Pureza de corazón
para ser digna morada
de la Palabra Encarnada
que viene en la Comunión.

Tus ojos son mi pureza
cuando traspasan mi alma
y dejan en mi brillando
el brillo de tu mirada.
¡Cristo, reflejo del Padre,
y luz sin ninguna mancha!

Pureza que es sencillez
la que a Jesús agradaba,
sin pliegues y sin repliegues,
alma tersa, tierra franca.
¡Jesús, candor de sencillos,
hazme como el agua clara!

Pureza que es la verdad
o la humildad ataviada,
que es la divina hermosura
en la condición humana.
¡Jesús, mi Dios sin engaño,
hazme verdad sustanciada!

Pureza de Eucaristía,
la Hostia de harina blanca,
Cordero que nos lavaste
con tu sangre inmaculada.
¡Vísteme de blanca túnica
para cantarte en la patria! Amén

Fray Rufino Mª Grández, ofmcap.

XXII Domingo del Tiempo Ordinario (B)


Lavarse las manos antes de comer era en la época del Señor uno de los gestos externos de pureza moral más practicados. A los fariseos de todos los tiempos siempre nos han importado mucho los gestos  externos y la impresión que damos a los demás. Al Señor no tanto: en el evangelio nos dice que lo limpio y lo sucio del hombre no está en las  manos sino en el corazón[1]. Y lo dice por nosotros, por los cristianos que nos lavamos las manos y al mismo tiempo vamos por la vida con las manos cristianamente lavadas pero con el corazón cristianamente  sucio.

En el sermón de las Bienaventuranzas[2] no encontramos un “Bienaventurados los que se lavan las manos, porque así verán los  hombres que estáis limpios” sino un “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”. Al Señor lo iba a condenar a muerte un hombre que tuvo mucho cuidado de que el pueblo viera que se lavaba muy bien las manos. Lo iban a llevar a la cruz unos fariseos que tenían negro el corazón, pero que no iban a entrar en el pretorio para no contaminarse y poder celebrar la Pascua[3] ¡así de contradictorios somos los seres humanos! ¿Los cristianos lo somos en especial?

El Señor, con su palabra pero sobre todo con su vida y su muerte, quiso trazar una línea bien clara entre los limpios de corazón y los que se lavan las  manos. Y es que lavarse las manos es fácil; lo difícil es lavarse el corazón.

No vale lavarse las manos y luego dejar que crucifiquen a Cristo.

No vale lavarse las manos y luego convencerse de que uno no puede hacer nada ante tantas situaciones injustas que hay cerca y lejos de nosotros.

No vale lavarse las manos y luego decir que es una pena que haya pobres, enfermos,  guerras, desastres.

No vale lavarse las manos y luego decir que uno no puede cambiar el mundo[4].

Vale, por ejemplo, el ejemplo de Leví, luego Mateo, que era uno de aquellos que comía sin lavarse el polvo de las manos, pero que llegado el momento se limpió el corazón de dinero, una de las  cosas que más ensucia el interior de los hombres. Mateo tendría barro en las manos, pero no tenía dinero y más dinero en el corazón; y a esto le llama Cristo estar limpio.

Es mucho más fácil lo que hizo Pilatos para lavarse las manos, que lo que tuvo que hacer, por ejemplo, Zaqueo, para lavarse el corazón. A Pilatos le bastó un gesto espectacular y estúpido. A Zaqueo, para lavarse el corazón, le hizo falta devolver cuatro veces lo  robado y dar la mitad de lo suyo a los pobres[5].

No sirve, pues, lavarnos las manos o cumplir fría y ritualmente unas normas. Es la bondad personal junto con el esfuerzo –y la gracia, desde luego- la que nos hace limpios por dentro: la  negación de nuestro propio egoísmo y la generosidad, la entrega, el trabajo por los demás.

Vosotros estáis limpios, aunque no todos[6], dijo el Señor en la última noche que pasó con los suyos. Sólo uno no estaba limpio. Casualmente era uno que tenía las treinta monedas aferradas, no precisamente con las  manos sino ¡ay! con el corazón.  

Y si los ejemplos anteriores se vuelven incómodos y piensas “el fader se nos vuelve comunista con tanto hablar de dineros”, cambia el término dinero por prestigio, poder, apariencia, status, socialité, ambición, riqueza, soberbia, arrogancia, egoísmo, envidia, gula, ira, lujuria, etc. A limpiar del corazón de todo esto es la invitación del evangelio de éste domingo, el vigésimo segundo del Tiempo ordinario ■




[1] Mc 7, 1-8; 14-15; 21-23
[2] Cfr Mt 5, 3-12.
[3] Cfr Jn 18, 28.
[4] P. María Iraolagoitia, El Mensajero.
[5] Cfr Lc 19, 1-10.
[6] Jn 13,10.

New-old-ideas


Cuan manso y amoroso,

Recuerdas en mi seno,
Donde secretamente solo moras,
Y en Tu aspirar sabroso,
De bien y gloria lleno,
Cuan delicadamente me enamoras 
San Juan de la Cruz 

VISUAL THEOLOGY




Opus anglicanum, or English work is very fine needlework carried out for ecclesiastical or secular use on clothing from about 1100 – about 1350. It was all about reflecting ‘the beauty of holiness‘. The historical aspects of decorative needlework is both diverse and rich and there is still a lot we can discover from various fragments found in China, South America as well as in Egypt, where it is estimated they were enjoying the craft some 5,000 years ago. Modern textile historians deduce a great deal about a society, its traditions and folklore from such fragments. Some scholars observe that the love of colour produced in enamels, metals and glass was also an inspiration for various types of embroidered textiles in Ancient Egypt, which then flowed through the societies of ancient Greece and Rome mostly from this tradition 


Twenty-second Sunday in Ordinary Time (B)


In this Sunday’s second reading we heard that every worthwhile gift, every human benefit comes from above. We have an intimate relationship with God through his word that has been implanted into us. We are God’s closest friends because his Word is in us. But just having this Word is not enough, St. James says. We have to act on the Word of God.  We have to allow the seed of God’s Word to bear fruit. “How are we to do this?” is the natural question we would all ask. How are we to bear fruit? Being tied to God that is what the word religion means, being tied to God, pure religion is this. Looking after widows and orphans in their distress and keeping oneself unspotted from the world[1].

We are to focus our energies on others, not on ourselves. This was the problem with the scribes and Pharisees in today’s gospel. They focused their energies on themselves as an expression of religion while they ignored the needs of those around them. As a result they became spiritually arrogant, hypocrites. The word hypocrite takes its origin from two Greek works, huper meaning beyond, and crisis meaning criticism.  The scribes and Pharisees thought that they were so good that they were beyond criticism. Their focus was on themselves and their exact fundamental following of the Jewish laws. They did not have love in their hearts for others. They disdained the everyday people as worthless rabble.  Their method of following God could not bear fruit because they were more concerned with themselves than with finding God in others.

It is pretty easy for us to fall into that same hole. We would do that if we forget that conversion is a process, not a static event. The beauty of our Catholic faith is that it is profoundly realistic. It recognizes that we are human beings tempted to make bad as well as good choices and in continual need of having our course to the Lord refined and even restored.  We believe that the Lord established the sacrament of penance, of forgiveness, not because we are so good but because we all have tendencies to be so bad.

A baby has minimal focus on the world around him or her. He or she needs the help of others, particularly parents, in order to survive.  Little children continue this natural tendency to be self centered.  Good parents help their children break out of this by encouraging them to reach out to the needs of others. “Share,” the Good Mom says to her two year old despite the two year old’s conviction that everything he or she sees is “Mine”. This lesson continues and is developed throughout the child’s life so that the truly well educated child is the one who finds happiness is reaching out to the needs of others. This child is well educated because he or she has taken steps outside of themselves into the needs of others.  True religion is this, caring for the needs of orphans and widows and staying uncontaminated from the world.

The symbol of the Christian is the Cross. The cross is both a reminder of the historical gift of the Lord and a call to join the Lord in the unique and only true love that exists, sacrificial love. By reaching out to others, by sacrificing ourselves for others, we take steps out of our own selfishness and leap into the Love of God. We need to recognize that if we were to be wrapped up in a little world of spiritual arrogance we create for ourselves we would miss the wonderful experiences of his presence in others.

All of us have experienced the beauty of God in his creation, the mountains, the sea, the sunsets at the beach. But there is a greater experience of God available to us. This is his presence in others, particularly in those who reach out to us in their need. The more we expose ourselves to this presence, the more we will participate in the sacrificial love of the cross, then the less we will allow our practice of religion to turn into spiritual arrogance.

True religion is this, looking after widows and orphans in their distress and keeping oneself unspotted from the world ■


[1] James 1:27. 

A quién iremos, Señor,
después de haberte escuchado?
Forjadores de palabras,
poderosos y soldados
los hubo desde el principio,
y hoy combaten en el campo,
mas nosotros escogemos
el discurso de tus labios.

¿Quién habló de Encarnación,
quién de la cruz y pecado,
quién del Siervo dolorido,
quién de Dios resucitado?
Tales locuras de amor,
nadie pudo haber soñado.

Dios, el Señor, ha irrumpido,
y en mi latido ha estallado;
Dios es carne en humildad,
Dios, compañero y hermano;
Dios es sangre de beber,
y de comer es bocado.

Dios en mí es la Trinidad
por este pan comulgado;
el Padre con el Espíritu
en mí se han aposentado:
Dios es morada y es diálogo,
mi camino cotidiano.

Yo, que me siento escogido,
yo escojo al Verbo Encarnado,
a Jesús del Evangelio,
el Hombre y mi Dios amado.
¡Ten piedad de mí, Señor,
y guárdame en tu costado!
Fray Rufino María Grández

XXI Domingo del Tiempo Ordinario (B)


La primera lectura de hoy es muy sugestiva y muy interesante. Cuando las doce tribus llegan a la tierra prometida, Josué las convoca para sellar un pacto de fidelidad con Señor. Habían caminado por el desierto y después de muchas dificultades llegaban al final del camino. Es éste un momento decisivo en la vida de Israel, un momento en el que hay que escoger entre el Dios que los ha conducido o los dioses antiguos y los dioses de pueblos vecinos. Una decisión que no es sencilla y que el mismo Josué presenta de manera  polémica e incluso desafiante.

Nuestra voluntad de seguir al Señor es también una decisión; la fe no es algo que vamos arrastrando sin preguntas y razonamientos (y si no te cuestionas tu fe, hermano mío, vas perdiendo miserablemente el tiempo). Esa decisión se toma por un convencimiento profundo. Los motivos que el pueblo da para seguir al Señor no son motivos teóricos: es la experiencia, la liberación vivida, toda una historia que hace inimaginable ninguna otra posibilidad que no sea esta de seguir al Señor. La frase con la que culmina el relato es simplemente maravillosa: También nosotros serviremos al Señor: ¡es  nuestro Dios!.

El motivo fundamental es éste: Él es nuestro Dios. Y lo mismo sucede con el seguimiento de Jesús. Pedro lo dice de manera espléndida: ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras  de vida eterna.

Esa decisión de seguir al Señor no es solamente individual, sino que también se hace de manera colectiva, en asamblea. La comunidad es el lugar en donde se afirma y se renueva esta voluntad de seguimiento de Jesús y de pertenencia a la Iglesia. Y esto debe de interpelarnos. No somos cristianos individualmente, como si fuera una cuestión de línea directa entre cada  uno y Dios. Nuestra asamblea eucarística de cada domingo es el lugar donde se hace  visible y real esta característica básica del ser cristiano, de ser cristiano en comunidad. La Eucaristía debe ser el lugar dónde reafirmar y renovar, cada domingo, la adhesión al Señor. Por eso, hermano mío, hermana mía, si hasta hoy no haces vida de parroquia, si hasta ahora no estás conectado con tu comunidad parroquial –por la razón que fuere- es momento de preguntarte cuándo lo vas a hacer. Aún más, si hasta ahora vas brincando de parroquia en parroquia buscando “en cuál está el sacerdote mejor formado” o “dónde hay un mejor tono humano entre los feligreses” ó “dónde se cuida más la liturgia” (frases todas ¡ay! que hemos escuchado) yo te invito a un serio examen de conciencia pues tu visión de la Iglesia es chatita chatita, y tu “servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida” se queda en una frase bonita para un libro empastado en piel que sirve de adorno para una monísima (sic) salita de estar. Relaciónate con tu comunidad parroquial, conoce a tu párroco, ofrécele tu tiempo, tu ayuda y, por qué no, también tu dinero.

El evangelio de hoy concluye una serie de cinco domingos en los que escuchamos el Discurso del Pan de Vida. La conclusión es una exigencia de decisión. Lo inaceptable para los seguidores de Jesús (¡son los seguidores los que se escandalizan, no los de fuera del grupo!) no es, ciertamente, sólo una comprensión antropofágica del anuncio de la Eucaristía. Eso es más bien la excusa. Lo inaceptable es que Jesús lo quiere todo. Quiere que quien quiera llegar a Dios debe cambiar radicalmente su vida y asumir una (vida) de entrega a los demás hasta la muerte por amor. El quiere ser el objeto de fe[1].

El Señor constata que nadie comprende quién es Él y quiere saber si sus discípulos lo han comprendido o si se quieren marchar, también. La respuesta es de Pedro, en su voz está puesta toda la voz de la comunidad: Señor ¿a quién iremos? –es la voz de la Iglesia.

Nosotros ¿realmente asumimos todo lo que Jesús pretende, o asumimos solo una parte? (¿el estilo  de vida?, ¿el tenerlo como punto de referencia personal? ¿La fe en su salvación? ¿El don  de la Eucaristía?...).

Que la Virgen, la más perfecta de los discípulos del Señor, con su poderosa intercesión, nos ayude a tomar una buena decisión ■


[1] J. Lligadas, Misa Dominical 1991, n. 12.

New-old-ideas


Percibimos el canto que continúa en lo profundo, en lo más hondo, donde los perfiles no se descubren como nuestro antojo lo quisiera. Dice que no temas... No, amigo que ahora lees o que sospechas, no temas ni te juzgues derrotado. ¿Caíste por allí, por esos senderos perdidos y te pegaste un buen golpe? Levántate sin más preámbulos ni trámite alguno. No te detengas en ningún lugar ni en el tiempo que sea. Deslígate, corta con energía las ataduras y sigue los pasos que llevabas. Te olvidarás del golpe... No lo dudes, eso ya pasó. Sumérgete, nuevamente, en el silencio de tu corazón. Esto es: retorna al silencio, en medio de tu desierto. Ya lo conoces, ya estás en él. Desde siempre estás en él. Vive según ese mismo desierto te enseña: DESPRÉNDETE, suelta. Te hallas aún encadenado a un muelle en medio de la tormenta y con el agua agitada. Tu nave golpea una vez y otra vez contra el muro y, sin libertad, acabará por hundirse. Suelta esas amarras. Déjate llevar muy lejos. Abandona el muelle. En el desierto carece de sentido. No prestes atención a los cantos de las sirenas. Aprende a no escuchar. Eleva los muros de tu jardín y de tu ermita. Son muchos los que se asoman por allí. Tú, nada; recupera el silencio, déjalo resurgir, olvidando y dejando... Tal vez alguna sorpresa... Pero es hora de decir lo de siempre, la verdad de nuestra vida, descubierta en Cristo-Jesús. Desde lo más hondo llega esta palabra de salvación: calla y sufre, fortalécete en el mismo Misterio del Señor, Él es la Resurrección y la Vida Fray Alberto

VISUAL THEOLOGY



The Syriac Bible of Paris, an illuminated Bible written in Syriac, is thought to have been made in northern Mesopotamia.The manuscript has 246 extant folios. Large sections of text and the accompanying illustrations are missing. The folios are 312 by 230 mm. In the archaic style, the text is written in three columns. The manuscript is thought to have come from the Episcopal library of Siirt near Lake Van in Turkey, where it may have been produced. It is preserved in the Bibliothèque nationale de France ■

Twenty-first Sunday in Ordinary Time (B)


The Lord's disciples are giving us a great lesson this Sunday. They loved hearing the words of the Lord. They loved experiencing the warmth of His Presence. They had just eaten bread He multiplied. They had seen him heal people. They had heard about His Kingdom. What was even better, they had heard Him call them to be leaders in His Kingdom. But now Jesus had given them a teaching that demanded their absolute trust in Him, their absolute faith in Him, even though this teaching was completely against what their eyes, ears and senses were telling them. He told them that He was the Bread of Life. He told them that they needed to eat His Flesh and drink His Blood for them to have eternal life[1].

For some of the disciples, this was too hard to accept, so they left Jesus and returned to their previous lives. The Twelve told Jesus what was happening. Perhaps they were implying that Jesus tone down His teaching some. Maybe they were just pointing out that the Lord was losing followers.

Whatever. The fact is that Jesus was not going to take back a single word. He came to make the spiritual real. He came to bring a reality to the world that was beyond the capacity of man to understand. He came to bring the Gifts of God that were far greater than man’s fondest hopes.  He would not compromise the truth.

 Will you go, also, Peter he asks the leader of his Twelve. Lord, where can we go, you alone have the words of eternal life.

And with that confession of faith, Peter stays on hope and faith. He did not know with his senses how it is possible for Jesus to give His Body and Blood for the food they would need for the journey to God. Peter did not know with his senses, but he knew with his heart that all was beautiful with Jesus and that it would be infinitely foolish to trust in the senses rather than trust in the Lord. And Jesus said in today’s gospel, It is the spirit that gives life, while the flesh is to no avail.  The words I have spoken to you are spirit and life.

We are called to believe in the Lord, to trust in Him. We are called to give an infinitely greater credence to the spiritual we cannot see over the material we can see. We are called to faith.

It is quite normal for us to go through periods of doubting the teachings of the Lord. It is normal for us to ask, “How is God only one, if the Father is God, the Son is God and the Spirit is God?”  It is quite normal for us to ask: “How can Jesus be both fully God and fully man?” It is quite normal for us to ask: “How can this bread and wine, material objects before the Mass, now be the Body and Blood of Jesus Christ?”  It is quite normal for us to want to stand on the material world of our senses and ignore the new world of the spiritual.

When these types of doubts come to our mind, be they flashing through, or lingering and challenging us, we need to stop and consider the Gifts of the Lord. We need to reflect on our Savior, Jesus Christ. We reflect on the wonders He provides that are beyond our imagination, too good to be true, but, yes, they are true. We are children of God. We think about the peace that we have when we are united with Him and the chaos we have when we turn from Him. And, so, we trust completely in the Lord. We trust Him over our own senses. Where else can we go?  He alone has the words of eternal life.

And so we believe. We believe in that which we do not see. We believe in that which our human senses cannot reveal.  We believe in the Lord, in His Love, and in His teaching. We believe that God exists for eternity in a Trinity of Persons. We believe that the Second Person of this Trinity became man to restore the spiritual to the physical, to restore man to his rightful place in the spiritual world, and we believe He gave us His Body and Blood, the Eucharist, as both an intimate sharing in His Presence and a union of all believers into the eternal swell of His love.

And we come to Church this Sunday and pray as we pray every day of our lives, saying I do believe, Lord, but help those parts of me that do not believe[2]. We are human, yes, but we have been entrusted with the mystery of the Divine. We have been given the Gift of the Eucharist.

For sure, we are tempted to trust only our senses. We are tempted to stand on the material. We are tempted to limit ourselves to the here and now. We are human. But we are also spiritual. And deep within us, deep within every single one of us there is the Voice of Faith prodding us to exclaim with Peter, I will not leave you Lord. You alone have the words of eternal life.

So today we pray, as we do every day of our lives, for faith ■


[1] Tuesday 28th August, 2012, St Augustine. Readings: 2 Thessalonians 2:1–3, 14–17. The Lord comes to judge the earth—Ps 95(96):10–13. Matthew 23:23–26.
[2] Mark 9:24. 


Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Bendigo al Señor en todo momento, 
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor: 
que los humildes lo escuchen y se alegren.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor, 
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió, 
me libró de todas mis ansias.

Contempladlo, y quedaréis radiantes, 
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, 
él lo escucha y lo salva de sus angustias

XX Domingo del Tiempo Ordinario (B)


Los sacramentos han ido adquiriendo a lo largo de los siglos un carácter [¿cómo decirlo sin que los más ortodoxos arqueen la ceja o se remuevan en la silla?] más y más ritualizado, hasta el punto de que a veces, llegamos a olvidar el gesto humano que está en sus raíces y de donde arranca su fuerza significadora. Los cristianos llamamos a la Eucaristía al recuerdo vivo –anamnesis[1]- de la cena del Señor, y es así que hablamos de la mesa del altar, los manteles ¡la liturgia! pero, ¿en dónde queda ese gesto humano básico de comer juntos en la experiencia ordinaria de nuestras misas? La Eucaristía hunde sus raíces en una de las experiencias más primarias y fundamentales del hombre que es el comer. El hombre necesita alimentarse para poder subsistir. No nos bastamos a nosotros mismos. La vida nos llega desde el exterior, desde el cosmos, desde Dios creador y providente.

Esta experiencia de indigencia profunda y dependencia radical nos invita a alimentar nuestra existencia en el Dios creador. Ese Dios amigo de la vida, que se nos revela en la persona de Cristo resucitado como salvador definitivo de la muerte.

Humanos, no comemos sólo para nutrir nuestro organismo con nuevas energías. Hay algo más. Estamos hechos para comer-con-otros. Comer significa sentarnos a la mesa con otros, compartir, fraternizar. La comida de los seres humanos es comensalidad, encuentro, fraternización. Pero, además, la comida humana, cuando es banquete, encierra una dimensión honda de fiesta y ocupa un lugar central en los momentos festivos más importantes. ¿Cómo celebrar un nacimiento, un matrimonio, un encuentro, una reconciliación, si no es en torno a una mesa?

Xavier Basurko se pregunta si no han perdido nuestras eucaristías esa triple dimensión de alimento, fraternidad y fiesta que, sin embargo, tienen arraigo tan hondo en nuestro pueblo. Y yo me pregunto lo mismo.

Una celebración digna de la Eucaristía nos invita y en cierta manea obliga a preguntarnos (1) de dónde estamos alimentando nuestra existencia, (2) cómo estamos compartiendo nuestra vida con los demás hombres y mujeres de la tierra, y (3) cómo vamos nutriendo nuestra esperanza y nuestro anhelo de la Fiesta final[2], así con mayúscula.

Y es que cuando uno vive alimentando su hambre de felicidad de todo menos de Dios, cuando uno disfruta egoístamente distanciado de los que viven en la indigencia, cuando uno arrastra su vida sin alimentar el deseo de una fiesta final para todos los hombres, no puede celebrar dignamente la Eucaristía, y mucho menos comprender las palabras del Señor: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna


[1] Anamnesis (del griego αναμνησις, anámnesis = traer a la memoria) significa 'recolección', 'reminiscencia', 'rememoración'. La anamnesis en general apunta a traer al presente los hechos del pasado,
[2] J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra, 1985, p. 219 ss.

New-old-ideas


Una imagen es una obra de arte destinada a propiciar la oración y la contemplación. No es por lo tanto un objeto de decoración o de adorno. Ha sido creada para ayudar a los creyentes en la plegaria individual, familiar o de pequeños grupos. Mantenla oculta siempre que no estés en oración y evita que lo profanen miradas de otras personas o las tuyas propias cuando no estás orando. No es un objeto para enseñarlo a las amistades ni una decoración exótica para la casa. Es una evocación de lo Sagrado a través de una imagen. Antes de elegir un icono, una imagen o una figura, mira bien si realmente evoca en ti lo Sagrado. No tengas prisa en elegir. Tómate todo el tiempo que haga falta.Un icono, una figura, una imagen, un templo o cualquier lugar de oración no es imprescindible; afortunadamente Dios está en todas partes; pero lo que tienes que ver es si tú lo ves en todas partes. Si es así, no te hace falta ningún elemento externo de ayuda, pero tienes que ser muy sincero y si no es así, y resulta que una imagen, un icono, determinadas iglesias o cualquier otro elemento te ayuda a evocar la presencia de lo Sagrado, entonces es bueno y sabio el que lo utilices ■ Pequeño tratado de oración contemplativa para buscadores solitarios de Dios, un Ermitaño Anónimo.

VISUAL THEOLOGY


The risen Christ, detail of a liturgical vestment (chasuble) of 18th century,  
(6x6 cm), particular collection.




Twentieth Sunday in Ordinary Time (B)



We continue our reading of John’s gospel chapter 6 what is traditionally called Discourse on the bread of life[1]I am uncomfortable with the qualification “discourse”. A discourse is explanatory.
Jesus explains nothing.
Jesus declares and invites.
Jesus invites to an encounter—hence His repetition.
Over and over Jesus says “I am the bread of life.”
Expecting a discourse, I would probably say,
“Ok, fine!  I hear you.  But what does that mean?!?”
If a discourse, Jesus would explain.
The repetitive declaration and invitation and the lack of explanation 
suggest that the only path to any level of comprehension is experiential.
Jesus must first be experienced/encountered before understood.
We are invited to relationship with God, with Jesus, the God-man.
And, from within the intimacy, within the embrace, we seek to grasp.
As Saint Anselm famously says, “Faith seeks understanding”[2].
Jesus reveals Himself as bread of life.
In other words, Jesus shares Himself like bread.
How does bread share itself?
Bread is the perfect servant[3].
If God is love—and love by nature gives, then it only makes sense.
Jesus comes to give us everything contained in His heart.
We, as a result, in being given everything, participate in His life. Now, the really “crazy” thing is what Jesus invents 
so to concretize this gift of Himself.
Catholics believe in the Eucharist.
Jesus is the Bread of Life, and He shares Himself.
He shares Himself—like bread—in many ways.
But we also believe that He shares Himself in a particular, particularly unsetting way. We believe that He gives a bread, concrete, unleavened bread, that communicates to us His flesh.
If the bread is somehow His flesh, then it is the whole Christ.
He is always whole, and wholly given.
If the Eucharist is this, is this amazing, then 
• Why such little fanfare on Sunday?
• Why is the Mass not more of an exciting event?
The Mass is an event, but the grandeur—source of excitement—is hidden.
The Mass contains a sacred secret.
And Jesus designed it thus.
At the Last Supper He said, Do this.
“This” was a simple meal,  
• Not a power rally
• Not an insane parade
• Not a rock concert with pyrotechnics (only totally real)
Jesus deliberately chose a simple meal—which can bore us after a while.
Jesus deliberately chose a simple meal because, in fact, 
it better suits the communication of His love.
How does it better suit the communication of His love?
1. The sharing is concrete and tangible.
2. As love deepens, love is increasingly interior, and thus silent.
Ah: silence.
At the heart of the Mass, we are silent.
At the heart of the Mass, we are silent because of this special Presence.
You will notice that, in churches which do not believe in this special Presence of Jesus that is the Eucharist, there is not much silence.
We come for Comm-union. It is important to situate, for we need realistic church expectations.
The expectation that we be “rocked” at Mass in unrealistic.
Jesus comes to do more than rock us.
Jesus comes to love us deep inside, in a way that breeds silence of heart.
We come to church not to be entertained or moved as at a show.
We come to be loved.
We come to hear God speak in the depths of our heart
(hopefully, to some extent, through the ministers!)
and to participate in this sacred meal, during which we experience the silence of divine love.
Thus, if we do not come to church from a place deep in the heart, 
we miss most of the encounter.
To come from a place deep in the heart, we must have our own prayer time outside of church.
Do we take time each day to be alone with the Lord?
Do we daily sit for a heart-to-heart with our truest soul Mate?
Some may ask “How?”
It is a very good question.
How are we to pray?
Saint Paul, in a sense, gets us “off the hook”.
In his letter to the Christians of Rome he tells us that we do not know how to pray, he also tells us that the Holy Spirit prays within us.
In other words, God enables us from within to communicate with Him.
All we must do is 
• Yield
• say “yes”
• want closeness
Our desire for relationship translates into time with God.
I invite you, if you do not already, to set aside 10 minutes each day.
Be alone with God.
“What do I do during the ten minutes—aside from daydream?” 
you may ask.
• Acknowledge the presence of God within you.
• Surrender to Him in faith, hope, and love.
• Read a few Scripture verses, as a springboard to God.
• Say what is on your mind and in your heart—honestly. 
• Listen deep inside to what may be whispering to you. The goal of your time in prayer is to abide in the Presence.
Abiding in the Presence, in the presence of God, 
leads to inner transformation.
God will love and enlighten you to the point of transformation.
Let us be transformed.
Let us be loved! ■


[1] Sunday 19th August, 2012, 20th Sunday in Ordinary Time. Readings: Proverbs 9:1–6. Taste and see the goodness of the Lord—Ps 33(34):2–3, 10–15. Ephesians 5:15–20. John 6:51–58 [St John Eudes].
[2] Saint Anselm of Canterbury (1033-1109) was the outstanding Christian philosopher and theologian of the eleventh century. He is best known for the celebrated “ontological argument” for the existence of God in chapter two of the Proslogion, but his contributions to philosophical theology (and indeed to philosophy more generally) go well beyond the ontological argument. In what follows I examine Anselm's theistic proofs, his conception of the divine nature, and his account of human freedom, sin, and redemption.
[3] The bread is entirely for the sake of the person who is to consume it. Jesus says in Matthew 20:28  “The Son has come not to be to be served,  but to serve and to give his life”. Jesus says here, The bread that I will give is my flesh for the life of the world.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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