Nací con hambre infinita
de ser amado y amar:
si Dios creó mi indigencia,
Él me la puede saciar.
Y avanzando en mi carrera,
un día llegué a pensar
que la sed que yo tenía
era sed de Trinidad
que llevo marca de origen
que nadie puede borrar,
que soy un grito nacido
que yo no puedo acallar.

Luchando a brazo partido,
en marea y tempestad,
voy colmando como puedo
mi soledad esencial.
Una caricia otras veces,
susurro y brisa del mar
me deja tersa la piel
con bálsamo celestial.
Mi Dios…, mi Tú… mi confín,
mi sonora intimidad,
mi pregunta, mi mirada,
¿quién eres y dónde estás?
               
Nos dijo el Doctor Sutil
que no fue nuestra maldad
la razón que decidiera
de toda la eternidad
que el Verbo Dios se encarnara
en morada terrenal;
que fue porque yo pudiera
con verdad decir "Abbá",
que fue porque Dios quería
venirse afuera a encontrar
un Amante que le amara
con divina dignidad,
un Tú que el amor cerrara
distinto y del todo igual.

Dios amante es indigencia
que un Hijo viene a llenar,
y éste que es hijo en el Hijo
con el Hijo sube al par.
¡Oh qué dulce pensamiento
de dejarse embriagar!
Venga aquí la religión,
si bien se quiere abrevar:
una familia es el mundo,
y es una la Humanidad,
uno es el Reino iniciado
que un día nos va a juntar.
No hay fronteras entre hermanos,
ni Pueblo de su heredad.
            
El "Abbá" es revelación
que nunca terminará.
De todo el orbe creado
es el nombre principal,
y yo medito y confieso,
postrado para adorar.
Abbá de la Encarnación
de una entraña virginal,
Abbá de encuentro y Espíritu.
de perdón, consuelo y paz,
Abbá que todo reúnes
en la divina Unidad.
Abbá, mi cuna y mi lecho,
mi trinitaria amistad.
Déjame, mi dulce Padre,
tu religión profesar,
deshacerme de ternura
cuando puedo contemplar
que en la cocina y mercado,
en el libro y todo afán,
tú eres Padre, solo Padre,
y así te debo tratar.
Abbá de Getsemaní,
Abbá de la Cruz-altar,
Abbá de la amanecida
en la mañana pascual,
y de la Pascua que espero,
Abbá…, dulcísimo Abbá.
Amén, Abbá
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.
México, D.F., 20 julio 2010.
Centro de Espiritualidad Jeanne Chézard de Matel.

XVII Domingo del Tiempo Ordinario (C)


Nuevamente el tema de la oración vuelve a tomar fuerza este domingo. Es conmovedor el diálogo que sostiene Abrahán con Dios para tratar de lograr el perdón de Sodoma, la ciudad impura. Diálogo. Esta palabra es la clave para entender el significado y las exigencias de la oración cristiana. Si la oración no fuera más que un monólogo del hombre consigo mismo, no sería preciso orar, pero la plegaria auténtica es un diálogo consciente delante de Dios. Este diálogo surge desde la fe, la pobreza, la reflexión, el silencio y la renuncia del hombre[1].

Cuando oramos de verdad salimos de nosotros mismos para abandonarnos en Dios con ánimo generoso, con simplicidad inteligente, con amor sincero. Orar es pensar en Dios amándole, expresar verdaderamente la vida. La oración es camino de comunión con Dios, que nos lleva a la comunión y el diálogo con los hombres. La oración más que hablar es escuchar; más que encontrar, buscar; más que descanso, lucha; más que conseguir, esperar. Rezar es estar abiertos a las sorpresas de Dios, a sus caminos y a sus pensamientos, como quien busca aquello que no tiene y lo necesita. Así la oración aparece como regalo, como misterio, como gracia.

En el Evangelio, la parábola del amigo inoportuno nos recuerda que Dios se deja siempre conmover por una oración perseverante. Por eso la tradición orante de la Iglesia es una tradición de peticiones y súplicas, que manifiesta la actitud de abrirse confiadamente a la presencia, el consuelo, el apoyo y la seguridad que solamente pueden venir de Dios. Siempre la petición ha de estar unida a la alabanza y a la profesión de fe y amor en la esperanza.

Si el pasado domingo, el evangelio nos proponía como necesaria la actitud contemplativa de María, la hermana de Lázaro, el de hoy nos regala la enseñanza de Jesús sobre la oración, hagamos nuestra, pues la entrañable petición de los apóstoles: Señor, enséñanos a orar, porque si nos ponemos a la escuela de oración de Jesús el primer descubrimiento que haremos es que Jesús no es un legislador que imponga la obligación de orar u ordene el tiempo y el modo de hacerlo. Lo primero y fundamental de la doctrina de Jesús sobre la oración es anunciarnos que Dios no es simplemente Dios sino que es el Abba, es decir, es alguien que está pendiente de nosotros, que está esperando que le dirijamos una palabra o una mirada –como diría Santa Teresa-. Exactamente, como el mejor de los padres está volcado hacia su hijo pequeño.

Si recibimos esta buena noticia, todo discurso sobre la oración cristiana tiene que comenzar anunciando que la oración es posible, que siempre es posible porque el encuentro no depende de nosotros sino de la constante voluntad del Padre que quiere salir a nuestro encuentro. Haz la prueba. Busca un momento de soledad y silencio interior, repite pausadamente las palabras del Padrenuestro pero diciéndoselas al Padre. Deja que resuene en tu corazón todo su significado y hazlo con la seguridad de ser escuchado que nos garantiza lo que nos dice hoy Jesús en la parábola del evangelio. Independientemente de lo que sientas, ya has tenido un encuentro de oración. El Padre te ha escuchado


[1] Interesante resulta el Diálogo, obra de Santa Catarina de Siena, escrito durante cinco días de éxtasis religioso, del nueve al catorce de octubre de 1378; consta 26 Oraciones y 381 cartas. 

NeW-oLd-iDEaS


Cómo puede alguien jamás confiar en la existencia de un amor divino incondicional cuando casi todo, sino todo lo que hemos experimentado, es lo opuesto del amor: temor, odio, violencia y abuso? ¡No estamos condenados a ser victimas! Queda adentro nuestro, aunque parezca oculta, la posibilidad de elegir el amor. Muchas personas que han sufrido los más horrendos rechazos y han sido sujetos a las más crueles torturas han podido elegir el amor. Cuando eligieron el amor, no solamente se convirtieron en testigos de la capacidad humana de soportar pruebas, sino también del amor divino que trasciende todos los amores humanos. Quienes eligieron amar, aunque sea en escala reducida, en medio del odio y el temor, son las personas que ofrecen una verdadera esperanza a nuestro mundo ELEGIR EL AMOR, H. Nouwen.

Seventeenth Sunday in Ordinary Time (C)


Teach us how to pray, the disciples asked Jesus. This is the longing of our souls. We want to pray. We want to be with God. Prayer is what we are about, not just here in Church but as people committed to Jesus Christ.  We need to nurture our dialogue with him, our prayer Life. We come to Mass at San Francesco di Paola to pray the Lord’s Supper as a community and to reverence the Lord within us in communion.  We call out to the Lord throughout our day whether it is simply grace before meals, or speaking to the Lord the three meditations: God loves me unconditionally, God forgives me and God is with me. Our days are meant to be united to God in prayer. Prayer expresses who we are, the People of God[1].

We need each other for our prayer life to grow. We need each other so we can really celebrate God’s presence to such an extent that He becomes present on the altar through the gift of Holy Orders. Sometimes, I come upon people who say that they don’t attend Church, but they pray on their own. I think it is great that they are praying, but I also know that they are depriving themselves of the greatest prayer, the prayer of Jesus Christ at the Last Supper, on the Cross and at Easter. It is great that they are praying alone, but by refusing to join the community they are depriving themselves of the Eucharist.

Maybe we all need to reflect a bit about the mystery of the Eucharist. We go to communion so often that it is easy for us to forget what we are doing and whom we are receiving. When we receive communion, Jesus Christ comes inside of us. He is closer to us than our skin. When we receive communion, we worship Him within us with our whole being. All of us love Eucharistic Adoration. All of us love reverencing the Lord in the Blessed Sacrament, when the Lord is exposed in the monstrance or processed around the congregation. Eucharistic adoration is wonderful. But there is something infinitely better than Eucharistic Adoration.  That is receiving communion. No Eucharistic service is better than receiving communion. In a few moments and every time we receive communion we take Jesus within our selves. He is there at the Last Supper, looking at each person here and saying this is my body, this is my blood, take and eat, take and drink.  When we receive communion Jesus is present on the cross saying, “My body is given up for you.  My blood is yours.  Even if you were the only person to ever live, I would still accept the cross for you.  I want to be inside you.  I want you to have my body and blood.” So, when we receive communion, Jesus is present within us at the Resurrection. This is the food of the new life of the Kingdom, the food of eternity, the bread of angels.

Jesus once told the story about a jewel merchant who came upon a valuable pearl. When he found it, he sold everything he had so he could possess it. We have the Pearl of Great Price offered to us every day. The Eucharist, Holy Communion, the Presence of the Living Lord at the Last Supper, on the Cross and at the Resurrection is within us whenever we receive communion.

Teach us to pray, Lord, the apostles asked. He taught them the Lord’s Prayer, and He gave us the Eucharist.  I invite you today, I challenge you today to enter into deep adoration of the Blessed Sacrament every time you receive communion.

We need to pray. We harbor, we treasure the presence of Christ within each of us, within our homes and in our community.  We need to make time every day to recognize this presence within us.  We need to pray.  We need to stop and hear the Lord in the silence.  We cannot allow the many concerns of our lives to hide the only thing that matters, the presence of Jesus–His presence within us, His presence in those we love, His presence in those who reach out to us.  We cannot allow anything to dull this presence, His Presence.

When we make the time to be in His presence, when we join Mary of Bethany in just enjoying the Lord in our lives, we will find ourselves walking a road less traveled, a road of serenity in the middle of hectic activity.  When we choose to nurture the presence of the Lord within us, we, like Mary, will be choosing the better part


[1] Sunday 28th July, 2013, 17th Sunday in Ordinary Time. Readings: Genesis 18:20-32. Lord, on the day I called for help, you answered me - Ps 137(138):1-3, 6-8. Colossians 2:12-14. Luke 11:1-13 [St James].

Yo con María me quedo,
porque es la parte mejor,
escuchándote, Señor:
tú eres mi amor y mi credo.

Fluye la vida corriendo,
y tan aprisa se va,
que, haciendo cosas sin fin,
vivo sin vivir en paz.
El barullo es mi desgaste,
gastado por los demás,
y, por darme todo a todos,
me pierdo lo principal.

Mas ¡bien sabes que te amo!,
y que quisiera acertar;
tú que ves los corazones
acepta mi ingenuidad.
Si te olvido, no te olvido…,
que no lo quise jamás;
brújula mía, Jesús,
en la calma y tempestad.

Mi Jesús, dulce silencio,
a quien le puedo palpar
en mis sienes encendidas
que te sienten palpitar.
Eres hálito y salida
de quien nació para amar,
para amar con pleno amor
a quien se puede adorar.

Heme aquí, mi Dios amado,
que no me confunda más,
que nada de ti me aparte,
mi centro de gravedad.
Y que de ti yo rebose
los mares de tu bondad,
Dios hermano de los hombres,
mi Dios, mi ruta, mi afán

P. Rufino Mª Grández, ofmcap.
Puebla de los Ángeles, 15 de julio de 2010.

XVI Domingo del TIempo Ordinario (C)


El viernes en la noche fui a oír a tocar a mi buen amigo José Luis Altamirano[1],  tenía siete años que no lo escuchaba en vivo y en todo éste tiempo no ha hecho sino componer y tocar mejor, cada vez mejor. Al volver, en el silencio de la carretera, pensaba qué decir en éste mi primer domingo en mi nueva comunidad parroquial[2]. Para variar, José Luis y su música (José Luis y su manera de componer y de tocar, mejor dicho) me ayudan, ¡como tantas veces! A preparar mi homilía…

La mayoría de la gente, incluidos los propios cristianos, comprendemos y admiramos la labor humanitaria que desarrollan las órdenes religiosas dedicadas a la educación y a la atención de enfermos, huérfanos, desamparados, desahuciados, y un largo etcétera, pero muchos (empezando por los cristianos) se muestran perplejos y no acaban de comprender a las órdenes religiosas entregadas a la vida contemplativa y de oración y silencio, como María, la hermana de la agitada Marta en el evangelio de hoy.

La seducción de una cultura profundamente utilitarista y materialista, favorecen todo tipo de prejuicios al respecto. ¿Para qué sirve que hayan unos miles de personas, monjes y monjas, que vivan ocultos en silencio, dedicados a tiempo completo a la oración? Esa gran mayoría, de mentalidad científica, técnica, práctica y pragmática, también tienen serias dificultades para entender a los poetas, a los filósofos, a los niños, a los románticos ¡a los músicos! –como José Luis- y a los que nos sentimos remitidos a Dios al ver la naturaleza. “¿Para qué sirven?”, “¿Qué beneficio reportan?”, ¿Se les cuenta en los censos?”. Vamos a ser honestos: hemos sido absorbidos y masificados en la sociedad del consumo, y nuestra mayor ilusión muchas veces es ganar cada vez más dinero para comprar más: más casas, más coches, más moda, más engaños para rejuvenecer. Vivimos para consumir ¿no hemos convertido el mundo en un inmenso supermercado en el que todas las cosas tienen un precio y una utilidad, incluso nuestra fe? Sólo apreciamos lo que se puede comprar y vender. Y así lo inapreciable, lo que más vale porque no se puede comprar con dinero, lo despreciamos y dejamos al lado…por inútil[3].

¿Para qué sirven los cielos, los mares, los bosques, las montañas, los animales de todo tipo? Interesa sólo la carne para comer o las pieles para vestir, pero se desprecian todos los animales y plantas que no se pueden "comercializar", es decir, vender y comprar. Interesa la madera de los árboles o los minerales del subsuelo que son susceptibles de explotación. ¿Para qué sirven tantos millones de estrellas inalcanzables? ¿Para qué las aguas de los océanos? ¿De qué sirve un hombre que se entrega al piano con pasión y alegría? Estas preguntas interesadas, utilitarias, atrofian lo mejor del hombre: su capacidad de admiración, de asombro, de contemplación de Dios y su creación.

Hoy por hoy, hermano mío, hermana mía, no buscamos tiempo para salir a contemplar las maravillas de la naturaleza, tiempo para callar y llenarse de gozosa contemplación ante el espectáculo del sol, las estrellas, los árboles, las hierbas y flores, las aves y los insectos; el horizonte sin fin, el azul del cielo, el verde del mar, la sinfonía de colores de la creación. No nos detenemos a escuchar la música y con ella, a hacer oración, por eso es qu explotamos aniquilamos, agotamos, estropeamos y degradamos lo más maravilloso, lo que se ofrece a todos sin distinción de clase, de nación, de nivel de renta, de nivel cultural...

Hay una infinita variedad de placeres y gozos menospreciados por el mero hecho de que no se pueden comprar y vender. No es extraño, por lo tanto, que no se comprenda la vida contemplativa: nos hemos inventado un sistema de vida consumista. Nos conformamos con comprar y tener y nos perdemos el espectáculo impresionante de un mundo lleno de maravillas.

Afortunadamente sobran las religiosas y religiosos contemplativos, como sobran los músicos, los poetas y los pensadores, que necesitan muy poco para disfrutar en un mundo sorprendente y maravilloso. Anoche que oía a José Luis entendí todo esto. Él y el piano se hacen uno mismo, y se entregan (sic) a los demás, a los que le escuchamos, de una manera maravillosa. ¡Qué corazón tan generoso y tan grande tiene éste amigo mío! Anoche pensaba también que si un día fallan los poetas y los que rezan y cantan –los contemplativos- ése día el hombre habrá dado el primer paso de regreso hacia sus antepasados los primates. Ese día habrá terminado la evolución y dará comienzo la involución, se pondrá punto al progreso y se iniciará el regreso y la deshumanización.

Gracias, querido José Luis, por tu música y tu cariño; gracias sobre todo por Inspiración, por tus palabras a la mitad del concierto; gracias por la lección de anoche, gracias por ayudarme a entender la importancia de la contemplación, la valía de los hombres y mujeres que han dedicado su vida al silencio y a la oración; gracias por ser una de ésos poetas que, con tu música, nos haces pensar en el amor y, sobre todo en el Amor


[2] El Sr. Arzobispo de San Antonio, Mons. Gustavo García-Siller, me pidió recientemente que dejara mi querida comunidad de St. Vincent de Paul para venir a trabajar en el Seminario de la Arquidiócesis y en una nueva comunidad parroquial: San Francesco di Paola. Este es mi primer domingo como párroco en éste nuevo  nombramiento.
[3] Cfr. L. Betes, Dabar 1989, n. 38

nEw-oLD-iDeaS


Creer profundamente que Dios existe, que es del Dios único, verdadero y vivo al que le entregamos nuestra vida, debe implicar, con un mínimo de lógica, la necesidad de callarnos para escucharle, la necesidad de recogernos para buscarle, la necesidad de adecuarnos en intención o en acto a lo que prescribe para adorarle. Porque, a través de todas las situaciones vitales, la oración conserva lago profundamente específico: la relación entre un hombre y su Dios. Una relación que es amor. Pero para todos los que son llamados, independientemente del tipo de llamada que reciban, a entregarse a sí mismos a Dios, la oración será siempre un sacrificio, en mayor o menor medida. La oración se parece a lo que tienen de sacrificio el celibato querido, la pobreza querida o la obediencia querida: forman un todo. Por eso, la oración debe tener un tiempo reservado para sí misma. Sin este tiempo de oración, el resto del tiempo se tornará vacío y como separado de Dios. Un tiempo que no debe ser el tiempo sobrante, sino un tiempo que deja lo útil por algo mucho más útil. (…) Madeleine Delbrêl, Las comunidades según el Evangelio, PPC, Madrid, 1998, pp- 160.161; 174.175.176

VISUAL THEOLOGY



T. Riemenschneider, The Assumption of Mary Magdalene, c. 1490-1492, limewood.  Bayerisches Nationalmuseum, Munich ■ Mary Magdalene (original Greek Μαρία ἡ Μαγδαληνή),[2] or Mary of Magdala and sometimes The Magdalene has been called the second-most important woman in the New Testament after Mary the mother of Jesus. Mary Magdalene traveled with Jesus as one of his followers. She was present at Jesus' two most important moments: the crucifixion and the resurrection. Within the four Gospels, the oldest historical record mentioning her name, she is named at least 12 times, more than most of the apostles. The Gospel references describe her as courageous, brave enough to stand by Jesus in his hours of suffering, death and beyond. In the New Testament, Jesus cleansed her of "seven demons",[Lk. 8:2] [Mk. 16:9]. When Jesus was crucified, Mary Magdalene was there supporting him in his final terrifying moments and mourning his death. She stayed with him at the cross after the male disciples, except John the Beloved, had fled. She was at his burial, and she is the only person to be listed in all four Gospels as first to realize that Jesus had risen and to testify to that central teaching of faith. Specifically name her as the first person to see Jesus after his Resurrection. She was there at the "beginning of a movement that was going to transform the West". She was the "Apostle to the Apostles", an honorific that fourth-century orthodox theologian Augustine gave her and that others earlier had possibly conferred on her. St. Mary Magdalene is considered by the Catholic, Orthodox, Anglican, and Lutheran churches to be a saint, with a feast day of July 22. The Eastern Orthodox churches also commemorate her on the Sunday of the Myrrhbearers, the Orthodox equivalent of the Western Three Marys ■

Sixteenth Sunday in Ordinary Time (C)


In this Sunday’s second reading from Paul’s Letter to the Colossians, Paul speaks about a mystery, a mystery that has been hidden for ages is now manifested to God’s Holy Ones.  The mystery is this: Christ is in you[1].

Usually when we use the word mystery, we think of a story that has an ending we try to solve before we get to the last page of the book or last five minutes of the movie.  When the Church uses the term mystery, it goes much deeper. For the Church a mystery is a truth that is incomprehensible to the reason and knowable only through divine revelation. The Early Church referred to the sacraments as the mysteries.  When adults are about to come into the faith they are anointed with the Oil of Catechumens so they may have the strength and the grace to be open to Mystery. The main events of the action of Jesus Christ in our world is called the Mystery of Faith. At the most solemn time in the Mass, after the Bread and Wine become the Body and Blood of Christ, we are called upon to proclaim the Mystery of Faith, and we respond something similar to: “Christ has died, Christ is risen, Christ will come again.” Well, this Sunday, St. Paul, therefore reminds the Colossians and us that we have received Mystery, the Mystery that Christ is in us.

Sadly when it comes to this Mystery many people, and many times we ourselves, are clueless. We go about our day, so busily engaged in doing this and that we overlook the purpose for our actions, we overlook the reason for our being, we forget about the presence of Christ. Like Martha in the Gospel we are concerned with doing instead of being. Martha was busy doing this and that in her valiant efforts to prepare for Jesus. Mary, her sister, was concerned with being, with being with Jesus.

A number of years ago, someone came up with a great idea as a guide for making decisions.  The idea was WWJD, What Would Jesus Do? Even people still wear wristbands with WWJD to remind them to choose the course of action that Jesus would choose. I think that is wonderful.  But I want to propose an even better guide. Instead of focusing on Jesus out there somewhere, focus in on the presence of the Lord right here, right now, in your lives, in that of your family and others, in the Church, in the world. This is the mystery that St. Paul is speaking about.  Jesus Christ is here. When we are attuned to the presence of the Lord, we will force ourselves to consider if a particular action or inaction will strengthen or weaken the Divine Presence.

For example, some times people will say, “Well, the Church says this or that, regarding some situation or other, but I disagree.”  Well, it is not a matter of what the Church says, it is a matter of the presence of Christ.  It is not merely a matter that the Church says it is wrong to get drunk, let’s go beyond: it is a matter of considering what this action is doing to the presence of Jesus in our lives. A wise young priest once said to me, “A good way to judge whether an action is moral or not is to ask yourself whether or not you can pray better after the action.”  Interesting. And true. If after a course of action, we find prayer difficult, then we have probably have driven the Lord out of our lives, or at least we have diminished His presence.

My brother, my sister, we need to pray. We harbor, we treasure the presence of Christ within each of us, within our homes and in our community.  We need to make time every day to recognize this presence within us.  We need to pray.  We need to stop and hear the Lord in the silence.  We cannot allow the many concerns of our lives to hide the only thing that matters, the presence of Jesus–His presence within us, His presence in those we love, His presence in those who reach out to us.  We cannot allow anything to dull this presence, His Presence.

When we make the time to be in His presence, when we join Mary of Bethany in just enjoying the Lord in our lives, we will find ourselves walking a road less traveled, a road of serenity in the middle of hectic activity.  When we choose to nurture the presence of the Lord within us, we, like Mary, will be choosing the better part


[1] Sunday 21st July, 2013, 16th Sunday in Ordinary Time.  Readings: Genesis 18:1-10. The just will live in the presence of the Lord - Ps 14(15):2-5. Colossians 1:24-28. Luke 10:38-42 [St Lawrence of Brindisi].
Jesús, Buen Samaritano,
tú curaste mis heridas,
tú me sanas, tú me cuidas,
tú, mi Dios y dulce hermano.

Que no fue el Levita aquel,
el que, viéndolo al pasar,
se acercara hasta el caído
para poderle auxiliar.
Ni tampoco el Sacerdote,
un ministro del altar,
quien sintiera en sus entrañas
compasión y caridad.

Porque fue un samaritano,
gentes dignas de evitar,
quien le curó las heridas
y le llevó al hospital.
Y le dijo al hospedero:
cuídalo, a mi cuenta va;
y gasta lo que haga falta
que yo lo voy a pagar.

Herido, muy malherido,
yo te vengo a suplicar:
solo estoy, que los que pasan
no se han dignado parar.
Me hacen llorar las heridas,
mucho más mi soledad;
en tu corazón divino,
busco, Jesús, un hogar.

Busco bálsamo y caricia,
que el amor puede sanar,
y solo amor y ternura
es tu santa humanidad.
Jesús misericordioso,
tú nos viniste a enseñar
que amar al necesitado
es amarte a ti en verdad
P. Rufino Mª Grández, ofmcap,

Puebla, 9 julio 2010

XV Domingo del Tiempo Ordinario (C)

Jesús va de camino a Jerusalén, la ciudad donde terminará su vida y su misión. También nosotros vamos de camino por la vida. ¿Hacia dónde? Como los judíos, también tenemos una respuesta aprendida, pero quizá no muy bien asumida. Sabemos que la vida es el camino hacia el cielo, por eso tiene sentido aquella pregunta del doctor de la ley: ¿Qué hacer para alcanzar la vida eterna? Sin embargo aquella, más que una pregunta, era una trampa: como doctor de la ley debía saber la respuesta. Por eso Jesús no le responde directamente sino que lo hace con otra pregunta: ¿qué está escrito en la ley? Y aquel hombre, comprometido, responde de cantadito lo que había oído muchas veces: amarás al Señor, tu Dios, y al prójimo como a ti mismo, para terminar con otra pregunta aún más comprometedora: ¿y quién es mi prójimo?

Preguntar por el prójimo es un pretexto para justificar nuestra despreocupación por él. Porque todos somos compañeros de viaje y, por tanto, todos somos prójimos unos de otros. Eso es lo que Jesús quiere dejar claro. Por eso recurre a una parábola, la del buen samaritano. Allí no se teoriza sobre el prójimo: el prójimo es todo el que va de viaje con nosotros: todos somos caminantes, peregrinos –viators-  y vamos a la misma meta.

El hombre de la parábola no tiene nombre, ni nacionalidad, ni cargo, porque ese hombre somos todos, podemos ser todos. De hecho, hay muchos –demasiados- hombres en la cuneta de la vida. Las estadísticas que tratan de evaluar el número de pobres, de marginados, de discriminados, nos dan los datos de hombres y mujeres que están en la cuneta de la vida, y el que atiende a su hermano, la que atiende a su hermano, ése es el buen samaritano. No importa ni la ideología, ni la nacionalidad ¡ni siquiera la religión! Aquí lo que importa es el amor a los otros.

El samaritano era odiado por los judíos, porque era extranjero, porque era de otra clase, de otra cultura, de otra religión, distinto. Nosotros mismos, los cristianos, presumimos de algo tan maravilloso como el evangelio, pero ¿qué hacemos? ¡Cuántos rodeos para no atender a los necesitados! ¡Cuánta doctrina social de la Iglesia y qué poca Iglesia aplicada a ponerla por obra!

El Señor deja en claro dos cosas: que todos somos compañeros, prójimos, porque todos vamos por el mismo camino, y que todos deberíamos comportarnos como buenos compañeros, como el buen samaritano. Sobran pretextos para caminar en grupitos y encerrarnos en el corral de nuestros prejuicios religiosos, nacionalistas, regionales, partidistas, clasistas, etc. Por encima de todo lo que nos diferencia (lengua, religión, cargo público, jerarquía, nación, sexo...), hay algo, lo único importante, que nos hace iguales: todos somos personas, hijos de Dios. Por eso deben prevalecer el amor y la solidaridad por encima de cualquier otra consideración.


En menos palabras: todos vamos a la casa del Padre, aunque nuestra túnica sea de distinto color ■

neW-oLD-iDeAS

La adoración es extasiarse con gozo y gratitud simplemente ante su Presencia, el silencio del lenguaje del Amor. Si por algún motivo tu alma se entristece, vuelve a la adoración. El te necesita así, humilde y confiado en creer que de nuevo vendrá cuando lo llames. No busques su rostro. Lo encontrarás; en todas las cosas y personas que te rodean. Y cuando lo encuentres y tu amor se plasme en una oración de alabanza, estarás adorando. Y porque El así lo prefiere, te volverá a buscar. Pero no lo olvides: déjate hallar ■

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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