En la fiesta de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañia de Jesús



Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén
S. Ignacio de Loyola.


XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Vanidad de vanidades, todo es vanidad[1]. Son éstas las palabras que repite uno de los libros más extraños del Antiguo Testamento: Eclesiastés[2]. El autor es un judío que, podríamos decir, tiene una actitud un tanto pesimista: repasa todos los aspectos de la vida humana y siempre halla limitación, engaño, desgracia. El hombre es visto como un iluso que se esfuerza por tener más, por ser más... pero la conclusión que descubre el autor del Eclesiastés es escéptica, es pesimista: Vanidad sin sentido.

Y como sucede con cualquier pesimista profundo, el mismo Dios y su acción en nosotros son incluidos en la visión pesimista.

Miles de años después de que el autor del Eclesiastés escribiera su obra, quizá los cristianos seguimos siendo pesimistas respecto al hombre, y por lo tanto con  respecto a Dios. No creemos en aquella afirmación fundamental –previa en el tiempo- al Eclesiastés: Dios vio que todo era bueno[3]. O lo que es lo mismo no creemos realmente en la acción de Dios en la vida de cada uno.

Es bueno detenerse de vez en cuando y preguntarse de qué sirve todo lo que hacemos, si no es un intento inútil, casi grotesco, esta pretensión humana de conseguir la felicidad. Hace no muchos años hubo un momento en la vida de quien esto escribe en que caí en la cuenta de una manera sobrecogedora que en materia de fe y costumbres había equivocado el camino. Estaba norteado y muy solo. Ni la religión, ni Dios, ni la santidad, ni las devociones que tenía habían conseguido que fuera el que quería ser. Excepto la apariencia, y el maquillaje de las palabras, casi todo era mentira en mi. Debía de tomar una decisión por mi mismo a los treinta y tantos, cosa que no había hecho antes. A los vanidosos quedar mal nos cuesta mucho. Sabía lo que debía de hacer, y qué era lo correcto. Lo que quería expresar, aunque no supiera hacerlo, era lo siguiente: sé quién quiero ser, sé quién debo de ser, y voy a empezar por no hacer nada. No quiero ser bueno, ni quiero ser santo. Comenzaré desde el principio. ¿Y cuál era el principio?: dejarme querer. Si Dios existe, y Dios es Padre, le va a tocar a Él actuar en mí. Y así comencé a caminar. En un Starbucks Coffe, por cierto. Poco tiempo después nació la gratitud como forma de oración, sin fórmulas. Y esa gratitud nacía de contemplar el amor a mi alrededor. Un amor que no había visto nunca antes. Antes me hablaban de amor, incluso me glosaban el amor, y no era amor eso la mayoría de las veces. No. No lo era. El que descubrí en aquella época era un amor que nunca se definía a sí mismo y, probablemente, no sabía expresarse: eran personas que estaban muy lejos de los caminos de santidad, y de la perfección, sin embargo, eran -son- oro puro. En aquellos meses me sentí, como Abraham, extranjero en tierra extraña, sin embargo tuve la suerte de encontrar personas que me hicieron sentir en casa. Así empezó todo. mi resurrección.

En la parábola que el Señor narra en evangelio éste domingo escuchamos una actitud que parece muy diversa, la del hombre seguro, que cree que su felicidad se identifica con lo que hace y tiene, especialmente con el poder de su dinero. Imagina que durará siempre, que es capaz de conseguir lo que quiere.

Pesimismo y arrogancia ¿No es verdad que muy a menudo los hombres somos una curiosa mezcla de estas dos actitudes? Por una parte, autosuficientes, seguros, como si la felicidad fuera algo que podemos comprar y asegurar; y por otra, pesimistas, desengañados, creyendo que nada vale la pena y la vida no tiene sentido.

¿Y no es verdad que la  sociedad ha conseguido un explosivo coctel de estas dos actitudes? Por una parte, quiere infundir seguridad, confianza, como si tuviera la fórmula de la felicidad, pero a la vez se siente inquieta, desconcertada, sin rumbo, sin proyecto de vida con sentido, pasando de crisis en crisis.

¿Hay una respuesta cristiana ante todo esto? Sí. Sin duda. La respuesta cristiana no es ninguna fórmula mágica. Es una fe para caminar. Es lo que escuchamos en la segunda de las lecturas: Despojaos de la vieja condición humana, con sus obras, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador[4].

La respuesta cristiana es, por tanto, abrirse a la vida de Dios, que es don del Padre, que se manifiesta en Jesucristo, que impulsa en nosotros el Espíritu. Y esto lo cambia todo. Lo hace todo nuevo, distinto. Fácil no es, pero es al mismo tiempo la Buena Noticia del Señor. Su evangelio nos anuncia la vida de Dios presente en nosotros pero no en nuestra riqueza, o en nuestro egoísmo, sino en nuestro amor, en nuestra lucha por la justicia, en todo aquello que es Dios en nosotros.

Ni pesimistas, porque Dios vive en nosotros, ni seguros, porque todo es gracia. La respuesta cristiana está resumida en la últimas palabras de la carta de san Pablo; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos. Es una fe para caminar[5]



[1] Qo 1, 1.
[2] El Libro del Eclesiastés (griego εκκλησιαστης, Ekklesiastés, hebreo קֹהֶלֶת, Qohéleth, "eclesiasta", "asambleísta" o "congregacionista"), a veces conocido como el Libro del Predicador, forma parte del Antiguo Testamento, y también del Tanaj, perteneciente al grupo de los denominados Libros Sapienciales, o de enseñanzas. En el Tanaj judío se ubica entre los Ketuvim (o los "escritos"). En el ordenamiento de la Biblia, Eclesiastés sigue a los Proverbios y precede al Cantar de los Cantares, mientras que en el Tanaj se encuentra entre estos dos mismos libros, pero en orden inverso: le antecede el Cantar de los Cantares, y le sucede el de Proverbios. No debe confundirse con el Libro del Eclesiástico, el cual es otro libro sapiencial del Antiguo Testamento, de nombre similar.
[3] Gn 1, 11.
[4] Cfr Col 3, 1-5. 9-11.
[5] Idem. 


En la oración se manifiesta nuestra fe y nuestra confianza en la Divina Providencia. Acordémonos de la oración, ya sea durante el cansancio de nuestro trabajo cotidiano, ya sea en los momentos de descanso de nuestras vacaciones ■ Benedicto XVI.

VISUAL THEOLOGY


Christ Giving the Keys to Peter, ca. 1315, German; Cologne, Pot-metal glass and vitreous paint. These panels illustrate the belief that the pope is the representative of Christ on earth. Under separate architectural baldachins, the apostle Peter, wearing the papal tiara, kneels before Christ, who, in a literal representation of a Gospel text (Matthew 16:18), is the key to the Kingdom of Heaven. The Metropolitan Museum of Art

Eighteenth Sunday in Ordinary Time


Today's readings force us to confront the questions: What is a success? What is a successful life, a successful career, and a successful relationship?[1]

Is a person’s life successful if he or she is making a good salary? There’s a story about a grandmother who pulled out pictures of her three grandchildren, all under two, and showed them to a friend saying, “These are my grandchildren: That one’s the rich doctor, that one’s the rich lawyer and that one’s the chairman of the board of a large corporation.”  The word success for her had to include having a high salary. But is real success predicated on salary? Certainly, that is the way that most people calculate success. But are they correct?

How about marriage? What makes a marriage successful? Is a marriage successful because a woman and a man have been together for, thirty, forty, fifty or sixty years and have avoided both divorce and homicide? Marriage anniversaries are important, but do they point to the success of a marriage or only to its longevity?

The readings for today invite us to take a closer look at the whole concept of success. In the Gospel reading, the man is convinced that he is a success because he is a rich farmer. What should he do now that he has succeeded in harvesting more grain than he has storage room? Build a bigger barn, of course. The only thing is, the basis of his success is his grain. When he suddenly dies, his success remains here, and he goes on to God empty handed.

There is a fantastic book of meditations on St. Francis of Assisi written by James Cowan, a lay novelist, who spent some time in Assisi trying to understand Francis[2]. You are all well aware that Francis gave up all his worldly possessions as a radical prophetic action. Cowan writes that Francis recognized that wealth, family, social position and profession confined him in a web of relationships that made it impossible to define himself as a full human being in the image of Christ[3]

A doctor is successful not if he or she has a prosperous practice but if he or she becomes the healing hands of Christ for the sick. A lawyer is successful not if he or she is part of a profitable firm, but if he or she uses learning, knowledge and talent to protect people and the community, to do good for people and the community, to be just.

Many times an incorrect view of success is based on honors and titles. Is a priest a success if he becomes a Monsignor or a Bishop? My brother, my sister, success is not measured by titles.  A priest is on the road to success if he can draw closer to God each day of his life while he also draws those he serves to join him on the journey to God.

How can we determine if a marriage is successful?  Certainly, longevity does not determine the success of a marriage. A marriage is successful if the man or woman is a better person, a more loving person, because of the marriage. How about parenting? What are the signs that people are good parents? Success in parenting is certainly not based on what your kids have, but who your kids are.

What I’m saying is that the general concept of success is a fallacy. Success is not predicated on what we have, what honors we receive, what jobs we hold, etc.  Success is predicated on how each of us has developed as a person.

Let me take this one step, one infinite step, farther.  Success is predicated on our ability to assume the person of Jesus Christ. St. Paul says in the second reading that our lives are hidden with Christ in God in such a way that when Christ appears we appear. The personality of a Christian is so entwined with the person of Jesus Christ that Christ and the Christian, Christ in the Christian, must be one. That is success.

All this is a completely different way of considering success.  For the Christian, success is not a present reality; it is a goal, the goal of Christian life. This goal will be reached when every aspect of our lives reflect the Person of Jesus Christ. That is success. All else, my brother, my sister, is vanity


[1] The Eighteenth Sunday in Ordinary Time. Readings: Ecclesiastes 1:2, 2:21-23, Psalm 90:3-4, 5-6, 12-13, 14, 17, Colossians 3:1-5, 9-11, Luke 12:13-21
[2] http://franciscanresources.com/store/category/aqco/BOOKS_-_FRANCIS.html
[3] Francis lived at the time of the emergence of the middle/merchant class. Before this a person was either a peasant or a noble. The merchant class was so taken up with making money and having the finest things of life that, as Qoheleth predicted, there days were full of labors and their nights were restless. Francis’ prophetic action of stripping off his rich clothes in the square in Assisi was a sign that the inner person had to be exposed rather than cloaked in silk and velvet.  Francis’ action was prophetic, a radical action to help us recognize the entanglements of what the world calls success.

Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.


Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.


Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.


Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!)
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo 
 de la Liturgia de las Horas. 
La palabra de Cristo es clarísima: Jesús no desprecia la vida activa, y mucho menos la generosa hospitalidad; pero recuerda el hecho de que la única cosa verdaderamente necesaria es otra: escuchar la Palabra del Señor; ¡y el Señor en ese momento está allí, presente en la Persona de Jesús!. Todo lo demás pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra acción cotidiana ■ Benedicto XVI en Castel Gandolfo

XVII Domingo del Tiempo Ordinario

Hemos recitado tantas veces el Padrenuestro y, con frecuencia, de manera tan  apresurada y superficial, que hemos terminado por vaciarlo de su sentido más profundo. Es impresionante la capacidad que tenemos los humanos de convertir lo extraordinario en ordinario, cuando perdemos el norte. Poco a poco hemos ido olvidando que esta oración nos la dejó el Señor como la plegaria que mejor recoge lo que él vivía en lo más íntimo de su ser y la que mejor expresa el sentir de sus  verdaderos discípulos.

De alguna manera, ser cristiano es, entre otras (importantes) cosas, aprender a recitar y vivir el Padrenuestro. Por eso, en las primeras comunidades cristianas, rezar el Padrenuestro era un privilegio reservado únicamente a los que se comprometían a seguir a Jesucristo.

Dos mil años después necesitamos aprender nuevamente el Padrenuestro. Hacer que esas palabras que pronunciamos tan rutinariamente, nazcan con vida nueva en nosotros y crezcan y se  enraícen en nuestra existencia.

Padre nuestro que estás en los cielos. Dios no es en primer lugar únicamente Juez y Señor y, mucho menos nuestro Rival y Enemigo. Es el Padre que desde el fondo de la vida, escucha el clamor de sus hijos y siente por ellos una enorme ternura[1]. Una espiritualidad que atenaza el alma, o que hace sentir mal, no puede ser la verdadera.

Y es nuestro, de todos. Aislados o juntos, somos todos los que invocamos al Dios y Padre de todos los hombres. Imposible invocarle sin que crezca y se ensanche en nosotros el deseo de fraternidad. Y está en los cielos como lugar abierto, de vida y plenitud, hacia donde se dirige nuestra  mirada en medio de las luchas de cada día.

Santificado sea tu Nombre. El único nombre que no es un término vacío. El Nombre del que viven los hombres y la creación entera. Bendito, santificado y reconocido sea en todas las conciencias y allí donde late algo de vida. También en las vidas de aquellos que ¡ay! rechazamos: los han sufrido el drama del divorcio o la separación, las personas homosexuales, el depresivo, el alcoholizado, el enfermo mental, la prostituta, etc.

Venga a nosotros tu Reino. No pedimos ir nosotros cuanto antes al cielo. Gritamos que el Reino de Dios venga cuanto antes a la tierra y se establezca un orden nuevo de justicia y fraternidad donde nadie domine a nadie sino donde el Padre sea el único Señor de todos.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. No pedimos que Dios adapte su  voluntad a la nuestra. Somos nosotros los que nos abrimos a su voluntad de liberar y hermanar a los hombres.

Danos hoy nuestro pan de cada día. Confesamos con gozo nuestra dependencia de Dios y le pedimos lo necesario para vivir, sin pretender llenarnos de lo superficial o lo innecesario que nos distrae de lo esencial –del unum neccesarium- y nos cierra a los necesitados, haciendo nuestra aquella hermosísima oración de Salomón: Da a tu siervo corazón dócil que pueda juzgar entre lo bueno y lo malo[2].

Perdónanos nuestras ofensas… y egoísmos e injusticias pues estamos dispuestos a extender ese perdón que recibimos de Ti a todos los que nos han podido hacer algún mal. Hemos de pedir a Dios la gracia de tratar a los demás con la misma paciencia y bondad con la que Él nos trata a nosotros. Ojala Dios nunca se tome demasiado en serio ésta frase del Padrenuestro pues si Él va a perdonar como nosotros perdonamos ¡estaríamos perdidos!...

No nos dejes caer en la tentación… de olvidar tu rostro y explotar a nuestros hermanos, pero sobre todo de creernos poseedores de la verdad, o con el monopolio de la salvación. No. La verdad es Dios y Él la da a quien quiera. Por eso le pedimos que nos guarde en su seno de Padre, que nos enseñe a vivir como hermanos en la Iglesia, la Iglesia, que nos ofrece lo único que debe ofrecernos: el conocimiento de que ya estamos salvados y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia entera, universal, católica ¡grande!, sin partecicas ni nada.

Y líbranos del mal. De todo mal. Del mal que cometemos cada día y del mal del que somos víctimas constantes.

Jesús: en menos palabras: orienta nuestra vida hacia el Bien y la Felicidad: hacia Ti


[1] Cfr Is 66,10-14a.
[2] 1 Reyes 3, 5-10

VISUAL THEOLOGY


Book Cover Plaque: Christ in Majesty, ca. 1185–1210, French; Made in Limoges, Gilded copper and champlevé enamel (27.5 x 14.2 cm), Metropolitan Museum of Art (New York). The earliest known textual reference to the famous enamels produced in the city of Limoges during the twelfth through fourteenth centuries concerns a book cover seen in the Abbey of Saint Victor in Paris in the 1160s and intended for an English abbot. Though this book cover seems not to have survived, it might have borne some similarity to the one seen here. Plaques showing Christ in majesty surrounded by symbols of the evangelists, usually paired with a plaque showing the Crucifixion, were produced in large numbers by Limoges enamelers. The variety of textures and patterns created through the masterful engraving and stippling of the five appliqué figures make this a particularly noteworthy example of a product for which Limoges artists were widely recognized and admired

Seventeenth Sunday in Ordinary Time


Teach us how to pray, the disciples asked Jesus. This is the longing of our souls. We want to pray. We want to be with God. Sometimes we don’t know how to do this. Last weekend we reflected on the life of Martha and Mary. Today speak about prayer[1], why? Well because prayer is what we are about, not just here in Church but as people committed to Jesus Christ.

As Catholics we need to nurture our dialogue with him, our prayer Life. We come to Mass to pray the Lord’s Supper as a community, as a family, and to reverence the Lord within us in communion. We call out to the Lord throughout our day whether it is simply grace before meals, or speaking to the Lord the three basic points of our Christian life: God loves me unconditionally, God forgives me and God is with me. We have to remember that prayer expresses who we are: the People of God. And prayer helps A LOT to understand the meaning of life.

Also, we forgot very often that we need each other for our prayer life to grow. There are people who say that they don’t attend Church, but they pray on their own. I think it is great that they are praying, but I also know that they are depriving themselves of the greatest prayer: the celebration of the Holy Mass. It is great that they are praying alone, but by refusing to join the community they are depriving themselves of the Eucharist.

Maybe we all need to reflect a bit about the mystery of the Eucharist. We go to communion so often that it is easy for us to forget what we are doing and whom we are receiving.

My brother, my sister, when we receive communion, Jesus Christ comes inside of us. He is closer to us than our skin. Yes: He is closer to us than our skin. When we receive communion, we worship Him within us with our whole being.

In a few moments and every time we receive communion we take Jesus within our selves. He is there at the altar, looking at each person here and saying this is my body, this is my blood, take and eat, take and drink. When we receive communion Jesus is in some way present on the cross saying, “My body is given up for you. My blood is yours.  Even if you were the only person to ever live, I would still accept the cross for you.  I want to be inside you.  I want you to have my body and blood.”

Jesus once told the story about a jewel merchant who came upon a valuable pearl. When he found it, he sold everything he had so he could possess it[2]. Well, we have indeed the Pearl of Great Price offered to us every single Sunday, every single day.

Teach us to pray, Lord, the apostles asked probably full of anxiety and fear, and He taught them the Lord’s Prayer, and He gave us the Eucharist.  As your Pastor and your brother in Christ, I invite you today I challenge you today to enter into deep adoration of the Blessed Sacrament every time you receive communion. We have to re-discover the meaning of the Holy Mass; we have to be parish absolutety centered in the Eucharist. Help me! If we open our hearts to the grace of God and we ask for the intercession of our blessed Mother, we will accomplish this great challenge


[1] Sunday 25th July, 2010, 17th Sunday in Ordinary Time. Readings: Genesis 18:20-32. Lord, on the day I called for help, you answered me—Ps 137(138):1-3, 6-8. Colossians 2:12-14. Luke 11:1-13 [St James].
[2] Mt 13: 45-46. a

Si he sentir en mi ser
tus abrazos y cariño,
haz, Jesús, que como niño
pueda mirarte y creer.

Yo quiero ser el primero,
lo pide mi corazón; 
mas tú me das la lección,
alzado sobre el madero.

Yo quiero ser importante 
y ser voz y ser bandera,
mas no fue tal tu manera,
ni tu porte ni talante.

Si he sentir en mi ser 
tus abrazos y cariño,
haz, Jesús, que como niño
pueda mirarte y creer.

Quiero infinito querer, 
que nada me satisface,
quiero que solo me abrace
el triunfo sin padecer.

Más tú quieres mucho más, 
cuando a seguirte me invitas
y en tu corazón me citas:
Solo aquí descansarás.

Si he sentir en mi ser 
tus abrazos y cariño,
haz, Jesús, que como niño
pueda mirarte y creer.

El monte de mi deseo 
es el monte de mis sueños:
mas qué ruines y pequeños
cuando me acerco y te veo.

Mi corona y mi grandeza 
supera a todo reinado,
y es Jesús crucificado,
inclinando la cabeza.

Si he sentir en mi ser 
tus abrazos y cariño,
haz, Jesús, que como niño
pueda mirarte y creer.

Jesús, secreto escondido
en la santa comunión,
si yo gusto de este don,
lo demás es desabrido.

Jesús, dulce sacramento, 
Evangelio de mi paz, 
dame tu divina faz,
y de tu boca el aliento.



La oración verdadera no es absolutamente extraña a la realidad. Si rezar os alienase, os apartase de vuestra vida real estad en guardia: no es una oración de verdad.

No se trata de multiplicar las palabras, sino de estar en presencia de Dios, haciendo nuestras, en la mente y en el corazón, las frases del Padre Nuestro, o adorando la Eucaristía, o meditando el Evangelio, o participando en la Liturgia. Todo esto no aparta de la vida, al contrario contribuye a que seamos realmente nosotros mismos en todos los ambientes, fieles a la voz de Dios que habla a la conciencia, libres de los condicionamientos del momento.

La fe y la oración no resuelven los problemas, pero nos permiten afrontarlos con una luz y una fuerza nueva, de forma digna del ser humano y también de manera más serena y eficaz ■ Benedicto XVI 



XVI Domingo del Tiempo Ordinario (C)


La interpretación tradicional, que presenta a Marta y María como símbolos de la vida activa y de la vida contemplativa respectivamente, ha hecho que este pasaje sea ininteligible para muchas personas.

La verdad es que, puestas así las cosas, difícilmente se puede encontrar en el relato otra cosa que no sea una descalificación tajante de la vida activa puesta en boca de Jesús. Santa Teresa, con su habitual simpatía, solía decir que si todos hiciésemos como María, Jesús se quedaría sin comer. Es obvio que el sentido tiene que ser otro que tenga más coherencia con el resto del evangelio. Además, ¿es que no fue activa la vida de Jesús? ¿No son palabras suyas que los zorros tienen madriguera fija y los pájaros nido, pero que él estaba siempre en marcha de un sitio para otro?[1]

Si prescindimos de viejos prejuicios en la lectura, seguramente entenderemos éste momento del evangelio de forma distinta: el Señor va a casa de sus amigos a platicar, a convivir, a intercambiar pequeñas pero emotivas noticias.

Marta se esfuerza en preparar una comida especial (algo más complicada de lo normal) porque hay huésped, lo que supone que no puede estar hablando con el Señor a pesar de lo mucho que le gustaría. Si María ayudase, acabarían antes y se podrían sentar todos para conversar. Jesús se da cuenta y le dice a Marta que no se complique, que haga cualquier cosa para comer, porque lo importante, lo mejor y lo más agradable es relacionarse en un ambiente de plena amistad. El no ha ido allí para comer, sino para estar con sus amigos. Jesús distingue entre la hostelería y la hospitalidad. A comer se va al restaurante, a convivir vamos a casa de los amigos. Hogar no es donde vivo, sino donde me comprenden. No se descansa en una silla, sino en un amigo. El nombre de Betania tiene desde entonces para los cristianos el significado de lugar de amigos.

Al mismo tiempo, al contemplar las prisas y los nervios de Marta hemos de tomar conciencia del ritmo con que se mueve nuestra sociedad y nosotros mismos, que formamos parte de ella. Más que vivir, parece que estemos participando en pruebas de velocidad. Bebemos mucho, pero sin saborear. Vemos, hablamos y oímos tan de prisa que el gozo de vivir se nos escapa. Nos hemos convertido en turistas superficiales de nuestra propia existencia. No vivimos, nos viven. Y por si lo anterior fuera poco, no disfrutamos de la vida que Dios nos da. En ciertas espiritualidades se muestran serias reticencias a la palabra placer. Se identifica el contenido del término con abuso o desviación. Sin embargo, el disfrutar sanamente de la vida ilumina los rostros, serena el mundo interior de las personas, da optimismo y ánimo, permite maravillarse y, casi siempre ayuda a contemplar el misterio.

El evangelio de éste domingo describe, pues, a Marta y a María: una y otra sintetizan la verdadera acogida. No se trata de oponer una y otra actitud. Son dos acciones necesarias. Nuestro peligro es crear disyuntiva, o eso o aquello. El verdadero mal es la ansiedad. Y puede haber tanta ansiedad en escuchar como en obsequiar. En el fondo de cualquier realidad humana siempre se halla la actitud, y ésta –lo que hay en el corazón del hombre- debe ser la acogida gratuita, generosa del otro, del visitante. Es el amor.

Uno de los autores que más bella y profundamente ha escrito sobre el amor es E. Fromm[2]. En una de sus mejores obras profundiza sobre la verdad del amor y sobre la contemplación, y afirma: «Se considera pasivo a un hombre que está sentado, inmóvil y contemplativo, sin otra finalidad que experimentarse a sí mismo y su unicidad con el mundo porque no "hace" nada. En realidad, esa actitud de concentrada meditación es la actividad más elevada, una actividad del alma, y sólo es posible bajo la condición de libertad e independencia interiores». Y añade: «Sin duda, ser capaz de concentrarse significa poder estar solo con uno mismo –y esa habilidad es precisamente una condición para la capacidad de amar».

Paradójicamente, la capacidad de estar solo es la condición indispensable para la capacidad de amar. Fromm no alude a este pasaje del evangelio, pero parece estar pensando en él: no es pasiva una mujer que «está sentada, inmóvil y contemplativa» escuchando al Señor, sino que esa capacidad de concentrarse «es la condición indispensable para la capacidad de amar».

No se trata, por lo tanto, de interpretar las palabras del Señor como una llamada a la inactividad, a un espiritualismo desencarnado que se abstrae de las exigencias concretas que la vida nos marca. Llama la atención que este episodio de las dos hermanas esté a continuación de la parábola del buen samaritano. Es precisamente san Lucas es el evangelista que más subraya la oración de Jesús. Podemos aplicar al Maestro la misma frase de Fromm: la capacidad de Jesús para estar a solas, en oración filial a su Padre, fue precisamente la condición indispensable para su capacidad de amar. Jesús fue el buen Samaritano, el que se dejó conmover por el dolor de los hombres, pero fue también el que se pasaba las noches en oración[3]. Fue la aparente pasividad de su oración la que le llevó a la actividad de una vida entregada como «el hombre para los demás».

J. L. Martín Descalzo dejó, como su obra última, el Testamento del pájaro solitario, en que narra una experiencia de niño cuando su madre le llevó un día a una catedral: «Recuerdo que mi madre apretaba mi mano, como abrazando mi alma y me decía: "Mira, aquí está Dios", y que tenía temblor su voz cuando lo mencionaba. Y yo buscaba al Dios desconocido en los altares, sobre la vidriera en que jugaba el sol a ser fuego y cristal. Y ella añadía: "No le busques fuera, cierra los ojos, oye su latido. Tú eres, hijo, la mejor catedral"».

¿Tendremos tiempo, en estas semanas de descanso del verano y en nuestra vida, para cerrar los ojos y oír el latido de un Dios, que llevamos dentro, como en una catedral o en una ermita, «más íntimo que mi mayor intimidad»?[4].

Necesitamos la contemplación para que haya menos cabezas perdidas y más corazones llenos


[1] Lc 9,51-62
[2] Erich Fromm (1900-1980) fue un destacado psicólogo social, psicoanalista, filósofo y humanista alemán.
[3] Cfr Mt 14, 23; Mc 1,35; Lc 9, 18.28; Jn 6,15.
[4] José Luis Martín Descalzo fue un sacerdote, periodista y escritor español.
Ilustración: J. Vermeer, Cristo en casa de Marta y Maria, (1654-1656)National Gallery (Londres). 

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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