Oh maravillosa y nueva virtud! ¡Lo que no hiciste desde el cielo
servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones! Y no
solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente
a amor; la cabeza tienes reclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la
cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para
abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto,
para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para
nunca poder apartarte de nosotros. De manera, que mirándote, Señor, todo me
convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y,
sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi
corazón ■ San
Juan de Ávila, La locura de la cruz.
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