felt God as a light breeze on Mount Horeb, below the Peak of the Decalogue).Moreover, this has been par excellence the favorite subject of the monks who aspire to holiness, to become worthy of contemplating and viewing God's ineffable glory, the increate Taborian Light. Christ is portrayed with black hair and beard in an oval "glory" between Moses and Elijah who represent the Law and the prophets. Below, the three awed disciples are pictured in different poses. The soffit of the triumphal arch is decorated with medallions containing busts of the twelve Apostles. The three Apostles included in the scene fo the Transfiguration have been replaced in the chain of medallions by Paul, Thaddaeus and Matthias. The base of the apse is bordered by another series of fifteen medallions with busts of the Prophets. This monumental composition of the late 16th century is a true masterpiece of Byzantine art. Through the subject, treated with intense light and profound spirituality, the mosaicist has succeeded to represent in a most expressive and transcendental manner the doctrine of the two natures of Christ, as formulated in 451 AD by the Ecumenical Council of Chalcedon. The terminal medallions enclose the portraits of Longinus the Abbot (right) and John the Deacon (left). Both were important personalities. Longinus was Abbot of the Monastery between 562-565/6, at which time the decoration was executed. He later became Patriarch of Antioch. John is perhaps the later Patriarch of Jerusalem known as John IV (575-594). The spandrels of the arch are occupied by two flying angles and the center by the Amnos (Lamb). The Virgin is depicted in bust on the south side and St. John the Baptist on the north. We may say that we have here one of the earliest representations of the Deesis. The upper part of the wall shows two episodes from the Old Testament. They are Moses before the Burning Bush and Moses receiving the Tablets of Law. This superb mosaic must have been made by master mosaicists who had come from Constantinople ■

Second Sunday of Lent (C)


How am I to know that I shall possess the lands you tell me you are giving me? Abram asked God. Abram received the covenant with God in a mystical way[1]. God provided the fire for the immolation of the sacrifice. A smoking pot and a flaming torch passed through them. The covenant was sealed with the action of the spiritual[2].

Jesus, Peter, John and James, go up a mountain to pray. Then the spiritual meets the physical. Jesus’ face changes, his clothes become dazzling white, and Moses and Elijah appear. They speak about the Exodus, but not the deliverance of the Hebrew people from Egypt that Moses led fifteen hundred years earlier, but the Exodus that would begin in Jerusalem, the deliverance of the people from the grasp of evil.

So we don’t belong to this world. We belong to the spiritual world.  Our citizenship is in heaven.  Our Savior will come from there to restore the world to God’s original plan. We belong to the spiritual. We belong to God. We are made in the image and likeness of God. But the image of God, our capacity to be spiritual, is hidden deep within us. The Lord will reveal it, though, if we let Him.

There is a story about a Parisian who went for a walk to the outskirts of the city when he heard hammering and chipping coming from a large home. He was bold enough to walk across the large front yard and peer into the door. It was the studio of the famous sculpture, Auguste Rodin. The man had the nerve to walk into the studio and interrupt Rodin at his work.  “Excuse me,” he said, “but how exactly do you do that?” “Do what?” Rodin asked, somewhat perturbed. “How do you create such beautiful works?” the man asked.  “I’d love to be a sculptor myself.”

Rodin was perturbed; his work was interrupted by this uninvited stranger. He was about to explode in anger, but he calmed himself and just said to the man, “Well, let’s say that you wanted to do a sculpture of an elephant.” “Yes,” said the man, “how would I do that?  “It is simple,” Rodin said, “You just get a very large block of marble, you get a set of chisels and a few hammers, and then you chip off everything on the block that doesn’t look like an elephant.”

Rodin was being sarcastic. But the method of creating a masterpiece described in the story is not that far away from the work the Divine Sculptor does on us: each of us is created in the image and likeness of God. But that image is hidden in the hard rock that is our resistance to God. The Lord chips away on us. He hammers out our selfishness. How can we be followers of the one who sacrificed all for love and be selfish? The negative drives within us are also chipped away, our anger, our greed, our lust, our jealousy. When we commit to the Lord, the Divine Sculptor chips it all away. That is why He came.  He came to remove all that which is not the image and likeness of God and reveal each of us as the masterpiece God intends us to be.

 “May he make of us an eternal offering to you,” we pray in the Third Eucharistic Prayer. Jesus transforms us into a gift to the Father.  Allowing him to work on us, remove all that is not the image and likeness of God, is the work of our lives, work that intensifies during the season of Lent. 

There is an old expression, “God is not through with me yet.”  It is true. He is still chipping away at each of us. Sometimes we are impatient with ourselves. We want to be better, but we don’t see it happening.  We are fighting our anger, but still lose our temper. We are fighting against a sinful manner of living, but still feel the intensity of the temptation to fall back into the destructive patterns of life we had embraced. We have to be patient with ourselves. We need to realize that God is working on us, each of us. On the negative side, if we fall, He picks us up, and we learn the location of the stumbling stone.  And we can avoid falling there again.  And He chips away a part of us that is not His Image and Likeness. Or, on the positive side, people come into our lives that need special help, significant actions of love.  Maybe it’s the old man down the block whose wife died and has no one to look in on him.  We make him a part of our lives, going over to his home frequently just to chat, perhaps getting his groceries, whatever, and the Lord chips away and a beautiful image of His Presence begins to emerge from the hard stone.  Perhaps, a member of our family is going through a difficult time, physically, psychologically, emotionally.  We bite our tongues, try to be as understanding as possible, and the Lord keeps chipping away on us.

We can all add many examples of ways both positive and negative that the Lord is transforming us. We belong to the Kingdom of God.  We are made in His Image and Likeness. We are physical and spiritual. We have our citizenship in heaven. Jesus Christ is transforming us into an everlasting gift to the Father. 

The Divine Sculptor’s work will not be unveiled until our mission on earth is complete. What will we look like if we let Him complete His Work?  Well, we also will be transfigured ■



[1] He was told to make a very large sacrifice, but not in the normal manner. He was to sacrifice a heifer, a goat, a ram, a turtledove and a pigeon, but instead of burning them, he had to cut them in half, except for the birds. Then we have this scene of Abraham spending the day keeping the vultures away from the carcasses, no small job.  Evening came and Abram fell into a trance.
[2] Sunday 24th February, 2013
2nd Sunday of Lent. Readings: Genesis 15:5-12, 17-18. The Lord is my light and my salvation—Ps 26(27):1, 7-9, 13-14. Philippians 3:17 – 4:1. Luke 9:28-36.
Ilustration: Eve (1881) by Auguste Rodin (this is a copy cast in 1968 by the Rodin Museum in Paris) 

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor Jorge Manrique

I Domingo de Cuaresma (C)


Las tentaciones en el desierto que hoy escuchamos en el evangelio de la misa son como el prólogo de la misión pública de Jesús. La prueba, pues, tanto para Jesús, como para nosotros viene del desierto. O en menos palabras: toda aventura espiritual pasa necesariamente a través del desierto.

El desierto es la gran prueba de la provisionalidad, de la precariedad. La gran prueba del silencio. El desierto es el lugar donde la realidad es despojada de las apariencias, purificada de lo efímero y reducida a lo esencial, a lo indispensable. En el desierto uno se encuentra frente a un cielo sin límites, frente a la arena y sobre todo frente a uno mismo. Nada más. Hay un gran silencio roto solamente a ratos por una ligera brisa. Los árabes dicen que (esa suave brisa) es “el llanto del desierto que quisiera ser verde". En el desierto el hombre se ve obligado a encontrarse consigo mismo. Por eso el desierto fascina y asusta. Es la tierra de la gran soledad, y el hombre, instintivamente, tiene miedo a este cara a cara consigo mismo. La esencia del desierto es la ausencia de hombres, ayuno de encuentros, abstinencia de presencias"[1].

Y precisamente ese “cara a cara con uno mismo” es la puerta de entrada para una relación cara a cara con Dios. El hombre sabe que vivir en el desierto no significa solamente vivir sin los hombres, sino vivir con Dios y para Dios[2]. El desierto entonces se convierte en lugar del encuentro con Dios. Una presencia cierta, pero escondida, secreta.

El desierto es el lugar de la liberación. Pero el "programa de la libertad" no es una lista de facilidades, de privilegios. Es una manera de vivir exigente, ardua, que se realiza en un clima de austeridad por caminos no precisamente fáciles. Dios se hace seguridad, pero a condición de que el pueblo pierda sus seguridades habituales, sus pequeños conforts. Para quien camina por el desierto es obligatorio contentarse exclusivamente con Dios. Dios debe ser todo.

La gran prueba del desierto, en definitiva, es la prueba fe. Sin fe no se puede vivir en el desierto.

Este domingo –el primero del tiempo de Cuaresma- salta rápidamente la pregunta: ¿qué son, en concreto, las tentaciones de Jesús en el desierto y qué tienen que ver conmigo? Las tentaciones representan el intento, por parte de Satanás, de desviarlo del camino de fidelidad a Dios. Un camino que pasa a través de la ocultación, la debilidad, la humillación y la cruz. Satanás propone a Jesús tres atajos para evitar aquel camino incómodo.

El atajo de la popularidad fácil, obtenida reduciendo la salvación a la sola dimensión económica o social (social en el sentido de vida social). El atajo del poder, y el atajo del triunfo espectacular, de la instrumentación de la fe y de la religión para fines particulares, personales.

Y el Señor rechaza las tres. Y al hacerlo nos enseña a rechazar esa afición por el poder y los bienes naturales por sí mismos; a rechazar el deseo de dominar a los demás[3].

Es bueno volver a leer el texto y con él hacer una lectura de nuestra realidad, y ver cuáles son nuestras tentaciones hoy. La primera es la increencia, hacer nuestra vida sin contar con Dios. Así se cortan de raíz todo mal y toda tentación, porque si Dios no existe todo está permitido. La segunda es pensar que sólo de pan vive el hombre –lo económico- y que ahí esta nuestra felicidad. La tercera es ese dominio sobre los demás, y cuando es el terreno espiritual, aún más terrible.

Empezamos hace pocos días el tiempo de Cuaresma. En estos cuarenta días vamos a ser (alegremente) probados  por Dios. Serán días en los que cada uno, en la soledad del desierto de su responsabilidad, hemos de  responder a la palabra de Dios… y vencer las tentaciones. El tiempo  de la gracia es el tiempo de la decisión, pero el tiempo de la decisión es también siempre el  tiempo de la tentación ■


[1] La idea es de Enzo Bianchi religioso y escritor italiano fundador de la célebre Comunità monastica di Bose según el estilo de vida cenobítica adaptado a los tiempos actuales. Bianchi se ha especializado en Sagrada Escritura en el Instituto Bíblico de Roma; es además autor de numerosos libros de exégesis y espiritualidad.
[2] La idea es de S. Bulgakov, teólogo, filósofo y economista ruso. En 1922 fue expulsado de su patria por su resuelta oposición al comunismo en el llamado Barco filosófico junto con Nikolái Berdiáyev y otros intelectuales rusos. Bulgákov desarrolló su teología sobre la sofiología. La «sophía» es aquella realidad intermedia entre Dios y la creatura. Es la presencia de lo divino en lo creatural. La esencia de la Iglesia es ser el punto de unión entre la sophía divina y la sophía creada. La Iglesia es la «Sophía», aquella es el sinergismo que une el cielo y la tierra. Su visibilidad es sacramental. Las celebraciones de los sacramentos justifican histórica y mistéricamente la existencia de la jerarquía. El Espíritu Santo anima a toda la Iglesia, clero y laicos: es en su sinfonía que Él hace oír su voz y da enseñanzas y directivas; no existen órganos especiales o de signos seguros. Buscarlos sería dar prueba de un "fetichismo eclesiástico".
[3]A. Pronzato, El Pan del Domingo. Ciclo C. Edit. Sígueme, Salamanca 1985, p. 44

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Orar es amar. Amar es abrirse a alguien, acogerlos permanecer interiormente con él; es estar vinculado a él vitalmente; es comunión en el pleno sentido de la palabra; es tener conciencia de no estar uno solo... Un misterio sublime que satisface los anhelos más íntimos del ser humano. Una humilde, simple y silenciosa presencia junto al Señor que nos seduce Pedro Finkler , Orar (Capítulo 11 de Buscad al Señor con alegría)

VISUAL THEOLOGY

The temptation of Christ is detailed in the Gospels of Matthew, Mark, and Luke. According to these texts, after being baptized, Jesus fasted for forty days and nights in the Judaean Desert. During this time, the devil appeared to Jesus and tempted him. Jesus having refused each temptation, the devil departed and angels came and brought nourishment to Jesus. Mark's account is very brief, merely noting the event. Matthew and Luke describe the temptations by recounting the details of the conversations between Jesus and the devil. Since the elements that are in Matthew and Luke but not in Mark are mostly pairs of quotations rather than detailed narration, many scholars believe these extra details originate in the Q Document. Notably, this story is not found in the Gospel of John ■


First Sunday of Lent (C)


Every year we begin the season of Lent with one of the accounts of the temptation of the Lord. The account this year is taken from the Gospel of Luke. And we always start Lent with the Lord being tempted because the forty days the Lord spent fasting remind us of the forty days of Lent[1].

When we consider the 40 days of Lent, we focus on preparing for Easter.  That is one reason for Lent, but only one. We are also preparing ourselves for the full sharing in Jesus’ Resurrected Life that will take place when we pass from this life to the next. We are preparing for eternal life. That is why during Lent we need to consider our personal battles against evil. As human beings, we will always be confronted with the temptation to do wrong. As long as we have human bodies we are going to be tempted to seek joy in places where the Lord is not found. If you get to the end of the day and can honestly say, “I had no temptations of any kind today,” you should take your pulse. You are probably dead. Jesus himself was tempted to accept the pleasures of the world rather than remain united to the Father[2].

One of the problems we have, though, is that we live in a society that gives little weight to temptation. Instead, it suggests that whatever we do is acceptable as long as, supposedly, no one gets hurt. This is the lie that claims that there is such a thing as a victimless crime.

Many of us buy into an additional lie of society that it is psychologically unhealthy to deny yourself. This is not true. What is true is that it is psychologically unhealthy to deny the existence of the spiritual within us. When we fall for this psycho Babel temptation, we are really saying that doing evil is a good thing. We are falling for the initial temptation of the devil in Genesis.  “Do it and don’t worry about God.  It’ll be good for you.”  Taken to its logical conclusion, this is also saying that there should be no morality of any kind or level in society. Everybody should do whatever they want whenever they want to do it. People should not have to live together in a way that respects each other and their Creator. Of course, we could decide that others should follow the laws of morality, as long as we are not held to the same moral principles. In which case we condemn ourselves to hypocrisy.

There is a final fallacy I’d like to mention although there are many others that society foists on us. This fallacy we are tempted to believe is the concept that these are modern times with a whole new set of moral guidelines. Every single society in the history of man has made this claim. When the Greeks invaded Palestine, many Jews joined their pagan orgies, etc because the Greeks were supposedly enlightened and had ushered in a new era. The same thing happened every time there was any change in society. In our times even some of our senior citizens, who should be examples of morality for their families, fall for this lie, giving financial reasons for living together outside of marriage instead of holding onto the Way of the Lord and avoiding relationships that cannot lead to marriage.

Right and wrong has not changed. Sin exists. And we human beings will always be tempted to sin.

We have the power to resist sin, to defeat the temptation. But we have to want to resist it. We have to be determined to do the Will of God.  Jesus was determined to do the will of the Father. It is great, wonderful, that so many people approach the sacrament of penance during Lent.  Along with the forgiveness of sin, and perhaps even as important, the sacrament of penance strengthens our resolution to avoid sin.

How determined are we to live the Life of the Lord?  Do we really want to fight off temptation?  Do we really want to be healed?  These are the deep questions we ask ourselves at the beginning of Lent.  We pray for strength during Lent, strength not just to fight off evil, but to want to fight it off. 

Sin has lost its power; death has lost its sting, from the grave you’ve risen, victoriously. Into the marvelous light we are running, out of darkness, out of shame, by the cross you are the truth, you are the light you are the way[3]


[1] Forty is an important number in the Bible.  It usually refers to a period of preparation. For example, Moses was on Mount Sinai for forty days before he received the Law of God.  The Hebrew people roamed in the desert for forty years before they were ready to enter the Promised Land. Elijah walked forty days and nights until he came to Mt Horeb.  In the Acts of the Apostles Jesus teaches his disciples for forty days after the resurrection and then ascends to the Father.  He was preparing them for Pentecost. In all these cases and so many more in the Bible, 40 is both a time of preparation and a period of trial.
[2] Sunday 17th February, 2013, 1st Sunday of Lent. Readings: Deuteronomy 26:4-10. Be with me, Lord, when I am in trouble—Ps 90(91):1-2, 10-15. Romans 10:8-13. Luke 4:1-13 [Seven Founders of the Servites].
[3] Charlie Hall’s Marvelous Light CCLI License # 2368115
Illustration: 

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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