Dos hijos había:
el bueno y el malo;
el bueno con halo,
mas no obedecía

Bonita apariencia,
corteses modales,
mas no son señales
de buena conciencia.
Que no es el que dice:
Jesús mi Señor,
sino el pecador.
¡perdón, mal lo hice!

No hay cosa más bella
que andar en verdad,
tomar la humildad
por guía y estrella.
Y ser el que soy
por dentro y por fuera,
y al ver mi manera
sabrán dónde voy.

Que al verme la cara
contemplen ni alma,
mi pena o mi calma
como en agua clara.
Yo busco anhelante
al Dios que está ahí;
si vienes a mí
no te desencante.

Que el sí sea sí,
por gracia y muy firme
y al punto de irme...,
diré: lo cumplí.
Que el no sea no
muy claro y valiente,
y diga obediente:
Jesús me ayudó.

Jesús, en tus manos,
la vida es verdad,
la sinceridad
fulgor de cristianos.
Tu rostro piadoso
me abra el paraíso,
que ya lo diviso,
misericordioso

P. Rufino Mª Grández, ofmcap,

Puebla, 20 septiembre 2011

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (A)

En más de una parábola el Señor presenta dos personajes, de los cuales aquél a quien los que lo escuchan tienen por malo queda como ejemplar, y queda descalificado el normalmente considerado bueno por todos. Así ocurre en la narración de los dos hijos y la viña del evangelio de hoy[1].

La consecuencia es clara: lo que Dios nos pide no es dirigirle únicamente oraciones, sino realizar su voluntad cuidando de los demás. Los hechos dan contenido a las palabras (o en su caso a la oración); las palabras sin hechos quedan convertidas en algo peor que simples sonidos: significan la negativa a cumplir la voluntad del Padre.

Uno de los hijos guarda las formas educadamente pero no hace lo que el papá pide. El otro se niega de forma, digamos, destemplada pero la hace. La actitud del segundo es la preferida.

Ante las necesidades de la viña de nuestro mundo podemos preguntarnos si hemos respondido con palabras huecas o con hechos concretos. Nunca han faltado individualidades que, desde la fe, han empujado la historia concreta hacia el Reino; pero debería ser una cuestión inquietante para nosotros porque como conjunto comunitario la respuesta efectiva no se ha dado siempre, y es que viña que arar no nos falta: hambre, explotación, violencia, soledad, depresión... Nada de esto es voluntad del Padre. ¿Cómo ser conservadores de un mundo así? Hay quienes niegan a Dios pero ¡ay! trabajan en la transformación de estas realidades. Como conjunto pareciera que nos interesan más los documentos doctrinales que el compromiso real. Papa Francisco nos habla constantemente de una Iglesia en salida ¿entendemos lo que nos quiere decir? «La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. Primerear: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos»[2].

Fe y justicia o, si se quiere, espiritualidad y justicia han de ir de la mano. Para san Pablo el adjetivo "espiritual" viene a significar simplemente "vida cristiana”, y espiritualidad será, por tanto, vivir cristianamente[3]. Sin embargo, la vida espiritual abarca toda la existencia del cristiano, es decir, todo el hombre y todas sus actividades, mediante las cuales se corresponde a todas las mociones de Dios, no consiste solamente en las prácticas de piedad, sino que ha de informar y dirigir toda nuestra vida, individual y comunitaria, y también todas nuestras relaciones con las demás personas y realidades.

Arar la viña del Padre, aun cuando parezca una actividad meramente social, es también una acción espiritual (es decir, movida por el Espíritu). Desde la experiencia de Dios llegamos al compromiso por la justicia en la historia, y siguiendo el ejemplo del Señor los cristianos solo podremos ser verdaderamente espirituales en la medida en que nos dejemos conducir por el Espíritu a la creación de la historia. El camino será conflictivo, sí, como lo fue para el Señor, es decir, no se trabaja la viña sin sudor; la cruz sale al encuentro constantemente... En otras palabras, la espiritualidad o mueve la justicia o no es cristiana. Se trata de vivir la vida con alguna referencia práctica y real con Aquél que es Señor del Reino que se busca. Contemplativos en la acción. El Padre espera. La viña espera



[1] XXVI Domingo del Tiempo Ordinario.
[2] Papa Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, n. 24.
[3] El término "espiritual" no se identifica hasta el s. XVI con la cara más subjetiva e intimista de la fe: la relación personal con Dios, los fenómenos de la conciencia, el distanciamiento del mundo y de la sociedad, una actitud muy recelosa respecto al cuerpo y a las cosas materiales, etc.

Fotografía: la hermana Loreto cuida del padre Angel, enfermo y anciano, en la Residencia de  Ancianos Ntra. Sra. del Carmen. 

nEw-oLd-iDeaS

No hace ningún bien utilizar grandes palabras para hablar de Cristo. Dado que yo parezco incapaz de hablar de Él en el lenguaje de un niño, he llegado al punto de apenas poder hablar de él en absoluto. Todas mis palabras me avergüenzan. Esta es la razón de que esté cada vez más agradecido al Oficio y los salmos. Su alabanza de Dios es perfecta, y Dios me los da para articularlos como más propios de mí que cualquier otro idioma que pudiera inventar T. Merton

VISUAL THEOLOGY


Anónimo (Maestro de Calamarca), Arcángel Arcabucero (c.1680), 
óleo sobre tela (160 x 110 cm), Museo Nacional de Arte de Bolivia. 

Se conoce como arcángel arcabucero la representación de un ángel con arcabuz en lugar de la tradicional espada. Este estilo se desarrolló durante la colonia en América del Sur. En la pintura virreinal del Perú, el tema de los ángeles se configura como uno de los más característicos de la escuela cuzqueña de pintura




Twenty-sixth Sunday in Ordinary Time (A)

Today’s second reading is from the second chapter of Paul’s Letter to the Philippians.  The reading contains one of the most beautiful Christological hymns in scripture. Paul begins by telling the Philippians to care for each other, be united in one heart and do nothing out of selfishness and vainglory. He then tells us to have the same attitude as Christ Jesus. The Christological hymn follows: who though he was in the form of God did not deem equality with God something to be grasped, but rather emptied himself....[1]

For God to work through us, we have to take on the humility of Christ and be more concerned with those for whom we are called to care then with ourselves[2].

As a priest, I have had times when I’ve been treated rather poorly and have come close to saying, “This I don’t need. Let them figure out how to handle this without me.” There are times that I want to pack up and go home. But then I have to ask myself, “Why are you here in the first place?”  I often have to remind myself that I am a priest, and the people need a priest. When I realize that, I am far more open to letting God work through me. Then I end up experiencing a great comfort and success in ministry in various ways because I realize that I have to be concerned with Christ, not with myself.

I am sure you have had similar situations.  I am sure that every married person has had to be more concerned with caring for his or her spouse then with how he or she has been treated by that same spouse. One snaps at the other, and the other has various choices: retaliate and snap back, employ the old classic passive aggressive behavior known as the silent treatment, sulk, or say, “I’m sorry,” and look for something to do together to ease the upset. Certainly, the silliest words ever uttered by Hollywood were from the old movie, Love Story, “Love means never having to say you are sorry.”  No, love means always having to say you are sorry.  But that takes humility.  Pride and marriage cannot co-exist, at least not peacefully.   But through humility you can be like Jesus for each other.

I am sure that every parent has had to swallow hard when their children have said something thoughtless.  Parents know that they have to be more concerned with caring for the children than their own feelings.  Parents do not bring children into the world so they can have little people telling them how wonderful they are.  They have children to expand their love and to fill the world with new reflections of God’s love. And yes it is an important part of parenting to bring children up to respect authority, but for their sake, not for the parents’ sake.

I am also sure that every single person has been confronted with the choice of serving God or receiving the proper respect he or she feels due. We can’t serve God when we are so concerned about how we are treated by others.

Why?  Why do we have to be more concerned with others than with, as the athletes would say, “Receiving our props.” (By that they mean, our proper respect.)  That is the way that God works through us.  When we are concerned with ourselves, or proper respect, vain-glory the reading calls it, and then we make ourselves the center of our action instead of the work of God.  When we empty ourselves of our desire for status, position, respect, what have you, and then we are like Christ, who humbled himself. For the Christian, empty means full.  We empty ourselves of our self concern and find ourselves full of Christ.

We often come upon the scripture passages where the Lord tells us to pick up our crosses and follow Him. We know that this means accepting our suffering so the world can be filled with sacrificial love, and the Kingdom of God might grow.  But we usually just relegate these passages to the way that we handle crises.  Today’s second reading is more expansive, it tells us that to follow Christ we have to change our attitude in life to be like His.  We have to be like the One who humbled Himself. This is difficult.  It is difficult because pride is so deeply rooted in each of us. But through the Grace of God we can conquer pride.  And then we can be the people that God needs us to be for His Kingdom. Christ is the victor, even over our pride. And because He can conquer our pride, He makes us an eternal offering to the Father[3]



[1] Philippians 2:6.
[2] 26th Sunday of Ordinary Time (A), September 28, 2014. Readings: Ezekiel 18:25-28; Responsorial Psalm 25:4-5, 8-9, 10, 14; Philippians 2:1-11; Matthew 21:28-32.
[3] Cfr. Hebrews 9:14.
Hora de la tarde,
fin de las labores.
Amo de las viñas,
paga los trabajos
de tus viñadores.

Al romper el día,
nos apalabraste.
Cuidamos tu viña
del alba a la tarde.
Ahora que nos pagas,
nos lo das de balde,
que a jornal de gloria
no hay trabajo grande.

Das al vespertino
lo que al mañanero.
Son tuyas las horas
y tuyo el viñedo.
A lo que sembramos
dale crecimiento.
Tú que eres la viña,
cuida los sarmientos


 Himno del Oficio de Vísperas 
de la Liturgia de las Horas. 

XXV Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Es éste –el vigésimo quinto en el Tiempo Ordinario- un domingo de parábola. El Señor les cuenta a quienes le escuchan la historia de un hombre que llama a un número de obreros a trabajar en su viña, y lo hace a distintas horas, literalmente cuando a él se le da la gana. A algunos al alba, a otros hacia las nueve de la mañana, todavía a otros al mediodía y a la tres, a los últimos hacia las cinco[1]. San Gregorio Magno, que sabía mucho de éstas cosas porque poseía una profunda espiritualidad, lo comenta de manera maravillosa[2]. Él interpreta las diversas horas de la llamada poniéndolas en relación con las edades de la vida[3]. «Es posible –escribe- aplicar la diversidad de las horas a las diversas edades del hombre: la mañana puede representar ciertamente la infancia. Después, la tercera hora se puede entender como la adolescencia: el sol sube hacia lo alto del cielo, es decir crece el ardor de la edad. La sexta hora es la juventud: el sol está como en el medio del cielo, esto es, en esta edad se refuerza la plenitud del vigor. La ancianidad representa la hora novena, porque como el sol declina desde lo alto de su eje, así comienza a perder esta edad el ardor de la juventud. La hora undécima es la edad de aquéllos muy avanzados en los años (...). Los obreros, por tanto, son llamados a la viña a distintas horas, como para indicar que a la vida santa uno es conducido durante la infancia, otro en la juventud, otro en la ancianidad y otro en la edad más avanzada». En menos palabras: siempre es tiempo de Dios y cada día es un momento oportuno para enriquecer la vida espiritual. «La vida espiritual –esta vez el padre Grün quien escribe- consiste en vivir bajo los ojos amorosos de Dios y sentir en mí no sólo el amor hacia los seres humanos sino hacia Dios, el Único que puede satisfacer los deseos existentes en cada amor humano… se trata de vivir una espiritualidad que experimenta a Dios con el corazón y todos los sentidos y que desea encontrar en Dios paz y vida abundante».

El trabajo o construcción de la propia vida espiritual debe ser siempre alegre, positivo, lleno de lucha, pero también –quizá en mayor medida- de esperanza. El signo de una ascesis enfermiza aparece cuando el ser humano se enfada consigo mismo. Lucha contra sí mismo, porque no puede asumir lo que ha descubierto en su interior. Una ascesis sana parte siempre de la aceptación de uno mismo. Solo puedo transformar lo que he aceptado. Sólo puedo avanzar si acepto ante mí mismo dónde me encuentro. Hay personas que se sólo identifican con altos ideales. Se las puede comparar con aquellos que cuelgan de una barra fija pero ¡ay! sin tocar el suelo. Pueden hacer todos los esfuerzos que quieran, pero nunca subirán más arriba. La causa del duro juicio que tienen de sí mismas radica en que las personas no han descubierto la imagen de Dios en ellas y persiguen una imagen ideal que se han fabricado. Sólo cuando reconozca que me encuentro en el nivel más bajo, puedo subir paso a paso[4].

Cuando la espiritualidad no está sana se parte de ideales externos, no se tiene en cuenta la estructura del alma humana, y entonces violenta el alma y el cuerpo. Cuando hay un espíritu sano, alimentado del evangelio, la vida parroquial e incluso los momentos duros de la vida diaria, el alma se ejercita y se fortalece con todo lo que Dios ha depositado dentro. Lo mejor de todo es que siempre es momento de crecer espiritualmente. Como a los trabajadores de la parábola, a unos los llama por la mañana, a otros nos ha llamado al medio día y habrá a quienes los llame al final del día. Dichosos si el dueño de la viña nos encuentra cuidando de nuestra alma, en oración.

La oración no es una huida piadosa del yo propio, sino, antes que nada, un entrar dentro de nosotros mismos. Un verdadero encuentro con Dios sólo puede producirse si le presento todo lo que hay en mí. Si me entrego a la oración exclusivamente con la razón, podré reflexionar sobre Dios, pero no me encontraré realmente con Él. Nuestra oración no tiene que ser devota, sino necesariamente sincera…desplegar ante Él toda nuestra vida. Dios quiere nuestro corazón, con todo lo que hay dentro de él –bueno y malo- para poder llenarlo con su amor. La oración ilumina todos los abismos de mi alma. La oración es siempre un camino para acceder a la verdad. Orar significa no detenernos solamente en nuestra realidad, sino presentársela a Dios ■




[1] Cfr. Mt. 20, 1 ss.
[2] San Gregorio Magno (ca. 540 en Roma-604), fue el primer monje en llegar al papado, y probablemente la figura definitoria de la posición medieval del papado como poder separado del Imperio romano. Hombre profundamente místico, la Iglesia romana adquirió gracias a él un gran prestigio en todo Occidente, y después de él los papas quisieron en general titularse como él hiciera: «siervo de los siervos de Dios» (servus servorum Dei).
[3] Hom. in Evang. I, XIX, 2: PL 76, 1155.
[4] Anselm Grün, Un largo y gozoso camino. Las claves de mi vida. Ed. Sal Terrae, 2004.

nEw-oLd-iDeaS

El mundo es amor. Pero a veces olvidamos que la palabra emerge antes que nada del silencio. Cuando no hay silencio, entonces, la Única Palabra que Dios pronuncia no se oye realmente como Amor. Sólo se oyen palabras. Las palabras no son amor, puesto que son muchas y el Amor es sólo Uno Amar y Vivir: El testamento espiritual de Thomas Merton. 

VISUAL THEOLOGY


La Virgen de los Navegantes o Virgen de los mareantes es una pintura del artista español Alejo Fernández, creada como tabla central de un retablo para la capilla de la Casa de Contratación en Sevilla. Es la pintura más temprana que se conoce cuyo tema es el descubrimiento de América. Algún tiempo antes de 1536, los oficiales de la Casa de Contratación encargaron la pintura como la tabla central del retablo que instalaron en la Sala de Audiencias, de manera que la habitación sirviera también como capilla. Los estudiosos datan esta pintura de 1531–36. En la Era de los descubrimientos, los católicos de toda Europa comenzaban a ver en la Virgen María un símbolo de maternidad y de todo lo que era bueno, amable y misericordioso. En la Virgen de los navegantes María está representada cubriendo con su manto a los españoles. Se alza sobre los mares, uniendo continentes, o sobre la bahía, para proteger a los barcos, su carga y la tripulación conforme se embarcan en la peligrosa travesía del Atlántico. Fernando II de Aragón y el emperador Carlos V (con la capa roja), están retratados junto a Cristóbal Colón, Américo Vespucio y uno de los Hermanos Pinzón, que se muestran arrodillados. Todos se elevan sobre nubes sobre el agua, debajo de los pies de la Virgen. Alrededor de la Virgen se reúnen figuras de indígenas americanos, convertidos al Catolicismo por los navegantes que se hicieron a la mar en su nombre. Es una de las primeras pinturas en la que aparecen indios. Posiblemente, la primera sean unos frescos del Vaticano pintados en 1494


Twenty-fifth Sunday in Ordinary Time (A)

It certainly seemed like the workers who spent the entire day in the vineyard had a point. It didn’t seem just for them to receive the same pay as those who worked a few hours. After all, they were out in the sun all day, while those other guys only worked in the late afternoon. But the owner of the vineyard also had a point. He had made an agreement with each group as he called them to work in his vineyard.  He did not violate his agreement with the first group by being so generous to the last group[1].

            Nor was the Lord being unfair to his closest followers when He said to the man dying on the cross next to Him (the one we call Dismis) This day you shall be with me in paradise. Dismis didn’t follow the Lord throughout Galilee and Judea. He didn’t leave his family and friends. He didn’t sleep outside when lodging couldn’t be found. Instead, Dismis was busy stealing from people. While Jesus’ first followers were striving to be good people, Dismis was refining his skills as a thief.  Was it fair that He should be rewarded with heaven when all he did was make a profession of faith moments before his death?  Yes, it was fair.  God’s gracious gift to Dismis did not replace the gifts he offered those who followed Him from the beginning of His ministry. He might have been just minutes away from his death, but it was not too late for Dismis.  It is never too late with the Lord.

            This Gospel reading really applies to each of us in two different ways. First of all, it tells us to respect the initial call the Lord gives us.  Some of us receive the first call to follow the Lord at our birth.  That is the great gift of parents who are determined that their infants and children share in the Life of Christ that is the heart of their family. Some are first called to the Lord at other times in their lives.  That call could be due to anything from a crisis situation where people realize they need God, to a simple inner longing for a happiness that the world cannot give.  The call itself is Grace. The Lord gives it to various people, in many ways at many times in their lives.

We are often shocked to learn that others who have behaved one way have now turned to the Lord. We might know of someone who had been antagonistic and sarcastic to all who went to Church. And now, there is that person in the pew in front of you, praying fervently, looking to be active in the Church he had mocked. We might see someone whom we know has been involved in some very shady dealings.  Maybe it is a person who has destroyed his or her family through infidelity. Maybe it is a person who flaunted morality, saying that using drugs was normal, or that getting drunk was expected, or that stealing was part of life, or that destroying the reputation of others was the way to advance in work, in school, etc. And now there is that person in Church. More than that, there is that person taking an active role in ministry, even leading a ministry. So we ask, “How can that person all of a sudden become so spiritual?” Well, the answer to that question is grace. At the same time that person will be the first one to decry his or her former lifestyle.  He knows what they had done was wrong, and he is the first to say that his former lifestyle was not acceptable.  He also thanks God that it was not too late for him to go into the fields and work for the Lord. We sing about this all the time.  We sing, “Amazing Grace,” don’t we?

            St. Augustine is usually pointed towards as the horrible sinner who turned to the Lord. He was immoral to the extreme, even getting a girl pregnant and dumping her. But he did respond to grace. It was not too late for him to work for the Lord. It is also important that we also remember that St. Augustine and others who answer the call of the Lord were and are ashamed of their past and wish they had not wasted so much of their lives. «Late, have I loved thee, O Beauty, ever Ancient, ever New. Late, have I loved thee» Augustine wrote[2]. I really don’t think that he just wrote this. I believe that he sobbed this. He knew how much time of his life he had wasted. He knew how many people he had hurt.  He knew how bad he had been. He knew how much good could he have accomplished, if only he had responded to God’s grace earlier. The grace was there for him, but he ignored it.  Still, he did eventually turn to God, and he did become one of the greatest leaders in the Church.

Now, what if the people of Augustine’s time decided that he had nothing to offer the Church, that he was a known sinner and should not be taken seriously?  What if they had decided that it was too late to take Augustine seriously? They would have missed profiting from his gifts.  What if we were to do the same thing? What if we were to exclude someone from the warmth of our community because of that person’s past? If we were to do that, we would miss that person’s gifts to our community, to our Church. And there is the second way the gospel parable applies to us.  Christ continually calls us to himself.  Salvation is a process, not a onetime event. All of us have had times in our lives that we have not been as committed to God as we should have been. Worse, there have been times in our lives that we have rejected Him. There have been times of sin.  But the Lord has not rejected us.  It is never too late for the Lord.  He continually goes into the marketplaces of our lives and calls us to come and work in His vineyard.

It is never too late to do the Lord’s work, never too late for those joining the faith, never too late for those returning to the faith, and never too late for you and me to strengthen our witness to Christ. So, is God unjust for rewarding those who have worked only a short time in the field? No. Is He unjust when He calls us to turn from sin, return to Him and get back to His work? No again. It is never too late for us. And thank God for that. So together let us give thanks to the Lord for his mercy and compassion, for the love that you continually he extends to each one of us ■



[1] 25th Sunday of Ordinary Time (A), September 21, 2014. Readings: Isaiah 55:6-9; Responsorial Psalm 145:2-3, 8-9, 17-18; Philippians 1:20c-24, 27a; Matthew 20:1-16a.
[2] St. Augustine, Confessions, Lib. 7, 10, 18; 10, 27: CSEL 33, 157-163, 255. 

Victoria! ¡Tú reinarás!
¡Oh Cruz, tú nos salvarás!
El Verbo en ti clavado
muriendo nos rescató,
de ti, madero santo
nos viene la redención.

Sobre esta tierra oscura
derrama tu claridad,
oh Cruz, fuente fecunda
de amor y de libertad.

Tu luz señala el rumbo
al pobre que descarrió;
tus brazos lo conduzcan
al puerto de salvación.

Tus brazos nos reúnan
en ronda de caridad,
con todos los hermanos
que buscan en ti la paz.

La gloria por los siglos
a Cristo libertador,
su cruz nos lleve al cielo,

la tierra de promisión

La Exltación de la Santa Cruz (2014)

La liturgia de éste domingo –el XXIII del tiempo Ordinario según el calendario- se detiene un momento y celebra la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz. Aun cuando la fiesta nos habla de la cruz, y la cruz tiene un sentido importantísimo en la vida del cristiano, es bueno y es sano tener presente también que si el Señor hubiera querido que le amásemos o creyésemos en Él sólo por su sufrimiento, sus treinta y tres años de vida hubieran sido muy diferentes a lo que nos cuentan los Evangelios.

Jesús tenía humor y provocaba sonrisas: nace en un establo y le colocan en un pesebre rodeado del cariño de sus padres, con una mula y un buey que le dan calor,  y podemos imaginar cómo sonríe a los pastores que le llevan regalos. Que sepamos, el Señor nunca se quejó de haber nacido allí, incluso debió de hacerle gracia cuando se lo contaron. Luego sabemos que se perdió en el Templo pero él no se asustó, se asustaron sus padres; una travesura, sin más. Luego viene su vida oculta: treinta años trabajando en algo que sin duda le debía gustar. Los evangelistas no nos cuentan que estuviera estresado o que su trabajo y su vida fuera un terrible esfuerzo, o que fuera infeliz. Con toda seguridad Jesús era feliz con lo que hacía. Era una persona buena y por lo tanto, feliz. Para darse a conocer realiza su primer milagro -un milagro propio de un hombre con un profundo sentido del humor- convierte el agua en vino, disfrutando con toda seguridad de aquel vino del que bebió una copa o dos. Jesucristo es Dios, sí, pero que al mismo tiempo es perfecto hombre.

A partir de aquel momento y durante tres años recorre aquellas tierras; habla, llama hipócritas a los que se rigen únicamente por la letra de la Ley, las normas al pie de la letra, pero no tienen corazón. Se pone al lado de los que sufren; rehúsa el poder temporal y político porque su reino no es de este mundo; nos enseña cómo ser libres siendo honestos; nos avisa que es una gran tontería acaparar tesoros en la tierra. Y nos regala las Bienaventuranzas, que son como el gesto de Dios que pasa su brazo por los hombros de sus hijos y los atrae hacia sí.

Durante aquellos años el Señor habla con palabras de vida eterna; y la gente se siente a gusto con él, tan a gusto que se les hacía de noche y no se querían ir a sus casas. Y el Señor gastaba bromas: andaba sobre las aguas, o sacaba peces y más peces y panes y más panes de entre las manos de sus apóstoles, como si fuera el mejor de los magos.

La vida de Jesús es, además de la cruz, su mensaje, su manera de vivir y de reír. La vida de Jesús fueron treinta y tres años. De esos treinta y tres, doce horas son su prendimiento, pasión y muerte.

Es bueno detenerse un momento a pensar que el Señor no está eternamente clavado en la Cruz. Lo estuvo, sí, pero ya no lo está más. De hecho nadie está eternamente muriendo y sufriendo. Y Jesucristo no fue una excepción: doce horas terribles, pero treinta y tres años felices, conviviendo con sus hermanos los hombres. Dios Padre no quiso ni a su propio Hijo –ni nos quiere a sus hijos- eternamente sufriendo.

Muchas veces me he preguntado: si Jesucristo no hubiera muerto en la Cruz, ¿su vida, sus palabras, sus enseñanzas, no habrían servido? Dicho en otras palabras: su mensaje de alegría, de paz, de querernos contentos y nobles, enseñándonos a luchar contra las injusticias y a descomplicarnos y a ver dónde está lo que es importante y lo que es accidental y no tiene importancia... su amor, el amor a Dios ¿ya no tendrían valor?

La Cruz es una parte de la vida del Señor, quizá la más importante, pero no la única que ha de iluminar la vida del cristiano. La vida del Señor es una unidad. Todos y cada uno de sus actos son redentores y llenan de luz nuestra vida y nuestra espiritualidad.

¿Cómo acercarnos entonces al misterio de la cruz del Señor? Quizá como lo sugería un padre oriental del siglo II: Encontraréis la verdad y frente a ella sentiréis asombro, después temor, y por fin amor.


Tal vez el asombro y el amor nos ayuden a algo. El asombro de que esto haya ocurrido en nuestra tierra, a nuestra raza. El amor de que se haya hecho hombre por nosotros. El temor de pasar junto a la vida y la cruz de Jesús sin descubrir que en cada momento –en su vida oculta y en el momento de la cruz- se jugó la aventura más alta de la historia y de ella cada uno nos beneficiamos abundantemente ■

nEw-olD-iDeaS

Oh maravillosa y nueva virtud! ¡Lo que no hiciste desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones! Y no solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes reclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca poder apartarte de nosotros. De manera, que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón San Juan de Ávila, La locura de la cruz.



VISUAL THEOLOGY

Hacia el año 326 la emperatriz Elena de Constantinopla (madre del emperador Constantino I el Grande) hizo demoler el templo de Venus que se encontraba en el monte Calvario, en Jerusalén, y excavar allí hasta que le llegaron noticias de que se había hallado la Vera Cruz. El viaje se había realizado con objeto de encontrar el Santo Sepulcro, que se hallaba perdido. Se inició la búsqueda debido al culto de la cruz, desde la muerte de Jesucristo. Según la Leyenda dorada de Santiago de la Vorágine, cuando la emperatriz —que entonces tenía ochenta años— llegó a Jerusalén, hizo interrogar a los judíos para que confesaran cuanto supieran del lugar en el que Cristo había sido crucificado. Después de conseguir esta información, la llevaron hasta el supuesto Monte de la calavera (el Gólgota), donde el emperador Adriano, 200 años antes, había mandado erigir un templo dedicado a la diosa Venus. Se cree que en realidad el Gólgota era una antigua cantera abandonada con un macizo rocoso, poco útil para la construcción, que quedó sin utilizar y constituyó posteriormente el patíbulo donde colocaban las cruces los romanos. Esta cantera estaba fuera de la muralla, pero cercana a ella. Elena ordenó derribar el templo y excavar en aquel lugar, en donde según la leyenda encontró tres cruces: la de Jesús y la de los dos ladrones. Como era imposible saber cuál de las tres cruces era la de Jesús, la leyenda cuenta que Elena hizo traer un hombre enfermo que sanó al estar en contacto con la cruz de Jesucristo, la Vera Cruz. La emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el lugar del hallazgo un fastuoso templo, la llamada Basílica del Santo Sepulcro, en la que guardaron la reliquia. 

Feast of the Exaltation of the Holy Cross (2014)

Today we celebrate the Feast of the Triumph of the Cross. This feast goes back to the seventh century when the Cross was recovered from the Persians and exposed for veneration in Jerusalem.  The Triumph of the Cross is the Triumph of Jesus Christ whose love for us and obedience to his Father climaxed with his death on the cross.  Moses lifted up the serpent on the cross in the desert.  People looked at this cross the prefigured Jesus’ cross and were healed.  In John’s Gospel we hear Jesus telling Nicodemus that he would be lifted up so that all who see him and believe in him would have eternal life.  For God so loved that world that he gave his only Son that whoever believes in him may not die but may have eternal life[1].

The cross is the symbol of the Christian. It is our sign of our personal relationship with our Savior.  He died not just for people in general but for me and for you.  He calls us to join him on his cross not just as a people but as individuals.  The ideal that he realized is the goal of our lives, to make real the only true love there is: sacrificial love.

Some people treat the cross as a trinket. Other people treat the cross in a superstitious manner. Some people will give a cross powers that belong to God.  These people have seen too many cheap horror movies and act as though a cross can defeat evil spirits. It is not the object that conquers evil; it is the power of Christ whose presence the object reminds us of that conquers evil.

The deeper meaning of the Cross is presented in today’s second reading from the Letter of Paul to the Philippians.  Jesus emptied himself completely, not just becoming a human being but accepting the worst public death of the society he was in to demonstrate the extent of the love of God for us. He died making a willing statement of love, filling the world with the love he had for his Father and his Father has for him.  We are saved from the horrors of evil, from meaningless lives due to the love of the Lord.  Because Jesus died on a cross for us we are able to proclaim to the world: Jesus is Lord.  His love made this possible.  When we wear a cross we are saying: Jesus is Lord of our lives.

This is the ideal set before us: as followers of Jesus, as people with a personal relationship with the Lord who loves each of us, we have to be willing to sacrifice everything we have to fill the world with the Father’s love.  Our daily turmoil, our problems, our pains all take on an infinite value when we trust them to Jesus, when we unite them to his cross, to our cross.

How much does God love the world; so much that he gave his only son to the world so that when he would be lifted high on a cross all might be saved through him. Praise be Jesus Christ in whose cross we find meaning in this life and eternity in the next ■



[1] Exaltation of the Holy Cross, September 14, 2014. Readings: Numbers 21:4b-9; Responsorial Psalm 78:1bc-2, 34-35, 36-37, 38; Philippians 2:6-11; John 3:13-17. 

Reunidos en el nombre del Señor
que nos ha congregado ante su altar
celebremos el misterio de la fe
bajo el signo del amor y la unidad,
celebremos el misterio de la fe
bajo el signo del amor y la unidad.

Tu, Señor, das sentido a nuestra vida,
tu Presencia nos ayuda a caminar,
tu Palabra es fuente de agua viva
que nosotros a tu mesa venimos a buscar.

Purifica con tu gracia nuestras manos,
ilumina nuestra mente con tu luz,
que la fe se fortalezca en tu Palabra
y tu Cuerpo tomado en alimento nos traiga la salud 

■ F. Palazón

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Un par de enamorados adolescentes pueden pensar que no habrá nunca discusión que empañe su amor; un político puede llegar a creer que unirá voluntades sin posibilidad de grietas en su partido; o un entrenador puede estar convencido de sus habilidades para mantener la unidad del equipo... pero la realidad es que la vida es conflicto, que hay siempre intereses encontrados, proyectos y esperanzas de uno que chocan con las del otro.

Ni el Señor ni los evangelios han visto la Iglesia como un lugar libre de conflictos o de ofensas personales. Ni la comunidad de clausura, ni el grupo apostólico, ni el equipo sacerdotal, ni la parroquia, ni la diócesis, ni grupo alguno se verá libre de diferencias y roces. El otro –pensamos con frecuencia- con su modo distinto de ser, pensar o actuar, viene de algún modo a destruir mi yo, y se convierte de algún modo en mi enemigo, ¡la vida misma!

Y este miedo al conflicto dificulta fuertemente en la Iglesia la corrección fraterna de la que nos habla hoy el evangelio. Disfrazado de prudencia o de culto a la unidad, lo que realmente existe es miedo al conflicto, y esto por una sencilla razón: por falta de ejercicio y deseo de reconciliación. Así, tal cual. Todo miedo es paralizante y esterilizador; y en este caso, al tener miedo a la conversación y luego al perdón, se paraliza la salvación del hermano, y poco a poco se va perdiendo la comunión. Común unión. Comunión.

Es buen y es sano que la Iglesia no aparezca libre de tensiones de grupo y de ofensas personales. ¿Cómo no vamos a rozarnos o a tener conflictos si somos seres humanos? El primer favor que Dios nos hace con nuestros pecados de división, es curarnos de ese orgullo estéril e inútil e invitarnos a tener un corazón misericordioso con los que sufren el mismo mal. El segundo favor es abrirnos los ojos a la alegre noticia del perdón de los pecados. Lo triste sería una Iglesia sin respuesta para sus propios conflictos y, por consiguiente, sin un mensaje de perdón y alegría para anunciarlo al mundo.

Uno de los mejores regalos que hemos recibido de Dios es el perdón, el poder descubrir ¡todos los días! que el perdón de los pecados es algo real. La reconciliación, el amor al enemigo, la otra mejilla[1], el Padre perdónalos porque no saben lo que hacen[2], ésta es la realidad de la Iglesia. Invento divino, porque desde Dios viene y de su omnipotencia mana.

Lo que nos dice hoy san Mateo en el evangelio es quizá un reflejo de la práctica que tenían ya las comunidades primitivas, y lo que importa, además del examen de conciencia silencioso y personal, es actualizarlo en las comunidades de hoy: la corrección y el perdón, el valor del Sacramento de la Reconciliación que nos ayuda a comprender dónde está el secreto de que la comunidad permanezca unida a pesar de los conflictos. En menos palabras: no es el tono humano -¡ay frase desafortunada!- lo que nos mantiene unidos y en comunidad, sino el Don que viene de lo alto: el Amor hecho Perdón[3]





[1] Cfr. Lc 6, 29.
[2] Id 23,24.
[3] M. Flamarique Valerdi, Escrutad las Escrituras. Reflexiones sobre el Ciclo A, Desclée de Brouwer, Bilbao 1989, p. 143.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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