Yo abriré vuestros sepulcros, pueblo mío,
que no puedo soportar vuestras tristezas;
yo bajaré a los infiernos de la angustia
y lloraré con vosotros vuestras penas,
y sembraré de alegría vuestras vidas
que seréis para siempre pura fiesta.

Y no puedo tolerar, amigos míos,
que arrastréis por más tiempo las cadenas
que os convierten en esclavos miserables.
Os libraré, os llevaré a la tierra
prometida, la tierra de la paz,
la tierra de la felicidad entera.

Yo mismo abriré, pueblo mío, los sepulcros
del miedo, el desencanto y las tinieblas;
clavaré mi bandera victoriosa
en la oscuridad de la conciencia,
y os regalaré hasta un lucero vivo
que os alegre y cure la ceguera.

Yo abriré los sepulcros de los odios
que miserablemente os pudren y os entierran;
os daré un corazón nuevo, como el mío,
en el que el amor y la amistad florezcan.
Abriré, pueblo mío, todos los sepulcros,
porque soy Resurrección y Vida plena;
lucharé cuerpo a cuerpo con la muerte,
aunque tenga que morir en la pelea;
pero os juro que vosotros viviréis

y llenaré de mi Espíritu la tierra

V Domingo de Cuaresma (A)

Desde lo hondo, a ti grito, Señor, hemos cantado en el Salmo responsorial de este último domingo de Cuaresma[1]. Si cada uno de nosotros, muy sinceramente, muy realísticamente, no se sitúa también en lo más hondo de su propia vida, muy en el corazón de lo que cada uno es, será imposible acompañar a Jesús durante estos últimos días de la Cuaresma y durante la Semana Santa, más aún: será muy difícil unirnos a Él en la celebración de la Pascua.

Quizá la mayor tentación de nuestra vida cristiana sea la de situar lo que a ella se refiere –nuestra relación con Dios y ante Dios- en lo marginal de nuestra vida, en cosas y aspectos secundarios que no son los más importantes y decisivos y hondos de nuestra vida. Y entonces esto, el corazón, lo que podríamos llamar la esencia de nuestra vida, se queda sin Dios, lejos de Él.

Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá: y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre, dice Jesús a Marta, e inmediatamente pregunta directo y sin preámbulos: ¿Crees esto? Es una afirmación de Jesús y una pregunta al mismo tiempo, y que a través de la liturgia se dirigen a lo más hondo de cada uno de nosotros y que sólo desde esta hondura puede captarse y puede responderse: de hecho es solamente en la realidad humana, iluminada por la luz de Cristo, donde las palabras "vida" y "muerte" tienen sentido.

Marta responde y le llama Señor a Jesús, y Mesías: Yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Es su fe en Jesús lo que le permite dar el salto a la fe en la victoria de la Vida sobre la muerte, el salto a la fe en la resurrección personal.

La resurrección de Lázaro fue –según el evangelio de Juan- el último "signo" que obró Jesús antes de su pasión y muerte, el signo que anunciaba su propia resurrección. No por nada la liturgia de la Iglesia sitúa ese evangelio en los umbrales de la Semana Santa. En los domingos anteriores Jesús ha afirmado que él era para nosotros la fuente de agua que brota para darnos vida[2] y la luz que nos ilumina por el camino de la vida[3]. Hoy nos dice que Él es nuestra vida, una vida que está en nosotros, que podemos brotar para los demás como fuente de agua viva; ser luz para que ilumine el camino de otros. En menos palabas: es un domingo maravilloso para creer que en nosotros está presente la fuerza renovadora del Espíritu Santo que nos comunica Jesús resucitado.

Esta es nuestra fe, ésta es nuestra esperanza. Que el Espíritu de Dios nos mueva y ayuda a comprender que estos días deben ser de una profunda preparación para la celebración de la Pascua; pidamos y anhelemos que esto sea verdad en lo más hondo de cada uno de nosotros, en el corazón de nuestra vida[4]



[1] Este es uno de los «cánticos graduales» o «canciones de las subidas», que entonaban los israelitas en su peregrinación a Jerusalén y a su Templo. Es también uno de los siete salmos penitenciales, de los que tan amplio uso se ha hecho en la Iglesia, en particular de éste, el De profundis, y del salmo 50, el Miserere. La Biblia de Jerusalén le llama así: De profundis. Es un salmo penitencial, sí, pero más aún un salmo de esperanza. La liturgia cristiana de difuntos lo emplea ampliamente, no como lamentación, sino como oración en que se expresa la confianza en el Dios redentor. Para Nácar-Colunga el título de este salmo es Imploración de la divina misericordia. Deprecación transida de compunción y de humildad: el salmista reconoce sus pecados y espera la rehabilitación espiritual de la misericordia divina. De lo profundo de su tribulación clama el salmista a Dios, seguro de alcanzar la misericordia de del Señor: «Salmo penitencial. Invocación del nombre de Dios misericordioso, repetida siete veces y salida de lo más hondo del corazón. Queremos presentar a Dios todos los recovecos de nuestra realidad, para que él los mire con ojos de misericordia. El perdón define la actitud fundamental de Dios con nosotros. Por esto, esperamos en él, a pesar de nuestros incontables pecados. "Jesús" significa "Salvador", "porque salvará a su Pueblo de sus pecados" (Mt 1,21)» (J. Esquerra Bifet).
[2] Cfr. Jn, 4, 1-42.
[3] Id., 9, 1-23.
[4] J. Gomis, Misa Dominical 1990, n. 7.
Cristo lo es todo para nosotros.
Si quieres curar tus heridas, El es médico.
Si la fiebre te abrasa, El es la fuente de agua fresca.
Si te oprime el peso de la culpa, El es la justicia.
Si necesitas ayuda, El es la fuerza.
Si temes la muerte, Es es la vida.
Si deseas el cielo, El es el camino.
Si huyes de las tinieblas, El es la luz.
Si buscas comida, El es el alimento.
Buscad y ved cuán bueno es el Señor;
dichoso el hombre que espera en Él


San Ambrosio

VISUAL THEOLOGY

El sarcófago paleocristiano de Martos fue descubierto en la ciudad jiennense de Martos a finales del siglo XIX, concretamente en 1896, durante unas obras de remodelación del antiguo molino del Rey, edificio que fue destruido y en su lugar se construyó el antiguo mercado de abastos de la plaza del Llanete (Jaén, España); data de principios del siglo IV y presenta en la parte inferior figuras del nuevo Testamento con escenas de distintos milagros llevados a cabo por Jesucristo, entre siete pórticos columnados con siete nichos. La tapa está decorada con figuras del antiguo Testamento. Las siete escenas milagrosas del nuevo testamento que se representan en la parte inferior del sarcófago, de izquierda a derecha son las siguientes: la resurrección del hijo de la viuda de Naín, la curación del ciego, la curación de la mujer hemorroisa, la negación de San Pedro, la curación del paralítico, la multiplicación de los panes y los peces y la conversión del agua en vino


Fifth Sunday of Lent (A)

The gripping drama of the rising of Lazarus points towards Jesus as the Lord of Life and prepares us for the celebration of our sharing in His Life at Easter. But this Gospel is more than this. It is a call for to consider if we are in a tomb, and if so, it asks us to hear the voice of the Lord calling us to shore up our courage and to come out of the tomb.  Today´s Gospel calls us to walk to the Lord[1].

Tombs are places for the dead. They are not pleasant. They are dark, wet, and rather stinky. They are not places we want to be.  Still we often put ourselves in tombs. There are times that we feel very dead, particularly dead to the Lord. When we are in this spiritual malaise, we don’t want to reflect on our lives. We play a game with the Lord and ultimately with our eternal existence. The game is this: If we don’t think about what we have done or are doing to ourselves, then we can attempt to overlook our situation. Only, we can’t really do that, can we?  We can fool others into thinking that we are happy, but we cannot fool ourselves.

So, we get involved in things that are negative, nasty, sinful. We tell others that we are happy with this life. We try to convince ourselves that we are happy with our lives. But we have a difficult time looking into the mirror. We have an even more difficult time walking into a church.  And we have a horrible time taking God inside of us, or simply sitting before Him in the Blessed Sacrament.

There are also times that we race into a tomb completely on our own, without the temptation of others. We convince ourselves that this or that is not going to hurt us so much. And we go places where a Christian does not belong, be those places in the world or within our own rooms, or we do things to ourselves that frustrate ourselves, and then we feel dead... Come out, Lazarus!

Jesus is calling us. We are all Lazarus’s. He is calling us to come out of the darkness, and come into His Light. He is calling us to come out of the place of death and come into His Life. In his second book on Jesus, Pope Benedict XVI points out that the early Christians referred to themselves as The Living. That is what we are called to be, alive in an otherwise dead world.

So, we ask ourselves today, “Am I happy with myself? Am I comfortable with my life? Am I happy with my relationship with God?” Those questions are just different ways of asking the same thing: “Am I alive, or am I dead?” Or, perhaps, “Is there something that is killing me?”  Maybe, our relationship with others is pretty bad, and we tend to get nasty rather easily. Maybe we have friends that we try it impress by flaunting our sexuality, by joining them in drinking and drugs. We do our best to ignore the dying we feel within us, but the dying does not go away because we want it to go away. The way of death only goes away when we choose to walk away from it.

Lent may be winding down, but there is still time for us to receive the sacrament of penance. There is still time left for our Lenten Spring cleaning.  There is still time for us to be at peace with ourselves and with our Lord.

We ask God today for the courage to walk away from that which is killing us and to walk towards the Light. We ask the Lord for the courage to walk towards the voice that is saying, Lazarus, Come out!■



[1] 5th Sunday of Lent A, April 6, 2014. Readings: Ezekiel 37:12-14;  Responsorial Psalm 130:1-2, 3-4, 5-6, 7-8; Romans 8:8-11; John 11:1-45. 
Del seno de su madre, ciego oscuro,
era el hombre mandado a la piscina;
en él no era la luz, era la noche,
la nada, la infinita lejanía.

Jamás humano a humano abrió los ojos,
que la luz es de Aquel que en luz habita;
confiesa: ¿quién lo ha hecho?, ¿quién te puso
la mano milagrosa en las pupilas?

Aquel de nombre santo, que es Jesús,
con la tierra ha mezclado su saliva;
su aliento y corazón, su amor divino
se han hecho con el polvo medicina.

Aquel Jesús untó mis ojos muertos
y ordenó luego: Báñate y confía;
sentí divinidad en la palabra,
y fui, y en Siloé me vi con vida.

Y entonces fue el vidente excomulgado
por los ciegos, diciendo que veían.
despierta al sacramento, tú que duermes
y Cristo Luz será tu nueva vida.

Postrados con el ciego iluminado
a ti te confesamos, Dios Mesías;
viniste para un juicio: ¡Cristo, juzga
y guárdanos contigo en tu gran Día! Amén

P. Rufino María Grández, ofmcap.

1 abril 1984

IV Domingo de Cuaresma (A)

Es este el relato de un milagro? Podemos decir con cierta seguridad que no, que el evangelista más que relatar el milagro –que lo hace- nos cuenta el proceso de la fe. Al principio, todos están ciegos. Al final, uno curado y… muchos permanecen ciegos. Aquel hombre –ciego de nacimiento- sale de la noche: ¡Creo Señor![1], mientras que los judíos se sumergen en la noche de la incredulidad.

Este hombre es un ciego maravilloso, podría ser incluso el patrono de todos aquellos que andamos en busca de la luz. Sube obstinadamente hacia el misterio de Jesús, sin dejarse asustar por los que saben, y bromeando con ellos cuando los demás tiemblan[2].

Sin duda el evangelista escribe aquí una de sus páginas más vivas, salpicada de preguntas y sobresaltos: ¿Quién es ése? ¿Qué ha hecho? ¿Dónde está? ¿Quién es? Y tú, ¿qué dices de él? ¡Ese hombre no viene de Dios! Pero, ¿cómo puede hacer signos semejantes? ¿Eres tú discípulo de ese hombre? ¡Desde el nacimiento eres pecador! Ellos dicen "nosotros sabemos", y se ciegan a sí mismos…

Desde el comienzo de su evangelio Juan no deja de repetirlo: La luz brilla en la noche, pero la noche no capta la luz[3]. Ante el ciego que lo ve y los fariseos que lo miran pero sin ver Jesús se siente obligado a constatar lo que ocurre cuando él aparece: Los ciegos ven y los que ven se hacen ciegos...

A veces pensamos que vemos con claridad, que entendemos las cosas y la vida con meridiana claridad pero la realidad es que sólo lo intentamos, algunos días con éxito, algunas temporadas con tremendos fracasos, aunque la vida sigue. En cada página de nuestra vida somos ese ciego a quien Jesús da ojos dos veces: primero, para mirarlo, y luego para verlo. Pidamos hoy en la celebración de la Eucaristía la gracia de repetir una y otra vez la misma oración: Señor, que tengamos ojos para verte[4] y que creamos en Ti ■



[1] Jn 9, 38.
[2] Id., v. 27
[3] Id., 1, 5.
[4] Cfr. A. Seve, El Evangelio de los Domingos, Edit. Verbo Divino, Estella (Navarra), 1984, p. 202. 

neW-olD-iDeaS

Para los griegos, ascesis es ejercicio, adiestramiento. La palabra procede del mundo del deporte y del mundo militar. Tanto los deportistas como los soldados se adiestran. De ellos tomaron los filósofos y los teólogos el término, al que dieron un sentido espiritual. El ser humano también puede adiestrarse en actitudes interiores; por ejemplo, en el dominio de uno mismo, en la valentía, en la mesura o en la justicia. La ascesis presupone una imagen positiva del ser humano: éste no está determinado sencillamente por su pasado. Cualquiera puede trabajar en él. El ser humano puede adiestrarse en el desarrollo de su libertad interior; adquirir determinadas actitudes a través del ejercicio.  Hoy domina más bien una visión pesimista y quejumbrosa: No se puede hacer nada. Ésa es la conclusión a la que he llegado. En dicha actitud se prefiere culpar a otras personas. Ellas son culpables porque tienen tales o cuales propiedades, opiniones e ideas, y por eso no nos comprenden. Alguien se lamenta de haberse quedado corto y no haber prosperado como otros en la vida. Pero se niega a asumir la responsabilidad de sus acciones. ASCESIS significa: me reconcilio con aquel que he llegado a ser. Pero también tengo ganas de crecer y trabajar en mí mismo para desarrollar las facultades que Dios me ha regalado A. Grün, Un largo y gozoso camino. Las claves de mi vida, Edit. Sal Terrae, 2004.

VISUAL THEOLOGY

El Aceite para ungir -a propósito de la primera de las lecturas de éste domingo- aparece varias veces en el Antiguo Testamento este aceite santo y sus instrucciones de preparación fue dado a Moisés por Dios en el libro del éxodo.  El aceite debía hacerse de diferentes especias, tales como la mirra, canela aromática, caña aromática (cannabis),en hebreo Kaneh-Bosem (וּקְנֵה ב) casia y aceite de oliva, a su vez una mezcla de perfume o aceite perfumado: Habló el Señor a Moisés, diciendo: Toma también de las especias más finas: de mirra fluida, quinientos siclos; de canela aromática, la mitad, doscientos cincuenta; y de caña aromática, doscientos cincuenta; de casia, quinientos siclos, conforme al siclo del santuario, y un hin de aceite de oliva.Y harás de ello el aceite de la santa unción, mezcla de perfume, obra de perfumador; será aceite de santa unción (Ex 30, 22)  

Fourth Sunday of Lent (A)

A man had just sat down at his desk to begin the working day when one of his associates came storming into his office.  "You won't believe this," he said. "I was just almost killed outside. I had just walked out of the deli where I buy my egg sandwich every morning.  Suddenly a police car came down the street with its lights flashing and sirens blaring. The police were chasing another car. The other car stopped right in front of me. The guys jumped out and began shooting at the police. I hit the ground and could hear bullets buzzing over my head.  I'm telling you, I'm lucky to be alive." After a moment of silence the first man said: "You eat an egg sandwich every morning?"[1].

The point of the story, and believe it or not there is one, is that we can become so involved in our own narrow interests that we miss the obvious. This Sunday’s Gospel illustrates the destructiveness of such narrowness. Jesus had just healed a blind man, "to let God's work shine forth." But by doing this he threatened the comfortable ordered life of the Jewish leaders. How could God possibly be working through someone other than them? If people were to claim God's work outside of their structure, then their authority was being threatened.  They missed the fact that God was indeed working. They were more concerned with the minor part. He was working, but not through them. They focused on the egg sandwich instead of the whole picture of what was taking place. So, these leaders sought some way to discredit what he had done. They condemned Jesus for working on the Sabbath.  Even though it was a sign of the presence of the Messiah that sight would be given to the blind, and even though the man's parents testified that he was indeed born blind, they refused to see the presence of God among them. By the end of the reading it is clear that they are blind.

The Gospel of John, presents this intricate little drama in its ninth chapter as a call for us all to allow the Lord to open our eyes. The Temple leaders and Pharisees were too concerned with themselves to do this. They were not going to have some commoner from Nazareth upset their lifestyle. We are all tempted to do the same thing ourselves. We may be pretty settled in our family when we suddenly realize that our spouse or one of the children has a big problem. Our spouse, or one of our older children, college age, is drinking way too much for it not to be a problem.  But it is so easy to close our eyes to this--maybe it will go away. We act as though it is asking too much for us to give of ourselves to solve the problem. We refused to see the Lord calling out to us in others. We don't see the whole picture.  We are blind to his presence.

God's reality and our human perception of things do not necessarily match.  Neither Jesse nor Samuel the prophet thought that the future king of Israel would be the most insignificant of Jesse's sons. No one expected the Messiah to be a commoner from Nazareth. When we focus on our perceptions of what God should be like or how he should act, we miss his presence in our lives. Even in times of sickness, we expect God to heal us, when actually our sickness might be the very way that we draw closer to him. We expect God to solve our problems when actually these problems help us to keep a perspective on what really is important in life. By demanding how God should act, as the Pharisees did, we become blind to his presence among us. Let us pray together this morning for the grace to take steps from darkness into light ■


[1] 4th Sunday of Lent A, March 30, 2014. Readings: 1 Samuel 16:1b, 6-7, 10-13a; 23:1-3a, 3b-4, 5, 6; Ephesians 5:8-14; John 9:1-41. 

I
(Jesús)

Agua del pozo quisiera,
que tengo en el alma sed;
si quieres, tú pues darme;
dame, mujer, de beber.
Honda está el agua, tan honda
que apenas se puede ver;
del agua fresca que mana,
dame, mujer, de beber.

II
(La Samaritana)

Tus ojos son como un pozo,
en ellos yo naufragué;
eres Profeta, conoces
la vida de esta mujer.
De tus labios agua viva
he venido a recoger;
yo soy la Samaritana,
yo te pido de beber.

III
(La Iglesia)

Yo soy la Iglesia sedienta;
vengo, cansados los pies,
y el corazón abrasado,
porque me quema la fe.
Tengo sed. Dame tu rostro,
que vea a Dios tal cual es;
dame el don que eres tú mismo,
tu amor y tu padecer.

IV

Te adoramos, Verbo fuente,
que buscas saciar tu sed;
eres corriente que viene
desde el jardín del Edén.
eres corriente que vuelve
al Padre que da el nacer;
¡seas bendito por siempre,
oh Fuente de todo bien! Amén  

R. M. Grándes (letra) – F. Aizpurúa (música), capuchinos.


III Domingo de Cuaresma (A)

Allá se llegó ella, la mujer samaritana, a sacar agua del viejo pozo de Jacob. Y allá estaba Él, Jesús, cansado del camino, sentado junto al pozo. Allí fue el encuentro, en un caluroso mediodía. Y yo me pregunto: ¿Quién buscaba a quién? O ¿quién encontró a quién? Ella acudía, jadeante y afanosa, cada día al pozo para saciar su sed y la de los suyos. Pero, claro, el que bebía de aquel pozo volvía a tener sed, y ella igualmente acudía a otras fuentes incitantes y apetitosas, tratando de apaciguar esa otra sed de felicidad que ella, como todos los mortales, llevaba en su corazón. Se lo apuntó Jesús: Cinco maridos has tenido y el que ahora tienes...»[1]. Todos los hombres vamos buscando la felicidad. Detrás de ella caminamos diariamente. Corren el niño y el mayor, el rico y el pobre, el poderoso y el mendigo. Cada uno lo soñamos una manera, bajo una figura distinta y cada mediodía o cada medianoche todos vamos teniendo la repetida sensación de que el que aunque bebamos de esas aguas volveremos a tener sed. ¡Ay qué vanos nuestros esfuerzos!

Cuando consciente o inconscientemente buscamos la felicidad es a Dios a quien buscamos. Lo confesó bellamente San Agustín hastiado al fin de tanta aventura tras el placer, la sabiduría y la belleza: Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti[2].

El hombre, decían los Padres griegos, es un teotropo, es decir, alguien que da vueltas alrededor de Dios. La analogía es maravillosa: así como los girasoles van volviendo su belleza amarilla al sol, los hombres, aun sin saberlo, a Dios buscan. La samaritana, inconscientemente, eso hacía. Y allá se lo encontró, en el pozo. Como decía Cabodevilla: «Cualquier forma de sed es sed de Dios»[3].

Y es que Dios es un buscador del hombre. Imitando a los Padres griegos, podríamos decir que es un antropotropo. Y esa idea nos debe llevar a la maravilla y la ternura: « ¿Cómo puede Él, manantial inagotable de agua viva, andar sediento de este mínimo y pobre riachuelo que sale de mi corazón?» He ahí la paradoja. Dios desea que le deseemos, tiene sed de que estemos sedientos de Él, anda buscando que le busquemos. Sueña que le soñemos. De aquí la adivinanza del principio: ¿Quién busca a quién? ¿Jesús a la samaritana o la samaritana a Jesús? La liturgia lo intuye, y lo canta de manera bellísima: Cristo cuando pidió de beber a la samaritana / ya habla infundido en ella la gracia de la fe / y si quiso estar sediento de la fe de aquella mujer / fue para encender en ella el fuego del amor divino[4].

La respuesta está en ese Peregrino que siempre nos espera junto a cualquier pozo de nuestra vida y que lleno de ternura, nos recuerda: He aquí que estoy junto a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo[5]



[1] San Agustín Ioannis Evangelium Tractatus, en Excerpta e dissertationibus in Sacra Theologia, 5 (1981): 3-61.
[2] Confesiones I, 1.
[3] José María Cabodevilla, nació en Tafalla (Navarra) el 18 de marzo de 1928. Estudió en el seminario de Pamplona, ampliando después sus estudios en la Universidad Pontificia Comillas (España) y en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, donde obtuvo la licenciatura en Teología. Fue en la Universidad Gregoriana de Roma donde formó parte del grupo que acompañó el lanzamiento de la revista poética «Estría», dirigida por José María Javierre y en la cual colaboraron escritores como Antonio Montero y José Luis Martín Descalzo, el biblista Luis Alonso Schökel, el P. Joaquín Luis Ortega (después director de la Biblioteca de Autores Cristianos), y luego el poeta y ensayista José María Valverde. Ese grupo parecía intuir que los medios de comunicación estaban llamados a jugar un importante papel en la formación espiritual de los cristianos en la modernidad.
[4] Misal romano, Prefacio del III domingo de Cuaresma (así llamado “de la Samaritana.
[5] Cfr. Apoc 3, 20. 

nEw-oLd-IdEas

Esperar? ¿Qué? Se plantea, muchas veces, esta pregunta en nuestro corazón... Hemos, tal vez, olvidado ese FIN que nunca es lejano. No se trata de juzgar todas las cosas como simplemente perecederas, sino tener clara conciencia de la futura transformación de todas ellas... Jornada tras jornada nos hallamos prisioneros aparentemente de un tiempo que, con signos diferentes, vuelve y vuelve... Pero no es así en modo alguno. El día que esperamos ya llega y ya percibimos, de algún modo, sus destellos. El "día" se torna Alguien, que es el Señor del tiempo y de la historia y el sentido de toda nuestra vida. Yo Soy la Resurrección y la Vida. Volvamos a meditar incesantemente estas palabras de la Palabra en nuestro interior. No esperamos el resultado de planes ni el destino último de estructuras. No esperamos que pase esto o aquello... No, no es eso, es infinitamente más que todo. Lo cierto es que Aquello está mucho más cerca de cuanto podamos imaginar, como "cerca" está el Principio del tiempo y del espacio... ¿Hemos pensado, alguna vez, cuán próximos somos a nuestro origen? Pues también nos hallamos próximos a nuestro fin. Ya es la Presencia de Aquél en Quien somos, nos movemos y existimos. Más hondo que los valles y las montañas, más inmenso que la inmensidad del mar, más alto que las estrellas y, no allí lejos, sino inmediatamente cerca... Hoy el silencio es nuestra recóndita alabanza... Silentium tibi laus Ermitaño urbano

VISUAL THEOLOGY

Jacob's Well (Arabic: بئر يعقوب‎, Bir Ya'qub, Hebrew: באר יעקב‎; also known as Jacob's fountain and Well of Sychar) is a deep well hewn of solid rock that has been associated in religious tradition with Jacob for roughly two millennia. It is situated a short distance from the archaeological site of Tell Balata, which is thought to be the site of biblical Shechem. The well currently lies within the complex of an Eastern Orthodox monastery of the same name, in the city of Nablus in the West Bank. Jewish, Samaritan, Christian, and Muslim traditions all associate the well with Jacob. The well is not specifically mentioned in the Old Testament, but Genesis 33:18-20 states that when Jacob returned to Shechem from Paddan Aram, he camped "before" the city and bought the land on which he pitched his tent. Biblical scholars contend that the plot of land is the same one upon which Jacob's Well was constructed. Jacob's Well is mentioned by name in the New Testament (John 4:5-6) which says that Jesus "came to a city of Samaria called Sychar, near the field which Jacob gave to his son Joseph. Jacob's well was there." The Gospel of John goes on to describe a conversation between Jesus and a Samaritan woman (called Photini in Orthodox tradition), that took place while Jesus was resting at the well (John 4:7-15 ) The site is counted as a Christian holy site ■

Third Sunday of Lent (A)

The long gospel of the woman at the well, the fourth chapter of John, is a wonderful drama of sin and forgiveness. On Monday of last week we had a reading from the Book of Deuteronomy which spoke about how the people who sinned were shamefaced. That must have been how the woman looked. At least she certainly must have felt ashamed of herself. All Jesus had to do was mention her current living arrangements, that she was living with someone who was not her husband and then the five husbands she had already had, and she was aware of her sinful life. She felt dead inside. That is what sin does to us. It makes us feel like we are dead. But Jesus had promised her living water. She received it. She received forgiveness. And she went into town exuberant, full of life, full of love and full of hope[1].

This hope exists for us too. We have the hope that despite our sins, God’s compassion and mercy has restored us to life with him.  His forgiveness is infinitely more powerful than our guilt.

There are some people who are so full of guilt that they have a difficult time just setting foot in Church. Foremost of these are any who have been involved in abortion, either having one or convincing someone else to have one. There is nothing worse for a parent than the death of a child. There is no guilt deeper than those who have caused the death of a child. This also applies to all of the ways that we might feel shamefaced. Guilt is often too for us to carry. But when we give it to the Lord in the Sacrament of Reconciliation, confession, guilt dissolves. That is the reason why we have so many penance services and confession periods during Lent. We do not have to carry our burdens. Jesus carries them for us, all the way to Calvary. St. Paul reminds us in the second reading, God proves his love for us in that while we were still sinners Christ died for us.

For our well being, our emotional, physical and spiritual health, I am convinced it is crucial for us to perform three simple meditations every morning. I’ve often mentioned them. I suggest that we all do these as we get ready for the day, maybe while showering, or doing hair, or shaving, or whatever. The first is: God loves me with an unconditional love. He loves me for whom I am, not for what I do.  Jesus loved that woman at the well for whom she was a daughter of God, a sinful daughter of God, but still, a daughter of God. So we begin by saying, “Lord, you love me.  Why?  Because I am your son; I am your daughter.”

Then we say, “God forgives me.” The Divine Lover does not hold grudges.  He forgives us.  We need to forgive ourselves.  “But the extent of my sins are deep, the results of my sins are wide,” we complain.  Think back to that lady at the well.  How many people were hurt by her immoral lifestyle?  How many children suffered as they were shuttled from one father to another?  How many of them would grow up to imitate their mother’s promiscuity?  But Jesus still forgave her. His forgiveness was deeper and more powerful than her sins.  It is also deeper and further reaching then our sins. So, first, “God you love me with an unconditional love because I am your son, your daughter. And, second, “God, you forgive me. I need to forgive myself.”

Then we come to the morning offering. The third meditation is simply, “God you are with me today. Whatever I do, I do with you and for you.” When the others saw the one who had been shamefaced full of joy, they ran out to meet Jesus. They wanted some of this, this love, this forgiveness, this presence.  “Could He be the One who is the hope of the ages?” they asked.  Then they came into his presence, and let him into their lives.  “Yes, he is,” they exclaimed. “Yes, He is,” we agree.”  He is our hope.  And hope does not disappoint ■



[1] Third Sunday of Lent A, March 23, 2014.Readings: Exodus 17:3-7 ; Responsorial Psalm 95:1-2, 6-7, 8-9; Romans 5:1-2, 5-8; John 4:5-42. 
Aquel hombre que asciende a la montaña
a Dios está anhelando con sed viva;
pierde su corazón allá en la fuente
donde el dolor se pierde y pacifica,
y el donde el Padre engendra al Hijo amado
con el Amor que de su pecho espira.

Aquel hombre de rostro penetrante
sobre su sangre y éxodo medita;
una luz desde dentro se abre paso,
la hermosa faz más limpia que el sol brilla,
porque es el bello rostro de Jesús,
cuyos ojos los ángeles ansían.

Es el Hijo en la Nube del Espíritu,
el Amado nacido antes del día;
el Padre lo pronuncia con ternura,
con la voz de sus labios lo acaricia;
los testigos videntes de la Gloria,
ebrios de amor lo adoran y se inclinan.

Pasó el fuego encendido en la montaña
y otra vez susurró la suave brisa;
y era él, ya no más transfigurado,
Jesús de Nazaret, el de María;
mas para aquel que vio la faz divina,
sin destellos la faz será la misma.

Jesús de la montaña y de la alianza
presente con gloriosa cercanía,
en el fuego sagrado de la fe
te adoramos, oh luz no consumida;
traspasa tu blancura incandescente
a tu esposa que en ti se glorifica. Amén


R. M. Grández, (letra) – F. Aizpurúa (música), capuchinos. 

II Domingo de Cuarsema (A)

Decia K. Marx en una de sus textos más conocidos[1] que la religión era el opio del pueblo. Se trata de una frase que aunque no original es ciertamente dura[2], pero que también invita al silencio reflexivo, a la autocrítica, actividad ésta tan sana y necesaria en la vida de la Iglesia.

Puede parecer una tontería asegurarlo una vez más, pero es bueno decir que el cristianismo es para los hombres, y que la salvación que Cristo vino a anunciar a la Tierra es la misma que  en la Escritura se llama salvación la esclavitud del pecado, y que no son precisamente los "malos pensamientos", sino la actitud por la que el hombre ignora, domina, destruye al otro sin descubrir que el otro es precisamente su hermano. Y esto que parece sencillo y claro no siempre lo hemos entendido bien. En la predicación, en la catequesis hemos ofrecido muchas veces la salvación como la realidad "para la otra vida" sin pensar que para llegar a ella hay un aquí y ahora en los que el hombre tiene que luchar duramente.  Posiblemente por esa inclinación es por lo que haya podido hablarse del opio del pueblo.

La actitud de Pedro en la montaña alta, una actitud nacida de su espontaneidad, es una muestra de ese camino un tanto desencarnado que el cristianismo ha recorrido para adentrarse en una actitud, digamos, a veces muy cómoda. Extasiado ante la contemplación de un Jesús resplandeciente como el sol, se produce una reacción inmediata: quedarse allí, alejado de todo y hacer tres tiendas para contemplar, sin riesgo, el enorme espectáculo que hay delante. Es una reacción en la que se compromete poco. Ésta reacción la hemos resumido en una frase fantástica: “te encomiendo”. Se la dijimos o lo seguimos diciendo a la persona que está maltratada, a la que no tiene lo suficiente para vivir, a la que está pidiendo a gritos no sólo la oración, sino la acción y, hermano mío, rezar para que el mundo sea mejor, para que las cosas se enderecen, para que sucedan según el plan de Dios, es algo espléndido, necesario y admirable, pero me temo que insuficiente porque Dios sabe perfectamente cómo se pueden enderezar las cosas y proyectar el mundo para que no sea habitable por todos los hombres. Dios lo sabe y, según lo que creemos, podría hacerlo solo y de un plumazo; sin embargo, espera nuestra ayuda, nuestra acción, nuestro trabajo ¿Nos hemos parado a pensar por qué? Quizá la respuesta esté en ese levantaos del Señor a los apóstoles después de la propuesta de Pedro de quedarse ahí sentaditos. Levantaos y vámonos de la montaña al llano, allí donde los hombres viven, gozan y sufren; allí donde los hombres miran a Dios buscando la respuesta de sus propios interrogantes; allí donde están los problemas y las posibles soluciones de los mismos; allí donde el hombre se juega su credibilidad como cristiano.

Levantarse y bajar del monte fueron dos exigencias de Jesús a los suyos; dos exigencias que deben seguir sonando en nuestros oídos para vencer una fuerte tentación: la de apartarse del mundo, - ¡ay tan despreciable!- y encomendar desde nuestra monísima salita de estar,  desde nuestro grupo -¡ay tan estupendo!- sin pisar la calle, sin encontrarnos con la realidad en la que vive el pueblo de Dios. Esta misma idea la ha repetido muchas veces en muchos sitios desde hace un año Papa Francisco: «Es verdad que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma»[3].

El Señor bajó de la montaña y no ignoró ningún problema de su tiempo, no pasó de largo por ninguna petición de los hombres, no dejó en el silencio ninguna actuación negativa de aquellos que podían eliminarlo: no vivió sin respuestas. Con El lo hicieron también aquellos hombres que le acompañaron, hoy en sus momentos de gloria. Lamentablemente, el paso del tiempo ha ido desdibujando las palabras de Cristo –levantaos y vamos abajo- y, en ocasiones, ha quedado como ideal el plantar una tienda en la altura para ver desde allí, sin intervenir, cómo el hombre no acaba de encontrarse a sí mismo[4]



[1] Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel.
[2] La comparación de la religión con el opio no es original de Marx y ya había aparecido, por ejemplo, en escritos de Immanuel Kant, Herder, Ludwig Feuerbach, Bruno Bauer, Moses Hess y Heinrich Heine, quien en 1840 en su ensayo sobre Ludwig Börne ya la empleaba
[3] Mensaje del Santo Padre a Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina.
[4] A. M. Cortés, Dabar 1990, n. 18

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


Powered By Blogger