Hay un momento profundamente desagradable
en esta escena que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra. El Señor salía
de la ciudad de Jericó acompañado de mucha gente, en aquel momento Jesús multiplicaba
panes, curaba enfermos, hacia milagros y era mucha la gente que lo seguía.
Tenía partidarios: unos de su doctrina
y de su persona con todas sus consecuencias, y otros de sus panes, de sus
milagros, etc. La gente es así. El ser humano es así.
De repente aparece en el relato aquel
hombre ciego y mendigo sentado al borde del camino que empieza a gritar
pidiendo compasión. Se produce el hecho penoso, profundamente desagradable: uno
de estos gestos en que queda al descubierto nuestra miseria humana. No me
refiero a la escena del ciego que grita. Lo deprimente viene de parte de
aquellos individuos –eufóricos y satisfechos- que acompañan al Señor y le piden
al ciego que se calle. Esta es la miseria humana; ellos son los que hacen
digamos, miserable, una parte de la
escena, y estaban mucho más ciegos que Bartimeo; les molestaba mirar y pensar
en la desgracia del prójimo. Eran mucho más pobres que el mendigo, porque la
pobreza de aquellos estaba su corazón.
Hoy, veinte siglos después, nuestra
actitud es muy similar: seguimos a Cristo a cierta distancia pero no queremos
que se oiga el grito de los necesitados. Queremos que nos dejen tranquilos. En
Jericó y también en México. En Jericó y en los Estados Unidos. Nos decimos
cristianos y de hecho caminamos junto a Él, pero en algunos momentos no queremos
detenernos a ver qué le ocurre al necesitado. Y para muestra un botón: de
manera disparatada casi todo el mundo compartía en sus muros la imagen de
Alondra, una niña que pide limosna en las calles de Guadalajara. Algunos se
desgarraron las vestiduras preguntándose cómo es que una niña tan indefensa
anduviera por ahí, pero lo más alarmante era el que fuese una rubiecita tan
hermosa para estar con “unos papás que son morenos” Todoelmundo (sic) a
compartido en sus muros de Facebook la foto ¿y cuántos estamos comprometidos en
alguna acción concreta a favor de quien menos tiene?
Escribía hace poco J.M. Ballarín que
Francisco de Asís dictó su cántico al sol cuando ya estaba ciego. Y que Juan de
la Cruz escribió su Cántico espiritual
–hablando de "montes y riberas, de bosques y espesuras, de flores y
verduras- después de pasarse meses encerrado en una prisión sin luz.
La moraleja es sencilla: el anhelo de
ver, de vivir, de amar, puede romper la muralla de la habitual ceguera, de la
rutina cotidiana, del egoísmo que nos corroe. Todos somos ciegos, pero todos
podemos hallar la luz para caminar.
Es preciso anhelar la salvación,
desearla, para acogerla. Es el ejemplo del ciego Bartimeo. Gritar, gritas –aunque
los que nos rodean nos exhorten a callar- para romper y superar las murallas
que nos rodean. El evangelio no será nunca acogido por los que creen ver, sino
por los que se saben ciegos, paralíticos, leprosos.... Es la gran lección del
Evangelio. El ciego ve porque quiere ver -porque tiene fe-; y así puede seguir el
camino de vida que es el camino del Señor
¿Por qué no pedir hoy "Señor, ten
compasión" y levantarnos y seguir el camino de amor que es el camino de
Jesús? Situaciones de enfrentamiento en una realidad social, política: ¿es la solución
quedarse sentado viendo la vida pasar?¿No sería más cristiano reconocer la
culpa que a todos afecta, creer en posibles soluciones, ponerse a trabajar
abiertos a la esperanza? Me parece que nuestra sociedad necesita esta
invitación a superar toda ceguera para hallar el camino. Camino sin duda
difícil, como lo fue el del Señor. De nada sirve continuar sentado al borde del camino. La salvación que Dios ofrece exige
levantarse y caminar ■