Ante esos alfilerazos, esas burlas,
esas amables ocurrencias que tienen al final su gotita de amargura… sentimos
irritación, descontento, rabieta… sentimos la necesidad de demostrarlo por una
manifestación exterior, y de ahí los encogimientos de hombros, la réplica viva,
altiva, la mirada torva. Entonces es cuando debe intervenir la virtud de la
mansedumbre… Tenemos que callarnos. Ni una palabra. Ni siquiera una de esas
frases que nos parecen tan oportunas, tan justas. No os expliquéis. Callaos. Si
podéis hacerlo, hablad en un tono absolutamente moderado, totalmente amable.
Pero si no sois capaces, callaos para sofocar, detener, comprimir esa erupción
volcánica de la cual no sois dueños. (Robert de Langeac) Cristo Jesús… Enséñame
a padecer con esa alegría humilde y sin gritos de los santos… Enséñame a ser
manso con los que no me quieren o me desprecian. La humildad gana el corazón de
Dios. La mansedumbre el de los hombres • Rafael Arnáiz
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