Mira,
Señor, mi alma distraída
en
mil preocupaciones de esta tierra:
trabajo,
compañeros, amigos y familia,
asuntos
personales
de
escasa trascendencia para el alma.
Y
Tú no estás presente
en
buena parte de ellos.
¡Qué
tonto soy, Jesús, que no te hago entrar
en
todos los asuntos de mi vida…!
Si
cuando estás, ya se
que
todo se revela más sencillo.
La
sombra de tu Cruz en mis asuntos
trastoca
todo el orden e importancia.
Se
vuelven más sencillos los problemas,
amables
las palabras y dulces las miradas.
Abrazo,
como hermano, al enemigo;
se
vuelven comprensibles las flaquezas…
Mira,
Señor, mi alma distraída
en
mil preocupaciones de esta tierra:
requiero
tu presencia en todas ellas
para
divinizar mis pensamientos ■
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