Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén ■ 
S. Ignacio de Loyola

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (A)

El Señor, con una multitud de gente que le sigue porque espera cosas de él, hace un gesto que es una profunda afirmación de su misión redentora: por él, por medio de su persona, se hace realidad el anuncio de vida abundante y para todos que era, al fin y al cabo, la gran promesa de Dios a su pueblo. Es decir, el Reino de Dios llega, y será verdad que todos los hombres podrán verse liberados de sus limitaciones y podrán vivir en plenitud; a nadie le faltará el pan, a nadie le faltará de lo necesario para poderse sentir lleno de la dignidad de hombre amado por Dios. Dice el evangelio que al ver a toda ésa gente se compadeció de ella[1] y por eso, se puso a curar a los enfermos que habían llevado; después, cuando es muy tarde y no tienen qué comer vuelve a compadecerse y multiplica la poca comida que hay. Jesús siempre ha actuado así. El Reino que él anuncia, la Buena Nueva que proclama, tiene siempre un primer nivel de verificación: la lucha concreta contra el mal material que oprime a la gente. La curación de los enfermos será el signo más constante y repetido de esta preocupación de Jesús, y, en la escena excepcional de hoy, lo será también el hacer posible que el pan llegue a todos. La llamada que eso significa para todo cristiano es evidente.

Pero hay algo más. El Reino de Dios es la plenitud del ser hombre, la invitación a vivir con Dios para siempre. Ya los profetas habían hablado de esto usando la imagen del banquete con comida abundante, que llegará para todos; una fiesta en la que todos se sentirán felices, y que significará el final de las limitaciones que padecen los hombres en el cuerpo y el espíritu.

El Señor, con el gesto de la multiplicación de los panes, está diciendo que este Reino llega, y está urgiendo también a desear este Reino. Y participar de este banquete implica, por ejemplo, que uno no se encierre en tener más y más hambres materiales, sino que se sienta hambriento de más cosas: hambriento, al fin y al cabo, de Dios, con todo lo que eso conlleva de desprendimiento de uno mismo y de afán por seguir el estilo de amor que Jesús ha vivido y enseñado.

Alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes.... El texto recoge, intencionadamente, las mismas palabras de la institución de la Eucaristía. Y es que la multiplicación de los panes es también, en última instancia, un signo de aquello que significa la Eucaristía. Cuando partimos el pan, cuando comemos el pan que es Jesucristo, hacemos presentes los dos niveles de sentido que descubrimos en el relato de hoy: la Eucaristía es señal de nuestra voluntad de que el pan material llegue a todos los hombres, para que todos puedan vivir la felicidad más inmediata y necesaria, como Jesús quiso.

Y la Eucaristía es al mismo tiempo signo de la plenitud de vida que Dios quiere para toda la humanidad, es signo del banquete definitivo de todos los hombres, convocados por el Señor, alimentados por Él, en su Reino. Para siempre ■

[1] Mt 14, 14. 

New-old-ideas

Permanece sentado en el silencio y la soledad, inclina la cabeza y cierra los ojos; respira suavemente. Mira por la imaginación en el interior de tu corazón, recoge tu inteligencia, es decir tu pensamiento, de tu cabeza a tu corazón. Dí, al ritmo de tu respiración: "Señor Jesucristo, ten piedad de mí", en voz baja, o simplemente en espíritu. Esfuérzate por echar fuera todos los demás pensamientos, sé paciente y repite a menudo este ejercicio ■ San Simeón, el Nuevo Teólogo, uno de los libros de la Filocalia. 

VISUAL THEOLOGY


Bronze Door, The Crucifixion. Panel 14 on left bronze door, created by a German artist in the late 11th or early 12th century. Some of the first castings in bronze made since Roman times, San Zeno's magnificent bronze doors are decorated with 48 panels illustrating biblical stories and the lives of St. Michael and St. Zeno ■ Basilica di San Zeno Maggiore, Verona, Italy.

Eighteenth Sunday in Ordinary Time (A)

The readings today help us recognize the gifts we have been given and the responsibility we have to give them to others. The first reading is from the second section of the Prophet Isaiah often referred to as the Book of Comfort. Come to the water, you who are thirsty. Come eat you who are hungry. The greatest happiness in God’s creation is given to us freely, but we have to come and drink, come and eat. The second reading, from St. Paul’s Letter to the Romans, tells us that no one and nothing can take this Source of Life from us. What can separate us from the love of Christ? Anguish, or persecution, or nakedness, or famine or the sword. Nothing can take Christ from us. We alone can reject Him[1].

We are called as Christian to come and eat, come and drink. We are told to guard against those forces within us and around us which would destroy the Presence of the Lord. So we do all this, and then we are told, “My gifts are not for you alone.” The people are hungry and thirsty. Give them what you have to drink and eat.” It is here that we realize that our responsibility to stay united to the Lord has a deeper dimension then our own needs. We need to be united to the Lord out of a responsibility to the spiritual lives of others. There is a Latin phrase, Nemo dabat quod non habit, it means, “You cannot give what you do not have.” It applies to all Christians, not just priests.  Even if someone were to give a talk or preach a homily using a well known source, the talk will fall flat if it is not accompanied with the spiritual presence of the Lord.  Perhaps you also have witnessed someone giving a talk with such a pained look on his or her face that you have to wonder if the person might be spiritually constipated.

Now there are people who might feel empty, but who in reality are full of the Presence of the Lord, just devoid of feelings. Blessed Mother Theresa describes this in her book, Come Be My Light[2]. Read the book and come to a deeper appreciation of her sanctity. She felt nothing, not even the presence of the Lord, but kept serving Him in the poorest of the poor and in her sisters. For the vast majority of us, though, feelings of emptiness are real because we have not drunk from the fountain of the Lord’s Love, or because we’ve let sin into our lives and pulled the plug on the reserve of God’s Presence.

We need to realize that the presence of the Lord is not ours to hoard. He is given to us so that we can bring His Love to others. Therefore, some of the things we do, some of the places we go, some of the things we say, all have to be eliminated not just for our own good, but for the good of those to whom the Lord is sending us.
 There is a profound liturgical action that takes place at the ordination of a deacon. After the bishop lays his hands on the candidate and says the prayer of ordination and after the deacon is vested, the bishop hands the new deacon the Book of the Gospels and says, “Receive the Gospel of Christ, whose herald you now are. Believe what you read, teach what you believe, and practice what you teach.” No one can proclaim the gospel unless he believes in the gospel and lives these gospel beliefs. This is emphasized in the ordination of deacons, but it is fundamental to all Christians, ordained or laity.  My brother, my sister, everyone here is called by Christ to proclaim His Gospel. All of us are empowered to do this. All of us are sustained in this mission particularly through the gifts of the Eucharist and the guidance of our Mother Mary.

We experience the need of others. We recognize our emptiness, our inability to help. We go to the Lord, and he gives us the ability to provide. This is the good news, the Gospel. For nothing can prevent us from being united to the One who provides for us.

How beautifully positive the readings are for today. God will always provide. We have only to go to Him, stay united to Him, and we will receive bread for His people ■


[1] Sunday 31st July, 2011, 18th Sunday in Ordinary Time. Readings: Isaiah 55:1-3; The hand of the Lord feeds us; he answers all our needs, Ps 144(145):8-9, 15-18. Romans 8:35, 37-39. Matthew 14:13-21 [St Ignatius Loyola].
A la vera de tu albergue
paso llamando:
vengo ofreciendo un banquete,
-amor y Pascua-, si quieres,
los dos cenando.

Era la Sabiduría
en carne humana;
cena de fiesta ofrecía,
y desde la alta colina
la pregonaba.

Si hay un sencillo, que venga,
entre en la sala;
un afligido que tenga
humilde el alma de penas
y traspasada.

Venga y se sacie del vino
de nuestra mesa;
y sienta sangre de hijo
y rojo fuego divino
cuando lo beba.

Comed del pan abundante,
jugoso y blanco;
gozad de ricos manjares,
que es día de amor muy grande,
noche de cantos.

¡Oh Jesús que oculto pasas
de peregrino!,
con el cariño de Marta,
Maestro, diciendo gracias,
te recibimos  
R.M. Grández, Capuchino; 
Miranda de Arga (Navarra), 19 julio 1977. 

XVII Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Más allá de la crisis económica que atraviesa al menos ésta parte del mundo, hay otra (crisis) que atraviesa el corazón del hombre. Es una crisis radical, vital, que afecta a la vida misma, a su sentido, a su validez, a su orientación fundamental. El hombre de hoy, con mucha frecuencia, no sabe ya por qué ni para qué vive. Nuestro mundo –especialmente occidente- está lleno de cosas facilitan y hacen amable la vida; el confort y la comodidad van llegando poco a poco a todos los hogares. Basado en los (serios) estudios del sociólogo francés Emile Durkheim[1], se publicó hace poco un estudio en el que se habla del interesante hecho de que los indios de las tribus todavía no civilizadas no padecen neurosis ni enfermedades psicológicas. Sin embargo, como por un trágico contraste, es fácil observar que las sociedades más civilizadas (?), las más desarrolladas, las "islas de la opulencia", son las que registran cotas más altas en cuanto a enfermedades psicológicas o suicidios se refiere.

No solamente los más jóvenes atraviesan por ésta crisis; ya no se trata de una crisis moral o de afiliación a ideologías corruptoras. Ahora se trata de una crisis que podría llamarse de cansancio cultural o, más en el fondo, de cansancio de la vida. En los más jóvenes encontramos un escepticismo y un gran cansancio. En lo poco que han vivido han percibido que la vida no conduce a nada, que no vale la pena luchar por nada, que todo es lo mismo y que todo es superficial y, lo que es peor, que no hay que buscar nada, porque nada hay que encontrar. Paradójica y ridícula la situación de nuestro mundo, que, en las zonas más desarrolladas y confortables, junta al mayor desarrollo económico la mayor pobreza espiritual.

Insisto: no se trata de un problema de ideologías. El hombre occidental está cansado. Muchas neurosis –bien disimuladas tras aparente diversión y frivolidad-, muchas violencias, muchas angustias, muchos suicidios, obedecen simplemente a que el hombre ha perdido contacto con lo vital. Ya no se sabe por qué ni para qué se vive. O, mejor dicho, empieza a aceptar -y ésta es una tragedia- que no se vive por nada ni para nada.

El hombre no puede vivir así. El corazón humano tiene demasiadas exigencias como para conformarse con un mero conformismo o un mero sobrevivir, por muy confortable que sea. Después de todas las diversiones y las agitaciones, por más entretenidas que hayan sido, o en los momentos más serios de la vida, le rebrota una y otra vez, desde lo más hondo del corazón, la pregunta por el sentido de su vida.

En una sociedad como la de hoy donde se eliminar toda dificultad y vivir en un estado de máxima comodidad, el hombre se ahoga si no tiene un motivo para vivir, una causa en cuyo servicio gastarse y desgastarse. El esfuerzo, el sacrificio, el dar la vida generosamente dan al hombre un sentimiento de felicidad más profundo que el de la comodidad, el confort, la diversión y de esto la historia guarda millones de ejemplos. No es lo difícil, es lo fácil y sin sentido lo que angustia al hombre. El que se descarga acaba cansándose, y el que gozosamente toma sobre sí la carga de la donación y el amor permanece joven y lleno de sentido.

Es en medio de todo esto donde hoy sigue teniendo vigencia como nunca esta hermosísima parábola del tesoro escondido. Los hombres y mujeres de hoy seguimos buscando –a veces consciente a veces inconscientemente- un tesoro; un tesoro que vale más que todo lo que nos rodea, un tesoro que salve nuestra vida, que nos dé una causa para vivir y para morir.

El peligro es que el tesoro puede estar escondido y sepultado en medio de tanto confort y facilidad como nos rodea ¿quién tendrá el valor de desenterrarlo y darlo a los demás? ■


[1] Durkheim creó el primer departamento de sociología en la Universidad de Bordeaux en 1895, publicando Las reglas del método sociológico. En 1896 creó la primera revista dedicada a la sociología, L'Année sociologique. Su influyente monografía, El suicidio (1897), un estudio de los índices de suicidios entre poblaciones católicas y protestantes, fue pionera en la investigación social y sirvió para distinguir la ciencia social de la psicología y la filosofía política. En su obra clásica, Las formas elementales de la vida religiosa (1912), comparó las vidas socioculturales de las sociedades aborígenes y modernas. 

New-old-ideas

Has de saber que es tu alma el centro, la morada y reino de Dios; pero para que el gran rey descanse en ese trono de tu alma, has de procurar tenerla limpia, quieta, vacía y pacífica. Limpia de culpas y defectos, quieta de temores, vacía de afectos, deseos y pensamientos, y pacífica en las tentaciones y tribulaciones (…) Tu principal y continuo ejercicio ha de ser pacificar ese trono de tu corazón para que repose en él el soberano rey. El modo de pacificarlo ha de ser entrándote dentro de ti mismo por medio del recogimiento interior . Todo tu amparo ha de ser la oración y recogimiento amoroso en la divina presencia. Cuando te vieres más combatido, retírate a esa región de paz, donde hallarás la fortaleza. Cuando estés más temeroso, recógete a ese refugio de la oración, única arma para vencer al enemigo y sosegar la tribulación. No te has de apartar de ella en la tormenta, hasta que experimentes, como otro Noé, la tranquilidad, la seguridad y serenidad, y hasta que tu voluntad se halle resignada, devota, pacífica y animosa Guía Espiritual , Miguel de Molinos (1627-1607), el texto completo puede leerse en: http://textosmonasticos.wordpress.com/guia-espiritual  

VISUAL THEOLOGY


The Codex Calixtinus is a 12th-century illuminated manuscript formerly attributed to Pope Callixtus II, though now believed to have been arranged by the French scholar Aymeric Picaud. The principal author is actually given as 'Scriptor I'. It was intended as an anthology of background detail and advice for pilgrims following the Way of St. James to the shrine of the apostle Saint James the Great, located in the cathedral of Santiago de Compostela, Galicia. The codex is alternatively known as the Liber Sancti Jacobi, or the Book of Saint James. The collection includes sermons, reports of miracles and liturgical texts associated with Saint James, and a most interesting set of polyphonic musical pìeces. In it are also found descriptions of the route, works of art to be seen along the way, and the customs of the local people. The book was stolen from its security case in the cathedral's archives on 3 July 2011 ■

Seventeenth Sunday in Ordinary Time (A)

In every regular family there is always the battle of the cookies: “Mom, I want a cookie NOW! Why I cannot eat a cookie now?”

As a parent you cannot always give your kids everything they ask for. As parents you have to take care of health and temperance of children. At the same time there are some things that you provide for your children that sometimes they do not realize or appreciate: Food, clothing, education, and even medical insurance. Do your kids even realize that that have medical insurance? These things are just part of being a good parent. How much more so with God the Father! God the Father may not give us everything that we ask for but what parent does? How many times a day do we say the Our Father? And how many times a day do we give thanks for all the benefits we receive from heaven? My brother, my sister, I think sometimes we take God for granted. And sometimes we are not sufficiently grateful for everything we have. Thanksgiving to God is not only the day of thanksgiving in November, is for the entire year!

In the second reading St. Paul tells us that we are called be conformed to the image of the Son. We have to be like the Son of God: grateful, obedient, sober, and so on. Above all, we must feel that there is a relationship with God that He is our father and cares what happens to us.

There is a short story by Scott Hahn [If you are not familiar with him, I strongly recommend his books] very useful to understand this. Mr. Hahn and a Muslim scholar were supposed to have a debéit. Scott Han kept referring to God as our Father. The Muslim became increasingly upset with each reference to God the Father or the Trinity. The Muslim said “God is not Father, Allah is Master.” Despite all the attempts of Professor Hahn to reason with his Muslim companion, he would not accept any reference to God as Father. The Muslim claimed, “God does not love like a Father.” Finally, the Muslim tried to explain God this way, “Look, I have a dog. I love my dog. But I am moving into an apartment that does not allow dogs. While I love my dog, he is my dog, so I will kill my dog because I can’t take him to my new apartment.” Scott Hahn was just amazed and realized how much we take for granted the love God has for us as His children.

My brother, my sister, let us be very honest: we do not understand the love of God. And in that lays the root of our problems. That is the origin of sadness. That is the source of dissension and envy. Solomon's prayer that we hear the first reading should be our daily prayer: God give your servant, therefore, an understanding heart to judge your people and to distinguish right from wrong. And just as Solomon prayed, not for riches or fame, but for the wisdom to judge what would be best for his people, we must seek a heart full of wisdom and understanding, I mean true wisdom understands that the Kingdom of God, our Catholic Faith is indeed the greatest treasure beside which all else fades. But, father what is exactly this treasure? Well, this treasure is a meaningful, personal, ongoing relationship with God our father. I believe that is why we are here. I firmly believe that is why we come back to Mass week after week. You know, at our very core, at the very essence of who we are, we desire that relationship with our God. No treasure is going to sustain that relationship, nor will pearls. Fecisti nos ad Te, Domine, et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te, You have made us for yourself, O Lord, and our hearts are restless until they rest in you.

Today Jesus asks us: Do you understand all these things? Let us get some examination of conscience. Today, as we receive the Eucharist, as we partake of Gods priceless gift to us, let us ask, like Solomon, for the grace and the courage to have an understanding heart and the ability to distinguish between right and wrong. Such a treasure will serve us well on our journey to the kingdom of heaven and to find happiness here on earth. Praised be Jesus Christ now and forever, Amen ■



[1] Sunday 24th July, 2011, 17th Sunday in Ordinary Time. Readings: 1 Kings 3:5, 7-12. Lord, I love your commands - Ps 118(119):57, 72, 76-77, 127-130. Romans 8:28-30. Matthew 13:44-52 [St Sarbel Makhlüf].
[2] 1 Kgs 3:5, 7-12.
[3] St. Augustine, Confessions, I,1. 
Quién eres tu, mujer, que, aunque rendida
al parecer, al parecer postrada,
no estás sino en los cielos ensalzada,
no estás sino en la tierra preferida?

Pero, ¿qué mucho, si del sol vestida,
qué mucho, si de estrellas coronada,
vienes de tantas luces ilustrada,
vienes de tantos rayos guarnecida?

Cielo y tierra parece que, a primores,
se compusieron con igual desvelo
-mezcladas sus estrellas y sus flores-
para que en ti tuviesen tierra y cielo,
con no se qué lejanos resplandores
de flor del Sol plantada en el Carmelo

XVI Domingo del Tiempo Ordinario (a)

Sin duda los discípulos querían tener las cosas claras: nosotros somos los buenos, y “ellos” los malos; nosotros somos los del Reino, “ellos” los del Maligno. Y lo que tenían era un problema, el problema de pensar que eso del Reino no estaba muy claro, que no se realizaba con suficiente claridad. Y esperaban que Jesús se decidiera de una vez a marcar límites, a clarificar posiciones. Pero el Señor no lo hace. Y no sólo no lo hace, sino que dice que Dios ni lo hace ni lo quiere hacer. Y es que el Reino es un campo en el que todo está como muy revuelto, y que la criba sólo será posible en el momento final, y no antes. No debemos marcar límites y querer clarificar posiciones en nombre de Dios: éste es bueno, éste es malo; éste tiene formación, éste no...[1] A esta tentación se le puede llamar de todo, pero hay dos nombres que la definen bien: fanatismo e integrismo. Tentación que tenemos todos los que creemos firmemente en una verdad (y los que le dedicamos nuestra vida, como los sacerdotes, a ésa Verdad, aún más...).

Este domingo podríamos reflexionar en dos cosas muy concretas: la importancia de comprender siempre e incluso disculpar a aquellos que actúan mal de una manera evidente (¿qué les debe haber llevado a esta situación?... el justo debe ser humano, dice la primera de las lectura); y al mismo tiempo a ser capaces de aprender de los que piensan o actúan de una manera diferente a la nuestra, que, con toda seguridad, tienen muchas cosas buenas. Sólo Dios, al final de todo, hará la criba. En menos palabras: el que es malo no lo es con todos.

La parábola sin embargo tiene un segundo tema que también es importante. Es necesario que estemos alerta, porque podemos ser cizaña y al final de todo ser excluidos del Reino.

Después de muchos años en que la amenaza de la condenación eterna se había convertido en uno de los temas de predicación más frecuentes, hoy los sacerdotes ya no hablamos de la posibilidad real que existe de ponernos de espaldas al proyecto de Dios y quedar, en consecuencia, al margen de la vida plena que Dios ha prometido. Es una posibilidad que existe y que es real, y hay que decirlo. Hay que pensar en que Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos[2]. No se trata de asustar sino de estimularnos a no ser cizaña, a no querer separar a los buenos de los malos sino a tener un corazón generoso y magnánimo como el de Dios que hace salir su sol sobre justos e injustos[3].

No existe una figura más lejana al integrismo y al fanatismo que la Virgen María. Los Padres de la tradición oriental la llaman “la Toda Santa” –Panaghia-, y la celebran “como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura”. Nosotros, que necesitamos renovarnos constantemente y acudamos hoy a su amorosa intercesión ■


[1] Cfr J. Lligadas, Misa Dominical, 1990, n. 15
[2] Cfr Mt 25, 31-46
[3] Id 5,45. 

New-old-ideas


Como suele ocurrir entre los hombres, que cuando el amor es desbordante y más intenso, saca de sí mismo al amante, así a Dios el amor a los hombres le sacó de sí mismo; porque no se contentó con llamar hacia El al esclavo que amaba, sino que desciende El mismo en su busca, el Rico viene a la choza del pobre, y acercándose a él, le declara su pasión y reclama lo mismo en retorno; y, rechazado, no se retira; ultrajado, no se irrita; despedido, se sienta a la puerta. Nada deja de hacer para mostrar su amor; soporta los sufrimientos que se le infligen hasta la muerte (…) Lo más inaudito de todo es que no se contentó con soportar los peores sufrimientos y las heridas hasta la muerte, sino que, resucitado, después de haber rescatado su cuerpo de la corrupción, conserva en él sus llagas y sus cicatrices. Y con ellas es como aparece ante los ángeles, las considera como su atavío y se regocija mostrando qué tremendos sufrimientos ha aguantado.

Del cuerpo ha abandonado todo lo demás, porque su cuerpo es espiritual, ingrávido y sutil, exento de toda afección corporal; pero sus cicatrices no las ha rechazado en absoluto, no ha borrado sus llagas. Al contrario, ha querido conservarlas a causa de su amor al hombre, porque con ellas ha podido encontrar al que estaba perdido, y con esas heridas ha conquistado al que amaba (…) ¿Qué amor podría igualarse con ese? ¿Qué objeto ha sido amado por el hombre hasta ese extremo? ¿Qué madre ha sido tan tierna, o qué padre ha sido tan afectuoso? O ¿quién concibió nunca por la belleza un amor tan loco que, en nombre de ese amor, venga a ser herido por aquel mismo al que ama, y no sólo lo soporta, no sólo conserva su amor al ingrato,sino que coloca sus heridas por encima de todo?” La vida en Cristo, Nicolás Cabasilas. 

VISUAL THEOLOGY


Portable Altar, The British Museum, London, Inscribed: obverse: SCS PETRUS (St. Peter); SCS ANDREAS (St. Andrew); SCS STEPHANUS (St. Stephen); SCS LAURENTIUS (St. Lawrence); THIDERICUS ABBAS IIIS DEDIT (given by the Abbot Theodoric III); reverse: JOANNIS BAPTISTE. PAULI APOSTOLI. JACOBI APOSTOLI. MATHEI APOSTOLI ET EVANGELISTE. JOHANNIS EVANGELISTE. STEPHANI PROTOMATIRIS. LAURENTII. VITI. CORNELII. CIPRIANI. FABIANI SEBASTIANI. BONIFACI I EPISCOPI. BLASH EPISCOPI. FELICIS CRISTOPHORI . COSME. DAMIANI. PANCRATTI. THEODORI. DIONISH EPISCOPI. MARCELLINI. PETRI. CIPRIANI. IPOLITI. VITALIS FELICISSIMI. MAURICII. IACINCTI TOTINATI. FELICIS NAEORIS. MARTIRUM ET CONFESSORUM. GODEHARDI EPISCOPI. NICOLAI. SERVACII. MARTINI. BENEDICTI. ABBATIS. EGIDII. MARIE MAGDALENE. AGATHE MARTIRIS. THIDERICUS ABBAS TERTIUS DEDIT ■ The Trustees of the British MuseumThis altar contains the relics of forty saints whose names are inscribed on the reverse. As with the St. Eustace head reliquary, the relics within (which include hair identified by its label as that of St. John the Evangelist and semiprecious stones associated with St. Christopher) are wrapped in textiles and labeled. A range of materials have been used in the decoration of the altar, partly for variety and also to show the expense of the object. The central stone is bordered with a sheet of gilt copper, engraved with symbols of the Evangelists (angel, eagle, ox, and lion) and the figures of Sts. Peter, Andrew, Stephen, and Lawrence. This is held in place by silver nails with floral heads. Four compartments are cut out of this panel. The top and bottom hold walrus ivory carvings of the Crucifixion and the Virgin and Child. Painted miniatures on vellum, covered with rock crystal, depict two bishops of Hildesheim: on the left St. Bernard (r. 993–1022) and, on the right, his successor, St. Godehard (r. 1022–38). The rock crystal covers protect the images and magnify them. Detailed portraits such as these were easier to execute on vellum than enamel or ivory. Manuscript illuminations were expensive, prestige items; these paintings were cut down from larger pages that were recycled for their value. The multiplicity of relics stored within the altar served to increase its sacredness. The altar was blessed, so that it became a traveling consecrated space itself. This was also a way of helping those who could not undertake pilgrimages or reach places that housed relics come into contact with this holy material ■

Sixteenth Sunday in Ordinary Time (A)

Lord, you are good and forgiving, we just sing together in response to the psalm, and you know, today is a good time to reflect that we are all in debt, up to our ears! We have maxed out our credit cards and taken out all the loans for which we qualify. Perhaps like King David, who sinned, taking the wife of another man and then killing that man, we cannot undo what we have done. Yet Christ Jesus has redeemed us, and as St. Paul tells us in his Letter that he paid the debt we could never repay[1].

I may say, “But I have never committed adultery!” But I have done other things. Each one of us is aware of being a sinner. If I only look a short distance into my own heart, I know this! Yet why is it that I get on such a high horse and look down at the sins of others?

If only we could get over the guilt we often carry around and truly let out our tears, express our sorrow to those whom we have hurt and to the Lord, and let ourselves know we have been forgiven! Don’t we often turn away our eyes and mumble in response when someone tearfully tells us they are sorry? Yet how hard it can be for me to say I am sorry!

The Church, our Mother, has always taught that the more I have been forgiven and the more I need forgiveness, the more grateful I ought to be that I am forgiven. Maybe today we can simply take that as our measure. How much have I done? How much have I been forgiven? How much, therefore, ought I to forgive others?

How much have I loved? If I love little, I probably forgive little, and I probably have a hard time believing I am forgiven. Likewise, I probably find myself always judging others, if I have loved little.

Yet Jesus came not merely to forgive sins but to bring love. Indeed, He is Love personified. That is why He can forgive sins, because He is the eternal Son of God, Love personified.

When Jesus in the Gospel passage we all remember well forgive a woman he said that the woman’s sins were forgiven because she had very great love[2], His listeners were doubly convicted, because they did not love much and they did not recognize Jesus Himself as BEING Love! Do we lack peace because we have stopped going to Confession or examining our conscience, because we just come to church and go to Communion without even thinking about what we are doing?

My brother, my sister, in a moment, we will once again receive the Body and Blood of Jesus Christ, our Redeemer. We are receiving the fruit of His self-gift of love on the Cross. As we do so, let us be on our knees in our hearts; let us cry out in our hearts with joy that indeed we are forgiven.

May this healing sacrament of His Body and Blood and the healing Sacrament of Reconciliation bring us to the joys of everlasting life! Amen! ■


[1] Sunday 17th July, 2011, 16th Sunday in Ordinary Time. Readings: Wisdom 12:13, 16-19. Lord, you are good and forgiving - Ps 85(86):5-6, 9-10, 15-16. Romans 8:26-27. Matthew 13:24-43.
[2] Cfr Luke 7:47. 

Vendrá la muerte un día,
belleza del ocaso,
y tras la muerte Cristo
me acogerá en sus brazos.

Que crezca la esperanza,
que alaban los cristianos;
es breve la fatiga
y eterno es el regalo.

Y tú serás mi vida,
mi gozo consumado,
y eternamente el pobre
descansará a tu lado.

Oh fiel Señor, oh Cristo,
que en cruz nos has salvado,
bendito con los tuyos,
por siempre tus amados. Amén

R. M. Grández, capuchino, Belén, septiembre 1984.
El Señor, con la parábola del sembrador de éste domingo, explica el significado auténtico de la propia misión. Como si dijese: “Sí, yo soy el Mesías, pero no de la manera ni el estilo que ustedes imaginan. No he venido a juzgar, sino a salvar. No he sido invitado a poner en su sitio las cosas, sino a iniciar algo. Mi tarea no es la de hacer las sumas, sino la de dar la señal de partida. Inauguro no el tiempo del juicio, sino el de la paciencia. Mi misión está bajo el signo de la semilla, no de la cosecha[1]”. Por eso hace resaltar, ante todo, la figura del sembrador (que es Él mismo) y se fija en su gesto.

La explicación que viene a continuación –y que en el fondo, es otra parábola- insistirá en los varios tipos de terreno, y consiguientemente en la respuesta del hombre, en su responsabilidad. ¿Cuál es entonces el punto central de la parábola? Un punto que no ha de buscarse en el final –en la cosecha-, sino en el principio, el hecho de sembrar.

Esta parábola abre nuestros ojos y corazones no hacia el futuro sino hacia el presente, porque el Reino de Dios está aquí –si bien escondido- ya entre nosotros. “Se trata, pues, de comprender el presente en su aparente falta de significado, no pretender del mismo otros signos de la gloria futura. El Reino de Dios, llega, en efecto, a escondidas e, incluso, a pesar del fracaso”[2].

Más de algún autor espiritual ha querido explicar que es la parábola de la confianza en el éxito final. No. Es la parábola de la confianza en los principios. Lo importante es el hecho de sembrar; la bolsa con las semillas, no la cosecha. El Señor nos dice que el Reino es una siembra (no lo que esperan los oyentes: algo terminado, decidido). Y Él es el sembrador. Su tarea específica es el sembrar. Ni siquiera es importante saber lo que siembra. Lo significativo es el acto de sembrar...

Con frecuencia nos sentimos angustiados: ¿por qué tanta fatiga desperdiciada? ¿Por qué se obtienen unos resultados tan modestos? ¿Vale la pena insistir? ¿Qué se consigue? ¿Para qué tantos esfuerzos, tantos sacrificios, tantas esperanzas vanas? Sí, es la preocupación por los resultados, por sacar las cuentas.

Y entonces, la parábola del sembrador sirve para, digámoslo así,  desenmascarar el equívoco de fondo. Se define a esta parábola, normalmente, como “la parábola del contraste”. El contraste sería entre el principio y el fin. Contraste entre las dificultades y el resultado final, entre la aparente derrota y el éxito, entre los principios modestos y los crecimientos grandiosos.

Y es también la parábola del realismo. Una invitación a no quedarse en las apariencias. No es que el éxito nos compense de las dificultades, premie la tenacidad. No es que la recolección sea para nosotros un resarcimiento abundante de las pérdidas. No. Aquí la significación es otra.

El resultado ya está contenido en los principios. El éxito ya está presente en los fracasos. La mies ya está comprometida en la siembra. Diría más: la mies es el gesto de sembrar.

Además, el sembrador no elige el terreno. No decide cuál es el terreno bueno y cuál es el desfavorable, cuál apto y cuál menos apto, cuál del que se puede esperar algo, y cuál por el que no vale la pena esforzarse. Eso sería clasificar, y Dios ni clasifica ni hace acepción de personas[3]. El terreno se revela en lo que es, después de la siembra, no antes, ¡ay si todos los que anunciamos la palabra, recordásemos esto...! Nuestro quehacer no consiste en clasificar los varios tipos de terreno, en trazar el mapa de las posibilidades (una tentación siempre amenazadora), hemos de poner a prueba todos los terrenos.

Y después no olvidemos que la semilla, que es la palabra, tiene también el poder de transformar el terreno, puede romper las rocas, abrirse un paso en el camino trillado hacia las profundidades del ser...

No se dice que la semilla se resigne a las condiciones que encuentra. La palabra es creadora. También del terreno. Basta dejarla obrar. Es la palabra que puede transformar el corazón de piedra en corazón de carne[4]. La semilla se pierde, de verdad, sólo cuando se queda en las manos cerradas de un sembrador “razonable”. Que no sale a sembrar para no poner en peligro la palabra…

La parábola termina con un “el que tenga oídos que oiga”, que podría traducirse (un poco libremente quizá) como “tiene oídos solamente el que entiende”, es decir, para oír es necesario, antes comprender. La comprensión –esto es, la adhesión interior- precede a la escucha. Si uno no entiende, se hace sordo.

Es necesario antes en-tender, o sea, tender en dirección de alguien, y ése alguien –Alguien con mayúscula- es Él. Hemos de estar fascinados por Él. Tomar postura ante él. Dirigirnos a Él con todo el ser. Sólo entonces se estaremos en disposición de oír lo que dice. Primero hemos de convertirnos a él para entonces poder comprenderle ■


[1] A. Pronzato, El Pan del Domingo, Ciclo A, Edit. Sígueme, Salamanca 1986, p. 167.
[2] G. Bornkamm
[3] Cfr Hch 10, 34.
[4] Cfr Ez 36, 26. 

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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