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Del seno de su madre, ciego oscuro,
era el hombre mandado a la piscina;
en él no era la luz, era la noche,
la nada, la infinita lejanía.

Jamás humano a humano abrió los ojos,
que la luz es de Aquel que en luz habita;
confiesa: ¿quién lo ha hecho?, ¿quién te puso
la mano milagrosa en las pupilas?

Aquel de nombre santo, que es Jesús,
con la tierra ha mezclado su saliva;
su aliento y corazón, su amor divino
se han hecho con el polvo medicina.

Aquel Jesús untó mis ojos muertos
y ordenó luego: Báñate y confía;
sentí divinidad en la palabra,
y fui, y en Siloé me vi con vida.

Y entonces fue el vidente excomulgado
por los ciegos, diciendo que veían.
despierta al sacramento, tú que duermes
y Cristo Luz será tu nueva vida.

Postrados con el ciego iluminado
a ti te confesamos, Dios Mesías;
viniste para un juicio: ¡Cristo, juzga
y guárdanos contigo en tu gran Día! Amén

IV Domingo de Cuaresma (a)

El evangelio de éste domingo es una llamada de atención a nuestra ceguera. Seamos honestos: no vemos. O vemos escasamente la superficie de las personas, de las cosas y de los acontecimientos, pero no vemos su verdadera y profunda realidad, o en palabras de la Escritura: el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón[1]. El corazón de la vida se nos escapa siempre. Nos creemos muy lúcidos, pero somos ciegos y esta es la peor ceguera; no saber que estamos ciegos.

Somos ciegos para ver los acontecimientos. Los contemplamos como algo rutinario o fortuito. O quizá nos admiramos o sorprendemos, pero de forma pasajera, sin que nos deje huella alguna.

¿Quién descubre el sentido de cada hecho, de cada historia? ¿Quién se deja interpelar por los acontecimientos de cada día, sean grandes o pequeños? ¿Qué veo detrás de cada lágrima? ¿Cuántas acciones de gracias pronuncio?

Las cosas del mundo nos rodean y nos fascinan. Las necesitamos y las adoramos son una especie de ídolos personales y podemos volvernos insaciables. Hacemos un fin de lo que es un medio. No vemos en ellas el secreto que encierran. Porque las cosas no son solamente algo para usar, consumir o almacenar. Las cosas, para el que sabe ver, son una especie de sacramento. «Hay más de Dios que de agua en cada gota de agua» decía Pascal. Se convierten en memorial y signo de presencia: el regalo de un amigo o la prenda de un ser amado.

En cuanto a las personas las vemos y las tratamos tan superficialmente que las convertimos en cosas. Otras veces la persona un número o un voto. Un ser anónimo. Otras veces es un rival a vencer o un enemigo que aplastar.

Hoy el evangelio nos habla de un ciego de nacimiento de alguien que ha vivido siempre en la oscuridad total: sólo de oídas conoce la luz. Sólo por el tacto conoce las cosas. Sólo por la palabra conoce a las personas.

Al pasar Jesús vio a un hombre ciego. Ese paso no era casual; estaba ya preparado desde toda la eternidad. La iniciativa de la salvación parte de Jesús. El ciego no podía ver a Jesús. No es el ciego el que pide la luz. Es la luz la que se ofrece al ciego. La luz que se acerca a las tinieblas. Le untó en los ojos con barro. Nos pone delante de nosotros nuestros pecados. Extraña medicina. Para curar la ceguera le embarra los ojos; al que está en las tiniebla una nueva dosis de oscuridad. No cabe duda: Dios actúa salvíficamente en lo más profundo del dolor, en lo más obscuro de la noche. Y cuando se llega al límite de la desesperación, ahí actúa Dios: cuando Abraham lo da todo por perdido[2], cuando Magdalena llora desesperada ante el hortelano[3], cuando Pablo da coces contra el aguijón[4], cuando Agustín se echa en tierra y se tira impotente y rabioso, cuando alguien palpa el límite de la incapacidad, entonces Dios dice su palabra.

Lávate en la piscina de Siloé. No es un agua cualquiera. Es el agua que brotará del corazón de Cristo. Es el agua del Espíritu y la piscina es la iglesia. Lavarse en la piscina de Siloé, es sumergirse en Cristo en el seno de la comunidad. Lo que llamamos bautismo[5].

La curación del ciego es progresiva. Primero ve a los hombres, después verá a Jesús. Luego reconocerá a Jesús como profeta. A continuación lo verá como Mesías y finalmente dará testimonio de Jesús sufriendo persecución por él.
¿Este evangelio es el relato de un milagro? En realidad el evangelista lo que hace es narrar muy despacio el proceso de la fe. Al principio, todos ciegos. Al final, uno curado y muchos ciegos. El ciego sale de la noche: ¡Creo en ti Señor! Y los judíos se sumergen en la noche: Ese Jesús es un pecador.

El de éste domingo es un ciego maravilloso, patrono de los que buscamos la luz. Sube obstinadamente hacia el misterio de Jesús, sin dejarse asustar por los que «saben» –“los que tenemos formación” ¡ay desdichada frase!-, y bromeando con ellos cuando los demás tiemblan. Podemos leer una y mil veces el evangelio sin ver a Jesús. Desde el comienzo, Juan no deja de repetirlo: La luz brilla en la noche, pero la noche no capta la luz[6].

¡Pero yo sé! ¡Yo veo! No; «intentamos» ver. En cada página, día tras día. Somos ese ciego a quien Jesús da ojos para verlo. Hasta el último momento de nuestra vida, no dejemos de repetir la misma oración: Jesús, que yo pueda verte ■


[1] 1Sa 16,7
[2] Cfr. Gen 22.
[3] Cfr. Jn 20, 1-31.
[4] Cfr. Hech 9, 5.
[5] Esta piscina es muy diferente de la otra que menciona San Juan, la de los cinco pórticos donde era muy difícil obtener la curación.
[6] Jn 1, 5

VISUAL THEOLOGY


Medieval, about AD 1420-60, From England. The British Museum ■ In the Middle Ages it was believed that the Last Judgement would be preceded by fifteen signs of its coming. They derived from Revelation, the last book of the Bible, and the teachings of St Jerome, and were itemized in the Golden Legend of Jacopo da Voragine (died 1298). This thirteenth-century text was second only to the Bible in popularity and its imagery influenced many medieval works of art. This alabaster panel depicts the tenth sign of the Last Judgement, which describes how men will emerge from caves where they have retreated, unable to speak and out of their senses. Other apocalyptical signs included the rising and falling of the sea, earthquakes, stars falling from the sky and Heaven and Earth burning. The thirteenth sign, where all the living shall die, is illustrated by another alabaster held by The British Museum. The angel hovering beneath an architectural canopy holds a scroll that would have carried an inscription (now lost) explaining the significance of the scene. Traces of coloured paints survive, as a reminder that alabasters were originally highly coloured, decorative works of art ■

Fourth Sunday of Lent (a)

The drama of John 9, the Man Born Blind, is the story of a simple man open to God’s presence and arrogant men who cannot see the Christ standing right before them. The blind man is the one with sight. The Pharisees, those great luminaries and self-proclaimed intellectuals, are… simply blind.

Little has changed in the world. You go to work, to school, and the so-called intellectuals belittle you because you are a person of faith. But they cannot answer the questions that matter: What is life really about? What is the purpose for all of our struggles? Can last happiness ever be found? Does it exist? Where is it? They cannot answer these questions. But we can. Life is about God who gave us life. We exist to love, honor and serve Him. With God as our center, every aspect of our life has meaning and purpose, even pain and sorrow. His love is experienced in the love of our families, of our marriages, of our Church family. We experience His Love in each other. There is so much more to life than the physical, the here and now. The spiritual is real. Happiness does exist. It comes from union with God. No one can take this happiness from us. Even those who are persecuted for their faith remain at peace with the Lord. We possess the happiness that lasts.

And, you know, we cannot allow others to put us down for our faith. We know what matters in life. We need to shake off the concept that we are insignificant, members of the mindless masses. Like the blind man who refused to deny what he saw, what he experienced, we need to be passionate witnesses to Jesus Christ.

We are in the middle of the very well known 40 days for life campaign, their mission is to bring together the body of Christ in a spirit of unity during a focused 40 day campaign of prayer, fasting, and peaceful activism, with the purpose of repentance, to seek God’s favor to turn hearts and minds from a culture of death to a culture of life, thus bringing an end to abortion in America[1].Why do not we join them? Why not raise our voices in favor of life? Why not give public testimony of what we believe? Why sometimes we are so cowardly?

The question, Where is your brother? Of the book of Genesis will be asked at the final judgment. Each person –you and me- will answer it and be judged by it. May we be judged to have recognized and loved all our brothers and sisters, born and unborn.

We priests cannot preach cafeteria Catholicism: “I like that. I take it. I do not like. Do not take it”. We have to raise our voices even on uncomfortable aspects of the Gospel –abortion, contraception, sex outside marriage, racism, defamation- and proclaim the truth of God in a complete, undivided.

Let us remember the story of the man born blind and don’t be concerned with the snide comments and attacks of others. Instead let us pray for them to be delivered from their blindness, let us raise our voices, let us give public testimony of our faith, and especially let us thank God that with Christ and his light and grace we can see ■


[1] http://www.40daysforlife.com/blog/

¡Señor, mira, es la hora del
ocaso... la hora pasional
en que sube la fiebre a los enfermos
contagiados de sed de eternidad!

¡Ya es de noche, Señor, y tengo miedo
de morirme de sed en mi arenal!

Decid vos, ¡el mejor de los viajeros!
¿Dónde está el manantial
de que hablaste a la bella pecadora,
contagiada de sed de eternidad?

¡Que me muero de sed... y tal vez tenga,
Señor, muy cerca el pozo de Sicar!

-Venid, hijos sedientos,
los que tenéis el alma
grande como el vacío de las cosas,
profunda como el pozo de Samaria:
¡Romped de vuestra carne el frágil vaso...
porque mi eterna agua
sólo cabe en el cántaro insondable
de la inquieta mujer samaritana 

III Domingo de Cuaresma (A)


Allá se llegó ella, la mujer samaritana, a sacar agua del viejo pozo de Jacob. Y allá estaba El, Jesús, «cansado del camino, sentado junto al manantial».

Allá fue el encuentro, en un ardoroso mediodía. Y yo me pregunto: «¿Quién buscaba a quién? O ¿quién encontró a quién?» Porque, sabedlo: ella acudía, jadeante y afanosa, cada día al pozo para saciar su sed y la de los suyos. Pero, claro, «el que bebía de aquel pozo volvía a tener sed». Ella igualmente acudía a «otras fuentes incitantes y apetitosas», tratando de apaciguar esa otra sed de felicidad que ella, como todos los mortales, llevaba en su corazón.

Se lo apuntó Jesús: «Cinco maridos has tenido y el que ahora tienes... ». Todos los hombres vamos buscando la felicidad. Detrás de ella caminamos diariamente. Corren el niño y el mayor, el rico y el pobre, el poderoso y el mendigo. Cada uno la sueña de una manera, bajo una figura distinta. Pero, cada mediodía o cada medianoche, todos vamos teniendo la repetida sensación de que «el que bebe de esas aguas, vuelve a tener sed». ¡Vano intento!

Cuando, consciente o inconscientemente, buscamos la felicidad, es a Dios a quien buscamos. Lo confesó bellamente San Agustín, hastiado al fin de tanta aventura tras el placer, la sabiduría y la belleza: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti».

El hombre, decían los Padres griegos, es un teotropo, es decir alguien que da vueltas alrededor de Dios. Así como los girasoles van volviendo su belleza amarilla al sol, los hombres, aun sin saberlo, a Dios buscan. La samaritana, inconscientemente, eso hacía. Y allá se lo encontró, en el pozo. Dice Cabodevilla: «Cualquier forma de sed es sed de Dios».

Y es que Dios es un buscador del hombre. Imitando a los Padres griegos, podríamos decir que es un antropotropo. Y esa idea nos debe llevar a la maravilla y la ternura: «¿Cómo puede El, manantial inagotable de agua viva, andar sediento de este mínimo y pobre riachuelo que sale de mi corazón?» He ahí la paradoja. Dios desea que le deseemos, tiene sed de que estemos sedientos de Él, anda buscando que le busquemos. Sueña que le soñemos. Por eso, mi adivinanza: «¿Quién busca a quién? ¿Jesús a la samaritana o la samaritana a Jesús?» La respuesta está en ese peregrino que siempre nos espera junto a cualquier pozo de nuestra vida»[1].

Hasta aquí el (maravilloso) comentario del P. Martin Descalzo al evangelio de éste domingo, el tercero del tiempo de Cuaresma.

La Samaría es desde la antigüedad una tierra prohibida, una tierra de descreídos y de heréticos. Jesús llega a esta región, despreciada por los judíos, para revelar que Él es el mesías a una mujer ¡ay! de costumbres fáciles.

Jesús en un mediodía caluroso tiene sed y pide de beber. El agua que ofrecen todos los pozos que se encuentran por los caminos del mundo solamente llegan a calmar de momento la sed del hombre. Cristo no quita valor al agua del pozo de Jacob, sino que pone de relieve su insuficiencia. El Señor no condena las aguas de la tierra, sino que ofrece el agua que salta hasta la vida eterna. La samaritana, que sólo piensa en el agua para la cocina y el lavado, es ahora la que pide: Señor, dame esa agua; así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla. Y el Señor exige una sinceridad y conversión previa antes de dar el agua que calme la sed eternamente.

Con el evangelio de hoy la liturgia nos invita a confesar delante de Dios y a través del sacramento de la Confesión ésas cosas que no están bien: la engañosa estabilidad, la ligereza que no comunica alegría, la desilusión raquítica del corazón para poder decir: "Señor, veo que eres un profeta".

Al final la samaritana se olvida del agua, del pozo, del cántaro. Ahora le preocupa el culto a Dios, después de darse cuenta de lo estéril que es darse culto a sí misma. Y Cristo le descubre que por encima de los montes sagrados lo que el Padre busca es adoradores en espíritu y verdad. A la región exterior, a la teología de superficie que le presenta la samaritana, responde con la religión del espíritu, con la teología de las profundidades divinas. Dios no quiere hipocresías religiosas, sino el corazón del hombre, entregado libremente y con adhesión total.

Y la buena nueva de la presencia del Mesías es anunciada por los labios ¡de una pecadora!, que simple y llanamente se limita a conducir a Jesús a los otros del pueblo, ofreciéndoles su propio doloroso testimonio: Me ha dicho todo lo que he hecho



[1] J.L. Martín Descalzo, Vida y Misterio de Jesús de Nazaret, Ed. Sígueme, Salamanca 1999. 

VISUAL THEOLOGY



Treasure Binding of a Gospel Book, Germany 11th or 12th century with later additions.  Material: Silver gilt, copper gilt, gold foil, niello, ivory, rock crystal, ink or paint, wood, leather, silk. Dimensions: 28.1 × 23.3 × 10.4 cm. Inscribed: around image of Crucifixion: MORS XPI MORS MORTIS ERAT TUUS INFERE MORSUS (The death of Christ was the death of death, rendering its sting impotent) [paraphrase of Hosea 13:14], The Walters Art Museum, Baltimore ■

Third Sunday of Lent (A)

She really was quite intelligent, this Samaritan Woman that Jesus met at the well. She engaged Jesus in discussion about Jews and Samaritans. She even engaged the Lord in a bit of a theological argument, We worship on the Mountain, you worship in Jerusalem, so who’s right?[1]

She was not a lazy woman, I mean she was at that well probably to get the water she needed to clean her home, or perhaps prepare the afternoon meal, however her life was different. She had gone through five husbands and now was living with a man she had not married. No one respected her. She didn’t respect herself. She had given up on herself and just gone with whatever the immediate situation presented. Another husband, another man. Another child. She had learned to live with the emptiness that comes from accepting sin in her life.

She dry, and internally, spiritually, she was thirsty. She had led a sinful life but had refused to acknowledge her sins and seek forgiveness. Perhaps, like many of us, she felt that the past would go away if she just didn’t think about it. But that didn’t quench her thirst. She went about her daily routine, doing her best to ignore the emptiness within herself. But it was still there. There was that thirst, that dryness.

A thirsty Jesus goes to the same well. He sees the woman and thirsts even more. He also is dry, but he is not empty. He thirsts for the people who need him, even if they don’t acknowledge him. One of his last words from the Cross would be, I thirst. He was not talking about water. He was speaking about the desire within him to bring God’s love to the world.

At the well, Jesus simply tells the woman that she will remain dry unless she confronts her past and changes her life. These are the words she needed to hear. She submits to the Love of God. From that moment on she is absolved, transformed. Her thirst is quenched.

This wonderful drama, the first of three we will hear the next few weeks, is really a drama about our lives. We thirst for God. Sometimes we drink Him in. Often we ignore Him. Sometimes we downright reject Him. But He doesn’t give up on us.

We will probably be thirsty again. With the distractions of our lives, it is easy for us to lose sight of the fundamental reason for our existence, to know love and serve God. With the pressures of our society, the responsibility to provide for the family financially, the mission to raise our children, the fight against sickness and suffering in our lives, it is easy to lose sight of why we are doing what we do. As a result we feel thirsty, dry within. With the pressures of the anti-Catholic it is relatively easy for us to give in to arguments that justify immoral behavior. It is easy for us to return to dryness.

We will thirst again, and you know, in one way, this is good, very good, because it is part of the human condition to thirst for God. St. Augustine wrote, Our hearts are made for you, O God, and can not rest until they rest in you. We will always thirst for a greater presence of God. We will all always thirst for a greater presence of God in our reading the Word of God and our sharing in the Eucharist.

In today’s gospel the townsfolk only experienced Jesus because they first experienced the joy of His Presence in the woman who had just returned from the well of God’s Love and Compassion. We cannot be afraid to let all know that Jesus is the joy of our lives.

Sometimes people ask me, “How do I bring Jesus to the school, to the workplace, to my family, to the neighborhood? Well, there is a famous Latin expression, Nemo dat quo non habat.  It means you cannot give what you do not have. You cannot bring God to others if you do not have Him yourself.

We join the Samaritan Woman this Sunday in proclaiming the joy within us. We continually experience His Love, His Mercy and His Compassion. Now, world, go out to the well, and meet the Source of our Joy. Let His mercy and compassion into your lives, world. Allow Him to transform you from putting up with life to living in the Joy of the Lord. Go out to the well, world, and meet Jesus Our Lord ■


[1] Sunday 27th March, 2011, 3rd Sunday of Lent. Readings: Exodus 17:3-7. If today you hear his voice, harden not your hearts—Ps 94(95):1-2, 6-9. Romans 5:1-2, 5-8. John 4:5-42.

Hay por ahí quienes observan la cuaresma
antes regalada que religiosamente,
y se dan más a la invención de manjares nuevos
que a reprimir pasiones viejas.
Se hacen con múltiples y costosas provisiones
de todo género de frutos, hasta dar
con los platos más variados y suculentos;
y, rehuyendo tocar las ollas donde se coció la carne,
por no mancillarse, abrevan sus cuerpos
en los más refinados placeres del sentido  San Agustín

¡Oh qué dichoso este día
en que José, dulce suerte,
entre Jesús y María
rinde tributo a la muerte!

Tuvo en la tierra su cielo;
por un favor nunca visto,
con la Virgen, su consuelo
fue vivir sirviendo a Cristo.

Ya con suprema leticia
los justos lo aclamarán,
lleva la buena noticia
hasta el seno de Abraham.

Si fue grande la agonía
que sufrió en la encarnación,
será inmensa la alegría
que tendrá en resurrección.

Quiera Dios que en nuestro trance
no nos falte su favor,
y piadoso nos alcance
ver benigno al Redentor.

Que en Jesús, José y María,
gloria de la humanidad,
resplandezca tu armonía,
¡oh indivisa Trinidad!

Amén.

II Domingo de Cuaresma (A)

Personalmente siempre me ha llamado la atención el que Carl Marx hablara del Cristianismo como el opio del pueblo[1]. Con independencia de quien dice algo y con qué finalidad lo dice, [pienso que] es prudente preguntarse si el que lo ha dicho tiene alguna razón para decirlo. En este caso y ante esa frase, ciertamente dura, también cabe la reflexión y la autocrítica.

Puede parecer algo obvio y hasta tonto –no lo es a la vista de los acontecimientos sucedidos a través de la historia- decir que el cristianismo es para los hombres, y que la salvación que Cristo vino a anunciar a la Tierra es la salvación del hombre de todo aquello que le convertía en un lobo para el hombre. En otras palabras: Cristo vino a salvar al hombre de eso que en la Escritura se llama la esclavitud del pecado y que no son precisamente malos pensamientos, sino la actitud por la que el hombre ignora, domina, destruye al otro sin darse cuenta que el otro es precisamente su hermano[2]. Y esto que parece sencillo y claro no siempre lo hemos entendido bien[3].

Muchas veces la salvación la pensamos para la otra vida y no nos damos cuenta que hasta llegar a ella hay un aquí y ahora en los que debemos esforzarnos.

Posiblemente por esa inclinación es por lo que haya podido hablarse del opio del pueblo.

La actitud de Pedro que narra el evangelio de hoy, actitud nacida de su espontaneidad, es una muestra de ese camino un tanto desencarnado que el cristianismo ha recorrido para adentrarse en un angelismo que levita sobre la realidad inmediata, esa en la que muchos a veces vivimos inmersos pero que es donde se les plantean los auténticos problemas a los que hay que dar respuesta desde la fe.

Extasiado ante la contemplación de un Jesús resplandeciente como el sol, se produce en Pedro una reacción digamos normal o humana: quedarse allí, alejado de todo y hacer tres tiendas para contemplar sin riesgo el espectáculo al que asistían. Es una reacción muy corriente, y en la que se compromete poco. Hay una frase que resume ésta actitud –y que me gustaría que no se interpretara mal-: rezo por ti ó te encomiendo. Lo terrible es que se la hemos dicho (y la seguimos diciendo) a la persona que está maltratada, a la que no tiene lo suficiente para vivir, a la que está pidiendo a gritos no sólo la oración, sino la acción.

Rezar para que el mundo sea mejor, para que las cosas se enderecen, para que sucedan según el plan de Dios, es algo espléndido, necesario y admirable, pero me temo que, en el plan de Dios, insuficiente porque Dios sabe perfectamente cómo se pueden enderezar las cosas y proyectar el mundo para que sea habitable por todos los hombres; Dios lo sabe y, según lo que creemos, podría hacerlo solo y de un plumazo; sin embargo, no lo hace. ¿Nos hemos parado a pensar por qué? Quizá la respuesta esté en ese levantaos que dice el Señor a los apóstoles después de la proposición de Pedro.

Levantaos y vámonos de la montaña al llano, allí donde los hombres viven, gozan y sufren; allí donde los hombres miran a Dios buscando la respuesta de sus propios interrogantes; allí donde están los problemas y las posibles soluciones de los mismos; allí donde el hombre se juega su credibilidad como cristiano, su buen hacer o su inhibición.

Levantarse y bajar del monte fueron dos exigencias del Señor a los suyos, dos exigencias que deben estar delante de nosotros para vencer una fortísima tentación que aparece rodeada de bondad: la de apartarse del mundo -¡tan despreciable!-, y rezar por él desde nuestro propio grupo -¡tan estupendo!- sin pisar la arena para hacer cuantos esfuerzos sean necesarios a favor de los hermanos, de una sociedad que se parezca cada día más a lo que quiso el Señor.

Sin embargo levantarse del éxtasis y bajar de la montaña a la vida tiene sus riesgos, unos riesgos que con frecuencia se critican duramente a aquellos que los asumen aduciendo que van más allá de lo que es prudente y deseable; unos riesgos, por otra parte, que exigen valentía y decisión, que comportan dejar la comodidad de la tienda, el buen ambiente en el que nos movemos, el status que hemos alcanzado, la seguridad con la que caminamos.

Levantarse y bajar de la montaña compromete mucho, compromete a despertarse y a despertar, a no tranquilizar la conciencia con un te encomiendo, querido amigo.

El Señor bajó de la montaña para subir a la cruz, no ignoró ningún problema de su tiempo, no pasó de largo por ninguna petición de los hombres, no dejó en el silencio ninguna actuación negativa de aquellos que podían eliminarlo: no vivió sin respuestas y no demoró estas respuestas. Y junto con Él aquellos que lo siguieron.

Lamentablemente, el paso del tiempo ha ido desdibujando las palabras de Cristo –levantaos y vamos abajo- y, en ocasiones, ha quedado como ideal el plantar una tienda en la altura para ver desde allí, sin intervenir, cómo el hombre no acaba de encontrarse a sí mismo ■



[1] Karl Heinrich Marx, conocido también en castellano como Carlos Marx (Tréveris, Alemania, 5 de mayo de 1818 – Londres, Reino Unido, 14 de marzo de 1883), fue un intelectual y militante comunista alemán de origen judío. En su vasta e influyente obra, incursionó en los campos de la filosofía, la historia, la sociología y la economía. Junto a Friedrich Engels, es el padre del socialismo científico, del comunismo moderno y del marxismo. Sus escritos más conocidos son el Manifiesto del Partido Comunista (en coautoría con Engels) y el libro El Capital. Fue miembro fundador de la Liga de los Comunistas (1847-1850) y de la Primera Internacional (1864-1872). La cita aparece en el escrito de Marx Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel1 (1943: Kritik des hegelschen Staatsrecchts) publicada en 1844 en el periódico Deutsch-Französischen Jahrbücher, que el propio Marx editaba junto con A. Ruge. Allí se lee:

La miseria religiosa es a la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación sin alma. Es el opio del pueblo.
Se necesita la abolición de la religión entendida como felicidad ilusoria del pueblo para que pueda darse su felicidad real. La exigencia de renunciar a las ilusiones sobre su condición es la exigencia de renunciar a una condición que necesita de ilusiones. La crítica a la religión es, por tanto, en germen, la crítica del valle de lágrimas, cuyo halo lo constituye la religión.
..
Que nadie se asuste del uso que hago de la cita; hay que leerla -y entenderla- en su contexto. 
[2] Cfr Jn 8, 34.
[3] Cfr. A. M. CORTES, Revista DABAR 1990/18

VISUAL THEOLOGY



St. Joseph, Second half 18th century, Salvatore di Franco (active 18th century), Polychromed terracotta head and wooden limbs; body of wire wrapped in tow; various fabrics; silver-gilt halo and staff a), Metropolitan Museum of Art (New York) ■

Second Sunday of Lent (A)

Beyond doubt we live in strange times with lots of tragedies and accidents and many people dying young. This is evidenced by the earthquake and tsunami in Japan last week. During times like this we need more than ever to remember that our lives here on earth are a pilgrimage to God[1].

On the mountain Peter, James and John saw that there was more to Jesus than met the eye. During the transfiguration they got a glimpse of the future glory of Jesus’ resurrection. Like them we too get glimpses of the presence of God in our lives. We get glimpses of God in the love we receive from our family. As a priest I get glimpses of God in the understanding and support of my parishioners. We get glimpses of God when help suddenly comes to us from out of nowhere. We get glimpses of God when we look back over our lives and the past makes sense now. We see glimpses of God when we see someone making a sacrifice to help somebody else. We see glimpses of God in a beautiful sunrise or sunset. We see glimpses of God when a passage from the Bible or a homily strikes a chord in our hearts. We get a glimpse of God when we spend time in prayer and experience the loving presence of God in our lives. We get more than just a glimpse of God when we receive the Holy Communion. The Transfiguration encourages us to continue our Lenten penances because it reminds us of the glory of Jesus rose from the dead.

When Jesus and the disciples came down the mountain Jesus ordered them not to tell anyone about it. Unknown to them the glory of Jesus’ transfiguration was preparing them to accept the scandal of the cross. They would understand this only afterwards when looking back. The good times take us through the bad times. So when our cross is heavy or when we are tempted to despair about the meaning of life, let us look beyond the pain of the present moment and remember those times when we got glimpses of God, those times when God sent us his consolations. My brother, my sister, let us look beyond the pain of life and see the presence of God in our world, and the offer of life that God wants to make to each of us. Let us look beyond the illusion of happiness that this life offers to the real happiness that God offers us. In fewer words: let us look beyond this world to eternal life with God.

In our first reading we heard Abram being called by God to leave his present place and go to a new country[2]. It was a long time for him to be continually looking beyond the present to the promise of God.

With faith we can see what we cannot see with our eyes. On the mountain Peter, James and John looked beyond the appearance of Jesus and saw his future risen glory. Let us look beyond, and see that God is really with us. God has not left us on our own, God is with us.

This is my Beloved Son, Listen to Him! The voice of God the Father, was not speaking to Jesus, it was not speaking to Moses, who had come to discuss the Word of God. It was not speaking to Elijah No, This is my Beloved Son, Listen to Him, was directed to Peter, James and John, the apostles, so the voice is directed to each one of us.

In the gospel of the Temptations last week, we were mindful of the full humanity of Jesus. In the gospel of the Transfiguration today, we are reminded of his divinity and our promised eternal destiny when we respond to Jesus and his divine laws. Last week reminds us that our happiness doesn't mean we can avoid the suffering and death associated with this life.

The Church teaches us that in both the Transfiguration and the Gethsemane experiences it is clear that the events are pointing to the Cross ahead, the way of suffering[3]. Is it possible that we miss mountaintop experiences because we are not open to accepting the way of the cross that might be in our present or future? Let us pray that we all have the courage to say to our Father in heaven, Abba, Father, everything is possible for you. Take this cup from me. Yet not what I will, but what you will. Amen ■


[1] Sunday 20th March, 2011, 2nd Sunday of Lent. Readings: Genesis 12:1-4. Lord, let your mercy be on us, as we place our trust in you—Ps 32(33):4-5, 18-20, 22. 2 Timothy 1:8-10. Matthew 17:1-9.
[2] Cf Gen 12:1-4
[3] Cfr Catechism of the Catholic Church n. 555

Jesús, ¿por qué tentado tú, de dónde,
por qué probado en todo, si no es tuya
la masa pecadora de mi carne,
si el alma tuya es luz, si es toda pura?

¿Por qué mezclas tu sangre con la mía,
y sufres, sudas como el pobre suda,
y temes como teme quien ignora,
y aceptas el vivir en noche oscura?

¿Por qué entras en combate, cual si fueras
deudor por tus raíces o tu culpa,
y un algo en ti tuviera de conquista
aquel que al mundo agarra con sus uñas?

¿Por qué? Decid, palabras bien pensadas,
decid buenas razones que nos cumplan;
mostrad inteligible esa frontera,
dad cuenta, si podéis, de esa locura.

La lengua calla y el pecho silencioso
piadosamente adora y ama y rumia,
y sabe en rendimiento que no tiene,
ajeno al loco amor, razón ninguna.

¡Oh Cristo, Bienamado, Rey glorioso,
por qué desde tu faz tanta ternura.!
¡A ti la gloria, el premio, la alegría
y toda gratitud de criatura! Amén  

R. M Grández y F. Aizpurúa, capuchinos. 

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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