¡Señor, mira, es la hora del
ocaso... la hora pasional
en que sube la fiebre a los enfermos
contagiados de sed de eternidad!
¡Ya es de noche, Señor, y tengo miedo
de morirme de sed en mi arenal!
Decid vos, ¡el mejor de los viajeros!
¿Dónde está el manantial
de que hablaste a la bella pecadora,
contagiada de sed de eternidad?
¡Que me muero de sed... y tal vez tenga,
Señor, muy cerca el pozo de Sicar!
-Venid, hijos sedientos,
los que tenéis el alma
grande como el vacío de las cosas,
profunda como el pozo de Samaria:
¡Romped de vuestra carne el frágil vaso...
porque mi eterna agua
sólo cabe en el cántaro insondable
de la inquieta mujer samaritana ■
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