Dios nos habla a todas horas
con suavísimos acentos.
Nos habla como a hurtadillas,
nos habla como en secreto,
con un rumor tembloroso
de canciones y de besos.
Mas andamos distraídos
y escucharle no sabemos.

Hay que vivir de rodillas.
Hay que vivir en acecho
de esas palabras tan dulces,
de esos avisos tan tiernos.
Hay que vivir siempre en vela,
puesta la mano en el pecho;
siempre alerta los oídos
y los párpados abiertos.
Hay que despertar al ángel
que todos llevamos dentro,
mientras la bestia se rinde
vencida del torpe sueño.

Todo es amor, todo es vida,
todo es altar, todo es templo...
Dios camina por el mundo,
recorre nuestros senderos,
se alberga en nuestros hogares,
vive en nuestros aposentos,
y en la sombra de la noche

se acerca hasta nuestros lechos •

XIII Domingo del Tiempo Ordinario (B)

Dura es la realidad de la muerte, tremenda e inevitable. Si toda muerte es incomprensible, ya que no sabemos por qué morimos o para qué vivimos si al final hemos de morir, especialmente absurda y trágica nos parece la muerte de alguien joven. Esa es la realidad que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra. 

Y ¿qué podemos decir nosotros ante la muerte? ¿Acaso tiene sentido, algún sentido, alzar la voz y la protesta? Y si no tenemos nada que decir, ¿podemos escuchar al menos alguna palabra de vida y en favor de la vida? ¿Qué dice a todo esto, qué nos dice la palabra de Dios?, ¿o acaso Dios también calla ante la muerte? La palabra de Dios nos dice, en primer lugar, que El no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes, porque Dios es amigo de la vida. Nos dice también que Jesús resucita a los muertos y que Él mismo ha resucitado. Ante la ruina de la muerte y su desolación, la palabra de Dios pone en pie nuestra esperanza y nuestra dignidad. Por eso es evangelio ¡buena noticia! ¿Qué debemos hacer? Si el miedo a la muerte paraliza la vida y nos hace vivir como muertos, la superación de ese miedo por la fe en Jesucristo debiera ser el anticipo de la vida eterna y ayudarnos a vivir intensamente. ¿Es así?, ¿es la fe cristiana una fuerza de vida y en favor de la vida?

Nuestra esperanza ha de ser algo más que un consuelo en situaciones límite (ante la muerte) y en modo alguno una evasión en la vida temporal. Todo lo contrario: nuestra esperanza ha de mostrarse en cada tiempo, en cada situación, como una esperanza viva y en favor de la vida. Nuestra esperanza es una lucha (en algunas temporadas lucha diaria) en contra de todo lo que entristece a los hombres y destruye la convivencia.

Si creemos lo imposible, es para hacer posible la vida para todos. Y quien dice esto dice solidaridad, es decir, no tiene ningún sentido decir que creemos en la vida eterna y, al mismo tiempo, hacernos la vida imposible en este mundo.

Lo que siempre se ha visto, lo más viejo del mundo, lo que está en la raíz de todas las desigualdades, lo que corrompe las relaciones humanas, lo que siega la hierba bajo nuestros pies es el egoísmo[1]. Y contra ese egoísmo está la novedad del amor. De un amor que hay que inventar cada día, para acercarnos los unos a los otros. El amor cristiano no puede realizarse solamente organizando segundas colectas o rellenando papeles donde se lleva la cuenta de la vida espiritual. Debemos ser mucho más comprometidos. El amor cristiano nos urge a comprometernos con todos los hombres de buena voluntad que luchan por la auténtica igualdad y buscan una tierra en la que habite la justicia y produzca el fruto de la paz. Para que se cumpla lo que dice la Escritura y recuerda Pablo a los corintios: Al que recogía mucho, no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba".

Empeñarnos en esto es creer que Dios resucita a los muertos, es dar testimonio de la resurrección. Es levantar el estandarte de la fe contra la muerte.

Esta fe nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de las falsas consolaciones del mundo, de tal modo que la verdad cristiana «no corra el peligro de mezclarse con mitologías de varios tipos», cediendo a los ritos de la superstición, antigua o moderna[2]. Hoy es necesario que los pastores y todos los cristianos expresen de modo más concreto el sentido de la fe respecto a la experiencia familiar del luto. No se debe negar el derecho al llanto —tenemos que llorar en el luto—, también Jesús «se echó a llorar» y se «conmovió en su espíritu» por el grave luto de una familia que amaba[3]. Podemos más bien recurrir al testimonio sencillo y fuerte de tantas familias que supieron percibir, en el durísimo paso de la muerte, también el seguro paso del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de resurrección de los muertos.

»El trabajo del amor de Dios es más fuerte que el trabajo de la muerte. Es de ese amor, es precisamente de ese amor, de cual debemos hacernos «cómplices» activos, con nuestra fe. Y recordemos el gesto de Jesús: «Jesús se lo entregó a su madre», así hará con todos nuestros seres queridos y con nosotros cuando nos encontremos, cuando la muerte será definitivamente derrotada en nosotros. La cruz de Jesús derrota la muerte. Jesús nos devolverá a todos la familia»[4]



[1] Eucaristía1982, 31.
[2] Cfr. Benedicto XVI, Ángelus del 2 de noviembre de 2008
[3] Jn 11, 33-37
[4] Papa Francisco, Audiencia general del miércoles 17 de junio de 2015. El texto complete puede leerse aquí: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/audiences/2015/documents/papa-francesco_20150617_udienza-generale.html

nEw-Old-iDeaS

Si estuviera más atento a la Palabra de Dios, estaría mucho menos preocupado y desasosegado por los sucesos de nuestro tiempo; no es que fuera a estar indiferente ni pasivo, sino que podría ganar fuerza unificadora con las corrientes sagradas, que casi siempre corren en oposición a las de la superficie • T. Merton (mayo 1965)

VISUAL THEOLOGY

Saint Peter's tomb is a site under St. Peter's Basilica that includes several graves and a structure said by Vatican authorities to have been built to memorialize the location of St. Peter's grave. St. Peter's tomb is near the west end of a complex of mausoleums that date between about AD 130 and AD 300. The complex was partially torn down and filled with earth to provide a foundation for the building of the first St. Peter's Basilica during the reign of Constantine I in about AD 330. Though many bones have been found at the site of the 2nd-century shrine, as the result of two campaigns of archaeological excavation, Pope Pius XII stated in December 1950 that none could be confirmed to be Saint Peter's with absolute certainty. However, following the discovery of further bones and an inscription, on June 26, 1968 Pope Paul VI announced that the relics of St. Peter had been identified. The grave claimed by the Church to be that of St. Peter lies at the foot of the aedicula beneath the floor. The remains of four individuals and several farm animals were found in this grave. In 1953, after the initial archeological efforts had been completed, another set of bones were found that were said to have been removed without the archeologists' knowledge from a niche (loculus) in the north side of a wall (the graffiti wall) that abuts the red wall on the right of the aedicula. Subsequent testing indicated that these were the bones of a 60-70-year-old man. Margherita Guarducci argued that these were the remains of St. Peter and that they had been moved into a niche in the graffiti wall from the grave under the aedicula "at the time of Constantine, after the peace of the church" (313) • 

Thirteenth Sunday of Ordinary Time (B)

Today´s readings deal with topics we Americans, and perhaps people everywhere, would rather avoid.  The readings deal with sickness and death[1].  We do our best to avoid sickness and death.  That’s reasonable.  But there is much in us that is afraid of sickness and death. We do our best to avoid talking about them. That is not reasonable. That’s a denial of reality. We have such a hard time with these topics that we have created stories tone down the reality.  So, when a baby dies or a child, like the child we call Talitha in the Gospel dies, we say, “God must have wanted another angel with Him in heaven."  This is not true.  God doesn’t go around killing babies and little children because his angel inventory is low[2].

Let’s face it, most of us cannot understand the very fact of death, so we put it all on God’s shoulders. “It’s God’s will,” we say when a person dies.  No it isn’t.  To say that it is God’s will is to say that God does evil things.  If God is All Good, and He is, how can He do evil things?  Did God have an off day?  Aside from when he created some of our voices, God does not have off days. So how can we arrive at some understanding of the existence of sickness and death?  How can we understand why that poor lady in the Gospel was suffering for years from hemorrhages, or why Jairus’ daughter should die? How can we understand why good people that you know and that I know have become terribly sick or have died? Perhaps we can’t answer these questions, but we certainly are wrong when we pass the blame off to God.

The author of the first reading, from the Book of Wisdom, a book found in the Catholic Bibles, does not make this mistake. Not is he afraid to tell it like it is, to tell the truth.  Our readings began today with his telling us, God did not make death. Nor does He rejoice in the destruction of the living. He made everything wholesome and good.  He formed man to be imperishable, made in the image of His own nature.  But through the envy of the devil, death entered into the world.

This is something else we don’t want to hear.  Sickness and death are the result of sin. Most often this is not the result of the sins of the person who gets sick or dies, but it is due to the consequences of sin in the world. Now, it is tempting to just blame Adam and Eve, but that takes us our of the picture. We are not all that innocent. Look, would there be wars if pride and avarice and other sins did not exist?  No, there would be no reason for war. But these sins do exist and good people like Edith Stein and Ann Frank and the millions of innocent people who died during the conflicts of the last century all suffered the results of these sins.

So, is there hope for this world?  Yes, there is hope.  There is hope because Christ is in this world! We learned today how He healed that lady and how He raised up that child. We know that He alone has power over sickness and death. We are convinced that there are many who have returned to health due to the direct intervention of the Lord of Life.  And we also know, that those who believe in Him with their lives but who do not return to health, those who do die, in fact remain alive with Him.  We believe in the gift of Christ’s resurrection.  He gave His Life to those who accept Him, not just with words but with their lives.  We believe in Baptism, for at Baptism we received the spiritual life of the Trinity.

We hold on to Jesus Christ with all our might, because He alone makes sense of the confused reality of life. We entrust our dead to the Lord seeking His mercy and compassion, asking Him to reward them for the goodness of their lives and forgive them for their participation in sin.  And we ask the Lord to help us transform the world from its slavery to sin by giving us the courage to fight sin in our own lives.

 God did not make death, the reading proclaims. He made life, eternal life. And we, the baptized, have been given the gift of this life •



[1] 13th Sunday of Ordinary Time B, June 28, 2015. Readings: Wisdom 1:13-15; 2:23-24; Responsorial Psalm 30:2, 4, 5-6, 11, 12, 13; 2 Corinthians 8:7, 9, 13-15; Mark 5:21-43.
[2] And besides, the whole concept of people becoming angels after they die is a complete fabrication.  Angels are  different beings than human beings, including dead human beings.  Human beings do not become angels and angels do not become human beings.  Parents also make a huge mistake when they tell their little children that Grandpa died because God wanted him to be in heaven with him.  Often they have to deal with a child who has become angry with God for killing Grandpa.

Mi Amado para mí
y yo para mi Amado.

Se inclina ya mi frente,
sellado está el trabajo;
Señor, tu pecho sea
la gracia del descanso.

Mis ojos se retiran,
la voz deja su canto,
pero el amor enciende
su lámpara velando.

Y yo sigo mirando
tu cuerpo deseado;
cuando me llegue el día,
recíbeme en tus brazos.

Lucero que te fuiste
con gran amor amado,
en tu Gloria dormimos
y en sueños te adoramos.

Mi Amado para mí
y yo para mi Amado.
Amen


P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

XII Domingo del Tiempo Ordinario (B)

En el texto que nos presenta el evangelio de éste domingo hay algunas palabras muy elocuentes: la otra orilla, el mar, el miedo, la calma. Con todas ellas se puede describir un hecho muy concreto, evocando la tempestad del Viernes Santo: las tempestades que sacuden a la iglesia, las tempestades personales que tenemos que librar.

Pasar a la otra orilla. Allí comienza la angustia que va a impregnar todo el relato. Los apóstoles tenían una vida al lado del Señor quizás algo difícil pero familiar, o de costumbres, y de pronto tienen que enfrentarse con la otra orilla, con otro sitio. A pesar de la hostilidad que se iba notando alrededor de Jesús, los días habían acabado tomando el aspecto de una rutina digamos tranquilizadora. Y de pronto, la noche de Getsemaní arrojó a Jesús y a sus discípulos a la otra orilla: el inicio de la Pasión del Maestro. Y quizás nos sucede lo mismo: necesitamos toda nuestra fe para aceptar desprendernos de las seguridades e ir a la otra orilla de nuestra vida, y enfrentar con ciertas cosas y situaciones, desde relaciones que sabemos deben terminar hasta retos profesionales, económicos y de búsqueda interior personal.  

El mar. El evangelista no es que intente hinchar aquél pequeño lago, sino que hace que se levanten los grandes temores del agua. La Sagrada Escritura comienza relatando a Dios creador separando las aguas de los cielos[1] y termina con aquel grito de consuelo ¡Ya no hay mar! del libro del Apocalipsis[2]. Pero entretanto es preciso arrastrar las tempestades del sufrimiento, de la angustia, del fracaso. En la tarde del Viernes Santo se podría pensar que la tempestad se había tragado el amor y la esperanza. ¡Habíamos esperado tanto!, dicen aquellos dos que van caminando hacia Emaús…[3].

¡Y él dormía!. El libro salmos está llenos de esta misma indignación: Inclina, oh Señor, tu oído y respóndeme, porque estoy afligido y necesitado[4]Sin embargo, nos dice el texto, Se despertó e increpó al viento. Dijo al lago: ¡Silencio, cállate! Y el viento amainó. Es posible hacer toda una oración, en plena tempestad interior o exterior, repitiendo solamente: "El viento amainó". El Señor estaba ahí. Mandar al viento y a las aguas es una señal del poder creador. Este relato es una teofanía, es decir, una manifestación del poder del Señor que vuelve a poner la pregunta delante: ¿Quién es éste?.

¿Cómo es que no tenéis fe? Pregunta el Señor después. Jesús exige nuestra confianza, necesita de ella. El evangelio entero nos invita a creer antes de hacer cualquier cosa y mientras la hacemos.

El misterio cristiano es ése: con la fe todo se pone en pie, todo puede ocurrir. Sin ella, nada; decimos que entonces Dios duerme. «Cuando se dice que Dios duerme –es san Agustín quien escribe- somos nosotros los que dormimos. La barca es tu corazón. Si te acuerdas de tu fe, tu corazón no se agita; si te olvidas de tu fe, Cristo duerme y corres el peligro de naufragar»[5].

Los cristianos no debemos tener miedo a hundirnos, o a ser desamparados por el Señor. Cuando fieles a nuestra misión evangelizadora nos adentramos en un mar que es reino aparente de otros poderes, cuando busquemos otras orillas y fronteras para el Reino abandonando las propias seguridades, cuando sigamos la invitación de Jesús –Vamos a la otra orilla- confiemos y no seamos tan cobardes[6]





[1] Cfr. Gn 1,3.
[2] 21, 1.
[3] Lc 24, 13-35.
[4] Sal 86.
[5] Enarrat. in ps. 35,4 (PL 36,190): «Quid est autem dormit lesus? Fides tua quae est de lesu, obdormivit».—Enarrat. in ps. 120,7 (PL 37,1611): «Christus enim in corde vestro, lides Christi est»
[6] J. M. Alemany, Dabar 1988, n. 35. 

nEw-Old-IdeAs


Levántate ya, amada mía, hermosa mía, y ven:
que ya se ha pasado el invierno y han cesado las lluvias.
Ya han brotado en la tierra las flores,
ya es llegado el tiempo de la poda
y se deja oír en nuestra tierra el arrullo de la tórtola.


Y Jesús viene. Anuncia al alma que la estación de las lluvias «ha cesado», que ha desaparecido definitivamente. Y aduce en seguida la prueba: «Ya han brotado en la tierra las flores». El alma, en efecto, no es ya esa tierra endurecida por los fríos o empapada por las lluvias. Se parece al campo en primavera. Está cubierta de flores. La campanilla, valerosa y llena de esperanza, ve brotar a su lado la humilde, tímida y fragante violeta. Surgen luego el meditabundo pensamiento, y el gracioso clavel que vuelve su cabeza, un poco pesada, hacia el sol, como una imagen del alma, rebosante de vida interior y dispuesta a abrirse. Aparecen después el purísimo lirio y, por fin, la rosa primaveral de la caridad. Las flores de las virtudes se muestran en el alma por todos los lados. Forman para ella un aderezo incomparable. Es éste uno de los más bellos espectáculos que existen en el mundo. La primavera de un alma interior es algo arrobador Robert de Langeac, La Vida Oculta en Dios.

VISUAL THEOLOGY

The Benedictus (also Song of Zechariah or Canticle of Zachary), given in Gospel of Luke 1:68-79, is one of the three canticles in the opening chapters of this Gospel, the other two being the Magnificat and the Nunc dimittis. The Benedictus was the song of thanksgiving uttered by Zechariah on the occasion of the birth of his son, John the Baptist. The canticle received its name from its first words in Latin (Benedictus Dominus Deus Israel, “Blessed be the Lord God of Israel”).



Blessed be the Lord, the God of Israel;
he has come to his people and set them free.

He has raised up for us a mighty savior,
born of the house of his servant David.

Through his holy prophets he promised of old
that he would save us from our enemies,
from the hands of all who hate us.

He promised to show mercy to our fathers
and to remember his holy covenant.

This was the oath he swore to our father Abraham:
to set us free from the hands of our enemies,
free to worship him without fear,
holy and righteous in his sight,
all the days of our life.

You, my child, shall be called the prophet of the Most High;
For you will go before the Lord to prepare his way,
to give his people knowledge of salvation
by the forgiveness of their sins.

In the tender compassion of our God
the dawn from on high shall break upon us,
to shine on those who dwell in darkness and the shadow of death,
and to guide our feet into the way of peace. Amen.

(Luke 1:68-79)


Twelve Sunday in Ordinary Time (B)

The readings for this Sunday speak about turmoil. The first is from the Book of Job[1]. Job had lost his livelihood. He had lost his children.  He was in terrible physical pain.   At the conclusion of this book of wisdom, God speaks. Part of that is in today’s first reading. God says, “I am present healing the turmoil. Do not question me.  Have faith in me. Look, I took control of the seas, the ancient symbol of chaos.” God is telling Job that He is mightier than any turmoil[2].

In the second reading, St. Paul reminds the people of Corinth, and us, that Christ died so that we might be raised up with Him.  He turned defeat into victory. He is infinitely more powerful than the most powerful force in the world, death.

God’s power over turmoil is particularly seen in the Gospel reading. A storm suddenly comes upon the disciples as they are crossing the Sea of Galilee. The boat is rocking. The ship is probably going to sink. But Jesus is on board, asleep.  In a panic, they wake Him. He quells the storm, and then asks them if they really have faith in Him and in His Father.

And that is the message we all have to remember: turmoil is normal because we live in an imperfect world, a world that rejected the Perfect One. Turmoil is normal, but God is greater than the turmoil.  He sees. He knows. He controls. Only He does that His way, not our way.  So the trials of the family actually help the dad and the mom, as well as the children, become more giving, more Christlike. The effort to solve this or that problem is more important than its solution.  And in the long run, and through faith, God’s hand is seen in the turmoil. We pray to God, and He does answer our prayers.  Sometime, though, he says, “No, I have a better idea that ultimately is going to serve the growth of the Kingdom.”  So, the people prayed that somehow Bishop Ignatius of Antioch would be spared from the beasts in the Coliseum, but God had another idea. So, the family prayed that their child might survive this horrible disease, but God knew that although the child’s life would be brief it would be infinitely valuable.  So, the Teen prayed to get into that college, but God knew that the real opportunity for spiritual growth would be in another college, or, perhaps, no college at all.  And the young man prayed that God would let that girl love him.  And, as the old country song goes, ten years later he thanked God for unanswered prayers.

Look, it is hard to have faith when we are in turmoil.  Everything appears black when there do not appear to be any solutions or end of problems. But we need to be people of faith.  We need to trust in God in the darkness as well as in the light.

This morning we pray at the celebration of the Eucharist that when turmoil hits, we might remain people of faith, attached to our Lord Jesus, our King and the Solid Rock of our spirituality



[1] This is the conclusion to the main section of Job.  In the main section of Job, from the middle of chapter 2 to the beginning of chapter 42, Job questions God.  Chapter 3 begins, “Job opened his mouth and cursed his day. Three friends show up to commiserate with him, but make matters worse by saying that he must have done something horrible to deserve all this. They are like the holier than though friend who tells people that they are responsible for their misery. A fourth, younger man comes, but he just adds coal to the fire by suggesting that Job was not the good man everyone thought he was.  Job responds, “I loath my life.”
[2] 12th Sunday of Ordinary Time (B), June 21, 2015. Readings: Job 38:1, 8-11; Responsorial Psalm 107:23-24, 25-26, 28-29, 30-31; 2 Corinthians 5:14-17; Mark 4:35-41.
Ilustration: usepe de Ribera, Job on the Ash Heap, 17th century. 

Qué detalle, Señor, has tenido conmigo
cuando me llamaste, cuando me elegiste,
cuando me dijiste que tú eras mi amigo.
qué detalle, Señor, has tenido conmigo.

Te acercaste a mi puerta y pronunciaste mi nombre.
Yo temblando te dije: aquí estoy, Señor.
Tú me hablaste de un Reino, de un tesoro escondido,
de un mensaje fraterno que encendió mi ilusión.

Yo dejé casa y pueblo por seguir tu aventura,
codo a codo contigo comencé a caminar.
Han pasado los años y aunque aprieta el cansancio
paso a paso te sigo sin mirar hacia atrás.

Qué alegría yo siento cuando digo tu Nombre,
qué sosiego me inunda cuando oigo tu voz,
qué emoción me estremece cuando escucho en silencio
tupalabra que aviva mi silencio interior •

(citada ¡y cantada! Por el Santo Padre Francisco 
en la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesus)

XI Domingo del Tiempo Ordinario (B)

Qué es una parábola y por qué el Señor las usaba para enseñar? La parábola es una semejanza inspirada en los acontecimientos cotidianos conocidos para mostrarnos la relación con algo desconocido. Las parábolas son metáforas o episodios de la vida, que ilustran verdades morales o espirituales. El Señor usaba con frecuencia este género literario para explicar el misterio del Reino de Dios y de su Persona.

El fin primario de las parábolas era estimular el pensamiento, provocar la reflexión y conducir a la escucha y a la conversión. Estas tres cosas. Estimular, provocar y conducir, pero para poder comprender las parábolas es necesaria la fe; solamente de este modo puede descubrirse el misterio del Reino de Dios, que es enigma indescifrable para los que no aceptan el evangelio.

La parábola de la semilla que germina silenciosamente y que acabamos de escuchar presenta el contraste entre el comienzo humilde y el crecimiento extraordinario. El sembrador no está inactivo, sino que espera día y noche hasta que llegue la cosecha, cuando el grano esté a punto, para meter la hoz. El sembrador representa a Dios que ha derramado abundantemente la semilla sobre la tierra por medio de Jesús, "sembrador de la Palabra".

A pesar de las apariencias contrarias, el crecimiento es graduado y constante: primero el tallo, luego la espiga, después el grano. Un día llegará el tiempo de la cosecha, es decir, el cumplimiento final del Reino de Dios, que ha tenido sus muchas y diversas etapas antecedentes.

La segunda parábola, la del grano de mostaza, la más pequeña de las semillas, nos habla a quienes tenemos dudas de si el reino de Dios crecerá o no. Los comienzos insignificantes pueden tener un resultado final de proporciones grandiosas. San Ambrosio decía que Jesús, muerto y resucitado, es como el grano de mostaza: su reino está destinado a abarcar a la humanidad entera, sin que esto signifique triunfalismo eclesial. Pocas cosas hacen más daño o son más parecidas al cáncer que el triunfalismo: “aquí no pasa nada”, “todo está bien”.


Las dos parábolas de este domingo son, pues, un himno a la paciencia evangélica, a la esperanza serena y confiada. Que no se nos olvide –y así nos lo recuerde siempre el Espíritu de Dios- que el fundamento de la esperanza Cristiana es que Dios cumple sus promesas y no abandona su proyecto de salvación. Incluso cuando parece que calla y está ausente, Dios actúa y se hace presente, siempre de una manera misteriosa, como le es propio. Aunque el hombre siembre muchas veces entre lágrimas, cosechará entre cantares •

nEw-Old-iDeAS

En la Pasión del Salvador, los judíos que le acusan, Judas que le entrega, Pilatos que le condena, los verdugos que le atormentan, los demonios que excitan a todos estos desgraciados, son desde luego la causa inmediata de este terrible crimen. Mas, sin ellos sospecharlo, es Dios quien ha combinado todo, no siendo ellos sino los ejecutores de sus designios. Nuestro Señor lo declara formalmente: « Ese cáliz lo ha preparado mi Padre; Pilato no tendría poder alguno si no lo hubiera recibido de lo alto. Mas ha llegado la hora de la Pasión, la hora dada por el cielo al poder de las tinieblas». San Pedro lo afirma con su Maestro: «Herodes y Pilato, los gentiles y el pueblo de Israel se ha coligado en esta ciudad contra Jesús, vuestro santísimo Hijo; mas todo para dar cumplimiento a los decretos de vuestra Sabiduría». Así, pues, la Pasión es obra de Dios y aun su obra maestra. «Imposible dudar; allí está la voluntad de Dios, esa voluntad tan luminosa que se oculta en esta noche profunda; esta voluntad invencible es el alma de esta total derrota; esta voluntad tan justa, tan buena, tan amante, no deja de ser reina y señora en este castigo sin medida y del todo inmerecido por aquel a quien se inflige; en una palabra, esta voluntad tres veces santa permanece en el fondo de este prodigio de iniquidad. Vivimos en esta creencia…, y después nos parece un exceso reconocer la voluntad de Dios, no digo en los males de la Santa Iglesia o en las calamidades públicas, sino en las pérdidas particulares, en esas humillaciones, esas decepciones, esos contratiempos, esos pequeños males, esas nonadas que llamamos nuestras cruces y que son nuestras pruebas habituales • El Santo Abandono, Dom Vital Lehodey. 

VISUAL THEOLOGY

El amor victorioso, es una obra de Caravaggio, pintada en 1602 para Vincenzo Giustiniani, miembro del círculo social del cardenal Del Monte. En un diario que data del siglo XVII, el modelo es llamado «Cecco», en italiano, diminutivo de Francesco. Posiblemente se trató de Francesco Boneri, artista italiano activo entre 1610 y 1625, y conocido popularmente como Cecco del Caravaggio. Gianni Papi establece ciertas conexiones entre Bonieri y Caravaggio, de tipo siervo - amo, que comienzan a partir de 1600. La obra muestra a un Cupido desnudo, cargando un arco y unas flechas, mientras pisotea los símbolos de las artes, las ciencias y el gobierno. El punto culminante que relaciona esta pintura con las religiosas es la intensa ambigüedad con la que el pintor maneja los modelos de diferentes posturas, ya sea sacra o profana •

Eleventh Sunday in Ordinary Time (B)

All of us have the attitudes of trying to do too much and wanting everything immediately. I would have made a terrible farmer.  Even now I'll go out to the flowers and say, "Come on, let's cut the bud stuff and start blooming." Farmers have to be patient. Farmers also have to recognize that they really can't do things themselves. They have to depend upon nature[1].

The gospel reading, from Mark, contains two parables that farmers would certainly understand, but which drive city slickers like me nuts. The first is the parable of the seed. The farmer plants the seed and goes about his routine day, day after day. Eventually the seed grows, not because the farmer does something special, but because nature took its course. The second parable is that of the mustard seed which seems insignificant, but with the growth that God gives becomes a plant, probably 8 to 10 feet, large enough to shelter the birds of the sky. These two parables of the Kingdom of God tell us that we have to trust in God to give growth to the Kingdom. Furthermore, the growth He gives will be greater than we could ever imagine. The kingdom that we trust God to give growth to could be the Kingdom of our church in the world, the Kingdom of our parish right here, or, par­ticularly, the Kingdom of our home.

There are many times that we expect too much of ourselves and others. To make matters worse, we expect too much to happen too soon.  Sometimes parents expect their 15 year olds to act like 21 year olds.  Sometimes we get thoroughly disappointed in ourselves because we are not the perfect people we like to imagine ourselves being. Sometimes we are impatient with how we or others are progressing in life. We may be upset with our home situations, our marriages, our families, our jobs, or what have you. What we have to understand is that none of us are self-made men and women. If we trust in God, He will give growth. This growth might be very subtle, nothing we can put our fingers on. But after a while it suddenly occurs to us: God has brought us a long way. If we trust in God the growth that He gives us will be more than we could imagine. We are all small seeds, but God can make of us great trees.  However, if we think that we can do everything ourselves, and if we don't trust in God, we won't get anywhere. None of us can make ourselves or others grow.

Let me be a bit more specific with something that we all want: peace in our families. We have to pray to God and trust Him to bring his peace. To think we can cause peace to happen in our homes or anywhere without God is to give ourselves power we don't have. 

I am not the only person in our parish who puts too much pressure on himself or herself. I am not the only person in this parish who is always looking for results. But all of us have entrusted God with our lives. We must trust Him to form us in people more beautiful than we could have ever imagined. After all, He does a pretty good job with flowers


[1] 11th Sunday of Ordinary Time B, June 14, 2015. Readings: Ezekiel 17:22-24; Responsorial Psalm 92:2-3, 13-14, 15-16; 2 Corinthians 5:6-10; Mark 4:26-34.

Altísimo Señor, que supiste juntar
a un tiempo en el altar ser Cordero y Pastor,
quisiera con fervor amar y recibir
a quien por mí quiso morir.

Cordero divinal por nuestro sumo bien,
inmolado en Salén, en tu puro raudal
de gracias celestial, lava mi corazón,
que el fiel te rinde adoración.

Suavísimo maná, que sabe a dulce miel,
ven y del mundo vil nada me gustará.
Ven y se trocará del destierro cruel

con tu dulzura la amarga hiel

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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