nEw-Old-IdeAs


Levántate ya, amada mía, hermosa mía, y ven:
que ya se ha pasado el invierno y han cesado las lluvias.
Ya han brotado en la tierra las flores,
ya es llegado el tiempo de la poda
y se deja oír en nuestra tierra el arrullo de la tórtola.


Y Jesús viene. Anuncia al alma que la estación de las lluvias «ha cesado», que ha desaparecido definitivamente. Y aduce en seguida la prueba: «Ya han brotado en la tierra las flores». El alma, en efecto, no es ya esa tierra endurecida por los fríos o empapada por las lluvias. Se parece al campo en primavera. Está cubierta de flores. La campanilla, valerosa y llena de esperanza, ve brotar a su lado la humilde, tímida y fragante violeta. Surgen luego el meditabundo pensamiento, y el gracioso clavel que vuelve su cabeza, un poco pesada, hacia el sol, como una imagen del alma, rebosante de vida interior y dispuesta a abrirse. Aparecen después el purísimo lirio y, por fin, la rosa primaveral de la caridad. Las flores de las virtudes se muestran en el alma por todos los lados. Forman para ella un aderezo incomparable. Es éste uno de los más bellos espectáculos que existen en el mundo. La primavera de un alma interior es algo arrobador Robert de Langeac, La Vida Oculta en Dios.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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