Levántate ya, amada mía, hermosa
mía, y ven:
que ya se ha pasado el invierno y
han cesado las lluvias.
Ya han brotado en la tierra las
flores,
ya es llegado el tiempo de la
poda
y se deja oír en nuestra tierra
el arrullo de la tórtola.
Y Jesús viene. Anuncia al alma
que la estación de las lluvias «ha cesado», que ha desaparecido
definitivamente. Y aduce en seguida la prueba: «Ya han brotado en la tierra las
flores». El alma, en efecto, no es ya esa tierra endurecida por los fríos o empapada
por las lluvias. Se parece al campo en primavera. Está cubierta de flores. La
campanilla, valerosa y llena de esperanza, ve brotar a su lado la humilde,
tímida y fragante violeta. Surgen luego el meditabundo pensamiento, y el
gracioso clavel que vuelve su cabeza, un poco pesada, hacia el sol, como una
imagen del alma, rebosante de vida interior y dispuesta a abrirse. Aparecen
después el purísimo lirio y, por fin, la rosa primaveral de la caridad. Las
flores de las virtudes se muestran en el alma por todos los lados. Forman para
ella un aderezo incomparable. Es éste uno de los más bellos espectáculos que
existen en el mundo. La primavera de un alma interior es algo arrobador ■ Robert de
Langeac, La Vida Oculta en Dios.
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