Tú quisiste el matrimonio
como proyecto divino:
un hombre y una mujer,
amor total y exclusivo.
Pues, si digo la verdad,
también yo siento lo mismo.

El Cantar de los Cantares
se me queda muy chiquito,
porque el amor que yo quiero
quiero que sea infinito.
Así lo siento en mi carne,
y cual lo siento lo digo.

El amor es para siempre,
el amor no es de un domingo;
el amor es sangre viva
que a todo el cuerpo hace vivo:
y si me quitan la sangre
yo me muero, ¡adiós, amigos!

Y un hombre y una mujer
son un cuerpo y un latido;
yo soy Adán, tú eres Eva,
mírame que yo te miro;
¿somos dos o somos uno?,
¿qué dice nuestro cariño?

Somos uno en Alianza,
como lo dice este anillo;
somos un solo deseo
somos un beso fundido;
una pena compartida,
un gozo para vivirlo.

Gracias, Jesús, que dijiste
lo que llevamos escrito;
el corazón nunca miente,
si es que sabemos oírlo.
Gracias, Jesús, tú salvaste
el amor que has infundido •

P. Rufino Mª Grández, ofmcap

Octubre 2009

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (B)

La pregunta se la hicieron a Jesús "para ponerlo a prueba". Y es que había en Israel diversas tendencias que explicaban la ley. Como ocurre en estos casos, estaban la escuela de manga estrecha –en pocos casos está permitido el divorcio-, y la escuela de manga ancha: divorcio por cualquier motivo. Rabino había que afirmaba que, ver una mujer más guapa, bastaba para divorciarse de la propia. Entonces la trampa es: Si Jesús se manifiesta estricto, tropezará con los liberales; si de manga ancha, tropezará con los conservadores.

Pero Jesús, como siempre, va al fondo de la cuestión. La Escritura no sólo aborda el divorcio que concede Moisés, sino el orden inicial de la Creación: Al principio no fue así. Lo de Moisés vino después como concesión legal a la debilidad humana "por la dureza de vuestro corazón"; pero el proyecto de Dios es otro.

El ser humano es creado por Dios con una doble forma –hombre y mujer- tan ordenadas y relacionadas una a la otra por la fuerza del sexo y el hambre de relación, que dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne.

Este es el proyecto de Dios; que no lo rompa el hombre. Amarrados a leyes y desconocedores del Misterio de Dios, andan algunos cristianos practicantes un tanto norteados. No entienden el Matrimonio-Sacramento. Han llegado a pensar que el Estado es un padre moderno, benévolo y comprensivo, que entiende las dificultades de la vida, y ha establecido desde su sabiduría una ley de divorcio. La Iglesia sería la madrastra vieja, dura y áspera, que se aferra a la ley sin importarle el sufrimiento de la pareja. Unos lo ven así con orgullo y altivez, y desean que la Iglesia endurezca posturas legales y busque, como sea, caminos de imponer la legalidad.

Otros contemplan la misma realidad atormentados, acomplejados, y hasta resentidos. Cuando el divorcio es ya desgraciadamente parte de nuestra cultura, ni saben ni se atreven a expresar una opinión en conversaciones que abordan el tema. Sólo esperan a que un día, la Iglesia, modernizada y actualizada, establezca su propia legislación divorcista.

¿Cómo se podrá creer en el amor, si el máximo exponente del mismo –el matrimonial- queda reducido a simple contrato-negocio de intereses transitorios? "Nos va bien, nos casamos; nos va mal, nos separamos". ¿Será eso amor, que es por sí mismo gratuidad, perdón y permanente resurrección? ¿Tendrá el mundo que llamar amor al simple placer sexual, porque en el amor como tal ya no se cree? ¿Quién se toma el derecho de ocultar a los hombres el tesoro de la Revelación? ¿Y cómo entender a Dios en su Alianza gratuita con el hombre, si los creyentes opinan que, cuando surge el pecado –el defecto del otro-, lo mejor es dar por terminado el amor? Romper el matrimonio es romper el signo que nos hace visible y creíble ese Amor de Dios que no se rompe por vicisitudes históricas o por pecados humanos.

Nuestra generación necesita urgentemente de parejas que sean, con su amor que permanece, un grito ilusionado dirigido a los hombres y mujeres del entorno: ¡Existe el amor! Que es lo mismo que decir "Dios existe".
El amor irreversible -"todos los días de mi vida, en la salud y en la enfermedad, en las duras y en las maduras"- no lo garantiza un contrato firmado por dos voluntades enamoradas, sino Dios que lo hace Don para la pareja y Sacramento para el mundo. Como Don se recibe con alegría y humildad, y no anda lejos del espíritu de oración. Como Sacramento se anuncia para vida del mundo[1]



[1] M. Flamarique Valerdi, Escrutad las Escrituras. Reflexiones sobre el ciclo B,  Desclee de Brouwer, Bilbao 1990, p. 164

New-oLD-IdeAS


Quiero, Señor, perder el brillo,
quiero quedar opaco,
desgastado por el uso del amor.
Quiero ser como Teresa,
una rosa deshojada,
cuyos pétalos se lanzan a tu paso.

Y en ese vuelo efímero
cantar tus alabanzas
y después deshecho y olvidado,
no ser nada,
tan sólo para ti tener sentido.

Quiero, Señor, lanzar cada mañana un fíat generoso
y luego a cada tarde postrarme en tu presencia,
y humilde y confiado disculparme
de todas mis flaquezas, mis ausencias.

Quiero, Señor, quemar cada minuto de mi vida
menguando en tu servicio, de modo que tu crezcas.

Quiero, Señor, amar sencillamente,
amar como has amado,
sin nada que esperar a cambio de ese amor • 

Santa Teresita del Niño Jesús 

VISUAL THEOLOGY


The San Damiano Cross is the large Romanesque rood cross that St. Francis of Assisi was praying before when he is said to have received the commission from the Lord to rebuild the Church. The original cross hangs in the Basilica of Saint Clare (Basilica di Santa Chiara) in Assisi, Italy. Franciscans cherish this cross as the symbol of their mission from God. The cross is of a type sometimes called an icon cross because besides the main figure it contains images of other saints and people related to the incident of Christ's crucifixion. The tradition of such crosses began in the Eastern Church and probably reached Italy via Montenegro and Croatia •

Twenty-seventh Sunday in Ordinary Time (B)


The words of the Holy Father Francis on his flight back to Rome after his apostolic trip to Cuba and the United States can help, in line with the Liturgy of the Word, to tidy up our ideas.

Jean Marie Guenois, Le FigaroThe question was on the notion of Catholic divorce, if the motu proprio has closed the debate before the synod on this theme?

Pope Francis: This was called for by the majority of the Synod fathers in the synod last year: streamline the process because there are cases that last 10-15 years, no? There’s one sentence, then another sentence, and after there's an appeal, there's the appeal then another appeal. It never ends. The double sentence, when it was valid that there was an appeal, was introduced by Papa Lambertini, Benedict XIV, because in central Europe, I won’t say which country, there were some abuses, and to stop it he introduced this but it's not something essential to the process. The procedure changes, jurisprudence changes, it gets better. At that time it was urgent to do this, then Pius X wanted to streamline and made some changes but he didn’t have the time or the possibility to do it. The Synod fathers asked for it, the speeding up of the annulment processes. And I stop there. This document, this ‘motu proprio’ facilitates the processes and the timing, but it is not divorce because marriage is indissoluble when it is a sacrament. And this the Church cannot change. It's doctrine. It’s an indissoluble sacrament. The legal trial is to prove that what seemed to be a sacrament wasn't a sacrament, for lack of freedom for example, or for lack of maturity, or for mental illness. There are so many reasons that bring about (an annulment), after a study, an investigation. That there was no sacrament. For example, that the person wasn't free.  Another example: now it’s not so common but in some sectors of common society at least in Buenos Aires, there were weddings when the woman got pregnant: “you have to get married.” In Buenos Aires, I counselled my priests, strongly, I almost prohibited them to celebrate weddings in these conditions. We called them “speedy weddings”, eh? (They were) to cover up appearances. And the babies are born, and some work out but there's no freedom and then things go wrong little by little they separate (and say) “I was forced to get married because we had to cover up this situation” and this is a reason for nullity. So many of them.

Cases of nullity, you have, you can find them (the reasons) on the Internet, there are many, eh? Then, the issue of the second weddings, the divorcees, who make a new union. You read what, you have the “instrumentum laboris.” What is put in discussion seems a bit simplistic to me to say that the Synod is the solution for these people and that they can have communion. That's not the only solution. No, what the “Instrumentum laboris” proposes is a lot more, and also the problem of the new unions of divorcees isn't the only problem. In the “Instrumentum laboris” there are many. For example, young people don’t get married. They don’t want to get married. It's a pastoral problem for the Church. Another problem: the affective maturity for a marriage. Another problem: faith. “Do I believe that this is forever? Yes, yes, yes, I believe.” “But do you believe it?” the preparation for a wedding: I think so often that to become a priest there's a preparation for 8 years, and then, it’s not definite, the Church can take the clerical state away from you. But, for something lifelong, they do four courses! Four times… Something isn't right. It’s something the Synod has to deal with: how to do preparation for marriage. It’s one of the most difficult things.

There are many problems, they're all are listed in the “Instrumentum laboris.” But, I like that you asked the question about “Catholic divorce.” That doesn't exist. Either it wasn't a marriage, and this is nullity -- it didn't exist. And if it did, it's indissoluble. This is clear. Thank you 

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! 

(Sal 118, 26) 


Aceptar y acoger al que piensa diferente, Papa Francisco en La Habana

Ustedes están parados y yo estoy sentado, ¡Qué vergüenza! Pero saben por qué me siento, porque tomé notas de una cosa que dijo nuestro compañero, y sobre estas les quiero hablar[1].

Hay una palabra que cayó fuerte: soñar. Un escritor latinoamericano decía que las personas tenemos dos ojos, uno de carne y otro de vidrio. Con el ojo de carne vemos lo que miramos, con el ojo de vidrio vemos lo que soñamos. ¿Está lindo eh?

En la objetividad de la vida tiene que entrar la capacidad de soñar. Y un joven que no es capaz de soñar está clausurado en sí mismo. Luego a veces uno sueña cosas que nunca van a suceder, ¡soñála, deseála! ¡Buscá horizonte, abrite! Abrite a cosas grandes. No sé si en Cuba se usa la palabra, pero los argentinos decimos: no te arrugués, no te arrugués, abrite y soñá. Soñá que el mundo con vos puede ser distinto.

Soña que si vos ponés lo mejor de vos vas ayudar a que ese mundo sea distinto. No se olviden: sueñen. Por ahí se les va la mano, sueñan demasiado y la vida les corta el camino, no importa sueñen y cuenten sus sueños. Cuenten que las cosas grandes hay que contarlas, porque cuando más grande es la capacidad de soñar y la vida te deja a mitad de camino, más camino has recorrido. Así que primero: soñar.

Vos dijiste ahí una frasecita— yo la tenía escrita por aquí— “que sepamos acoger y aceptar al que piensa diferente”. Pero es que nosotros a veces somos cerrados, nos metemos en nuestro mundito, o este es como yo quiero que sea, o no, y fuiste más allá todavía: “que no nos encerremos en los conventillos de las ideologías o en los conventillos de las religiones, que podamos crecer ante los individualismos”. Cuando una religión se vuelve conventillo pierde lo mejor que tiene, pierde su realidad de adorar a Dios, de creer en Dios, es un conventillo de palabras, de oraciones, de yo soy bueno, yo soy malo, conventillo de prescripciones morales, y cuando yo tengo mi ideología, mi moral y vos tenés el tuyo, me encierro en ese conventillo de ideologías.

Corazones abiertos, mentes abiertas, si vos pensás distinto que yo, por qué no vamos a hablar. Por qué siempre nos tiramos la piedra sobre aquello que nos separa, sobre aquello en lo que somos distintos. Por qué no nos damos la mano en aquello que tenemos en común. Animarnos a hablar de lo que tenemos en común, y después podemos hablar de las cosas que tenemos diferentes, pero digo hablar, no digo pelearnos, no digo encerrarnos, no digo conventillar, —como usastes vos la palabra—. Todo es posible cuando uno tiene la capacidad de hablar de aquello que tengo en común con el otro, de aquello para lo cual somos capaces de trabajar juntos.

En Buenos Aires estaban obras de una parroquia nueva, de una zona muy muy pobre. Estaban construyendo unos salones parroquiales un grupo de jóvenes de la universidad, y el párroco me dijo por qué no te venís un sábado y así te los presento. Trabajaban los sábados y los domingos en la construcción. Eran chicos y chicas de la universidad. Yo llegué y me los fue presentando y me dice: el arquitecto es judío, este es comunista, este es católico práctico… Todos eran distintos, pero todos estaban trabajando en común, por el bien común. Eso se llama amistad social, buscar el bien común. La enemistad social destruye, y una familia se destruye por la enemistad; un país se destruye por la enemistad; el mundo se destruye por la enemistad, y la enemistad más grande es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se destruye por la guerra, porque son incapaces de sentarse y hablar. Bueno, negociemos, qué podemos hacer en común, en qué cosas no vamos a ceder, no matemos más gente. Cuando hay división, hay muerte, hay muerte en el alma, porque estamos matando la capacidad de unir, estamos matando la amistad social. Y eso es lo que yo les pido a ustedes hoy: sean capaces de crear la amistad social.

Después salió otra palabra que vos dijiste, la palabra esperanza. Los jóvenes son la esperanza de un pueblo. Eso lo oímos en todos lados. Por qué son la esperanza, es ser optimista, el optimismo es un estado de ánimo. Mañana te levantas con dolor de hígado y vos no sos optimista, ves todo negro. La esperanza es algo más. La esperanza es sufrida. La esperanza sabe sufrir para llevar adelante un proyecto, sabe sacrificarse. ¿Vos sos capaz de sacrificarte por un futuro? ¿O solamente querés vivir el presente y que se arreglen los que vengan? La esperanza es fecunda; la esperanza da vida ¿vos sos capaz de dar vida? ¿O vas a ser un chico o una chica espiritualmente estéril sin capacidad de crear vida a los demás; sin capacidad de crear amistad social; sin capacidad de crear Patria; sin capacidad de crear grandeza? La esperanza es fecunda. La esperanza se da en el trabajo. Y aquí me quiero referir a un problema muy grave que se está viviendo en Europa: la cantidad de jóvenes que no tienen trabajo. Hay países en Europa que jóvenes de 25 años hacia abajo, viven desocupados en un porcentaje del 40%— pienso en un país—, otro país tiene el 27%, otro país 50%. Evidentemente, un pueblo que no se preocupa por dar trabajos a los jóvenes— y cuando digo pueblo no digo gobiernos—,ese pueblo no tiene futuro. Los jóvenes entran a formar parte de la cultura del descarte, y todos sabemos que hoy en este empeño del dios dinero se descartan las cosas y se descartan las personas. Se descartan los chicos porque no se los quiere, porque se los mata antes de nacer. Se descartan los ancianos—estoy hablando del mundo en general— se descartan los ancianos porque ya no producen, en algunos países hay ley de eutanasia, pero en tantos otros hay una eutanasia escondida, cubierta. Se descartan los jóvenes porque no le dan trabajo, entonces qué le queda a un joven sin trabajo. Un país que no inventa, un pueblo que no inventa posibilidades laborales para sus jóvenes, a ese joven solo le queda las adicciones o el suicidio, o irse por ahí buscando ejércitos de destrucción para crear guerras. Esta cultura del descarte nos está haciendo mal a todos, nos quita la esperanza y es lo que vos pediste para los jóvenes. Queremos esperanza, esperanza que es sufrida, es trabajadora, es fecunda. Nos da trabajo y nos salva de la cultura del descarte. Y esa esperanza, que es convocadora, convocadora de todos, porque un pueblo que sabe autoconvocarse para mirar el futuro y construir la amistad social, como dije, aunque piense diferente, ese pueblo tiene esperanza.

Y si yo me encuentro con un joven sin esperanza…, por ahí una vez dije: un joven es jubilado. Hay jóvenes que parecen que se jubilan a los 22 años. Son jóvenes con tristeza existencial, son jóvenes que han apostado su vida al derrotismo básico, son jóvenes que se lamentan, son jóvenes que se fugan de la vida. El camino de la esperanza no es fácil y no se puede recorrer solo. Hay un proverbio africano que dice: si querés ir de prisa andá solo, pero si querés llegar lejos andá acompañado. Y yo a ustedes jóvenes cubanos, les digo piensen diferente, aunque tengan su punto de vista diferente, quiero que vayan acompañados juntos buscando la esperanza, buscando el futuro y la nobleza de la Patria.

Y así empezamos con la palabra soñar, y quiero terminar con otra palabra que vos dijiste, y que yo la suelo usar bastante: la cultura del encuentro. Por favor, no nos desencontremos entre nosotros mismos. Vayamos acompañados, encontrados, aunque pensemos distintos, aunque sintamos distintos. Pero hay algo que es superior a nosotros, es la grandeza de nuestro pueblo, es la grandeza de nuestra Patria, es esa es belleza, esa dulce esperanza de la Patria a la que tenemos que llegar.

Bueno, me despido deseándoles lo mejor. Deseándoles… todo esto que les dije, se los deseo. Voy a rezar por ustedes. Y les pido que recen por mí. Y si alguno de ustedes no es creyente –y  no puede rezar porque no es creyente–, que al menos me desee cosas buenas. Que Dios los bendiga, los haga caminar en este camino de esperanza hacia la cultura del encuentro, evitando esos conventillos de los cuales habló nuestro compañero. Y que Dios los bendiga a todos •


[1] Palabras improvisadas por el Santo Padre Francisco en el encuentro con los jóvenes del Centro Félix Varela, en La Habana (Cuba) el Domingo 20 de Septiembre del 2015 (El texto, aunque publicado en la página web de la Santa Sede fue, antes, cortesía de Mons. Simón Bolívar Sánchez Carreón, secretario de la nunciatura apostólica en Malta)

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Estábamos sentados allí, hablando, cuando entró Peter Maurin. Estábamos sentados allí, hablando, cuando empezaron a formarse colas de personas que decían: “Queremos pan”. Nosotros no podíamos decir: “Id, que vuestra hambre será saciada”. Si había seis panes y algunos peces, teníamos que repartirlos. Siempre había pan. Estábamos sentados allí, hablando, y la gente se acercó a nosotros. Aquellos que lo pueden tomar, que lo tomen. Salieron algunos, y así hubo espacio para  muchos más. Y, en cierto modo, la sala se ensanchó. Estábamos sentados allí, hablando, y alguien dijo: Vámonos todos a vivir a una granja. A menudo pienso que fue así de fortuito. Simplemente, se produjo. Ocurrió. Y yo, mujer estéril, me vi como madre jubilosa de hijos. No siempre es fácil mantenerse jubilosos, tener presente la obligación de la alegría. Algunos dicen que lo más significativo del Catholic Worker es la pobreza. Otros dicen que lo más significativo es la comunidad. Ahora ya no estamos solos. Pero la palabra final es el amor. A veces ha sido, como decía el padre Zossima, una cosa dura y terrible, y nuestra fe en el amor ha superado la prueba del fuego. No podemos amar a Dios si no nos amamos unos a otros, y para amar tenemos que conocernos unos a otros. A Él le conocemos en el acto de partir el pan, y unos a otros nos conocemos en el acto de partir el pan, y ya nunca más estamos solos. El cielo es un banquete y la vida también es un banquete, incluso con un mendrugo de pan, allí donde hay comunidad. Todos hemos conocido la larga soledad y todos hemos aprendido que la única solución es el amor, y que el amor llega con la comunidad. Todo ocurrió mientras estábamos sentados allí, hablando, y aún continúa •  Dorothy Day 

VISUAL THEOLOGY


Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, o la Virgen de la Caridad del Cobre, Caridad del Cobre o simplemente Cachita, es una de las advocaciones de la Virgen María. Es la Patrona de Cuba, este solemne nombramiento fue proclamado por el papa Benedicto XV en el año 1916. Posteriormente en un viaje realizado por san Juan Pablo II a la isla de Cuba en el año 1998, coronó con gran dignidad a la Virgen como Patrona de Cuba. La imagen mariana se venera en la Basílica Santuario Nacional de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre en Santiago de Cuba. En la santería Orisha se identifica con Oshun. Benedicto XVI le otorga el 26 de marzo de 2012 la Rosa de Oro de la Cristiandad, con motivo del cuadringentésimo aniversario de la aparición de la imagen. El Papa Francisco, en su vista a la isla caribeña, en septiembre de 2015, y con motivo la conmemoración de los 100 de la consagración de Cuba a la Virgen de la Caridad del Cobre o "Cachita " como la conocen los cubanos, por parte del Papa Benedicto XV •

Jesus Christ at the Plaza de la Revolución (Cuba)

Jesus asks his disciples an apparently indiscreet question: “What were you discussing along the way?” It is a question which he could also ask each of us today: “What do you talk about every day?” “What are your aspirations?” The Gospel tells us that the disciples “did not answer because on the way they had been arguing about who was the most important”. They were ashamed to tell Jesus what they were talking about. Like the disciples then, today we too can be caught up in these same arguments: who is the most important?[1]

Jesus does not press the question. He does not force them to tell him what they were talking about on the way. But the question lingers, not only in the minds of the disciples, but also in their hearts.

Who is the most important? This is a life-long question to which, at different times, we must give an answer. We cannot escape the question; it is written on our hearts. I remember more than once, at family gatherings, children being asked: “Who do you love more, Mommy or Daddy”? It’s like asking them: “Who is the most important for you?” But is this only a game we play with children? The history of humanity has been marked by the answer we give to this question.

Jesus is not afraid of people’s questions; he is not afraid of our humanity or the different things we are looking for. On the contrary, he knows the depths of the human heart, and, as a good teacher, he is always ready to encourage and support us. As usual, he takes up our searching, our aspirations, and he gives them a new horizon. As usual, he somehow finds an the answer which can pose a new challenge, setting aside the “right answers”, the standard replies we are expected to give. As usual, Jesus sets before us the “logic” of love. A mindset, an approach to life, which is capable of being lived out by all, because it is meant for all.

Far from any kind of elitism, the horizon to which Jesus points us is not for those few privileged souls capable of attaining the heights of knowledge or different levels of spirituality. The horizon to which Jesus points us always has to do with daily life, also here on “our island”, something which can season our daily lives with eternity.

Who is the most important? Jesus is straightforward in his reply: “Whoever wishes to be the first – the most important – among you must be the last of all, and the servant of all”. Whatever wishes to be great must serve others, not be served by others.

This is the great paradox of Jesus. The disciples were arguing about who would have the highest place, who would be chosen for privileges – they were the disciples, those closest to Jesus, and they were arguing about that! –, who would be above the common law, the general norm, in order to stand out in the quest for superiority over others. Who would climb the ladder most quickly to take the jobs which carry certain benefits.

Jesus upsets their “logic”, their mindset, simply by telling them that life is lived authentically in a concrete commitment to our neighbor. That is, by serving.

The call to serve involves something special, to which we must be attentive. Serving means caring for their vulnerability. Caring for the vulnerable of our families, our society, our people. Theirs are the suffering, fragile and downcast faces which Jesus tells us specifically to look at and which he asks us to love. With a love which takes shape in our actions and decisions. With a love which finds expression in whatever tasks we, as citizens, are called to perform. It is people of flesh and blood, people with individual lives and stories, and with all their frailty, that Jesus asks us to protect, to care for and to serve. Being a Christian entails promoting the dignity of our brothers and sisters, fighting for it, living for it. That is why Christians are constantly called to set aside their own wishes and desires, their pursuit of power, before the concrete gaze of those who are most vulnerable.

There is a kind of “service” which serves others, yet we need to be careful not to be tempted by another kind of service, one which is “self-serving” with regard to others. There is a way to go about serving which is interested in only helping “my people”, “our people”. This service always leaves “your people” outside, and gives rise to a process of exclusion.

All of us are called by virtue of our Christian vocation to that service which truly serves, and to help one another not to be tempted by a “service” which is really “self-serving”. All of us are asked, indeed urged, by Jesus to care for one another out of love. Without looking to one side or the other to see what our neighbor is doing or not doing. Jesus says: Whoever would be first among you must be the last, and the servant of all”. That person will be the first. Jesus does not say: if your neighbor wants to be first, let him be the servant! We have to be careful to avoid judgmental looks and renew our belief in the transforming look to which Jesus invites us.

This caring for others out of love is not about being servile. Rather, it means putting the question of our brothers and sisters at the center. Service always looks to their faces, touches their flesh, senses their closeness and even, in some cases, “suffers” that closeness and tries to help them. Service is never ideological, for we do not serve ideas, we serve people.

God’s holy and faithful people in Cuba is a people with a taste for celebrations, for friendship, for beautiful things. It is a people which marches with songs of praise. It is a people which has its wounds, like every other people, yet knows how to stand up with open arms, to keep walking in hope, because it has a vocation of grandeur. These were the seeds sown by your forebears. Today I ask you to care for this vocation of yours, to care for these gifts which God has given you, but above all I invite you to care for and be at the service of the frailty of your brothers and sisters. Do not neglect them for plans which can be seductive, but are unconcerned about the face of the person beside you. We know, we are witnesses of the incomparable power of the resurrection, which “everywhere calls forth the seeds of a new world” (cf. Evangelii Gaudium, 276, 278).

Let us not forget the Good News we have heard today: the importance of a people, a nation, and the importance of individuals, which is always based on how they seek to serve their vulnerable brothers and sisters. Here we encounter one of the fruits of a true humanity.

Because, dear brothers and sisters: “whoever does not live to serve, does not ‘serve’ to live” •



[1] APOSTOLIC JOURNEY OF HIS HOLINESS POPE FRANCIS  TO CUBA, TO THE UNITED STATES OF AMERICA AND VISIT TO THE UNITED NATIONS HEADQUARTERS (19-28 SEPTEMBER 2015). HOLY MASS. HOMILY OF HIS HOLINESS POPE FRANCIS. Plaza de la Revolución, Havana Sunday, 20 September 2015

Déjame entrar Señor que tengo prisa…;
que he de volver a un mundo apresurado,
inmerso en la ambición y en el pecado,
huérfano de la luz y de la risa.

Déjame entrar que mi dolor precisa
hacer un alto en el camino andado;
porque tengo, Señor de tan cansado,
el gesto vago y la virtud remisa.

Déjame entrar Señor sólo persigo
pararme un rato, recobrar la calma,
pensar un poco y dialogar Contigo.

Soy el mismo de ayer tu viejo amigo
déjame entrar a confortarme el alma
luego, Señor cuando queráis… prosigo • 

A. Trujillo Téllez

XXV Domingo del Tiempo Ordianrio (B)

Mucho se ha hablado y escrito sobre si la fe se puede o no razonar; sobre si, aunque no sea demostrable, al menos puede ser lógica, comprensible. Ríos de tinta han corrido, que se dice. Sin embargo, lo más importante no es que el hombre discuta y dialogue sobre cómo puede ser este asunto de la fe, sino que la viva; como sucede con la alegría, la amistad, la felicidad o el amor: realidades que se viven y no sólo se sueñan o, peor aún, sólo se predican.  

La fe es un amistad, una relación personal, una confianza; es, por tanto, una vivencia, una experiencia; y no una costumbre social, una rutina, un atavismo tradicional; y mucho menos un conjunto de normas o actos perfectos. En cuanto relación personal, lo más importante es una persona, un Alguien con quien convivimos, con quien entrelazamos y entretejemos nuestra vida, un Alguien con quien contamos, a quien consultamos a la hora de tomar decisiones en nuestra existencia; un Alguien cuyas ideas informan nuestras ideas y, por lo tanto, nuestra vida; un Alguien cuya vida es un modelo a seguir e imitar. Por todo eso la fe traspasa el nivel de lo meramente pensado, razonado o razonable, y es algo mucho más profundo, más serio y más vital.

La fe vivida y entendida es en realidad confiar plenamente en el amor del Señor. Los discípulos no entienden las palabras de Jesús, porque están en contradicción con lo que ellos imaginaban y suponían, en contradicción con la imagen que ellos se habían forjado de lo que tenía que ser el Mesías, el Enviado de Dios. Jesús habla de morir,  aquello no tiene sentido; era ilógico, incomprensible. Pero, por encima de todo eso, estaba la fe que ellos tenían: los apóstoles confiaban en Jesús; y, a pesar de las dudas y recelos, siguen con él; discutiendo, llenos de envidia (¿quién es el más importante?), pero siguen con él.

Todavía tendrán que pasar por muchas dificultades, por muchas dudas, por muchas noches oscuras[1]. Pero siguieron adelante, confiando en Jesús, hasta que vieron que había merecido la pena aquella fidelidad y aquella constancia.

Sólo la fe podía hacer comprensible para los apóstoles aquellas palabras de Jesús: El que quiera ser el primero, que se haga el último. Le llamamos Señor, pero recelamos de él y de sus capacidades y posibilidades; y por eso, "por si acaso", preferimos tener nuestros propios medios, nuestros propios recursos, nuestras reservas y nuestras seguridades; las palabras de Jesús no nos acaban de bastar y entonces necesitamos otras seguridades.

No lo podemos negar: ser el último, en nuestra sociedad, es una tragedia. El que quiera ser el primero, que se haga el último, ¿quién puede entender esto? Nadie, o muy pocos, si no hay, por delante, una confianza plena y total en el Señor y, como consecuencia, en lo que él dice, en lo que él enseña [2]




[1] Lucas dirá que se les abrió el entendimiento tiempo después de la resurrección -cfr. Lc. 24, 45-; Tomás será reacio incluso al testimonio de sus compañeros; Juan entró en el sepulcro vacío y entonces creyó, "porque aún no habían entendido lo que dice la Escritura: -Jn. 20, 8-; y así un largo etcétera
[2] L. Gracieta, Dabar 1985, n. 47.

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Ante esos alfilerazos, esas burlas, esas amables ocurrencias que tienen al final su gotita de amargura… sentimos irritación, descontento, rabieta… sentimos la necesidad de demostrarlo por una manifestación exterior, y de ahí los encogimientos de hombros, la réplica viva, altiva, la mirada torva. Entonces es cuando debe intervenir la virtud de la mansedumbre… Tenemos que callarnos. Ni una palabra. Ni siquiera una de esas frases que nos parecen tan oportunas, tan justas. No os expliquéis. Callaos. Si podéis hacerlo, hablad en un tono absolutamente moderado, totalmente amable. Pero si no sois capaces, callaos para sofocar, detener, comprimir esa erupción volcánica de la cual no sois dueños. (Robert de Langeac) Cristo Jesús… Enséñame a padecer con esa alegría humilde y sin gritos de los santos… Enséñame a ser manso con los que no me quieren o me desprecian. La humildad gana el corazón de Dios. La mansedumbre el de los hombres • Rafael Arnáiz

VISUAL THEOLOGY


La vocación de San Mateo (en italiano, Vocazione di san Matteo) es un cuadro del pintor italiano Caravaggio. Está realizado al óleo sobre lienzo. Pertenece al ciclo de la Vida de san Mateo que le fue encargada en 1599 para decorar la Capilla Contarelli en la iglesia romana de San Luis de los Franceses, donde aún se conserva. Este fue su primer encargo monumental, y a él corresponden dos de las grandes realizaciones del artista, esta Vocación de San Mateo y El martirio de San Mateo. La pintura representa la historia que se narra en el Evangelio según san Mateo (Mateo 9, 9): Jesús vio un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: «Sígueme», y Mateo se levantó y le siguió. Se ha ejecutado en torno a dos planos paralelos: el superior, ocupado sólo por una ventana, y el inferior, en el que se representa el momento preciso en el que Cristo apuntando a san Mateo lo llama al apostolado. El santo está sentado frente a una tabla con un grupo de personas, vestidas como los contemporáneos de Caravaggio, como en una escena de taberna. El hecho de que vistan como en la época del pintor, y sean pinturas realistas, sin ninguna idealización, transmite la percepción del artista de la actualidad de la escena, su participación íntima en el acontecimiento representado, mientras que de forma totalmente antihistórica se ponen justamente a Cristo y al mismo san Pedro, envueltos en una túnica atemporal •

Twenty-fifth Sunday in Ordinary Time (B)

We are all too concerned with getting the respect we think we are due in society, be that society in general, or the society of our home, workplace or school[1]. We are more concerned with what others are saying or even thinking about us then we are concerned with who we are. Parents have a right to respect from their children, honoring your father and mother is the Fourth Commandment, but parents earn that respect by caring for their children not by making unreasonable demands for no reason other than their own self-gratification.  People in authority over us at work, or in society, have a right to our respect, but only to the degree that they are exercising their authority in a just manner. We may have to put up with a boss who is unjust and endure him until he is replaced or we find another job, but we respect the boss who treats everyone fairly. Those who are still going to school often give far too much deference to popular classmates or to the members of an athletic team, or even to the top students.

Who are the best people in the school?  For that matter, who are the best people at work? Who are the best people in your family? Who are the best people in our society?  The best people are those who are kind, compassionate, just, full of mercy and all those good things that James wrote about in today’s second reading.

Maybe we need to think about some of those grudges we still hold on to so tightly.  “Who did she think she is, talking to me like that?” So many of our grudges come from our conviction that we were not treated with the respect we felt we had a right to, be that from a boss, a neighbor, a distant relative or even a member of our immediate family.

We are very wrong when we behave in that manner. The way of the Christian is not the way of being concerned with what he thinks he has coming to him. We are Christians. The basic attitude of our relationship with others must be that of Jesus Christ.  His way was the way of service.  Christianity is not a popularity contest. It is a contest of service. The Christian is not concerned with getting his props. He is concerned with giving God His props.

At the conclusion of the Eucharistic Prayer the priest and deacon hold up the Blessed Sacrament and proclaim: “Through Him and with Him and in Him, O God Almighty Father, in the unity of the Holy Spirit, all glory and honor is yours, forever and ever.” All answer, “Amen.” That is both an affirmation of the miracle of the Eucharist and a proclamation that the only glory and honor we need to be concerned with is that which we give to God.  That is the way of Jesus Christ.  That is the way of the Christian.

Blessed Mother Teresa of Calcutta wrote or at least edited a prayer for her sisters, and really for us, to help us understand what really we need to be concerned with in life:

People are often unreasonable, irrational, and self-centered. 
Forgive them anyway.

If you are kind, people may accuse you of selfish, ulterior motives. 
Be kind anyway.

If you are successful, you will win some unfaithful friends and some genuine enemies. 
Succeed anyway.

If you are honest and sincere people may deceive you. 
Be honest and sincere anyway.

What you spend years creating, others could destroy overnight. 
Create anyway.

If you find serenity and happiness, some may be jealous. 
Be happy anyway.

The good you do today, will often be forgotten. 
Do good anyway.

Give the best you have, and it will never be enough. 
Give your best anyway.

In the final analysis, it is between you and God.
 It was never between you and them anyway [2]



[1] 25th Sunday of Ordinary Time (B), September 20, 2015. Readings: Wisdom 2:12, 17-20; Responsorial Psalm 54:3-4, 5, 6, 8; James 3:16-4:3; Mark 9:30-37
[2] The verses reportedly were written on the wall of Mother Teresa's home for children in Calcutta, India, and are widely attributed to her. Some sources say that the words below were written on the wall in Mother Teresa's own room.  In any case, their association with Mother Teresa and the Missionaries of Charity has made them popular worldwide, expressing as they do, the spirit in which they lived their lives. They seem to be based on a composition originally by Kent Keith, but much of the second half has been re-written in a more spiritual way.

Dichoso tú, Simón Pedro,
por lo que le has respondido;
no es la carne, no es la sangre,
no es susurro de ti mismo,
ni hay en el mundo doctor
que diga lo que tú has dicho.

Jesús es revelación
que el Padre nos ha ofrecido;
Jesús es intimidad
más íntimo que yo mismo;
Jesús es sabiduría
que no alcanza el raciocinio.

Jesús es Encarnación
que desde el Padre ha venido;
Jesús es gracia y presencia
en nuestro pecho y latido;
Jesús es Hombre y es Dios,
por el Espíritu ungido.

Adoro para entender
lo que supera el sentido:
Jesús, mi historia divina,
escrita desde el principio;
Jesús, peana y corona,
Jesús, mi Yo redimido.

Deja, Jesús, que te diga:
Mi Señor, Amado mío;
eres carne de mi carne,
y por ti yo existo y vivo;
y conocerte es amarte,
y despertar de mi olvido.


P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (B)

Con frecuencia se nos olvida (¿diariamente?) que la fe no consiste en creer en algo, sino en creer en Alguien. No se trata de adherirnos fielmente a un credo y, mucho menos, de aceptar ciegamente «un conjunto extraño de doctrinas», sino de encontrarnos con Alguien vivo que da sentido radical a nuestra existencia. Olvidamos que lo verdaderamente decisivo es encontrarse con la persona de Jesucristo y descubrir, por experiencia personal, que Él es el único que puede responder de manera plena a nuestras preguntas más decisivas, nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más últimas.

En nuestros tiempos se hace cada vez más difícil creer en algo. Las ideologías más firmes, los sistemas más poderosos, las teorías más brillantes se han ido tambaleando al descubrirnos sus limitaciones y profundas deficiencias. Por eso con tanta razón decía el cardenal Lehmann que «el hombre moderno sólo será creyente cuando haya hecho una experiencia auténtica de adhesión a la persona de Jesucristo»[1].

Es muy triste ver la actitud de sectores católicos cuya única obsesión parece ser «conservar la fe» como «un depósito de doctrinas» que hay que saber defender contra el asalto de nuevas ideologías y corrientes que, para muchos, resultan más atractivas, más actuales y más interesantes.

Hermano mío..., hermana mía, creer es otra cosa. Antes que nada, los cristianos hemos de preocuparnos de reavivar nuestra adhesión profunda a la persona de Jesucristo. De conocerlo y de intentar comprenderlo. Sólo cuando vivamos «seducidos» por él[2] y animados por la fuerza de su persona podremos contagiar también su espíritu y su manera de vivir la vida. De lo contrario, seguiremos proclamando con los labios doctrinas sublimes, dando charlas aburridas en salitas de estar monísimas (sic) pero viviendo una fe mediocre y poco convincente.

Los cristianos hemos de responder con sinceridad a esa pregunta del Señor: y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?», y hoy es un buen día para hacerlo.

Ibn Arabi decía que «aquel que ha quedado atrapado por esa enfermedad que se llama Jesús, no puede ya curarse»[3] ¡maravillosa experiencia! ¿Cuántos de nosotros, desde nuestra experiencia personal, podemos asentir ésta mañana a la verdad que se encierra en estas palabras?[4]



[1] Karl Lehmann (Sigmaringen, Alemania, 16 de mayo de 1936), es un cardenal alemán, obispo de Maguncia.
[2] Cfr. Jer 20, 7.
[3] Abū Bakr Muhammad ibn 'Alī ibn 'Arabi (1165-1240), más conocido como Ibn Arabi, Abenarabi y Ben Arabi fue un místico sufí, filósofo, poeta, viajero y sabio musulmán andalusí. Sus importantes aportaciones en muchos de los campos de las diferentes ciencias religiosas islámicas le han valido el sobrenombre de Vivificador de la Religión.
[4] J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 227 ss.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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