XVI Domingo del Tiempo Ordinario (a)

Sin duda los discípulos querían tener las cosas claras: nosotros somos los buenos, y “ellos” los malos; nosotros somos los del Reino, “ellos” los del Maligno. Y lo que tenían era un problema, el problema de pensar que eso del Reino no estaba muy claro, que no se realizaba con suficiente claridad. Y esperaban que Jesús se decidiera de una vez a marcar límites, a clarificar posiciones. Pero el Señor no lo hace. Y no sólo no lo hace, sino que dice que Dios ni lo hace ni lo quiere hacer. Y es que el Reino es un campo en el que todo está como muy revuelto, y que la criba sólo será posible en el momento final, y no antes. No debemos marcar límites y querer clarificar posiciones en nombre de Dios: éste es bueno, éste es malo; éste tiene formación, éste no...[1] A esta tentación se le puede llamar de todo, pero hay dos nombres que la definen bien: fanatismo e integrismo. Tentación que tenemos todos los que creemos firmemente en una verdad (y los que le dedicamos nuestra vida, como los sacerdotes, a ésa Verdad, aún más...).

Este domingo podríamos reflexionar en dos cosas muy concretas: la importancia de comprender siempre e incluso disculpar a aquellos que actúan mal de una manera evidente (¿qué les debe haber llevado a esta situación?... el justo debe ser humano, dice la primera de las lectura); y al mismo tiempo a ser capaces de aprender de los que piensan o actúan de una manera diferente a la nuestra, que, con toda seguridad, tienen muchas cosas buenas. Sólo Dios, al final de todo, hará la criba. En menos palabras: el que es malo no lo es con todos.

La parábola sin embargo tiene un segundo tema que también es importante. Es necesario que estemos alerta, porque podemos ser cizaña y al final de todo ser excluidos del Reino.

Después de muchos años en que la amenaza de la condenación eterna se había convertido en uno de los temas de predicación más frecuentes, hoy los sacerdotes ya no hablamos de la posibilidad real que existe de ponernos de espaldas al proyecto de Dios y quedar, en consecuencia, al margen de la vida plena que Dios ha prometido. Es una posibilidad que existe y que es real, y hay que decirlo. Hay que pensar en que Él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos[2]. No se trata de asustar sino de estimularnos a no ser cizaña, a no querer separar a los buenos de los malos sino a tener un corazón generoso y magnánimo como el de Dios que hace salir su sol sobre justos e injustos[3].

No existe una figura más lejana al integrismo y al fanatismo que la Virgen María. Los Padres de la tradición oriental la llaman “la Toda Santa” –Panaghia-, y la celebran “como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura”. Nosotros, que necesitamos renovarnos constantemente y acudamos hoy a su amorosa intercesión ■


[1] Cfr J. Lligadas, Misa Dominical, 1990, n. 15
[2] Cfr Mt 25, 31-46
[3] Id 5,45. 

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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