Aquellos que nos han dejado no están ausentes, sino invisibles. Tienen sus ojos llenos de gloria, fijos en los nuestros, llenos de lágrimas ■ San Agustin

Conmemoración de todos los Fieles Difuntos (2012)


Nada más común que la muerte y, sin embargo, nada más asombroso. La muerte es un acontecimiento que, a pesar de su inevitabilidad, no está en nuestros planes. Su llegada sorprende siempre y nos deja perplejos y enmudecidos.

Cada quien es libe de adoptar su postura ante la muerte y ante lo que puede suceder después de ella. Para muchos la muerte es el fin, la nada, el abismo. Con la desaparición de la vida acaba todo lo que a la vida la caracteriza: el amor y el odio, el trabajo y la iniciativa, la ambición, la esperanza, el orgullo, la soberbia, la bondad. Se ha llegado al final por completo.

Los cristianos, hemos hecho, por el contrario, una opción. La opción por la vida eterna. Una opción que se toma desde la fe y que supone un salto, un inmenso salto dado con la mano puesta en la mano de Cristo. El cristianismo es una elección que el hombre, cada hombre, debe tomar seria y conscientemente; que el cristianismo no puede ser fruto de una herencia familiar o de un contexto social, porque, en ese caso, carecería de contenido auténtico. Esa elección responsable y reflexiva que el ser humano hace al interrogarse sobre los problemas más importantes de su propia vida, está implícita la idea cristiana de que, tras la muerte, está la vida. Hoy el Evangelio nos dice, con toda rotundidad, que el Señor nos resucitará en el último día, es decir, que nos dará una vida sin límites y sin final.

A través de todas las páginas del Evangelio en las que Jesús se encontró con la muerte encontramos siempre la misma respuesta. ¡Levántate! le gritará Lázaro ya hediondo en su tumba[1]; y la misma palabra imperativa la repetirá al hijo de la viuda de Naím[2]. Más tarde, su propia resurrección será la respuesta más evidente a su señorío sobre la muerte y la gran piedra angular en la que se apoyará nuestra esperanza cristiana.

Por eso, los cristianos, al conmemorar hoy a todos los que están más allá de nuestro mundo, a todos los que han convertido su fe en seguridad, junto al dolor por su ausencia no podemos sacar una consecuencia angustiosa, desesperada e impotente, sino una llamada a la vida, a esa vida que palpamos y tenemos, a ésa que conocemos y con la que nos estamos fabricando esa otra vida en la que esperamos y creemos. Porque aquí está la gran lección de la esperanza cristiana en la vida eterna: la de enseñarnos a vivir ahora de modo que podamos abrir los ojos con paz cuando los cerremos, a ser posible también con paz, en el tiempo y en el espacio concreto.

Para ayudarnos a vivir como lo quiere Cristo, hoy podríamos recordar cuáles van a ser sus palabras cuando nos encontremos con Él más allá de nuestros límites terrenos. Son palabras categóricas que señalan inequívocamente un camino a recorrer: Venid, benditos de mi Padre... porque tuve hambre y me disteis de comer, estuve enfermo y me visitasteis, triste y me consolasteis...[3]

Hoy El mundo está necesitado de hombres que crean firmemente en la vida eterna, que le den un sentido de trascendencia, de hondura y de espiritualidad a la vida, a la vida del hombre sobre la tierra. Los cristianos deberíamos ser esos hombres. Lo seríamos si creyéramos de verdad en Cristo resucitado y en todo cuanto dijo e hizo en su vida y en su muerte. Qué duda cabe que una manera de predicar en silencio nuestra fe en la vida que no acaba es vivir la vida que acaba con sentido de eternidad. Intentando reproducir con todas las limitaciones que tenemos, y que tan bien conocemos, el estilo de vida de Cristo[4]




[1] Jn 11, 1-45
[2] Lc 7, 11-17
[3] Cfr Mt 25, 30 ss.
[4] A.M. Cortés, Dabar 1986, n. 54.

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A lo mejor un día de estos, cuando en la misa diga aquello de “daos fraternalmente la paz”, tal vez les pida que se den también la alegría; que se rían juntos. Una buena carcajada compartida puede ser un cántico litúrgico tan agradable a Dios como el más sublime motete gregoriano ■

Solemnidad de todos los Santos (2012)


No cabe duda: la palabra santo quizá nos trae a la mente la imagen de largas túnicas si no es que un (desagradable) olor a viejo, o a naftalina o confesionario; quizá nos hace pensar en hombres y mujeres que llevaron una vida bastante distinta de la de sus contemporáneos (a veces con muchas rarezas) y que, en muchos casos, eran obispos, frailes o monjas. No sé, pienso, en San Simeón estilita y medio me pongo nervioso[1]. O peor aún: quizá identificamos al santo con el ser perfecto y concluimos que deben ser cosas de otras épocas, porque hoy en día hay gente buena y hasta muy buena pero perfecto ¡nadie!

Las palabras de Pedro en su carta son sencillas de comprender: sed santos en toda vuestra conducta como el que os llamó es santo[2] y san Pablo insiste en que la voluntad de Dios es nuestra santificación. No hace mucho –apenas cincuenta años atrás- el Concilio Vaticano II nos recordó que “los fieles de cualquier condición y estado son llamados por Dios, cada uno por su camino, a la perfección de la santidad por la cual el mismo Padre es perfecto[3]”. La santidad no es, por tanto, ninguna forma absurda de vida o a caminar hacia una meta imposible. Aspirar a la santidad es aspirar a la felicidad total que todo hombre bajo distintas formulaciones busca. “Nos hiciste, Señor para Tí, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti”, decía San Agustín[4].

El Dios de la paz, de la felicidad nos llama a la plenitud, a la felicidad. Los hombres somos seres incompletos, inacabados. Somos, según frase del filósofo, "lo que somos y lo que nos falta". Nuestro destino es Dios, la felicidad, lo que nos falta.

Representar a Dios como un Dios aburrido y o el Dios de los absurdos es sustituirlo por un ídolo. No se trata de rezos extraordinarios, ni de reprimir la alegría, ni de sufrir en demasía, mucho menos de maltratar el propio cuerpo[5]. La parábola de los talentos nos indica que responder a la gracia de Dios en la proporción en que se nos dio, es el listón que cada uno debemos saltar. Cada uno de nosotros es consciente de lo que Dios puso en sus manos y de lo que en cada momento debe ser el fruto de ese don. Hoy, que celebramos a todos los Santos –a la Virgen María en un lugar principalísimo- por qué no preguntarnos si vamos en serio en serio (sic) en éste tema tan importante de la santidad personal ■


[1] San Simón o Simeón el Estilita, o simplemente Simón Estilita (Sisan, Cilicia, c. 390 – Alepo, Siria, 27 de septiembre de 459), también conocido como Simeón Estilita el Viejo (para diferenciarlo de Simeón Estilita el Joven y Simeón Estilita III), fue un santo asceta cristiano que nació en Cilicia a finales del siglo IV. Su fama radica en el hecho de haber elegido como penitencia el pasar 37 años en una pequeña plataforma sobre una columna1 (del griego stylé; de ahí su sobrenombre) cerca de Alepo, Siria. Es conocido como uno de los Padres del yermo. Nacido en Sisan, al norte de Siria, vivió su infancia como pastor. A los 15 años ingresó en un monasterio donde aprendió de memoria los 150 salmos de la Biblia, rezándolos cada semana, 21 cada día. Se le considera el inventor del cilicio. Fue expulsado de un monasterio por su rigor absoluto, así que decidió ir al desierto para vivir en continua penitencia; allí, después de vivir en una cisterna seca y en una cueva, y a causa de la continua molestia que le suponían las muchas gentes que venían a visitarle, apartándole de la vida contemplativa y la oración y acercándole a la tentación, decidió que le construyeran una columna de tres metros de altura, luego una de siete y por último pasó a una de 17 metros para vivir subido en ella y alejarse del tráfago humano. Sobre esta columna pasó sus últimos 37 años de vida, por lo que se ganó el sobrenombre de «el Estilita». Murió en el año 459. Su festividad se conmemora el 5 de enero.
[2] Cfr 1 Pe 1, 13.
[3]Lumen gentium, n. 11
[4] Confesiones I,1,1
[5] Me refiero a todo el tema de la exagerada mortificación corporal

VISUAL THEOLOGY


Paradise (1445), Giovanni di Paolo (1398–1482 Siena), Tempera and gold on canvas, transferred from wood, Metropolitan Museum or Art (New York) ■ Together with a scene of the Creation and Expulsion from Paradise, also in the Metropolitan (Robert Lehman Collection), this picture formed the base (or predella) of an altarpiece formerly in the church of San Domenico, Siena, and now in the Uffizi, Florence. Painted in 1445, the two predella paintings rank among the finest works by the artist. Groups of saints and angels embrace in a rich, tapestry-like garden of Paradise. Giovanni di Paolo was much inspired by paintings he saw in Florence by Fra Angelico, but he rejected the perspectival rationalism of Florentine art in favor of a visionary effect of exquisite intensity ■

Solemnity of All Saints 2012


Few years ago NBC hit the jackpot with the show Heros. If you have seen it you know that the people on the show have various powers making them capable of doing things beyond any sort of scientific possibility. There’s a man who can fly without wings or any sort of propulsion. There’s a man who walks through walls. Another one stops time and travels in time, etc. NBC built on people’s fascination with the ability to do that beyond the physically possible. The Fantastic Four movies, Spider man, Superman, and many television shows also build on this fascination.

The hagiographers, the biographers of saints of the past centuries, also built on this fascination. Many times saints were presented as having all sorts of preternatural powers, powers beyond whose of normal human beings. For example, St. John Bosco was a deeply spiritual and dedicated priest of the 19th century. Sadly, the Salesian hagiographers emphasized stories that had circulated that Don Bosco had super human powers and did not give the proper attention they should have given to his spirituality. St. Francis of Assisi was a preacher with his eyes set on the journey to Christ. He was determined to fight against the materialism that was taking hold of the people of his time. He demanded that they return to the spirituality that was the strength of the Church. But St. Francis is often portrayed as having powers that normal people would not have, like having conversations with animals. Maybe he did, and maybe he didn’t. My point is that many hagiographers cloud the messages of their subject’s lives with pietistic fantasy.

In our lifetime, we have experienced the lives of many great Catholics some of whom will most likely have their holiness recognized by the Church in the process we call canonization.  Two of these are, of course, Blessed Mother Theresa and Blessed John Paul II.  Do we need to hear that either had some sort of extraordinary power that demonstrated their holiness?  Of course not! We saw their holiness. We experienced their guidance to Christ.

Attributing all sorts of strange powers to the saints actually diminishes their message. Instead of seeing them as people like us whose heroic lives we can follow, we turn them into preternatural creatures with powers beyond our capability. We should not dismiss the saints so easily by turning them into plastic, fantasy figurines, whose lives are nice stories but impossible for us to follow. No! the saints were and are real people who had to fight the same battles we all fight to serve the Lord.  Some of them had terrible tempers, like St. Jerome and St. Paul. Some of them had to recover their spiritual lives after giving in to sin, like St. Ignatius Loyola, St. Francis of Assisi, and, of course, St. Augustine.  Some had to be courageous and stand for the faith when every fiber of their body was terrified at what would happen to them, like St. Thomas More, St. Agnes, and St. Vincent de Paul.

The saints were normal human beings like you and me, only they were better at being human than the rest of us.  They were fully human.  To be fully human is to allow the best of our humanity to dominate our lives.  As human beings we are both physical and spiritual. The saints allow the spiritual aspect of their lives to be integrated into the physical. They were and are the best of us. But they are not plastic. They are real.

So, what are we doing this morning [evening] well, we are honoring the saints. We recognize that they are with God and we call upon their intercession. What do we mean by that? We ask the saints to pray to the Lord for us, to help us in the struggles of our lives. We ask the saints to help us also embrace our baptism in such a way that we also will be clothed white in the Blood of the Lamb.

The saints are our heroes. But they are neither the Fantastic Four nor Captain America or Spiderman, the saints are real people whose heroic lives give us the example of what it is to be fully human, and whose prayers give us the grace to be fully the Lord’s ■



Dame, Señor, tu mano guiadora.
Dime dónde la luz se esconde.
Dónde la vida verdadera. Dónde
la verdadera muerte redentora.

Que estoy ciego, Señor, que quiero ahora
saber. Anda, Señor, anda, responde
de una vez para siempre. Dime dónde
se halla tu luz que dicen cegadora.

Dame, Señor, tu mano. Dame el viento
que arrastra a Ti a los hombres desvalidos.
O dime dónde está para buscarlo.

Que estoy ciego, Señor. Que ya no siento
la luz sobre mis ojos ateridos
y ya no tengo Dios para adorarlo[1].


[1] Jorge López, Dios entre la niebla.


La fe es creer en este amor de Dios, que nunca falla ante la maldad de los hombres, ante el mal y la muerte, sino que es capaz de transformar todas las formas de esclavitud, brindando la posibilidad de la salvación ■ Benedicto XVI en el Año de la Fe. 

XXX Domigo del Tiempo Ordinario


Hay un momento profundamente desagradable en esta escena que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra. El Señor salía de la ciudad de Jericó acompañado de mucha gente, en aquel momento Jesús multiplicaba panes, curaba enfermos, hacia milagros y era mucha la gente que lo seguía.

Tenía partidarios: unos de su doctrina y de su persona con todas sus consecuencias, y otros de sus panes, de sus milagros, etc. La gente es así. El ser humano es así.

De repente aparece en el relato aquel hombre ciego y mendigo sentado al borde del camino que empieza a gritar pidiendo compasión. Se produce el hecho penoso, profundamente desagradable: uno de estos gestos en que queda al descubierto nuestra miseria humana. No me refiero a la escena del ciego que grita. Lo deprimente viene de parte de aquellos individuos –eufóricos y satisfechos- que acompañan al Señor y le piden al ciego que se calle. Esta es la miseria humana; ellos son los que hacen digamos, miserable, una parte de la escena, y estaban mucho más ciegos que Bartimeo; les molestaba mirar y pensar en la desgracia del prójimo. Eran mucho más pobres que el mendigo, porque la pobreza de aquellos estaba su corazón.

Hoy, veinte siglos después, nuestra actitud es muy similar: seguimos a Cristo a cierta distancia pero no queremos que se oiga el grito de los necesitados. Queremos que nos dejen tranquilos. En Jericó y también en México. En Jericó y en los Estados Unidos. Nos decimos cristianos y de hecho caminamos junto a Él, pero en algunos momentos no queremos detenernos a ver qué le ocurre al necesitado. Y para muestra un botón: de manera disparatada casi todo el mundo compartía en sus muros la imagen de Alondra, una niña que pide limosna en las calles de Guadalajara. Algunos se desgarraron las vestiduras preguntándose cómo es que una niña tan indefensa anduviera por ahí, pero lo más alarmante era el que fuese una rubiecita tan hermosa para estar con “unos papás que son morenos” Todoelmundo (sic) a compartido en sus muros de Facebook la foto ¿y cuántos estamos comprometidos en alguna acción concreta a favor de quien menos tiene?

Escribía hace poco J.M. Ballarín que Francisco de Asís dictó su cántico al sol cuando ya estaba ciego. Y que Juan de la Cruz escribió su Cántico espiritual –hablando de "montes y riberas, de bosques y espesuras, de flores y verduras- después de pasarse meses encerrado en una prisión sin luz.

La moraleja es sencilla: el anhelo de ver, de vivir, de amar, puede romper la muralla de la habitual ceguera, de la rutina cotidiana, del egoísmo que nos corroe. Todos somos ciegos, pero todos podemos hallar la luz para caminar.

Es preciso anhelar la salvación, desearla, para acogerla. Es el ejemplo del ciego Bartimeo. Gritar, gritas –aunque los que nos rodean nos exhorten a callar- para romper y superar las murallas que nos rodean. El evangelio no será nunca acogido por los que creen ver, sino por los que se saben ciegos, paralíticos, leprosos.... Es la gran lección del Evangelio. El ciego ve porque quiere ver -porque tiene fe-; y así puede seguir el camino de vida que es el camino del Señor

¿Por qué no pedir hoy "Señor, ten compasión" y levantarnos y seguir el camino de amor que es el camino de Jesús? Situaciones de enfrentamiento en una realidad social, política: ¿es la solución quedarse sentado viendo la vida pasar?¿No sería más cristiano reconocer la culpa que a todos afecta, creer en posibles soluciones, ponerse a trabajar abiertos a la esperanza? Me parece que nuestra sociedad necesita esta invitación a superar toda ceguera para hallar el camino. Camino sin duda difícil, como lo fue el del Señor. De nada sirve continuar sentado al borde del camino. La salvación que Dios ofrece exige levantarse y caminar ■

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Lo que importa no es la espiritualidad ni la religión ni la perfección ni el éxito o el fracaso en esto o aquello, sino simplemente Dios y la libertad en Su espíritu ■ T. Merton

VISUAL THEOLOGY



Sarcophagus with Scenes from the Lives of Saint Peter and Christ



Sarcophagus with Scenes from the Lives of Saint Peter and Christ (early 4th century) Metropolitan Museum of Art (New York) ■ The sarcophagus was carved about the time when Christianity was first recognized as a legal faith within the Roman Empire. The two legendary scenes of the Miracle of Saint Peter Drawing Water from a Rock in His Jail Cell and Saint Peter’s Arrest in Rome, crisply carved in powerful, deep relief at the left, are among the earliest surviving images depicting Peter’s special relationship with Rome. When the sarcophagus was identified in 1879, only the lower legs, with scenes from the life of Christ on the right, survived (see image). Incorrect identification of the figures led to inaccurate restoration of the upper portion of the scenes carved in low relief. Originally, four scenes from Christ’s life decorated the sarcophagus: the Entry into Jerusalem, the Cure of the Man Born Blind, the Multiplication of the Loaves, and the Raising of Lazarus. In the modern restoration, the Cure of the Man Born Blind was omitted, with the man’s feet used instead for the small, frightened child in the Entry into Jerusalem. Roughly carved in low relief on the ends are two Old Testament scenes foretelling mankind’s salvation by Christ: Three Hebrews in the Fiery Furnace and Adam and Eve after the Fall by the Tree of Knowledge ■

Sarcophagus with Scenes from the Lives of Saint Peter and Christ

Sarcophagus with Scenes from the Lives of Saint Peter and Christ


Thirtieth Sunday in Ordinary Time (B)


This morning's Gospel presents the great passage of Bartimaeus. Bartimaeus, was a man completely dependent on others for sight, however he could hear well, indeed he heard very well that Jesus of Nazareth was passing by, so he called out to him. He was healed and then literally he followed Jesus[1]
The first reading from the Prophet Jeremiah tells us that a day will come when the lame will walk and the blind will see. And certainly, that day began with Jesus Christ. Certainly, this is one of the teaching in today’s Gospel. Bartimaeus sees. The great days that Jeremiah had prophesied had begun. But, perhaps this Gospel reading is deeper than a demonstration of the powers of the Messiah to give sight to the blind. Perhaps, it is speaking about seeing with the eyes of faith. We are on the Year of Faith so this brief reflextion is vert apropriatte.

Can we imagine the joy of Bartimaeus? Can we imagine the change in his life? And then the reading has a deeper level. Those whose souls are blind to the Presence of God cannot follow him. Only those who are willing to take a step of faith, a leap of faith, and seek out the Lord can follow Him. In other chapter of the gospel Jesus says, I came so that those who are blind may see[2]. So, can you imagine the joy of those whose lives seemed to have no direction, who lived in darkness, when they find a path to life, a light to guide them? Well, we are those people. We are the ones who had been in darkness and who now have light.

 “I need direction in life,” a lady told me the other day. “I don’t really know where I am going”. Perhaps, you have felt the same way. Why do we do that? Why do we look for direction, when all that we need is right in front of us? We have been entrusted with a treasure, the very presence of the Lord. When we feel that we are lost then we, need to get back to basics, to the very basics indeed. We need to follow Jesus to find the path to life the psalmist cries for[3].

We need to reflect on the profound joy the Lord has brought to all of our lives. He has given us sight. We can see where we need to go. We can follow Him. We can go to that place where all happiness dwells. Our joy is realizing that like Bartimaeus we are not blind any more.  We can follow the One who gives Light to our lives.

May we have the courage to live in His Light ■


[1] Sunday 28th October, 2012, 30th Sunday in Ordinary Time. Readings: Jeremiah 31:7-9. The Lord has done great things for us; we are filled with joy. Ps 125(126). Hebrews 5:1-6. Mark 10:46-52 [Ss Simon and Jude].
[2] John 9:39.
[3] Psalm 126.

Adónde quieres que vaya,
mi Pastor y mi Barquero,
que quiero ser misionero,
dispuesto a dejar mi playa?

Ya no hay mar ni continente,
ya no hay ciudades ni aldeas;
no haya grupo ni peleas
para el Anuncio a la gente.
Mi casa es el mundo entero,
está diciendo el Señor,
y el testimonio de amor
es la Misión que yo quiero.

Mas yo quiero la Palabra,
que palabra es amistad,
y ante amistad y humildad
no hay puerta que no se abra.
Id a hablar humildemente,
fundiendo Evangelio y vida,
y Dios que a todos convida
se ha de hacer amor presente.

Es la puerta de la fe
un corazón anhelante,
y a quien busque suplicante
yo me manifestaré.
Mas yo busco a quien envíe,
como yo fui enviado,
y busco un apasionado
a quien mi amor le confíe.

Aquí me tienes, Señor,
en tu escucha y compañía:
tu voluntad sea mía,
y al Padre torne el honor.
Imploro tu bendición,
tu Espíritu que fecunda
con él el mundo se inunda:
Nueva evangelización. Amén.
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.



XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (B)


Llevamos tres domingos escuchando la carta a Hebreos en la segunda de las lecturas, un texto importante porque nos ayuda a descubrir el sentido de la muerte y resurrección de Jesucristo, relacionándolo con lo que había sucedido en el Antiguo Testamento[1]. Aquel sacerdocio, aquellos sacrificios en la sangre de los corderos eran figura –es decir, anuncio- del único sacerdote, del único sacrificio, ofrecido una vez para siempre. La muerte de Jesucristo, más allá de las motivaciones humanas que la desencadenó, es un verdadero sacrificio ofrecido a Dios Padre. En el evangelio escuchamos que Él ha venido para servir y dar su vida en rescate por todos y, antes, Isaías termina diciendo que Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos.

No podemos caer en la simplificación de pensar que el cristianismo es una moral o un conjunto de normas de comportamiento dictadas por un personaje iluminado que han dictado sus consejos a unos discípulos. Nuestra adhesión al Señor no es únicamente a sus palabras. Es a su persona. Es aceptar, por la fe, su condición divina y, por tanto, el valor infinito de su sacrificio en remisión de nuestros pecados.

Una vez que aceptamos la salvación que nos da, nos unimos a Él –por el bautismo- formando un solo cuerpo. Su vida divina, como la savia de la vid, circula en nosotros, los sarmientos. Esta vida se irá alimentando con la Eucaristía, los otros sacramentos y la vida de oración. Configurados con Cristo, es lógico y normal que nuestra acción sea una imitación de su vida. De aquí saldrán unos modelos de comportamiento. Pero no brotarán únicamente de unos consejos, de unas palabras muy bien dichas. Tendrán como trasfondo la trayectoria del mismo Cristo, que primero hacía y practicaba todo lo que después enseñaba.

Uno de los aspectos en el que la identidad entre lo que hace y enseña Jesucristo está más claro es, precisamente, el espíritu de servicio. Jesús rechazaba el modelo de los que figuran como jefes y disponen de los súbditos como si fueran sus esclavos. El, lo afirma claramente -y lo practicaba-, no ha venido para que le sirvan, sino para servir.

San Juan que en su evangelio, después de la multiplicación de los panes espacio para dar una extraordinaria catequesis sobre la eucaristía (recordemos los cinco domingos que le dedicamos este verano), al llegar a la última cena, no pone –como los otros evangelistas-, el momento de la institución de la eucaristía y, en cambio, nos describe la escena del lavatorio de pies. ¿No es un mensaje equivalente? De hecho, Jesús, en la Eucaristía, condensa todo lo que ha hecho y ha predicado, toda su vida y el significado de su muerte: entregarse a los demás. Mi cuerpo entregado... mi sangre, derramada. Al añadir después: Haced esto en conmemoración mía, ¿significa únicamente "reúnanse para celebrar la misa"? ¿No querrá decir también "entreguen su cuerpo, su sangre", es decir, "entréguense a los demás"?

En este caso, la Eucaristía no sería únicamente un acto de culto que nos une a Cristo con cierta periodicidad, sino una invitación a que toda nuestra vida fuera, siempre en todas partes, una imitación de la vida del Señor[2].

Hoy pide la Iglesia ayuda para esos miles de misioneros y misioneras que ha hecho de su vida un servicio a los demás. Hombres y mujeres que olvidados de sí mismos han dejado patria y familia, cultura y lengua, su acostumbrada, de comer, de dormir, todo para llevar a sus hermanos el hecho de que un Dios dio por ellos su cuerpo, su sangre su vida en acto de servicio. Seamos como un vagón de tren casando y envejecido de tanto viaje, y que abandonado en vía muerta es capaz de dar cobijo a alguien que huye del hambre y de la guerra, y que lo hace feliz.

Que san Francisco Javier, patrón de las misiones, interceda por nosotros delante del trono de Dios y pida para nosotros corazones generosos y acogedores ■


[1] Se desconoce su verdadero autor. Tampoco puede ser datada con precisión, aunque existe consenso en que fue escrita entre los años 60 y 90 del siglo I. Como los otros libros del Nuevo Testamento, está escrita en griego. Su texto es de una gran densidad teológica y su estilo es solemne, casi litúrgico. El autor parece tener un dominio excepcional del Antiguo Testamento, que cita frecuentemente, acudiendo a la versión griega de la Biblia de los Setenta (Biblia Septuaginta).
[2] A. Taulé, Misa Dominical 1988, n. 20. 

New-old-ideas


La gente bien podrá sentirse presa del miedo y de la pusilanimidad frente al hecho de que la vida de Nuestro Señor Jesucristo y de los santos era muy rigurosa y penosa, mientras el hombre en este aspecto no es capaz de hacer gran cosa y tampoco se siente impulsado a hacerla. Por ende, cuando la gente se nota tan distinta en este aspecto, a menudo se considera muy apartada de Dios a quien -(según dicen)- no pueden seguir. ¡Que nadie haga esto! El hombre nunca (y) de ninguna manera debe considerarse alejado de Dios, ni a causa de un defecto, ni por una flaqueza, ni por ninguna otra cosa. Aun en el caso de que tus grandes pecados te desvíen alguna vez tanto que tú no te puedas considerar cerca de Dios, debes suponer, sin embargo, que Dios se halla cerca de ti. Porque el hecho de que el hombre aleje de sí a Dios implica un gran perjuicio; pues, aun cuando el hombre ambula en la distancia o en la proximidad, Dios no se aleja nunca, siempre permanece cerca; y si no puede permanecer adentro, a lo sumo se aleja para permanecer delante de la puerta Meister Eckhart.

VISUAL THEOLOGY




The Fifteen Mysteries and the Virgin of the Rosary, Netherlandish Painter (possibly Goswijn van der Weyden, active by 1491, died after 1538), about 1515–20 Depicted in this miniature altarpiece are the fifteen mysteries associated with the Virgin's life: five joyful, five sorrowful, and five glorious. The scene at the base seems related to a popular legend of a miracle that saved a man from his captors: the Christ Child unfurls a rosary of white and red roses made from blossoms that issue from the man's mouth each time he recites a Hail Mary. The picture includes a topographical view of the park and Coudenberg Palace of the dukes of Brabant in Brussels and must have been commissioned for a member of the Habsburg court, possibly the lords of Ravensteyn. The artist proposed as the possible author was Rogier van der Weyden's grandson  Metropolitan Museum of Art (New York) 

Twenty-ninth Sunday in Ordinary Time (B)


Our readings today are about something simple and important: are about service. The first reading emphasizes God's care and comfort for his people[1]. The Servant intercedes with God for the people, taking upon himself their wrong doings and accepting the punishment their sins incur[2]… Jesus is the one who stands before the Father for us. Then, the Letter to the Hebrews notes that He Himself responded to the call from his Father to be a mediator for the people. And finally the Gospel adds that those who wish to follow Christ must do so not by seeking power and glory, but by seeking service[3].

As Christians we are all called to be like Jesus, called to bring God to others and others to God. Certainly, bishops, priests and deacons do not have the monopoly on bringing Christ to others and others to Christ. For example, the first teachers of the faith to children are the parents, not the parish priest. We all are obligated as Christians to take the initiative of bringing Christ to heal a stressful situation. If someone in your neighborhood is hurting, you have a responsibility as a Christian to reach out to him or her.

When we exercise our Christianity, we are responding to the call to be like Jesus. He was always concerned about the less fortunate, the grieving, and the persecuted. He was compassionate and acted out of his compassion.  He came, according to the last words of today’s Gospel, not to be served but to serve, to give his life for the many, so we are called to be like Jesus. Of course we cannot take the place of the Divine Mediator, but we are called to be like Him in the sense of having a word of encouragement for the depressed, or for the woman who is suffering the drama of divorce, or the young man who has problems with his or her sexuality, and so on.

If we accepted our baptism seriously, then we took upon ourselves a tremendous burden and yet at the same time it is light. Jesus said, Take my yoke upon your shoulders and learn from me for my yoke is easy and my burden is light. Well, our Lord helps us bear the burden of Christianity, He helps us to be Christians, He helps us mediate his presence for others, indeed He helps us accept our pains and sorrows for others. He helps us to respond to his call of greatness through service.

Providentially I am very proud to present my parish community as an example. I don’t really want to mention names (God knows!) But here in St. Vincent de Paul we have many people who serve others, I see it every day: they serve God in the sick, in the kitchen, cleaning. These examples have to move others to think about whether we are serving, or if we have a good service attitude. The service is the best antidote for selfishness, for vanity, for envy.
In short: the words of the Lord this Sunday are a clear invitation to the service: whoever wishes to be first among you will be the slave of all. Here in the parish always need helping hands.

Maybe today the Spirit is calling you to do something for others. Please, think about it! ■


[1] Is taken from the Fourth Servant Song from the second part of the Book of the Prophet Isaiah.  This section of Isaiah, chapters 40 to 55. 
[2] This was written over 500 years before Jesus, yet it prophesied Christ's determination to accept the cross.
[3] Sunday 21st October 2012, 29th Sunday in Ordinary Time. Readings: Isaiah 53:10-11. Lord, let your mercy be on us, as we place our trust in you. Ps 32(33):4-5, 18-20, 22. Hebrews 4:14-16. Mark 10:35-45.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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