Misterio original, final misterio,
misterio personal que nos cobija,
oh diálogo de amor, jamás callado,
eterno Dios, oh Dios de toda vida,
¡oh santa Trinidad!

Oh Padre…, Padre…, Padre de los cielos,
feliz quien te pronuncia, quien te mira,
y al lado de tu Hijo, en tu regazo,
se sabe tuyo y siente tu caricia,
¡oh santa Trinidad!

Oh Hijo, igual al Padre, Hermano santo,
belleza y resplandor de su sonrisa,
oh Verbo, Redentor con sangre humana,
del Padre el corazón y la medida,
¡oh santa Trinidad!

Oh Espíritu, corona del secreto,
ultimidad donada, gracia viva,
deleite sustancial en Dios persona,
amor que todo invade y santifica,
¡oh santa Trinidad!

Oh amable Trinidad que nos creaste
y a verte cara a cara nos destinas,
descubre tu presencia a nuestros ojos
y en tu unidad reúne a tu familia,
¡oh santa Trinidad!

Oh Dios en quien vivimos, te alabamos,
oh sumo Dios, mayor que toda dicha,
oh santa Trinidad, festín celeste,
divinas Tres Personas, oh delicia,
¡oh santa Trinidad!

P. Rufino Mª Grández, ofmcap.
Jerusalén, en las I Vísperas 
de la solemnidad de la Santísima Trinidad,
(14 mayo 1986)

Solemnidad de la Santísima Trinidad (2015)

Este domingo el libro del Deuteronomio nos habla de aquello que Israel consideraba su gran honor: tener un Dios cercano al pueblo. Un Dios que habló al pueblo y sobre todo un Dios que se comprometió a librarlo de la esclavitud. Este es el contraste del Dios de Israel con el de los pueblos de su alrededor: Israel experimenta a Dios a través de su realidad histórica, a través de su día a día.

Sin embargo el honor de Israel no era más que preparación para lo que es el honor pleno, no de un pueblo solamente, sino de la humanidad entera: Dios no es ya solamente el Dios que se acerca, sino que es el Dios que se hace uno de los nuestros, que tiene nuestra misma carne y sangre[1]; Dios no libera al pueblo desde fuera, sino que libera a los hombres poniéndose junto a ellos; Dios no dice a los hombres qué es lo que tienen que hacer, sino que viene aquí a hacerlo junto con ellos[2].

Dios no es solamente Dios-Padre que está en los cielos, sino que es también Dios-Palabra que se nos revela: Jesucristo, el Dios-Palabra que nos dice que está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo, como acabamos de escuchar en el evangelio[3]. Un Dios que no está solamente como un recuerdo, sino como algo que está en el interior de cada uno de nosotros. Su Espíritu ha entrado en nuestro interior y nos convierte en hijos como Él, y nos hace herederos como Él: tenemos, también nosotros, aquel Espíritu que une a Jesús con el Padre, el Espíritu que no dejó que experimentara la corrupción del sepulcro.

¿Qué es la Santísima Trinidad? ¡Gran pregunta! ¡Misterio insondable! Es -¡ay palabras humanas tan pobres! Un Dios-Padre que está en los cielos, es Dios-Palabra que se nos revela, es Dios-Espíritu que continúa en nuestro interior la presencia de nuestro hermano Jesucristo y hace que, verdaderamente, Dios sea un Dios cercano. Esto es lo que la Liturgia celebra éste domingo, el Domingo de la Santísima Trinidad, un buen momento para recordar una vez más que el nombre de la Trinidad indica nuestro camino cristiano. Nos marca, sobre todo, su principio, en el bautismo. Lo marca también en las muchas ocasiones en que hacemos el gesto sencillo y lleno de sentido que es la señal de la cruz[4].

Y lo indica, también y muy especialmente, la celebración de la Eucaristía, pues la plegaria eucarística, es decir, la formula con la que se consagra el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor es una acción de gracias al Padre, que es el origen y el término de todo, la fuente y la plenitud de todo y de nuestra salvación. Es también memorial de Jesucristo, el que vivió la vida de los hombres, siendo fiel a ella hasta la muerte, y resucitó, y está presente en medio de la asamblea. Y es invocación al Espíritu, que hacemos con las manos extendidas, como signo de su descenso sobre las ofrendas y sobre la Iglesia, porque es él con su fuego y su viento poderoso quien hace que continúe entre nosotros la vida nueva de Jesucristo, ese viento que ya aleteaba por encima de las aguas en el momento de la creación [5]


[1] Cfr. Jn 1,14.
[2] Cfr. Dt 4,7.
[3] Mt 28: 16-20.
[4] J. Lligadas, Misa Dominical 1982, n. 12
[5] Cfr. Gen 1, 2. 

nEw-Old-IdEas


Mira, Señor, mi alma distraída
en mil preocupaciones de esta tierra:
trabajo, compañeros, amigos y familia,
asuntos personales
de escasa trascendencia para el alma.
Y Tú no estás presente
en buena parte de ellos.

¡Qué tonto soy, Jesús, que no te hago entrar
en todos los asuntos de mi vida…!
Si cuando estás, ya se
que todo se revela más sencillo.

La sombra de tu Cruz en mis asuntos
trastoca todo el orden e importancia.
Se vuelven más sencillos los problemas,
amables las palabras y dulces las miradas.
Abrazo, como hermano, al enemigo;
se vuelven comprensibles las flaquezas…

Mira, Señor, mi alma distraída
en mil preocupaciones de esta tierra:
requiero tu presencia en todas ellas

para divinizar mis pensamientos 

VISUAL THEOLOGY


The Golden Gate, as it is called in Christian literature, is the oldest of the current gates in Jerusalem's Old City Walls. According to Jewish tradition, the Shekhinah (שכינה) (Divine Presence) used to appear through this gate, and will appear again when the Anointed One (Messiah) comes (Ezekiel 44:1–3) and a new gate replaces the present one; that is why Jews used to pray for mercy at the former gate at this location. Hence the name Sha'ar HaRachamim (שער הרחמים), the Gate of Mercy. In Christian apocryphal texts, the gate was the scene of a meeting between the parents of Mary, so that Joachim and Anne Meeting at the Golden Gate became a standard subject in cycles depicting the Life of the Virgin. It is also said that Jesus passed through this gate on Palm Sunday. In Arabic, it is known as the Gate of Eternal Life. Some equate it with the Beautiful Gate mentioned in Acts 3

The Solemnity of the Most Holy Trinity (2015)

One day, not all that long after Pentecost Sunday when the apostles received the Holy Spirit, Peter and John were walking through the area of the Temple in Jerusalem. They had been preaching about Jesus, His message of hope, His gospel of love. They came to a gate in the Temple which was called the Beautiful Gate. The Temple in Jerusalem was one of the wonders of the ancient world.  Not just the Jews, but people from throughout the world would journey to Jerusalem to see it. We can only imagine what that Beautiful Gate looked like.  It must have been inlaid with precious stones, or perhaps it contained reliefs of the great moments of Jewish history, the deliverance from the Egyptians, the victories of Samson, Gideon and the others of the Book of Judges, the conquests of David, the wisdom of Solomon. And then there was the Beautiful Gate. Now, every day a man who was born crippled was carried to the Beautiful Gate by some of his friends.  He was brought there to beg.  It was a good place for seeking alms. A lot of well off people would be there. Then Peter and John came by. The man asked them for money, begged for a few coins. He got more than he could have ever hoped. Peter said to him, Look at us! I don't have silver or gold, but I give you what I have. In the name of Jesus Christ of Nazareth, walk.  He leapt! And then he followed the apostles, through the Beautiful Gate and into the Temple, praising God. 

Through the power of this Name, a small group of Jewish commoners, fishermen mostly, brought hope to a world living in despair. When evil attempted to stop them with torture and even death, the power of the Name strenghtened the presence of Christ's followers until the entire Roman Empire embraced Christianity.  Throughout history, the truly great women and men, have allowed the power of the Name to lift others off their lame feet and lead them into God's Presence leaping for joy.

The power of the name of God can transform us all into doing greater actions then we can ever imagine.

My brothers and sisters, we sell ourselves short. Or, perhaps, better said, we sell the power of God working through us short.  We think that we are not good enough to be wholesome Christians in the middle of an immoral society.  Or we think that we are too weak to be good parents, a determined Catholic. We might feel the call within us to become a person whose career is to reach out to others, a nurse, a doctor, a teacher, a social worker, a psychologist, a lawyer, a priest, a sister, or what have you, but we refuse to listen to it.  We think that we don't have it within us to go where God is leading us. We are wrong! We are selling ourselves short. When we are attacked by those negative thoughts, we cannot forget that we were baptized in the Name of God, Father, Son and Spirit.  We possess the power of the Name. We are good enough. He makes us good enough.  He gives us all we need to make His Presence real in the world.  He has given us the power of the Name.


This Sunday, Trinity Sunday, is not just about the dogma and the doctrine of whom God is. Trinity Sunday is about whom we are, for on Trinity Sunday we are reminded that we have been baptized in the Name of God. And that Name has Power
Como una promesa, eres Tú, eres Tú.
Como una mañana de verano.
Como una sonrisa, eres Tú, eres Tú.
Así, así, eres Tú.

Toda mi esperanza, eres Tú, eres Tú.
Como lluvia fresca en mis manos
como fuerte brisa, eres Tú, eres Tú.
Así, así, eres Tú.

Eres Tú como el agua de mi fuente (algo así eres Tú)
Eres Tú el fuego de mi hogar
Eres Tú como el fuego de mi hoguera
Eres Tú el trigo de mi pan.

Como mi poema, eres Tú, eres Tú.
Como una guitarra en la noche,
todo mi horizonte eres tú, eres Tú.
Así, así, eres Tú.

Eres Tú como el agua de mi fuente (algo así eres Tú)
Eres Tú el fuego de mi hogar
Eres Tú como el fuego de mi hoguera
Eres Tú el trigo de mi pan 
Lester F. Ward y con él toDA la American Sociological Association llegaron a afirmar a principios del siglo pasado que la mayoría de las personas sólo viven al diez por cien de sus posibilidades, es decir, que ven el diez por cien de la belleza del mundo que los rodea, escuchan el diez por cien de la música, la poesía y la vida que hay a su alrededor, y sólo están abiertos al diez por cien de sus emociones, su ternura y su pensamiento. En otras palabras: su corazón vibra sólo al diez por cien de su capacidad de amar, personas que morirán sin haber vivido realmente.

Algo semejante se podría decir de muchos de nosotros, los cristianos, quizá vamos a morir sin haber conocido nunca por experiencia personal lo que podía haber sido una vida vivida en plenitud. Atención. No “una vida perfecta” sino “una vida en plenitud”.

En esta mañana de Pentecostés, después de la homilía, nos volveremos a poner de pié (¡como otros tantos domingos!) y volveremos a decir que creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, pero sin sospechar apenas toda la energía, el impulso y la vida que podemos recibir del Espíritu de Dios. Y sin embargo, ese Espíritu es el regalo que el Padre nos hace en Jesús a los creyentes, para llenarnos de vida.

Es ese Espíritu el que nos enseña a saborear la vida en toda su hondura, a no malgastarla de cualquier manera, a no pasar superficialmente junto a lo esencial.

Es ese Espíritu el que nos infunde un gusto nuevo por la existencia y nos ayuda a encontrar una armonía nueva con el ritmo de nuestra vida.

Es ese Espíritu el que nos abre a una comunicación nueva y más profunda con Dios, con nosotros mismos y con los demás.

Es ese Espíritu el que nos invade con una alegría secreta, dándonos una trasparencia interior, una confianza en nosotros mismos y una amistad nueva con las cosas.

Es ese Espíritu el que nos libra del vacío interior y la difícil soledad, devolviéndonos la capacidad de dar y recibir, de amar y ser amados.

Es ese Espíritu el que nos enseña a estar atentos a todo lo bueno y sencillo, con una atención especialmente fraterna a quien sufre porque le falta la alegría de vivir.

Es ese Espíritu el que nos hace renacer cada día y nos permite un nuevo comienzo a pesar del desgaste, el pecado y el deterioro del vivir diario.

Es ese Espíritu que nos devuelve la capacidad de asombro, y que nos hace acercarnos al misterio con un profundo respeto y una profunda reverencia.

Este Espíritu es la vida misma de Dios que se nos ofrece como don, como regalo. El hombre más rico, poderoso y satisfecho, es un desgraciado si le falta esta vida del Espíritu, ¡Ay cuántas veces lo hemos experimentado!

Este Espíritu no se compra, no se adquiere, no se inventa ni se fabrica. Es un regalo de Dios. Lo único que podemos hacer es preparar nuestro corazón para acogerlo con fe sencilla y atención interior[1].

Karl Rahner decía “Nuestra noche no es ya más que la incomprensibilidad de un día sin ocaso. Y las lágrimas de nuestra desesperación, de nuestros siempre renovados desengaños, no son sino las apariencias falsas que envuelven un júbilo eterno. Dios es nuestro. No nos ha dado sus dones creados, limitados como nosotros. El mismo se nos ha entregado con toda la absolutidad de su ser, con toda la claridad de su consciente auto posesión, con toda la libertad de su amor, con toda la dicha de su vida trinitaria. A este Dios que se ha prodigado de esta manera le llamamos Espíritu Santo. Es nuestro. Está en todo corazón que le invoca humildemente, confiadamente. Dios es nuestro Dios”[2]



[1] J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 61 ss
[2] Karl Rahner S.J. (1904-1984) fue un sacerdote de la Compañía de Jesús (jesuitas) y uno de los teólogos católicos más importantes del siglo XX. Su teología influyó al Concilio Vaticano II. Su obra Fundamentos de la fe cristiana (Grundkurs des Glaubens), escrita hacia el final de su vida, es su trabajo más desarrollado y sistemático, la mayor parte del cual fue publicado en forma de ensayos teológicos. Rahner había trabajó junto a Yves Congar, Henri de Lubac y Marie-Dominique Chenu, teólogos asociados a la denominada Nouvelle Théologie.

nEw-oLd-IdeAs

Las condiciones del pájaro solitario son cinco. La primera, que se va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía, aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente. Las cuales ha de tener el alma contemplativa: que se ha de subir sobre las cosas transitorias, no haciendo más caso de ellas que si no fuesen; y ha de ser tan amiga de la soledad y silencio, que no sufra compañía de otra criatura; ha de poner el pico al aire del Espíritu Santo, correspondiendo a sus inspiraciones, para que, haciéndolo así, se haga más digna de su compañía; no ha de tener determinado color, no teniendo determinación en ninguna cosa, sino en lo que es voluntad de Dios; ha de cantar suavemente en la contemplación y amor de su Esposo ▪ San Juan de la Cruz, Avisos espirituales.  

VISUAL THEOLOGY

Pentecostés (del griego Πεντηκοστή (ημέρα), Pentekosté (heméra) ("el quincuagésimo día") describe la fiesta del quincuagésimo día después de la Pascua y que pone término al tiempo pascual. A los 50 días de la Pascua, los judíos celebraban la fiesta de las siete semanas (Ex 34, 22), que en sus orígenes tenía carácter agrícola. Se trataba de la festividad de la recolección, día de regocijo y de acción de gracias (Ex 23, 16), en que se ofrecían las primicias de lo producido por la tierra. Más tarde, esta celebración se convertiría en recuerdo y conmemoración de la Alianza del Sinaí, realizada unos cincuenta días después de la salida de Egipto. No hay registros de la celebración de esta fiesta en el siglo I con connotaciones cristianas. Las primeras alusiones a su celebración se encuentran en escritos de san Ireneo, Tertuliano y Orígenes, a fines del siglo II y principios del siglo III. Ya en el siglo IV hay testimonios de que en las grandes Iglesias de Constantinopla, Roma y Milán, así como en la Península Ibérica, se festejaba el último día de la cincuentena pascual. Durante Pentecostés se celebra la venida del Espíritu Santo y el inicio de las actividades de la Iglesia. Por ello también se le conoce como la celebración del Espíritu Santo. En la liturgia católica es la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad. La liturgia incluye la secuencia medieval Veni, Sancte Spiritus


Alberto Durero (1471–1528), Pentecostes (grabado),
Metropolitan Museum of Art (Nueva York)


Pentecost Sunday (2015)

The doors were locked and the apostles really didn’t know what they should do now that Jesus was dead. What they did know was that for the time being they were in a safe place. Safe, until the Lord called them out of their safety. In John’s Gospel He breathed on them. He gave them life just as His Father had breathed on Adam and gave him life. As the Father has sent me, so I send you[1], Jesus said. And in those words they were called out of comfort, out of safety and into the dangerous life of proclaiming Jesus Christ[2].

In the Acts of the Apostles, the apostles received the Holy Spirit in the symbols of fire and wind, and immediately left the safety of the Upper Room to proclaim the Good News[3]. The apostles were doing exactly what Jesus did before He was put to death. They were risking their lives, losing their lives, for the Kingdom of God. They gave up their safe place, for the safety of the Kingdom.

It is easy to stay in a safe place. It is easy to cling to our comfort level. But Christ continually calls us out of the Upper Rooms of our lives.  He continually calls us to embrace the challenges of the Gospel.

He calls us out of our Upper Rooms. But He does far more, infinitely more than that! He doesn’t just call us to proclaim the Good News. He gives us the ability to proclaim the Gospel. He gives us His Spirit. The Spirit that forms us into Church, the Spirit that is itself the Third Person of the Trinity is poured into us. That Spirit allows us to speak with our lives the language of the Love of God.  That Spirit allows others to hear God in every one of us.

The strength that the young couple has to care for their special child is an empowerment of the Spirit. The strength that the elderly husband or wife has to care for their sick spouse in an empowerment of the Spirit. The strength that we have to step away from relationships that are stifling our growth is an empowerment of the Spirit. The strength of the Holy Spirit is given to us so that our lives might be proclamations of the Gospel.

This morning we celebrate the Spirit that empowers us to leave our comfort zone, to leave our places of safety, to leave our security, and to leap into the challenge of the Gospel.  Today, as a community we pray that we might have the courage of our convictions.  Today we pray that we will be people of Pentecost! ▪



[1] John 20:21
[2] Pentecost Sunday (B), May 24, 2015. Readings: Acts 2:1-11; Responsorial Psalm 104:1, 24, 29-30, 31, 34; 1 Corinthians 12:3b-7, 12-13; or  Galatians 5:16-25; John 20:19-23 or John 15:26-27; 16:12-15
[3] Cfr. Acts 2, 2. 

Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, obscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

A aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado,
estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay! Nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te quejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ¡ay!, nos dejas!

Tú llevas el tesoro
que sólo a nuestra vida enriquecía,
que desterraba el lloro,
que nos resplandecía
mil veces más que el puro y claro día.

¿Qué lazo de diamante,
¡ay, alma!, te detiene y encadena
a no seguir tu amante?
¡Ay! Rompe y sal de pena,
colócate ya libre en luz serena.

¿Que temes la salida?
¿Podrá el terreno amor más que la ausencia
de tu querer y vida?
Sin cuerpo no es violencia
vivir; más es sin Cristo y su presencia.

Dulce Señor y amigo,
dulce padre y hermano, dulce esposo,
en pos de ti yo sigo:
o puesto en tenebroso
o puesto en lugar claro y glorioso

Fray Luis de León,

Agustino, catedrático de Salamanca (1527-1591)

Solemnidad de la Ascensión del Señor (2015)

Enamorados y poetas de todos los tiempos han cantado las maravillas de la persona amada: Becquer, Aute[1], Manrique[2], Garcilaso, Manzanero, santa Teresa, Neruda, Miguel Bosé[3], Quevedo, Sabina[4] y Sabines, ¡tantos!... Una persona cualquiera vista por otra cualquiera o vista por aquél que la ama no resulta la misma. A quien queremos le encontramos maravillas que pasan desapercibidas para aquél que no participa de nuestro sentimiento. Cuando alguien se enamora de una persona es capaz de cantar sus excelencias con un ardor sorprendente y hasta de transmitir el entusiasmo que nos invade.

Este domingo, el séptimo del tiempo de Pascua en el que la Iglesia celebra la solemnidad de la Asunción del Señor, la Liturgia de la Palabra nos presenta un pedazo de la hermosísima carta de Pablo a los Efesios: un canto exultante de un hombre enamorado de su fe, entusiasmado con su Dios a quien ha conocido profundamente y dependiente por completo de su infinita misericordia. Tengo para mi que este es el canto apasionado de un hombre que se ha encontrado con Cristo y se ha quedado como en shock y al mismo tiempo incapaz de guardar para sí la felicidad que ese descubrimiento le dio. Y, como todo enamorado, canta todas las cualidades que ha ido descubriendo en esa amistad tan profunda con el Señor. La segunda lectura merece la pena que la releamos tranquilamente a ver si nos contagia algo del entusiasmo que derrocha. Vemos en san  Pablo a un hombre cuyo entusiasmo se contagia, como un hombre que transmite electricidad a través de los siglos.

Veinte siglos más tarde, no puede leerse esta carta sin sentir, digamos, cierta envidia hacia aquel hombre que transmite semejante alegría sólo porque se ha encontrado con Dios en el camino de su vida. San Pablo es la imagen de un hombre que se ha lanzado de cabeza al abismo de Dios y ha vuelto a la tierra con unos ojos gozosos y un corazón entusiasmado que le grita al mundo su gran hallazgo, para que el mundo entero participe en su suerte y en su alegría.

Hoy podríamos detenernos un momento y pensar cómo es que los demás nos ven. Sí. Leíste bien, tú que te acabas de revolver inquieto en la silla. Piensa –pienso- en cómo te ven con los que habitualmente convives: ¿Como unos hombres y mujeres asombrados de la suerte que han tenido al encontrarse con Cristo? ¿Cómo hombres y mujeres que respiran alegría, o por el contrario nos ven como hombres y mujeres que arrastran una religión convencional, de preceptos, de negaciones, de normas y que no parecen haber tenido en su vida un gran encuentro personal sino un encuentro con la Ley que les agobia y les empequeñece?

San Pablo nos pone un gran ejemplo; veinte siglos después nos deja hoy una espléndida lección de lo que puede ser acercarse a la esperanza a la que se nos llama, a la riqueza de gloria que se nos ofrece, y la extraordinaria grandeza del Dios por el que hemos optado, del que debemos hablar de palabra y obra y sentirnos profundamente orgullosos. Pertenecemos a él. En la vida y en la muerte, somos del Señor[5]

nEw-Old-iDeAS


Si estuviéramos contentos de ti, Señor,
no podríamos resistir a esa necesidad de danzar que desborda el mundo
 y llegaríamos a adivinar qué danza es la que te gusta hacernos danzar,
siguiendo los pasos de tu Providencia.

Porque pienso que debes estar cansado
de gente que hable siempre de servirte
con aire de capitanes;
de conocerte con ínfulas de profesor;
de alcanzarte a través de reglas de deporte;
de amarte como se ama un viejo matrimonio.

Y un día que deseabas otra cosa
inventaste a San Francisco
e hiciste de él tu juglar.
Y a nosotros nos corresponde dejarnos inventar
para ser gente alegre que dance su vida contigo.

Para ser buen bailarín contigo
no es preciso saber adónde lleva el baile.
Hay que seguir, ser alegre,
ser ligero y, sobre todo, no mostrarse rígido.

No pedir explicaciones de los pasos que te gusta dar.
Hay que ser como una prolongación ágil y viva de ti mismo
y recibir de ti la transmisión del ritmo de la orquesta.
No hay por qué querer avanzar a toda costa
sino aceptar el dar la vuelta,
ir de lado, saber detenerse y deslizarse en vez de caminar.
Y esto no sería más que una serie de pasos estúpidos
si la música no formara una armonía.

Pero olvidamos la música de tu Espíritu
y hacemos de nuestra vida un ejercicio de gimnasia;
olvidamos que en tus brazos se danza,
que tu santa voluntad es de una inconcebible fantasía,
y que no hay monotonía ni aburrimiento
más que para las viejas almas
que hacen de inmóvil fondo
en el alegre baile de tu amor.

Señor, muéstranos el puesto
que, en este romance eterno iniciado entre tú y nosotros,
debe tener el baile singular de nuestra obediencia.
Revélanos la gran orquesta de tus designios,
donde lo que permites toca notas extrañas
en la serenidad de lo que quieres.

Enséñanos a vestirnos cada día con nuestra condición humana
como un vestido de baile, que nos hará amar de ti
todo detalle como indispensable joya.
Haznos vivir nuestra vida,
no como un juego de ajedrez en el que todo se calcula,
no como un partido en el que todo es difícil,
no como un teorema que nos rompe la cabeza,
sino como una fiesta sin fin donde se renueva el encuentro contigo,
como un baile, como una danza entre los brazos de tu gracia,
con la música universal del amor.

Señor, ven a invitarnos 

El baile de la obediencia (Madeleine Delbrêl) 

VISUAL THEOLOGY



Nuestra Señora de las Nieves, llamada también Virgen Blanca, se encuentra en la Iglesia de San Miguel y es una talla realizada en 1854 por el escultor Alejandro Valdivieso. En Vitoria, el culto a la Virgen Blanca comenzó con la fundación de la ciudad por el rey Sancho VI en 1181. En el siglo XVII surgió la Cofradía de Nuestra Señora la Virgen Blanca, encargada de las actividades relacionadas con su devoción. En 1921 fue declarada Patrona de Vitoria y en octubre de 1954 fue coronada canónicamente como Reina de la Ciudad en una ceremonia a la que acudieron miles de ciudadanos

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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