Salve, Madre; en la tierra de tus amores,
te saludan los cantos que alza el amor.
Reina de nuestras almas, flor de las flores,
muestra aquí de tu gloria los resplandores,
que en el cielo tan sólo te aman mejor.

Virgen santa, Virgen pura,
vida, esperanza y dulzura
del alma que en ti confía;
Madre de Dios, Madre mía,
mientras mi vida alentaré
todo mi amor para tí;
mas si mi amor te olvidare...,
Madre mía, Madre mía,
aunque mi amor te olvidare,
tú no te olvides de mí.

Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén Liturgia de las Horas.

V Domingo de Pascua (c)

Este domingo el Apocalipsis habla de una tierra nueva en la que no hay lágrimas, muerte, llanto, luto ni dolor. Y como preparación, como training para llegar enteros esa tierra nueva se nos dio, precisamente, un mandamiento nuevo, el del amor. Donde no hay amor, es el odio el que impera y con él vienen la muerte, el llanto y el luto. ¿Qué hay de novedad en que los hombres se amen? La novedad está en que amemos como El amó en el sentido de que nos convirtamos en hombres y mujeres abiertos a los demás.
Y para esto hay que enfocar la vida desde un punto de vista totalmente distinto de cómo lo enfocamos ahora. Ahora todo lo miramos a través del YO propio y personal –valga la redundancia. Es nuestro YO el que va ante todo. Y cuando el mundo entero está lleno de YOS resulta que el mundo se vuelve pequeño, no cabemos todos, nos estorbamos, nos repelemos, y terminamos por odiarnos. Cuando del YO se pasa al tú y yo, un tú y yo armónico –que quiere decir que condescendientemente unas veces es el mayor y menor el yo y al revés- entonces se puede llegar a vivir aquello de amarás al prójimo como a ti mismo[1]. Cuando se rompe la armonía entre ese y ese yo y los dos se afirman categóricamente a sí mismos, con gran facilidad se pasa a convertirse en dos YOS inflados, y volvemos a estorbarnos.
La novedad del mandato de Jesús es que cada uno tenemos que hacernos prójimo de los demás, haciéndonos cercanos sinceramente. Y con sinceramente quiero decir no instrumentalizar jamás ni la fraternidad ni la salvación, prometiendo ésta a costa de aquella.
El Señor en el evangelio no promete la felicidad: Jesús habla de ser justos: el hombre justo para Jesús es el que practica la misericordia, el que hace cosas que no son deberes morales ni legales, que no son obligatorias, el que se abre a los demás. El hombre justo va más allá. Porque la misericordia es consecuencia de la gracia, es gratuita también; nadie me obliga a enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las injurias, consolar al triste, tolerar los defectos del prójimo, rezar por los vivos y difuntos, dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, asistir al preso, dar posada al peregrino y sepultar a los muertos. Eso no es una obligación moral, no está entre los mandamientos, sin embargo, es lo que Jesús valora en la persona y aquello por los que las considera no sólo buenas, sino destinatarios de la gracia final.
Así es –curiosamente- como transmite san Mateo el relato del juicio final de las naciones, el de los gentiles, el de los que no tienen ni idea de qué es eso de ser cristiano, de los que nunca han oído nada de Abraham, ni de la Ley, ni de Jesús, ni de la gracia[2]. Y así es como se presenta Jesús ante cualquier hombre que viva en gracia, sea o no cristiano.
Vistas las cosas desde esta perspectiva, una familia es un derroche de obras de misericordia, o será otra cosa, o no será – donde algunos hacen más obras de misericordias que otros -, y la amistad es otro exceso de obras de misericordia, o será otra cosa, o no será. Y la vida misma se puede vivir así, o será otra cosa…o no será.
Puede parecer incluso que el otro no tiene nada que ver conmigo, pero con un esfuerzo de aceptación somos nosotros los que nos tenemos que hacer prójimos de ellos, que significa ser cercanos, tener que ver con ellos.
En menos palabras: el cristianismo implica que nos convirtamos en tus; que vivamos con el otro, que nos veamos en el otro; que, en resumidas cuenta, desaparezca nuestro yo, y que seamos hombres para los demás.  Qué maravilloso cuando nos encontramos con alguien que no camina por caminos de egoísmo que no piensa en su yo y que vive para los demás para esos millones de tús. Cuando seamos así entonces daremos al mundo que nos rodea el verdadero testimonio de que somos discípulos de Jesús.

Este mediodía vamos a pedirle a nuestro Señor en la Eucaristía –que no tendría sentido sino fuera símbolo del total amor desinteresado de Cristo a nosotros- que nos haga abrirnos a los demás, a ser auténticamente cristianos, a que nuestro cariño encuentre su fundamento y su razón de ser en la persona de Jesucristo ■


[1] Cfr Mc 12, 29-31.
[2] Cfr Mt 25,31-46

VISUAL THEOLOGY

Initial A with Scenes of Easter, ca. 1320, from an Augustinian antiphonary, Nerius (Italian, active 1310–25), Italian (Bologna), Tempera, gold, and ink on parchment , (23.9 x 23.8 cm), Metropolitan Museum of Art (New York) . Nerius' name is known from his signature on a legal manuscript, for which Bologna, with its great university, was renowned. This example of his work, however, was created for a community of Augustinian monks. The scene weaves the accounts of two Gospels. Following Mark, the women approach the tomb of Jesus to anoint his body but find an angel at his empty tomb. According to Matthew's report of what happened to two holy women on Easter Sunday, they meet Jesus as they leave ■

Fifth Sunday of Easter (c)


In today’s second reading we just heard about the New Jerusalem, a concept sometimes confusing or hard to understand. The New Jerusalem is not on the moon waiting to come down upon the earth or a Texas small town, the New Jerusalem is the place where God makes his home among mankind, so the New Jerusalem, is right here: is the Church[1].
Now by Church I don’t mean the buildings and institutions of Rome. Nor am I referring to our splendid Church buildings in this country, the most beautiful, of course, is St. Vincent de Paul. By Church I mean the People of God, united with Jesus Christ and empowered by His Holy Spirit.
The Church is the People of God. Human hearts that have been written upon by the Spirit of the living God have become the means of communication from Christ to other people. The starting point of an understanding of Jesus is faith, faith as it is actually believed, lived, proclaimed and practiced in the Christian Churches[2]. We priests experience many meeting with Christ present in his people. We are humbled by these meeting. There are people in this parish who have become fervent members of the faith because they have experienced Christ in other members of this parish. Jesus Christ became one of us so that all of us may see, hear, touch and be fully exposed to God’s love among us. His Spirit unites his people into a single family, the Family of God, the Church.
Our salvation, our relationship to God, comes through Jesus Christ. He is the Divine Mediator, the one who has re-established our union with God. This is the gift of Easter.
There is no way of being united to God outside of the Church because Jesus only exists united to his family, the People of God, the Church. There is no salvation apart of Jesus Christ.
God works his salvation for all people, but always through the union of Jesus Christ with his people. This is the Church, God’s way of being related to the world, and we Catholics need to come to a deeper understanding of the extent of God’s revelation to us. We are at the heart of his revelation. We are called to share in his seven special presences that are the sacraments. People are incorrect if they say, “It does not matter whether you are a member of one faith or another as long as you live this faith.” This is only true to the extent that it reflects God’s particular revelation of his word to the individual. No one can move from a tradition with a greater sharing in the truth to one with a lesser sharing in the truth. A Christian cannot be justified in becoming Jewish, because this means rejecting Jesus as Lord. The Catholic cannot justifiably turn away from the truths that are the seven sacraments, because this means rejecting the real presence of Christ in, for example, the Eucharist or in Penance, or the Sacrament of Matrimony.
We, the members of the New Jerusalem, have the deepest of responsibilities in the world. We must render Christ present for others in the way we love them and in the way we love each other. Charity, love, is not just something that we do. Love, loving the way Christ loved, sacrificial love, is how we express the essence of our being as Christians. The world needs witness of this love. The world needs Christ, and He can be found only in the New Jerusalem, among the People of God ■


[1] Fifth Sunday of Easter. Readings: Acts 11:1-18  •  Psalm 148  •  Revelation 21:1-6  •  John 13:31-35
[2] Walter Kasper, Christian theologian, writes that faith in Jesus Christ arises from encounters with believing Christians. Kasper was named Bishop of Rottenburg-Stuttgart, Germany's fourth largest Catholic diocese, on 17 April 1989. He was consecrated on 17 June that same year by Archbishop Oskar Saier of Freiburg im Breisgau; Bishops Karl Lehmann and Franz Kuhnle served as co-consecrators. In 1993 he and other members of the German episcopate signed a pastoral letter allowing divorced and civilly remarried German Catholics to return to the sacraments, to the disapproval of then Cardinal Joseph Ratzinger. In 1994, he was named co-chair of the International Commission for Lutheran-Catholic Dialogue.
Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño,
Tú que hiciste cayado de ese leño,
en que tiendes los brazos poderosos,

vuelve los ojos a mi fe piadosos,
pues te confieso por mi amor y dueño,
y la palabra de seguirte empeño,
tus dulces silbos y tus pies hermosos.

Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados,
pues tan amigo de rendidos eres.

Espera, pues, y escucha mis cuidados,
pero ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados? 
Lope de Vega y Carpio

IV Domingo de Pascua (c)

Cuarto domingo de Pascua, Domingo del Buen Pastor, día de invitar con entusiasmo a los más jóvenes a entregarse a Dios en el sacerdocio o la vida consagrada; de la maravilla que supone trabajar con y por la Iglesia ¿con y por la Iglesia? ¡Alto! ¿La Iglesia tiene algo qué decir cuando casi todo parece ponerse en su contra? ¿Es posible decir eso de una, santa, católica y apostólica? ¿Es la Iglesia la asamblea de los santos que fueron pecadores o de los pecadores que luchan para ser santos? Sí, éste es justo el mejor momento para decirlo, además poco (nos) importa que sólo llamen la atención las estadísticas de los que caen y no los nombres concretos de los que caen y se levantan. Hoy es el mejor momento para decir ¡para gritar! Que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Y cada día más santa. Es como un río de fuego que devora todas nuestras maldades, por eso, es precisamente, santa porque las devora. Luego ¿hay maldades? sin duda, los periódicos nos las arrojan al rostro todos los días como si las maldades fueran un escándalo para el fuego devorador. Se les olvida –a los medios de comunicación- que ese río de fuego, está ahí, justamente, para devorarlas.

La Iglesia no es un poder político indirecto que utilice la estrategia de la fe para incrementar su dominio. Mal negocio comprar lo fugaz a costa de lo eterno. La letanía de los que ven negro todo lo blanco y nos acusan especialmente a los sacerdotes de los escándalos que ellos mismos practican y fomentan, terminará por apagarse como se ha apagado siempre, porque la Iglesia llama al pan, pan y al vino, vino, aunque ese juicio recaiga sobre ella misma y lo hemos visto –o el menos leído todos- en la semana anterior a la Semana Santa[1].

Los sacerdotes –que buscamos parecernos al Buen Pastor que hoy celebramos- no somos tan tontos que no sepamos de la vida y de lo que pasa por ahí. Se cuentan por millones mis hermanos sacerdotes que cada día son mejores y se levantan de la cama para sacar adelante sus parroquias, sus colegios, sus vicarías en medio de la selva; para atender enfermos y sanos, discapacitados y ancianos, ricos y pobres, entusiastas y depresivos. Una sola fe un solo bautismo. Miles de sacerdotes que en todas las latitudes entregan su vida, a diario, en silencio, sin –como el fariseo- ruido de trompetas y sin páginas web; miles de sacerdotes fieles sólo por dar testimonio de que Cristo vive[2].

¿Ejemplos? Se cuentan por miles, pero me detengo en dos (maravillosos) recientes: los dos últimos papas. Juan Pablo II arrastra multitudes, aun después de muerto, fascina a la juventud, víctima del terrorismo, no tuvo nunca miedo, y nos invitó durante muchos años a beber del manantial de la Iglesia que nos purifica a todos de nuestras maldades. Benedicto XVI, desde mucho antes de ser nombrado Papa, era el blanco de todas las críticas: retrógrado, integrista, inquisitorial, oscurantista. Si calló porque encubrió, si habló porque no debió hacerlo. Este es el trato que ha merecido el intelectual más lúcido de Europa, el pontífice de doctrina más ajustada a los últimos avances de las ciencias, el hombre que está informado de la última novedad del progreso científico, el que afronta los problemas cara a cara, el que prefiere preguntas a respuestas, y que, además, tiene un ipod en el que escucha a Mozart y a Bach.

Domingo del Buen Pastor. Nosotros los sacerdotes no tenemos miedo ni a la vida ni a la muerte porque estamos hechos en la misma fragua de otros miles, millones que ya murieron dando testimonio. Los sacerdotes somos una parte de la Iglesia. En muchos países nos echan, en otros nos matan, en muchos más nos acorralan y nos acusan algunas veces injustamente. Así ha sido siempre en la historia universal. Sabemos que valemos muy poco, por no decir nada, pero llevamos un río de fuego devorador. Y somos felices. Me atrevo a hablar por mis miles de mis hermanos. Ése rio de fuego no es nuestro, pero mana dentro de nosotros y va devorando toda la miseria de nuestras vidas y las vidas de los que se acercan a nosotros, dejando sólo el oro puro y liquido de la santidad.

Domingo del Buen Pastor, un domingo maravilloso para gritarle al mundo entero que la Iglesia es santa y que vale la pena trabajar por ella, con ella y en ella ■


[2] Sí: La Iglesia es santa, y además tiene el secreto de la santidad porque guarda en su depósito la fe en la vida eterna. Sacerdotes santos de nacimiento no existen, no existimos. Nos acercamos a la santidad porque los sacramentos de la Iglesia nos hacen santos a diario, porque nos hacen participar de la santidad de Dios. Somos criticados, lo sabemos. Sabemos que estamos en la mira de millones de personas. Si el sacerdote si es cariñoso, qué escándalo, seguramente anda caminando por los caminos de la pedofilia, y si no lo es, qué frio y qué lejano. Si usa el alzacuello, qué retrógrado y anticuado, y si no lo usa, qué liberal.

VISUAL THEOLOGY

Bowl Base with Saints Peter and Paul Flanking a Column with the Christogram of Christ (made late 300s), Byzantine. Saints Peter and Paul identified by the inscriptions in Latin, are shown with the short curly hair and pointed beard typically associated with each man. According to Christian tradition, they were both martyred in Rome. 

Fourth Sunday of Easter (c)

In our Gospel today, Jesus makes a very interesting point about sheep and their relationship to the shepherd. He says that the sheep follow the shepherd because “they recognize his voice.” On the contrary, they will not follow a stranger, and in fact will run away from him, because “they do not recognize the voice of strangers.” The implication here is that sheep become habituated to the presence of a particular shepherd and the sound of his voice, and so come to trust him. They easily follow the shepherd because he is familiar to them and gives them a sense of security[1].

Of all the voices in our lives, the one that should be most familiar to us is precisely the voice of the Good Shepherd. After all, it is God who first spoke a word of love to us when he called us into existence. And he is continually speaking to us in the depths of our hearts where he makes his home when we are in the state of grace.

Unfortunately, there are many obstacles that prevent us from hearing the gentle voice of the Good Shepherd and following him where he would lead us. First of all, our lives can be filled with a tremendous amount of noise. By noise here, I mean frenetic activity, a preoccupation with work that leaves no room for restful silence and meditation. The noise that blocks out the voice of the Good Shepherd could be an addiction to television, music, talk radio, internet surfing…It is very difficult for us to perceive the voice of the Good Shepherd in the midst of such noise.  Learning to turn off media is essential to hearing the voice that is speaking to us in the depths of our hearts.

Another voice that we can become accustomed to is the voice of popular opinion—wanting other people’s approval or being afraid of incurring their scorn. This voice also leads us astray from the path of inner peace because we’re trying to find security in other’s opinion.  The voice of “what other people think” can prevent us from doing something we should or encourage us to do something we shouldn’t, all for the sake of fleeting approval. The end result is always the same—anxiety and the loss of true self-identity. Only the voice of the Good Shepherd reveals to us our true selves and frees us from the vagaries of public opinion.


So how do we prevent these other voices from having sway over us? Well, the answer lies in re-habituating ourselves to the clear, gentle and assuring voice of the Good Shepherd who speaks to us in manifold ways. His voice is heard through his living word in the Scriptures. His voice is heard in the guidance offered by the Magisterium, especially in the voice of his holiness Benedict XVI. His voice is heard in the sacraments which communicate his life to us, particularly the Holy Eucharist and penance. His voice is heard in the silence of our hearts when we make time to hear it and put away all that might distract us.

The more attentive we are to this voice, the more familiar it becomes to us, the more these other voices will be shown for what they are—the voice of strangers. Automatically, we will reject them, run away from them, for we will recognize that they lead to death, not life. The voice of the Good Shepherd, and his alone, can guide us to the life and happiness we so desire.

As we contemplate Jesus the Good Shepherd today Pope John Paul II declared the fourth Sunday of Easter a Day of Prayer for Vocations. We pray that many may listen to the voice of Jesus as he calls, that they may enter the sheepfold through him and be safe and have life and live it to the fullest ■



[1] Sunday 25th April, 2010, 4th Sunday of Easter. Readings: Acts 13:14, 43-52. We are his people, the sheep of his flock—Ps 99(100):1-3, 5. Apocalypse 7:9, 14-17. John 10:27-30.
Regina caeli, laetare, alleluia.
Quia quem meruisti portare, alleluia.
Resurrexit, sicut dixit, alleluia.
Ora pro nobis Deum, alleluia.
Gaude et laetare, Virgo Maria, alleluia.
Quia surrexit Dominus vere, alleluia
Cristo,
alegría del mundo,
resplandor de la gloria del Padre.
¡Bendita la mañana
que anuncia tu esplendor al universo!

En el día primero,
tu resurrección alegraba
el corazón del Padre.
En el día primero,
vió que todas las cosas eran buenas
porque participaban de tu gloria.

La mañana celebra
tu resurrección y se alegra
con claridad de Pascua.
Se levanta la tierra
como un joven discípulo en tu busca,
sabiendo que el sepulcro está vacío.

En la clara mañana,
tu sagrada luz se difunde
como una gracia nueva.
Que nosotros vivamos
como hijos de luz y no pequemos
contra la claridad de tu presencia Liturgia de las Horas. 

III Domingo de Pascua (c)

Una de las piezas maestras del canto gregoriano es, sin duda, la secuencia de Pascua: Victimae paschali laudes (Alabanzas a la víctima pascual). Antes del concilio de Trento existían numerosas secuencias litúrgicas medievales, un canto que precedía a la proclamación del evangelio[1]. El texto latino de la secuencia de Pascua que es del siglo Xl, incluye un diálogo lleno de lirismo e ingenuidad con María Magdalena. La traducción es especialmente entrañable: ¿Qué has visto de camino, María en la mañana?. Y María responde: A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la pascua.

María Magdalena, la que los cuatro evangelios presentan al pie de la cruz, es la gran protagonista de las primeras apariciones del Señor Resucitado. Su nombre está recogido por los tres sinópticos dentro del grupo de mujeres que fueron a embalsamar el cuerpo de Jesús y se encontraron con la tumba vacía y el anuncio de que Jesús había resucitado. En el evangelio de Juan, María Magdalena acude sola al sepulcro, lo encuentra vacío y vuelve corriendo a comunicarlo a los discípulos. Inmediatamente después continúa con la aparición de Jesús a Magdalena en la que ésta le confunde con el hortelano[2].

¿Quién fue María Magdalena? Tenemos algunos datos claros, pocos en realidad. Aparece dentro del grupo de mujeres que acompañaban a Jesús y le ayudaban con sus bienes[3]. De María Magdalena dirá Lucas que Jesús había expulsado siete demonios. Lo importante y esencial es que Maria Magdalena tiene un puesto muy importante, tanto al pie de la cruz, como en las primeras apariciones del Resucitado[4].

María Magdalena pudo haber sido aquella mujer que experimentó, en aquella comida convencional ofrecida por el fariseo al maestro, que nadie la había mirado con tanta pureza y comprensión y nadie había sabido reconocer la existencia de su mucho amor en su corazón como lo hizo el maestro. Y fue ese amor nuevo, que la limpieza de Jesús había hecho surgir dentro de su ser, el que le empujó a derramar aquella libra de nardo puro, intuyendo de alguna manera que no lo iba a poder hacer en el día de su sepultura. Y aquella mujer nueva, que amaba mucho porque sentía que se la había perdonado mucho, será la que estará firme junto a la cruz y la protagonista del anuncio inesperado de que el maestro había resucitado[5].

En este tercer domingo de Pascua en que, como dice la Secuencia, los cristianos presentamos ofrendas de alabanza, nos dirigimos a esta mujer que fue primer testigo del centro de nuestra fe: la muerte y la resurrección de Cristo. Y podemos preguntarle también con la Secuencia: ¿Qué has visto de camino, María, en la mañana?. Ojala nuestra fe nos pueda decir lo que sintió aquella mujer que quizá había sido pecadora, de cuyo corazón Jesús había expulsado muchos demonios y que, fue fiel a su Señor en la cruz y en la resurrección.

Dinos, María, en esta mañana de pascua, que nadie hablaba tan de verdad al corazón como aquel a quien tú escuchabas sentada a sus pies. Dinos que tenemos que trabajar, que entregarnos a la lucha de la vida, a las personas a las que queremos... Pero que nunca nos olvidemos de lo que es últimamente lo único necesario: estar a la escucha de nuestro yo, en donde pueda resonar la palabra del Señor resucitado.

Dinos, María, que Jesús resucitado puede expulsar de nosotros todos esos demonios que están como agarrados a nuestro corazón; que él puede cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne y hacer que nos nazca una carne nueva sobre nuestra carne vieja y podrida.

Dinos, María, lo que sentiste cuando Jesús te miraba a los ojos y al corazón en aquella fría comida del fariseo. Dinos que podemos encontrar en Jesús a alguien que nos mira siempre con limpieza; que espera de nosotros lo mejor; que sabe descubrir en los escondrijos de nuestro ser y de nuestra vida ese poso de bondad que todos llevamos dentro. Dinos que es más importante amar mucho que errar mucho, que al que mucho se le perdona, mucho ama. Dínoslo hoy, María, al corazón...

Dinos, María, que cuando se vive en el amor se está más allá de esas lógicas fariseas que siempre calculan todo; que la fuerza del amor es inseparable del riesgo y la generosidad, hasta de cierta locura... Es lo que tú hiciste derramando sobre los pies de Jesús esa libra de nardo puro.

Dinos, María, que valió la pena estar junto a la cruz del Señor, intentándole dar aunque sólo sea tu compañía y tu amor, y que el seguidor del maestro tiene que estar junto a las cruces del hombre de nuestro tiempo.

Y dinos, sobre todo, María, en éste domingo de Pascua, que podemos sentir que Cristo resucitado nos llama por nuestro propio nombre y nos dice siempre al corazón una palabra de aliento y esperanza. Dinos que hay siempre una Galilea, una patria de bondad, en la que Cristo nos aguarda. Dinos que Cristo debe ser nuestro amor y nuestra esperanza. Dinos que ese Cristo resucitó de veras que sigue hoy vivo ante mi propia vida. Dinos, María, que ha resucitado Cristo nuestra esperanza y nos llama por nuestro nombre, con el mismo cariño con el que pronunció el tuyo; que el amor es más fuerte que el pecado y la vida más fuerte que la muerte.

Dinos, María, en esta mañana de pascua, lo mismo que la Secuencia: ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Venid a Galilea, allí el Señor aguarda; allí veréis los suyos la gloria de la pascua


[1] Desde ese Concilio, quedan sólo unas pocas en la liturgia que tienen una gran calidad musical: Veni Creator (Pentecostés), Stabat Mater (Viernes de Dolores) y Dies irae (oficio de difuntos). Su creación se atribuye a Wipo de Burgundia, monje del siglo XI que fue capellán de Conrado II, pero también se ha adjudicado a Notker Balbulus, Roberto II de Francia y Adán de San Víctor. Diversas composiciones musicales se han preparado a lo largo del tiempo para el texto. Hay composiciones renacentistas y barrocas, por ejemplo, de Busnois, Josquin, Lasso, Willaert, Hans Buchner, Palestrina, Byrd, Perosi y Fernando de las Infantas. Existen también algunos himnos luteranos derivados del Victimae Paschali Laudes, como Christ ist erstanden o Christ lag in Todesbanden. El texto de la Secuencia  -junto con algunos otros muy interesantes- puede encontrarse aquí: http://interletras.com/canticum/traducc_cuares_pasc.html
[2] Cfr Jn 20, 1-18.
[3] Cfr Lc 8, 2.
[4] Es probable también que hubiese nacido en la población galilea de Magdala. Hay que añadir además que la tradición cristiana ha hecho coincidir a María Magdalena con aquella mujer, pecadora pública, que irrumpe durante la comida de Jesús con el fariseo Simón y a la que se le perdonan sus muchos pecados porque amaba mucho. Y también se la ha hecho coincidir con María, la hermana de Lázaro y Marta. Sería también, por tanto, la que escuchaba a los pies de Jesús mientras su hermana Marta se afanaba en el trabajo doméstico, la que fue testigo de la resurrección de su hermano y, también la que vertió, ante el escándalo de Judas, una libra de perfume de nardo puro sobre los pies de Jesús. Pero notemos que, según los evangelios, no es claro que se dé esta coincidencia. Según esta interpretación Magdalena sería una conversa a la que Jesús había cambiado la vida, que se mantiene fiel cuando han huido atemorizados los discípulos y que es testigo privilegiado de las primeras apariciones del Resucitado. Recientemente se han construido sobre la figura de María Magdalena otras hipótesis que carecen de todo rigor científico y de fundamento en los evangelios: recordemos desde lo que podía insinuar Jesucristo Superstar hasta La última tentación de Cristo de Martín Scorsesse.
[5] JAVIER GAFO, Dios a la vista, Homilías ciclo C, Madrid 1994.Pág. 142 ss.

Worthy is the Lamb that was slain to receive power and riches, wisdom and strength,
honor and glory and blessing Rev 5:11-14

VISUAL THEOLOGY




Pyxis Depicting Women at the Tomb of Christ, 500s, Byzantine; Made in the eastern Mediterranean, Ivory, Metropolitan Museum of Art (New York) ■ Narrative scenes such as this made visible the words of the Gospels. On one side of this pyxis, in a scene based on the Gospel of Luke (24:1–10), three women—the Virgin Mary, Mary Magdalene, and Mary, mother of James—stand with their hands raised in the orant (prayer) pose. On the other side of the box, two of the Marys swing censers as they approach a domed space where tied-back curtains reveal an altar illuminated by a suspended lamp. The iconography of the altar area is familiar from the fifth-century Pola Ivory (Museo Archeologico, Venice), a representation of the sanctuary area of Old Saint Peter's in Rome. On the altar is the Gospel book. In the early church, the altar became understood as the symbol of Christ's tomb; this conflation is partially based on the fact that the Eucharistic elements were placed on the altar during the liturgy, and specially preserved portions reposed on the altar for use during emergencies. Ivory containers, like this finely carved example worked from a cross section of an elephant's tusk, may have been used to carry the bread of the Eucharist to those too ill or elderly to attend the service.

Third Sunday of Easter (c)

Today's gospel is taken from the 21st chapter of John. Now, it really looked like the Gospel of John was concluding last week when we read that passage, All this has been written so you may believe that Jesus is the Christ, the Son of God and that believing in His Name you may have life. Then we have this chapter that seems to be an epilogue, something telling us about what took place with the disciples after the story seemed to be over. 


Here we have Peter and six other disciples going back to fishing. They are not successful until the Lord calls out to them cast to the right side of the ship. This is similar to the first time that Jesus called Peter, Andrew, James and John in the Synoptic Gospels telling them where to cast their nets. The Beloved Disciple calls out, It is the Lord, and Peter swims out from his boat to the shore. Once more Peter finds himself by a fire being asked questions about his loyalty to Jesus. The first time this happened was around that fire in the courtyard of the Sanhedrin on Good Friday when Peter denied the Lord three times. This time he reaffirms the Lord three times. But that is not enough. He has to do something about his faith. He has to feed the Lord’s sheep.


Later on in the chapter we hear about Peter’s eventual death, being made to stretch out his arms and go where he did not want to go. After that there is going to be a few comments about the Beloved Disciple, most probably John, who had been entrusted with Mary under the cross[1].


This leads me to consider John and Peter, the idealistic disciple and the realistic disciple. John was the only one of the twelve who did not desert the Lord at the Passion. He was the first of the Twelve to believe in the Resurrection. He was the ideal disciple, loving, trusting and faithful. Peter was the disciple who said one thing and then did another. He was full of bravado until his fear kicked in. He was a leader, but a flawed leader. Still, he made the decision to turn back to the Lord and was willing to accept all sorts of hardship and death to proclaim the Gospel. Peter would eventually join Paul in strengthening  the Christian community in Rome, the center of the then known world. He would be arrested there and killed. Tradition says that Peter was crucified with his head down.


We would all like to be disciples like John, always faithful and true, so full of love that we recognize the Lord wherever he is, so courageous that we are willing to risk our lives to stand beneath his cross. In reality, though, if we are at our very best, we will be like Peter rather than John. Peter was not the ideal disciple like John. He had to struggle with his own humanity, his fear, his impetuousness, but still, he was a true disciple. We continually struggle with our own humanity. We have many temptations to sin. We give in sometimes and then hate what we become. But with the compassion and love of the Lord, we can turn away from all that is black and turn to the Lord.  We have to turn to the Lord.  He calls us to feed his sheep.


We need to eliminate the unrealistic expectations we thrust upon ourselves and others. We grow up having everyone tell us that we are so good, and as little children we might believe that, but when reality kicks in at adolescence and throughout our lives, we tend to get so negative about ourselves that we consider giving up. So we don’t stand for the Lord because we don’t see ourselves as good enough. We forget, He makes us good enough. He makes us infinitely better than we can imagine.


Peter’s threefold affirmation of the Lord wasn’t just to renounce his three denials of the Lord. He was asked to live his faith by feeding the Lord’s flock. Jesus does not call us to affirm His Presence in our lives for ourselves. He calls us to give witness to His Presence for others. This is difficult at times. We choose to serve Christ by avoiding evil and by sacrificing ourselves for others. Both give witness to the Life within us that is more important than physical life. Being a Christian means proclaiming Christ with our lives.


When we recite the creed we proclaim that we are members of one, holy, Catholic and apostolic church. We are called to be apostles. Yes it would be wonderful if we could be ideal apostles like John, but we are real people like Peter.


And like Peter, despite our limitations, we can feed the Lord’s sheep ■


[1] Sunday 18th April, 2010, 3rd Sunday of Easter. Readings: Acts 5:27-32, 40-41. I will praise you, Lord, for you have rescued me—Ps 29(30):2, 4-6, 11-13. Apocalypse 5:11-14. John 21:1-19.
Ilustration: Lucas Gassel, Christ with St. Peter and the disciples on the Sea of Galilee, private collection. 


Santo Padre, nos unimos para arroparle. Estamos profundamente agradecidos por la fortaleza de espíritu y la valentía apostólica con la que anuncia el Evangelio de Cristo. Está con usted el pueblo de Dios que no se deja impresionar por las murmuraciones del momento, por las pruebas que enocasiones golpean a la comunidad de los creyentes. Están con usted los cardenales, sus colaboradores de la Curia Romana. Están con usted los hermanos obispos, esparcidos por el mundo, que guían las tres mil circunscripciones eclesiásticas del planeta. En particular, están con usted en estos días los cuatrocientos mil sacerdotes que están al servicio generoso el pueblo de Dios, en las parroquias, en las escuelas, en los hospitales, en otros michos lugares, así como en las misiones y en las partes más remotas del mundo. En esta solemnidad pascual nosotros rezamos por usted para que el Señor, Buen Pastor, siga apoyándole en su misión al servicio de la Iglesia y del mundo Cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio, Roma,  Domingo de Resurrección.

No veo las llagas como las vio Tomas pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti esperé y que te ame.

II Domingo de Pascua (c)

Qué duda cabe: cada vez se vuelve más y más intenso el afán por exprimir la vida, reduciéndola al disfrute intenso e ilimitado del presente. Hay una frase que encuentra en todos –jóvenes y viejos, laicos y sacerdotes- mucho eco: «Lo queremos todo y lo queremos ahora». Humanos y muchas veces llevados por la debilidad del espíritu cada vez se vuelve más tentador vivir sin futuro, actuar sin proyectos, organizar sólo el presente, Carpe diem que escribiera el poeta  y que no hemos sabido comprender[1]. La incertidumbre de un futuro demasiado oscuro parece empujarnos a vivir el instante presente de manera absoluta y sin horizonte. No parece ya tan importantes los valores, los criterios de actuación o la construcción del mañana. El mañana todavía no existe. Hay que vivir el presente. Sin embargo, cada uno de nosotros vive más o menos conscientemente con un interrogante en su corazón. Podemos distraernos estrenando nuevo modelo de coche, disfrutando intensamente unas vacaciones, sumergiéndonos en nuestro trabajo diario, encerrándonos en la comodidad del hogar. Pero, todos sabemos que estamos  en cierta forma amenazados de muerte.


Y es que en el interior de la felicidad más transparente se esconde siempre la insatisfacción de no poder evitar su fugacidad ni poder saborearla sin la amenaza de la ruptura y la muerte. Y aunque no todos sentimos con la misma fuerza la tragedia de tener que morir un día, todos entendemos la verdad que encierra el grito de Miguel de Unamuno: «No quiero morirme, no, no, no quiero ni puedo quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que soy y me siento ser ahora y aquí»[2].


Este pobre hombre que somos todos y cuyas pequeñas esperanzas se ven tarde o temprano malogradas e, incluso, completamente destrozadas, necesita descubrir en el interior mismo de su vivir un horizonte que ponga luz y alegría a su existencia. Felices los que hoy, el Domingo de la Misericordia, podemos comprender desde lo hondo de su ser, las palabras de aquel periodista guatemalteco que, amenazado de muerte, expresaba así su esperanza cristiana: «Dicen que estoy amenazado de muerte... ¿Quién no está amenazado de muerte? Lo estamos todos desde que nacemos... Pero hay en la advertencia un error conceptual. Ni yo ni nadie estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de vida, amenazados de esperanza, amenazados de amor».


Estamos equivocados. Los cristianos no estamos amenazados de muerte. Estamos amenazados de resurrección y de vida, y de vida eterna. Amenazados con la misericordia, la paciencia –ciencia de la paz- y el perdón, porque además del Camino y la Verdad, él es la Vida, aunque esté crucificada en la cumbre del basurero del Mundo

[1] Carpe diem es una locución latina que literalmente significa "aprovecha el día", lo que quiere decir es «aprovecha el momento, no lo malgastes». Fue acuñada por el poeta romano Horacio (Odas, I, 11).
[2] Miguel de Unamuno y Jugo (1864 –1936) fue un escritor y filósofo español. En su obra cultivó gran variedad de géneros literarios.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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