La fiesta universal juntos cantemos,
unidos en un coro cielo y tierra:
el triunfo de Jesús, de cuya frente
la santidad de Dios desborda y llena.

La Iglesia peregrina mira al cielo,
y ve la inmensa gloria que le espera:
la patria jubilosa de salvados
que el Padre ha reservado como herencia.

Cantad, hermanos míos celestiales,
la gloria de Dios trino, gracia vuestra;
volved vuestra mirada a nuestra ruta,
en tanto que miramos a la meta.

Allí mora la Reina de los ángeles,
la Virgen preservada, la primera,
los mártires, testigos fieles en la arena,
las vírgenes y esposos sin afrenta.

Miríadas un día conocidas
por solo Dios, que mira y nos alienta,
ahora, en comunión de amor perfecto,
sois luz de Dios y hermosa transparencia.

La paz y el gozo inundan las mansiones
de aquel feliz convite que congrega
a hijos y a dispersos que guardaron
su santa Ley que todo lo renueva.

Ciudad de Dios, festín de eterna Pascua,
el corazón del Padre es puerta abierta,
y amores son los cantos entonados,
cantares que el Espíritu despierta.

 ¡Oh santa y adorable Trinidad,
mi Dios, mi Creador, mi dulce espera,
tú eres nuestro origen amoroso:
que seas hoy y siempre nuestra fiesta! Amén

P. Rufino Mª Grández, ofmcap

Puebla de los Ángeles, 29 octubre 20

Solemnidad de Todos los Santos (1.XI.2013)

Impresionante resulta la frase del Apocalipsis que escuchamos año con año en la liturgia de éste día: Y vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas...[1] ¡Son los santos! Santos desconocidos en su mayoría. Santos de todas las regiones, de todos los países, de todas las épocas. Santos negros y blancos, cultos e ignorantes... El mundo de los santos ¿Qué es lo que une a gente tan distinta? Realmente, ¿es posible que gente tan distinta tenga algo en común, algo que permita darles a todos el mismo nombre, el nombre de santos?

La fiesta de Todos los Santos nos invita a celebrar dos hechos. El primero es que, verdaderamente, la fuerza del Espíritu de Jesús actúa en todas partes, es una semilla capaz de arraigar en todas partes, que no necesita especiales condiciones de raza, o de cultura, o de clase social. Por eso esta fiesta es una fiesta gozosa, fundamentalmente gozosa: el Espíritu de Jesús ha dado, y da, y dará fruto, y lo dará en todas partes.

El segundo hecho que celebramos es que todos esos hombres y mujeres de todo tiempo y lugar tienen algo en común, algo que les une. Todos ellos han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero[2]. Todos ellos han sido pobres, hambrientos y sedientos de justicia, limpios de corazón, trabajadores de la paz. Y eso les une.

Hoy no celebramos una fiesta superficial, hoy no celebramos que "en el fondo, todo el mundo es bueno y todo terminará bien", sino que celebramos la victoria dolorosamente alcanzada por tantos hombres y mujeres en el seguimiento del Evangelio (conociéndolo explícitamente o sin conocerlo).

Hay algo que une al santo desconocido de las selvas amazónicas con el mártir de las persecuciones de Nerón y con cualquier otro santo de cualquier otro lugar: los une la búsqueda y la lucha por una vida más fiel, más entregada, más dedicada al servicio de los hermanos y del mundo nuevo que quiere Dios.

Celebramos, por tanto, esos dos hechos: que con Dios viven ya hombres y mujeres de todo tiempo y lugar, y que esos hombres y mujeres han luchado esforzadamente en el camino del amor, que es el camino de Dios. Y podemos añadir también un tercer aspecto: San Agustín, en la homilía que la Liturgia de las Horas ofrece para el día de San Lorenzo, lo explica así: «Los santos mártires han imitado a Cristo hasta el derramamiento de su sangre, hasta la semejanza de su pasión. Lo han imitado los mártires, pero no sólo ellos. El puente no se ha derrumbado después de haber pasado ellos; la fuente no se ha secado después de haber bebido ellos». El obispo de Hipona se dirigía a unos cristianos que creían que quizá sólo los mártires, los que en las persecuciones habían derramado la sangre por la fe, compartirían la gloria del Señor. Y a veces pensamos también nosotros lo mismo: que la santidad es una heroicidad propia sólo de algunos. Y no es así. La santidad, el seguimiento fiel y esforzado del Señor es también para nosotros: para todos nosotros y para cada uno de nosotros. Es algo exigente, sin duda; es algo para gente entregada, que tome las cosas en serio, no para gente superficial y que se limita a ver la vida pasar, sentados en su salita monísima.

Somos nosotros, cada uno de nosotros, los llamados a esa santidad, a ese seguimiento. Otra vez San Agustín: «Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desesperar de su vocación (...); entendamos, pues, de qué modo el cristiano ha de seguir a Cristo, además del derramamiento de sangre, además del martirio».

Hoy, en la fiesta de Todos los Santos, se nos invita a celebrar que también nosotros podemos entender y descubrir nuestra manera de seguir al Señor[3]



[1] Cfr. Apoc 7, 2-4. 9-14.
[2] Ídem.
[3] J. Lligadas, Misa Dominical 1989, n. 21.

neW-olD-iDeaS



PREFACIO DE DIFUNTOS I
LA ESPERANZA DE LA RESURRECCIÓN EN CRISTO

V. El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.

V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno,
por Cristo, Señor nuestro.

En él brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección;
y así, a quienes la certeza de morir nos entristece,
nos consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque para los que creemos en ti,
la vida no termina, sino que se transforma,
y al deshacerse esta morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo.

Por eso, con los ángeles y arcángeles,
y con todos los coros celestiales
cantamos un himno a tu gloria,
diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor
Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene en nombre del Señor.

Hosanna en el cielo 

Conemoración de los fieles difuntos (2.XI.2013)

Ayer recordábamos a todos los Santos, los que ya gozan del Señor, hoy recordamos a los que se purifican en el Purgatorio antes de su entrada en la gloria. El Purgatorio es, digamos, ese lugar temporal de los que murieron en gracia y deben purificarse, o como dice el padre Fáber, “el noviciado de la visión de Dios”; el lugar donde se pulen las piedras de la Jerusalén celestial. Es el lazareto en que el pasajero contaminado se detiene ante el puerto, para poder curarse y entrar en la patria.

Sin embargo en el Purgatorio hay alegría. Y hay alegría, porque hay esperanza; en él sólo están los salvados. Santa Francisca Romana tuvo un día una visión de este lugar y dijo: "esta es la mansión de la esperanza".

Es una esperanza con dolor: el fuego purificador. Pero es un dolor aminorado por la esperanza. La ausencia del amado es un cruel martirio, pues el anhelo de todo amante es la visión, la presencia y la posesión.

Si las almas santas ya sufrieron esta ausencia en la tierra. –que muero porque no muero, clamaba Sta. Teresa de Jesús- mucho mayor será el hambre y sed y fiebre de Dios que sientan las almas ya liberadas de las ataduras corporales.

Las almas del Purgatorio ya no pueden hacer nada por sí mismas merecer, pero Dios nos ha concedido a nosotros el poder maravilloso de aliviar sus penas, de acelerar su entrada en el Paraíso. Así se realiza ésa enseñanza de la iglesia tan consoladora: la Comunión de los Santos, esa relación de interdependencia de todos los fieles de Cristo, los que estamos aún en la tierra, los que ya gozan del cielo y aquellos que están en el Purgatorio.

Con nuestras buenas obras y oraciones –nuestros pequeños méritos- podemos aplicar a los difuntos los méritos infinitos de Cristo.

Ya en el Antiguo Testamento, en el segundo libro de los Macabeos, vemos a Judas enviando una colecta a Jerusalén para ofrecerla como expiación por los muertos en la batalla: es una idea piadosa y santa rezar por los muertos para que sean liberados del pecado[1].
Los paganos deshojaban rosas y tejían guirnaldas en honor de los difuntos. Nosotros, cristianos, vamos más allá. Un cristiano –dice San Ambrosio- tiene mejores presentes. Cubrid de rosas, si queréis, los mausoleos pero envolvedlos, sobre todo, en aromas de oraciones. De este modo, la muerte cristiana, unida a la de Cristo, tiene un aspecto pascual: es el tránsito de la vida terrena a la vida eterna ■



[1] Cfr Mac12, 43-46.
Hacia el templo caminaban un buen día
Dos hombres de distintas condiciones:
Uno altivo, amador de exaltaciones
Su justicia ante Dios mostrar quería.
El otro su maldad reconocía;
Se acercaba arrepentido y humillado;
Le angustiaba el peso del pecado
Reflejando en su rostro la agonía.

Cuando hubieron llegado, el fariseo
Oraba así: "¡Oh, Dios! gracias te doy
Porque sabes que un hombre justo soy
Que diezmo siempre de lo que poseo.
Y me parece según lo que yo creo
Que soy muchísimo mejor que los demás:
Fielmente ayuno y también, como sabrás,
No soy como este publicano que aquí veo".

Más, en cambio el publicano no quería
Ni aún alzar sus ojos hacia el cielo;
Sollozaba mostrando desconsuelo
Con profundo dolor su pecho hería
Y entre tanto a Dios así decía:
"Sé propicio a mí, tan pecador;
reconozco mi bajeza, Buen Señor...
dale paz y consuelo al alma mía."

El Señor, que ambas plegarias escuchaba,
Prestamente al publicano perdonó;
Ya que este arrepentido se humilló,
No así al otro que orgulloso se ensalzaba.
Cristo aquí una enseñanza nos mostraba:
Vale más la humildad que la arrogancia.
Dios no quiso soberbias ni jactancias,
Pero presto aceptó al que se humillaba.

Cuando vienes ante Dios en oración,
¿Cómo vienes? ¿con orgullo o humildad?
¿menosprecias a tu hermano o en verdad
bien le tratas sin que hagas acepción?
Reconoce en este ejemplo la lección:
¿Tú qué eres? ¿fariseo o publicano?
Y analiza esta pregunta buen hermano:

¿Qué prefieres: alabanzas o perdón?

XXX Domingo del Tiempo Ordinario (C) 27.X.2013

El de éste domingo es uno de ésos evangelios-examen para la vida cristiana. El Señor dice ésta parábola a propósito de los que se creían buenos; de aquellos que estaban seguros de sí mismos (de lo que pensaban y de lo que hacían) y que despreciaban a los demás.

El fariseo de entonces y de todos los tiempos tiene cierta base; “en la medida en que cumpla la ley de Dios –piensa- en esa medida Dios me premiará y me salvará”. Así, la salvación para él no depende tanto de Dios cuanto de sí mismo, de su propia fidelidad, de su propia vida. Esto hace que la ley sea fuente de derechos ante Dios. Para él las obras buenas hacen al hombre bueno y merecedor, por derecho propio, de la propia salvación.

Este fariseísmo está hoy presente en nuestro mundo cristiano tanto a nivel individual (grave) como a nivel comunitario (infinitamente peor).

A nivel individual debemos confesar que hemos educado y hemos sido educados en el fariseísmo. Tenemos la ley como norma fundamental de la vida, y así nos hemos vuelto cristianos cuya preocupación principal es el cumplimiento de lo mandado. Cristianos que, porque hemos cumplido a la perfección la letra del precepto, ya estamos tranquilos y nos sentimos ¡ay! con derechos ante Dios. Cristianos que pensamos que nuestras obras buenas son como ingresos en una caja de ahorros celestial que podremos exhibir ante Dios para reclamar capital e intereses. Cristianos que, juzgando como pecadores a quienes no cumplen las leyes con la minuciosidad con que nosotros lo hacemos, nos creemos mejores y ¡Ay! hasta agradecemos a Dios el ser tan buenos, con tanto  tono humano y con tan buena formación.

A nivel comunidad hay también un gran fariseísmo en ésta Iglesia nuestra: grupos, de carácter conservador o de carácter progresista, que se creen, como grupo, los buenos, los cumplidores, los fieles (unos al Derecho Canónico, otros a un espíritu de Jesús de Nazaret que difícilmente se compagina con sus juicios y actitudes), grupos que, menospreciando a los otros (en el sentido literal de la palabras "menos-preciar") los juzgan equivocados, dignos de conmiseración y sin sitio apenas en la comunidad de hermanos. ¡Ah!, eso sí: unos y otros piden por la conversión de quienes no piensan como ellos. ¡Fariseos, siglo XX!

¿Dónde radica el mal del fariseísmo? En nuestra propia visión de Dios, a quien vemos como un comerciante que vende cielo a cambio de obras; en nuestra visión de Jesús y de su salvación, a la que no vemos como una novedad gratuita, como justificación por amor sin pedir nada a cambio, sino solo fe. Hermano mío, hermana mía ¡no hemos entendido nada de la Redención! No comprendemos que Dios se complace más en un pecador que ama, confía y se arrepiente (aunque en absoluto pueda ofrecer obras buenas), que en un justo con muchos méritos, abundantes obras y confianza en sí mismo.

El Señor nos invita hoy, a los que tenemos alma farisea, a que tengamos alma de publicano, a que tengamos real conciencia de la pobreza de nuestros méritos y de la incapacidad de presentar ante Él nada a cambio del perdón y de la justificación. Tan apartados del Señor vivimos quienes olvidamos esto, como aquellos que creen que la salvación depende de sus obras y le pasan factura.

Todos tenemos en nuestra vida actitudes farisaicas que nos lleva a creernos buenos, mejores que otros a quienes quizá compadecemos y hasta amamos, pero desde nuestra situación de mejores, de bien formados, de aristócratas del amor y de la santidad. Todos, en alguna ocasión, hemos pensado en lo que Dios nos dará "como justa paga por nuestros méritos".


Hoy es un buen día para guardar silencio, y en silencio examinar sinceramente nuestra oración y descubriendo la autenticidad de nuestra fe y de nuestra actitud frente a la redención que el Señor nos viene a regalar ■

nEw-oLD-iDEaS

El fanatismo nunca es realmente espiritual porque no es libre. No es libre porque no es inteligente. No puede discernir entre el bien y el mal, la verdad y la falsedad, porque está cegado por el prejuicio. Fe y prejuicio tienen la necesidad común de descansar en una autoridad, y por ello a veces pueden ser confundidos por quienes no comprenden su verdadera naturaleza. Pero la fe descansa en la autoridad del amor, mientras que el prejuicio descansa en la pseudoautoridad del odio. Cualquiera que haya leído el Evangelio se da cuenta de que para ser cristiano hay que abandonar todo fanatismo, porque el cristianismo es amor. Amor y fanatismo son incompatibles. El fanatismo hace buenas migas con la agresión. Es destructivo, vengativo y estéril. El fanatismo es tanto más virulento cuanto que surge de la incapacidad de amar, de la incapacidad para un recíproco entendimiento humano. El fanatismo se niega a considerar al otro como persona. Lo mira solamente como cosa. O es "miembro" o no lo es. Pertenece a la misma pandilla o está fuera.... Eso fue lo que sucedió en la crucifixión de Cristo. Cristo, el Hijo encarnado de Dios, vino como persona, buscando la comprensión, la aceptación y el amor de personas libres. Se encontró frente a un compacto grupo fanático que no quiso saber nada de su persona. Temían su unicidad perturbadora ■T. Merton, Cristianismo y totalitarismo. 

VISUAL THEOLOGY

The Roman Gradual (Latin Graduale Romanum) is an official liturgical book of the Roman Rite containing chants, including the Gradual but many more as well, for use at Mass. The latest edition, that of 1974, takes account of the 1970 revision of the Roman Missal. In 1979, the Graduale Triplex: The Roman Gradual With the Addition of Neums from Ancient Manuscripts in English) was published. It adds reproductions of the neumes from ancient manuscripts placed above and below the later notation. The Roman Gradual includes the Introit (entrance chant: antiphon with verses), the gradual psalm (now usually replaced by the responsorial psalm), the sequence (now for only two obligatory days in the year), the Gospel acclamation, the offertory chant, and the Communion antiphon. It also includes chants that are also published as the Kyriale, a collection of chants for the Order of Mass: Asperges chant, Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Agnus Dei. There have been and are other Graduals, apart from the Roman Gradual. For instance, the Dominican Order had its own rite of Mass and its own Gradual: "Graduale juxta ritum sacri ordinis praedicatorum" (Gradual according to the rite of the Sacred Order of Preachers) ■

Thirtieth Sunday in Ordinary Time (C) 10.27.2013

Paul the intense and dynamic fighter for the Lord, was left alone. He had returned to Jerusalem to consult with the twelve original apostles. He had gone to the Temple to pray. Then those who were fighting against this new Jewish sect now called Christians saw Paul and told the crowd that this is the man who is preaching blasphemy. They began beating him. Paul was rescued by the Romans. They had to carry him over the crowd to keep him alive. Paul was then brought before Claudius Lysias, the Roman Tribune. Ananias the high priest came to demand Paul's death. Forty of the Jews vowed to neither eat nor drink until Paul was put to death. And Paul was left all alone[1].

This is what Paul is speaking of in today's second reading from the Second Letter to Timothy. Alone and helpless Paul cried out for help and was heard. And the tax collector in the parable in today’s Gospel suffered from the loneliness caused by his sins. That is what sin does, you know. It causes us to be alone in the mud of our lives, like the Prodigal Son, alone in the slop of the pigsty. But back to the tax collector. He worked for Rome, collecting money from his own people. He was a thief, demanding from the Jews more than the Romans would demand he return to them. He used the Roman guards as his means of enforcing his arbitrary decisions.  The tax collector had many things. He was rich. But he was alone. He had no friends other than other tax collectors, people as despicable as he was. His own countrymen hated him. His family was embarrassed by his wealth and probably wanted nothing to do with him. He hated himself. Surely God must hate him. So he slipped into the Temple and sincerely sought God's forgiveness. And God heard the cries of this abandoned one.

Now the Pharisee comes to the Temple, not to cry out for help, but to remind God of his goodness. He fasts. He pays tithes. He reminds God that he is not like so many others who are grasping and crooked and adulterous. The Pharisee has no sense of dependence on God. He is so full of himself that he doesn't recognize his own emptiness. He does not have enough sense to ask God to help him be a better person. He thinks he has everything. He leaves the Temple with nothing.

And so we come to Church today seeking God’s Presence to fill our emptiness. We recognize how our sins have left us isolated in our worlds. We have lost close friends because we have not been able to control our tongues. We have destroyed relationships when we have allowed fantasy to be confused with reality. We have not loved as we could love because we have tried loving ourselves instead of others. As a result there are times that we don't even like ourselves, let alone love ourselves. So we come before the Lord, alone, abandoned by some whom we love, perhaps abandoned by our own self esteem.  And we ask the Lord to hear our cries.

Or perhaps we have done our best to serve God, to live as committed Catholics and, as a result, we have lost friends. We stay away from the parties and people who would destroy our essence, our spiritual life. This has cost us. We are laughed at, scorned, avoided and excluded by the so-called in crowd, the popular kids at school, at work or in the neighborhood. We come to Church today, and we ask the Lord to hear our cries.

And He does hear us. And He responds with the greatest gift there is. He calls to us on the cross and asks, "Do you think that you are the first person to feel abandoned?" He responds with His Presence. He tells us to believe that He is with us, Emmanuel, God with his people.  He fills up our emptiness. He helps us to love others by helping us see His presence in them. He helps us to love ourselves by helping us see the capacity we have to reflect His Image to the world. He gives our lives meaning.

We are not alone. We have the Lord, and He has us. He is with each of us as individuals, and all of us as His family. Yes, we know the abandonment that our sins have caused, but we are filled with the Divine Presence among us and within us. We are hungry, and here we are fed.

 Our prayer today is the Pilgrim's prayer, the Jesus prayer, "Lord Jesus, have mercy on me a sinner. Lord Jesus, Have mercy on me a sinner. Lord Jesus, have mercy on me a sinner." And throughout the pilgrimage of our lives, we cry out, "I am not worthy to be in your presence Lord, but I need you too much to leave." The prayer of the lowly pierces the clouds; it does not rest till it reaches its goal ■



[1] Sunday 27th October, 2013, 30th Sunday in Ordinary Time. Readings: Ecclesiasticus 35:12-14, 16-19. The Lord hears the cry of the poor. Ps 32(33):2-3, 17-19, 23. 2 Timothy 4:6-8, 16-18. Luke 18:9-14.

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (C) 20.X.2013

Podemos imaginar un padre y a un hijo sin hablar nunca entre sí? ¿Y a unos enamorados que no hablasen o lo hiciesen sólo de vez en cuando? ¿Y los amigos sumidos en un mutismo constante? Especímenes rarísimos, sin duda…

Uno de los dones que más apreciamos –porque nos permite relacionarnos- es el de la palabra. A través de la palabra podemos decir al otro nuestro amor (u odio), respeto (o desdén), confianza o inquietud, su admiración e incluso mostrar desprecio… Es inimaginable un hombre que no hable con aquél que, de un modo u otro, ama. Y sin embargo, en el cristianismo tenemos que esforzarnos por convencernos de la necesidad de la oración cuando la oración es sólo y únicamente hablar con Dios, con ese Dios al que decimos amar y seguir.

Orar para nosotros debería ser tan natural como lo es hablar; debería ser natural la necesidad de ponernos en contacto con Dios para decirle que le amamos y que le necesitamos. Ciertamente debemos hacer un esfuerzo para hablar con Dios al no encontrar, inmediatamente, la relación directa que encuentra aquí con "el otro" a quien nos dirigimos. Pero no es menos cierto que si tenemos una fe viva crecerá la necesidad de acudir al Señor, aún cuando se tenga la impresión de ser un monólogo sin respuesta…Detengámonos un momento en ésta idea el día de hoy.

El Señor insiste en el evangelio en la necesidad de orar. En momentos especialmente dolorosos y peligrosos para El y los suyos les hablará de su posible deserción advirtiéndoles que oren para no caer en la tentación[1], ¡Y es tan fácil caer en ella! En la tentación diaria de la indiferencia, de la vida fácil, del no comprometerse, del sentarse a ver la vida pasar…

El Señor nos llama a que oremos por encima de cualquier sensación de fracaso, con la insistencia que acometemos lo que de verdad nos interesa.

No me atrevería a afirmar que hoy hay una crisis de oración, sólo pensaría que estamos tan llenos de ruidos, de prisa, de orgullo, de competitividad, de grandes logros y de no menos grandes y ruidosos fracasos, que nos hemos olvidado de que ahí, cerca de nosotros y aun en la intimidad de nuestro corazón Dios está esperando a que le dediquemos unos minutos, un poco de tiempo para decirle, con sencillez,  lo que pensamos, tememos, deseamos padecemos y gozamos. Y es que la oración, la conversación con el Señor es justamente eso: tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama[2]



[1] Cfr. Mt 26, 41; Mc 14, 38; Lc 22, 40-46.
[2] Santa Teresa de Jesús, libro de la Vida, 8, 2

nEw-old-idEaS

A pesar de cualquier distancia, el espíritu salta por encima de todo límite y nos lleva adonde nuestro corazón prefiere. Redescubrir el desierto y la oración profunda comporta trascender, a cada paso, las fronteras que se levantan y que parece que obligan a no volar... Volviendo al corazón descubrimos esa "apertura" escondida que no se deja conquistar al primer intento. El cielo está abierto y no lo advertimos... Es hora de descender al corazón para conquistar esas alturas insospechadas que tanto ansía el alma... Es la ocasión, como siempre aquí y ahora Ermitaño urbano

VISUAL THEOLOGY


Anonymous (Germany), Saint Luke the Evangelist ■ St. Luke is seated at a lectern writing his Gospel, with his symbol, a winged ox, emerging from a cloud above. The abstract, linear quality of the drapery, with its zigzag folds, is characteristic of 11th-century style. This book-cover plaque originally would have been seen with plaques of the other three Evangelists, serving as "author portraits" for the Gospel texts. It may have been made in the same workshop as the ivories on the cover of the Mondsee Gospels ■

Twenty-ninth Sunday in Ordinary Time (C) 10.20.2013

The opening reading and the Gospel reading for this Sunday present the theme of persevering in prayer. The first is a scene full of adventure. The Gospel reading is humorous[1]. The message is the same. Years ago, Frank Sinatra sang a song called High Hopes, just remember the lyrics:

Just what makes that little old ant
Think he'll move that rubber tree plant
Anyone knows an ant, can't
Move a rubber tree plant
But he's got high hopes, he's got high hopes
He's got high apple pie, in the sky hopes
So any time your gettin' low
'stead of lettin' go
Just remember that ant
Oops there goes another rubber tree plant.

Jesus told his disciples, pray always without becoming weary[2]. The widow kept pestering the wicked judge until he gave her a just decision. We might sing, “Oops, there goes another wicked judge.” Moses kept his arms raised in prayer until the Israelites won. “Oops, there goes some more Amalekites.”

Perseverance works! All of life experience tells us, stick-to- it, set the goal and keep at it. Keep trying, don't give up. Robert Frost published his first poem at age 16, in his high school newspaper. But, he wrote poems for another 23 years before he sold a single poem. Albert Einstein once said, "I think and think for months and years. Ninety-nine times, my conclusions are false. The hundredth time I am right." .

Jesus told his disciples "pray always without becoming weary." By pestering the judge, the widow got what she wanted. The Israelites defeated Amalek as long as Moses prayed. All of life experience tells us, stick-to-it, set the goal and keep at it.

But, why do we pray? Why do we pester God with persistent prayer? God knows our needs. We do not have to tell God what we need! We do not have to keep badgering God until God meets our needs. God knows our needs and is eager to meet them. So, why pray?

The most obvious reason we pray is that Jesus told us to pray. Luke's Gospel records the words of Christ, Ask, and it will be given to you. Jesus tells us in John's Gospel, If you ask for anything in my name, I will do it. In today's gospel Christ encourages us to pray. We tell God our needs in prayer because Jesus told us to.

The good news is that when we pray, something happens. We change. The widow got justice, the Israelites won. For us, we keep praying, and we become people who pray. We pray to focus in on God. Prayer forces us from self-reliance to dependence on God. When we're close to God by prayer, we live a God-centered life.

Jesus says the most important thing about prayer is to pray without becoming weary. So we keep raising our arms to God in prayer. We keep pestering God in prayer. And we are not surprised when we move another rubber tree plant ■



[1] Sunday 20th October, 2013, 29th Sunday in Ordinary Time. Readings: Exodus 17:8-13. Our help is from the Lord, who made heaven and earth. Ps 120(121). 2 Timothy 3:14 – 4:2. Luke 18:1-8.
[2] Luke 18:1
Gracias, porque al fin del día
podemos agradecerte
los méritos de tu muerte,
y el pan de la Eucaristía,
la plenitud de alegría
de haber vivido tu alianza,
la fe, el amor, la esperanza
y esta bondad de tu empeño
de convertir nuestro sueño
en una humilde alabanza.

Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos.
Amén  
de la Liturgia de las Horas

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario 16.X.2013

Los dos hombres que se encuentran con Dios –el sirio de la primera lectura y el leproso del evangelio- eran extranjeros, ninguno de los dos pertenecía al pueblo elegido, ninguno estaba, digámoslo así, en las mejores condiciones, sin embargo, ambos supieron ver más allá de su propia miseria para llegar al hecho –aun más sorprendente que su curación- de que habían descubierto al Dios que salva, al Dios que cura.

Encontrarse con Dios: este es nuestro gran reto durante nuestro paso por la tierra. Nos guste o no, es así. Podemos vivir toda una vida llamándonos cristianos y no haber descubierto de verdad a Dios, ni siquiera haberlo intentado.

Nadie puedo exigir para sí, en exclusiva, la salvación de Dios. Pero nueve de aquellos diez leprosos sí creían que Dios les debía aquel favor. Por eso son incapaces de volver agradecidos. Uno sólo, el extranjero –el samaritano, el rechazado de los judíos, el de inferior categoría, el indeseable-, es capaz de descubrir que el Señor ha obrado en él y actuar en consecuencia: retornar agradecido hasta Jesús. Con una vuelta que no es física o geográfica, es algo mucho más profundo, más radical, mucho más personal. Nosotros estamos llamados a hacer lo mismo: a volver constantemente a Jesús y darle las gracias. Volver agradecidos a Jesús es reconocer que la propia vida, en su totalidad, ha dado un giro porque en ella se ha producido ese encuentro.

Volver agradecido a Jesús es también optar por Él y por su causa. Quien ha reconocido a Jesús como el Señor, como el Salvador, ya no puede construir su vida sin contar con Él. Más aún: no puede construir su vida sin darle a Él el papel principal, el papel protagonista. No puede construir su vida sin contar con Él como la clave de interpretación de toda la existencia.

Vivir la experiencia del leproso –es decir, del pecador, del angustiado, del que no tiene esperanza, o del pobre; vivir la experiencia de nuestro ser incompleto, deficiente y necesitado de plenitud- ¡eso es entrar por el camino de la salvación! Es reconocernos tal cual somos, en nuestra real -y pobre- realidad; saber que necesitamos de un salvador y descubrirlo en Jesús. Esta  es la experiencia más profunda que el hombre es capaz y por lo mismo la más auténticamente humana que podemos tener.

Sin esta actitud, sin este sentimiento no comprenderemos nunca el sentido de la Misa, y por eso se vuelve larga y aburrida; por eso andamos de San Rapidito en San Rapidito, buscando siempre la parroquia donde sea todo más rápido.

La parte central de la Misa, lo que llamamos la «plegaria eucarística», es fundamentalmente un decir «gracias» al Padre: gracias por su amor que nos ha manifestado en Jesús, gracias por su Espíritu Santo que nos da para que también nosotros vivamos de y en el amor.

De la Misa –y con frecuencia lo olvidamos- lo más importante no es escuchar o pedir esto o aquello, sino decir a Dios, nuestro Padre del cielo: ¡gracias! Gracias por todo, pero sobre todo gracias porque nos ha hecho conocer, querer y seguir a Jesús.


No andemos pues, distraídos, ante la presencia del Señor, ante las sorpresas de los acontecimientos ordinarios. Con corazón agradecido busquemos las huellas del paso de Dios a través de la de los hechos más ordinarios y también de los extraordinarios, como la celebración dominical de la Eucaristía

nEW-oLD-iDeaS

Asómbrate... El Señor llega. Permanece en silencio y en paz. ¿Por qué temer? No es tan grande el "poder" en este mundo que siempre tenga que despertar "temores" y producir "sustos". Nada de eso. La sencillez del niño, la vocación del más pequeño, es la mejor invitación a la grandeza y a la gloria. ¿No queremos entenderlo? ¿No acabamos de aceptarlo? Y sin embargo el tesoro está allí. El pequeño, este pequeño, siempre tiene Padre. Ven al Padre, déjate levantar en sus brazos, en su amor infinito. ¿Dónde hallar la comprensión y el afecto que siempre se echan de menos? No perdamos tiempo y entusiasmo con mediaciones o problematizaciones. El camino que se nos señala es directo. Directo y simple. Redescubramos esa dichosa intimidad que se nos regala y demos siempre el testimonio de la alegría que brota del corazón sin ficciones Ermitañourbano

VISUAL THEOLOGY


Éxtasis de Santa Teresa La obra del escultor y pintor Gian Lorenzo Bernini. Fue realizada entre 1647 y 1651, por encargo del cardenal Cornaro, para ser colocada donde iría su tumba, en la iglesia de Santa María de la Victoria (Santa Maria della Vittoria), en Roma, y está considerada una de las obras maestras de la escultura del alto barroco romano. La obra representa a Santa Teresa de Jesús.  La capilla es una explosión de mármol de color, metal y detalles. Filtros de luz a través de una ventana por encima de santa teresa, subrayados por rayos dorados. La cúpula tiene frescos con un cielo de trampantojo, lleno de querubines, con la luz descendente del Espíritu Santo representado en forma de paloma. Las dos figuras principales que centran la atención derivan de un episodio descrito por santa Teresa de Ávila en uno de sus escritos, en el que la santa cuenta cómo un ángel le atraviesa el corazón con un dardo de oro. La escena recoge el momento en el que el ángel saca la flecha, y la expresión del rostro muestra los sentimientos de Santa Teresa, mezcla de dolor y placer. Según sus propias palabras: "Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces, y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios. El dolor era tan fuerte que me hacia lanzar gemidos, mas esta pena excesiva estaba tan sobrepasada por la dulzura que no deseaba que terminara. El alma no se contenta ahora con nada menos que con Dios. El dolor no es corporal sino espiritual, aunque el cuerpo tiene su parte en él. Es un intercambio amoroso tan dulce el que ahora tiene lugar entre el alma y Dios, que le pido a Dios en su bondad que haga experimentarlo a cualquiera que pueda pensar que miento... "

Twenty-eighth Sunday in Ordinary Time (C) 10.13.2013

The Gospel reading presents the healing of the ten lepers. Their lives were horrible. What worse could happen to them? Did all believe, or were some of them just joining in with the others?  We don’t know. So they plodded on.  I wonder when it was that they realized that they could walk easier.  When was it that they saw that they were no longer deformed?  When was it that their skin had healed?  It had to be before they got to the Temple, because by the time the reached the Temple priests they were healed.

            So why didn’t all ten return to the Lord to give thanks to God?  Why was it that nine never bothered? Perhaps some of them were angry.  Angry that they had gotten so sick in the first place. Maybe they were so angry that they couldn’t see their healing as a gift. They could only see their sickness as a curse. Maybe they were upset that they had missed so much in life. They were people who saw the glass as half empty, not half full. Or, maybe some of them were completely self-absorbed.  Perhaps some were like little children who were never taught to say, “Thank you,” as though they had a right to all good things in the world.

            It is rather shocking to think that some people could be so angry, or so self-centered that they do not appreciate the gifts of the Lord. Sadly, that is exactly what happens. People, who can only see the negatives in life, cannot appreciate the gifts of God. People, who think they are the center of the world, cannot fathom why they should be grateful to anyone for what they think they have coming.

            We should ask ourselves: Am I a positive person or a negative person? Do I usually see the good in life, or am I absorbed by the negative? When I recover from the flu or any sickness, do I thank God that I am feeling better, or am I upset that I felt so poorly before? When a former friend or an estranged relative wants to reconcile, am I willing to move on with the future, or do I stay mired in the past? When the pain of life has been removed, do I keep it alive in my mind by dwelling on the past?

            We have been sick, and we have been healed.  We have been estranged, and we have been re-united. We have been lost, and we have been found.  Christians are optimists.  If we are negative in certain areas of life, then we need to bring this very negativity to God.  We need to ask Him for faith.

            We have all had times of immaturity in our lives when we’ve convinced ourselves that we are the center of the universe.  Now, it is perfectly acceptable for a baby to be self-absorbed. The baby’s cries are the only way that we can be made aware of his or her needs. It is not acceptable for the rest of us to be self-absorbed.  Does God owe us healing? Did God allow His Son to become one of us and then die for us because we had a right to salvation? Of course not!  We are benefactors of a kind and compassionate God who really does love us, who really is “Our Father.”  We need to recognize His Gifts and thank Him.
          
            One of those former lepers, a Samaritan, returned to the Lord.  He was out of the mainstream, not even Jewish. He wasn’t part of the chosen people.  But he knew that God had chosen him.  He knew that he received a grace from God.  He knew that he didn’t do anything to deserve this gift, but was the recipient of God’s compassion.  He wanted others to rejoice with Him.  He wanted Jesus to know how grateful he was.  He returned to thank the Lord.

            Many times a child, particularly an older child, a Teen or a young adult, receives a great gift from his or her Mom or Dad, and then says, “What can I do to pay you back?” Inevitably, the parent responds, “I didn’t do this for you because I want repayment.  I did this because I love you.  All I want is that you be good to your brothers and sisters,” or perhaps, “All I want is that you be good to others like we were good to you.”

            That is all God wants from us.  He wants us to show our gratitude by being good to our brothers and sisters, by being good to others as He has been good to us. You see, thanking God is not a matter of words or recited prayers.  To thank God we have to treat others as He treated us, with compassion, mercy and love.


            Were not all ten made clean?  Where are the other nine? Where do we go when we realize that we have experienced Divine Love?  Do we stay where we are?  Do we walk backwards to where we were out of anger for our past?  Or do we spread the Grace that we have received to others by our care and compassion?  Are we one of the nine?  Or are we the one out of the ten, the one who returned glorifying God with His life?

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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