Santa María Madre de Dios


La Madre llena de ternura
que arrima un Hijo a sus mejillas
alce también hasta su rostro
a esta familia reunida.

Y esos sus ojos penetrantes
que a todos unen y cobijan
pongan la paz y el suave gozo
en esta ofrenda vespertina.

Una mujer de nuestra tierra,
una entre todas tan sencilla,
es por la Iglesia proclamada
Madre del Verbo de la vida.

Madre del Dios omnipotente,
ella que esclava se decía,
la virgen cuyo don precioso
al mundo entero santifica.

Sea la Reina de la paz,
ella quien cure las heridas;
sea la aurora y la promesa
del Año Nuevo que principia.

Te bendecimos, Flor bendita,
y te pedimos, oh María,
tu corazón sumiso y puro
y esa tu fe contemplativa.

¡Honor a Cristo nuestro hermano,
nuestro por penas y fatigas,
y la mujer que nos lo entrega
sea por siempre bendecida! Amén

P. Rufino Mª Grández, ofmcap,

Madrid, 1 enero 1977

Solemnidad de Santa María Madre de Dios y Jornada Mundial de oración por la Paz (1.I.2014)

Estrenamos un año (más) y como comunidad cristiana celebramos a Santa María como Madre de Dios y, por voluntad del Papa Pablo VI[1], la jornada mundial de la Paz.

En el evangelio que acabamos de escuchar vemos a la Virgen que guarda silencio; no escuchamos en absoluto su voz: María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. San Lucas, con esta expresión que repetirá más adelante[2] indica que María considera los acontecimientos de Belén como señales que anuncian el sentido de la vida de Jesús y, sobre todo, el misterio pascual. Eso quiere decir que la Madre de Jesús los vivía, no de una manera superficial o puramente sentimental, sino que los conservaba en su corazón, en los más íntimo de su persona y se esforzaba por entenderlos cada vez más y mejor.

Esta es la actitud que deberíamos tener también nosotros. Es verdad que nos cuesta, que hay muchas cosas que nos distraen, que absorben nuestra atención... pero hoy la Virgen María se nos presenta, una vez más, como lo que realmente es ella: la primera y más excelsa cristiana y por ello nuestro modelo indiscutible. No dejemos ir esta llamada de hoy. Procuremos, como ella, profundizar en el misterio de Navidad. No nos quedemos simplemente en la poesía, en el sentimiento, en el externo, en la paja que se lleva el viento. Pensemos qué nos dice ahora, hoy y aquí el hecho de que el Hijo de Dios naciera en un pesebre.

Precisamente esta es la señal dada por los ángeles a los pastores. La señal no es ningún palacio, ninguna persona poderosa: es, simplemente, un recién nacido colocado en un pesebre. Pensemos también cómo se realizó la primera evangelización (anuncio de la Buena Nueva). No fue dirigida a personas influyentes, sino a unos pastores que se encontraban acampados fuera de la ciudad.

La invitación del día de hoy es a profundizar en el mensaje de la Navidad: no nos quedemos simplemente en la corteza, en la periferia, en puros sentimentalismos estériles... María, la Madre de Jesús, nos lo enseña.

Hoy, Jornada mundial de oración por la paz, la Virgen María, modelo y signo de la Iglesia, nos indica que también nosotros hemos de ser portadores de paz a nuestro mundo. Tengamos el valor para descubrir las causas de los conflictos, no sólo a nivel mundial (a veces las guerras nos quedan lejos físicamente) sino a nivel personal, familiar. Haríamos mal en preocuparnos por la paz de los que están lejos de nosotros si nos despreocupáramos de sembrarla a nuestro alrededor. Reflexionemos y pensemos que si queremos de verdad la paz, no basta con un apretón de manos o una palmada en la espalda.

Hoy comenzamos un año nuevo. Dice H. Hesse que «en cada comienzo hay algo  maravilloso que nos ayuda a vivir y nos protege». Qué verdad se encierra en estas palabras cuando uno mira todo comienzo con ojos de fe. De nuevo se nos ofrece un tiempo lleno de esperanza y de posibilidades intactas. ¿Qué  haremos con él?

Las preguntas que podemos hacernos son muchas. Aumentaremos nuestro nivel de vida y nuestro confort quizás, pero, ¿seguirá empequeñeciéndose nuestro corazón? Tendremos  tiempo para trabajar, para poseer, para disfrutar, ¿lo tendremos también para crecer como  personas, como cristianos, como miembros de nuestra comunidad parroquial?

Este año será semejante a tantos otros. ¿Aprenderemos a distinguir lo esencial de lo  accesorio, lo importante de lo accidental y secundario? Tendremos tiempo para nuestras  cosas, nuestros amigos, nuestras relaciones sociales. ¿Tendremos tiempo para ser nosotros  mismos? ¿Tendremos tiempo para Dios?

Y sin embargo, ese Dios al que arrinconamos día tras día entre tantas ocupaciones y distracciones es el que sostiene nuestro tiempo y puede infundir a nuestra existencia una  vida nueva, un sentido a todo –absolutamente todo- lo que llevamos en nuestras pobres manos[3]


MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA CELEBRACIÓN DE LA
XLVII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

1 DE ENERO DE 2014

nEw-oLd-IdEaS

Año nuevo: ganar más, hacer más, lograr más... Necesitamos esas "manifestaciones", siempre exteriores a nosotros, que nos den, que nos proporcionen una certeza que nuestro corazón no alcanza y se fatiga por conquistar... Digamos lo siguiente: No aspires a ninguna calificación, ni a ninguna definición. Tampoco te esfuerces por adquirir ahora la categoría que sea. SIMPLEMENTE VIVE. El secreto está allí: en arrojarse y vivir. Vive sin la definición. ¿Quieres orar? Pues, ORA. Te preguntarás cómo oras y te responderás que no lo sabes. Si te hallas en el desierto ¿qué importa definirlo o delimitarlo? Aprovecha en profundidad el desierto: vívelo en tu corazón. ¿Cómo llegas a la celda o a la ermita interior? Estando en ellas: entra y vive tu misterio, que es el Misterio que te cubre... ¿Quieres ser poeta? Canta sin aguardar los ecos. Porque si cantas pensando en ellos jamás abrirás la boca. ¿Y si sufres? ¿Cómo se sufre? Pues deja que Dios te levante y te oculte. Y participa, viviendo en abandono, el gran secreto de la salvación y de la elevación. Vive hondo en tu interior. Es decir, simplemente, vive. Así descubrirás la Presencia que es tu vida... Nos dice el Señor: Yo soy el Camino, y la Verdad, y la Vida. Yo SOY la Resurrección y la Vida Ermitaño urbano

VISUAL THEOLOGY

El Te Deum (en latín: ‘A ti, Dios’, primeras palabras del cántico) es uno de los primeros himnos cristianos, tradicional de acción de gracias y suele ser entonado en momentos de celebración. El himno se utiliza regularmente en el Oficio de las Lecturas encuadrado en la Liturgia de las Horas. También se suele entonar en las misas celebradas en ocasiones especiales como en las ceremonias de canonización, la ordenación de presbíteros, etc. Los cardenales lo entonan tras la elección de un Papa. Posteriormente, los fieles de todo el mundo para agradecer por el nuevo Papa, se canta este himno en las catedrales. Compuesto originalmente en latín, el nombre se debe a que así empieza su primer verso. Se suele denominar también como "Himno Ambrosiano", pues según una leyenda, lo compusieron en común San Ambrosio de Milán y San Agustín de Hipona: en el año 387, cuando San Agustín recibió el bautismo de manos de San Ambrosio: este último, movido por el Espíritu Santo, improvisó el himno y Agustín iba respondiendo a sus versos. Otros estudios aseguran que el Te Deum en realidad fue escrito en el siglo IV por Aniceto de Remesiana, por tanto, su origen se remontaría probablemente a la primera mitad del siglo IV. En su forma actual se encuentra por primera vez en el Antiphonarium Benchorense de Bangor (Irlanda del Norte), que se debe fechar alrededor del año 690. Desde el siglo IX se conocen también diversas traducciones. La imagen, obra de Basilio Pachecho (Perú 1745), representa el bautismo de San Agustin a mano de San Ambrosio, obispo de Milán. La imagen puede apreciarse mucho mejor haciendo click aqui 

Año viejo, examen nuevo (31.XII.2013)

Termina un año civil (el litúrgico apenas acaba de empezar) y todo invita al balance, al análisis, incluso al silencio y a la meditación. Una buena manera de terminar el año que empezó hace doce meses es haciendo examen de conciencia. San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús[1], pone el examen de conciencia en un lugar destacado de la espiritualidad jesuítica. Su momento es al declinar el día –a la caída del sol- y tiene dos momentos, el primero es considerar las gracias recibidas, y después la reflexión acerca de las faltas o pecados cometidos. Ambos polos conducen propiamente a la santificación personal por medio del agradecimiento y de la humildad.

El jesuita Tomás Morales[2], solía decir sobre el examen de conciencia: «El examen de conciencia es el instrumento oculto del sistema ignaciano, indispensable para mantener el contacto fluido y limpio con Dios. Es también el filtro por el cual se eliminan todos los inconvenientes, que dificultan esa relación. Hacer bien el examen de conciencia cada día, a lo largo del año, supone estar en continuos ejercicios espirituales en la vida diaria».

¿Cómo empezar? En primer lugar hemos de tomar nota de algo que se nos suele olvidar: la presencia de Dios. Saber que Él está. Cualquier acto de piedad y cualquier celebración litúrgica tienen como base tanto la iniciativa divina como el Hodie[3] eterno de Dios. Siempre estamos en el presente de Dios[4].

El auténtico examen de conciencia comienza, precisamente al experimentar y recibir la redención, ya que «la justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo»[5].

San Ignacio centraba el examen de conciencia en cinco puntos muy sencillos y muy fáciles de recordar.

El primero es dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. ¿Sorprende? Sí, sorprende. Y esto es porque habitualmente empezamos a darnos golpes de pecho mientras nos repetimos lo perversos que hemos sido. Y no es que no haya que reconocer la propia iniquidad, pero centrarnos en ella en lugar de realizar una acción de gracias supone una hipertrofia insana, propia de aquellos que siempre se lamentan de lo pecadores que han sido olvidando que el Señor vino a liberarnos de la esclavitud del pecado. El mejor medio para sentirnos pobres y experimentar la auténtica gratitud es precisamente el hecho de dar gracias, y no la repetición inútil y estéril de fórmulas auto acusatorias. Dar gracias a Dios nos hace caminar más ligeros por la vida, sabiendo que los bienes materiales son pasajeros. Libre de todo, el cristiano lo posee todo.

El segundo (momento) es pedir luz y gracia al Señor para reconocer los pecados. El examen de conciencia no es un ejercicio de memoria, ni un autoanálisis psicológico. El examen de conciencia es más bien dejarnos iluminar por la luz y el calor de Dios. Por mucho esfuerzo y resolución que pongamos, solamente la luz del Espíritu Santo nos dirá la verdad sobre nosotros mismos.

El tercero es la revisión práctica de nuestros actos. Este es prácticamente núcleo. El repaso de los actos realizados –repaso hecho bajo la guía de Dios- nos da cuenta de la eficacia de la oración a la hora de formar nuestra conciencia. Mirar los actos en sí mismos significa que no basta con una visión global de lo realizado sino que hemos de centrar nuestra atención a determinada falta o actitud negativa y persistente, aquello que constantemente se repite en nuestras decisiones y acciones.

El cuarto (momento) es pedir perdón a Dios por los pecados cometidos: habiendo tomado conciencia de la culpa personal, nos sentiremos movidos por la gracia para pedir perdón con auténtica humildad, pedir perdón ¡es también un don de Dios! Por eso no surge de aquí un sentimiento de tristeza, como aquellos que dicen hundirse o desanimarse cuando ven sus pecados. Al ser un don de Dios, el hecho de reconocer el propio pecado y, por tanto, de pedir perdón por el mismo, nos conduce al dolor por el amor: nos duele haber ofendido a Dios que nos ama y, junto a ello, recibimos la alegría propia de quien experimenta la misericordia divina (Detente aquí un momento y vuelve a leer lo anterior, especialmente la última frase)

Finalmente, el quinto y último punto que recomienda san Ignacio dentro del examen de conciencia es el propósito de enmienda, en la vida espiritual no avanzar es retroceder. Con el propósito de enmienda nos disponemos, con todas las capacidades que Dios nos ha dado, a corregir nuestra conducta, pero guiados por la gracia y no por nuestras propias fuerzas o, peor aún, con la esperanza puesta solamente en nuestros esfuerzos. No olvidemos que la suma de actos perfectos no hace a un hombre prefecto. Se puede empezar el día besando el suelo, rezar miles de jaculatorias, hacer medias horas de oración y más y ser un perfecto gruñón, un cascarrabias, alguien absolutamente insoportable, histérico, lejano a los intereses de los demás, avinagrado y, con frecuencia, solitario, incapaz de dar cariño y, lo que es peor, de recibirlo. Vienen a la mente las palabras de san Pablo: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto[6].

Por medio de estos actos de gratitud y arrepentimiento poco a poco vamos creciendo en el conocimiento de la acción de Dios en cada uno de nosotros, y se hacen vida en nuestra vida aquellas entrañables palabras de la Escritura: como arcilla en manos del alfarero, así eres tú en mis manos[7]



[1] La Compañía de Jesús fue fundada en 1539 por San Ignacio de Loyola, junto con San Francisco Javier, San Pedro Fabro, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla, Simão Rodrigues, Juan Coduri, Pascasio Broët y Claudio Jayo en la ciudad de Roma, siendo aprobada por el Papa Pablo III en 1540.3 Con 17.637 miembros en enero de 2012 (sacerdotes, estudiantes y hermanos), es la mayor orden religiosa masculina católica hoy en día. Su actividad se extiende a los campos educativo, social, intelectual, misionero y de medios de comunicación católicos. El actual pontífice Francisco, el argentino Jorge Mario Bergoglio, es el primer Papa perteneciente a la Compañía de Jesús.
[2] Nacido en 1908 y muerto en 1994, fue Fundador de los Cruzados de Santa María y posteriormente de la rama femenina, Cruzadas de Santa María
[3] Hodie es una contracción de hoc die, y este un uso adverbial de hic, "este" y dies, "día"
[4] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2659; nn. 305, 1165, 2836 y 2837.
[5] Idem n. 1994.
[6] Cfr Flp 3, 13-14.
[7] Cfr Jer 18, 6. 

Una familia, una casa,
un trabajo cotidiano,
y una aldea -Nazaret-,
que nadie la ha mencionado.

El Verbo está entre nosotros,
hombre como uno de tantos;
el Verbo estaba aprendiendo,
su rostro estaba sudando.

María, virginidad,
que guarda el misterio santo,
madre y esposa y vecina,
mujer para el nuevo Pacto.

José, el creyente y el fiel
con la herramienta en la mano;
José, sustento seguro
del Verbo Dios encarnado.

Jesús, María y José,
tres nombres que están censados,
hogar de gozos y penas,
amor divino en lo humano.

Ved la familia de veras,
la nuestra por nuestro Hermano;
la puerta nos han abierto,
entremos para quedarnos.

¡Oh Trinidad hogareña,
lazo de amor increado,
honor por el gran misterio
en estos tres reflejado. Amén

P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

Jerusalén, Sagrada Familia 1985.

Fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.

Cuando se marcharon los Magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto, quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo[1].

Cada uno tenemos nuestro ángel de la anunciación, pero nos falta fe y confianza en el Señor para saber recibirle y escucharle. José nos da un ejemplo enorme: es el hombre bueno y justo que fraguado en la fe y probado en la confianza atiende y acoge para su vida y la de su familia lo que del Señor le viene. Cree en un Dios que no ofrece todas las seguridades ni garantías, sabe que por la providencia superará las tempestades o dificultades y que a través de ellas llegará a puerto. Hoy, si queremos poseer a Dios debemos estar dispuestos a dejarnos poseer por Él; esto ocurre cuando los corazones se acercan tanto que las voluntades se funden en una sola realidad.

José se levantó, cogió al niño y a su madre de noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes; así se cumplió lo que dijo el profeta: «Llamé a mi hijo de Egipto»[2].

Las circunstancias son como los dedos de la mano de Dios que escriben nuestra historia. Y es que la vida del hombre más que una larga novela es una sucesión de cuentos –unos felices y otros no tanto- cuyo autor es Dios que nos sorprende y desbarata, manifestándonos que una vida con dificultades y sobresaltos es más rica y alentadora que una vida en el hastío, en el vacío y en el sinsentido.

Las dificultades que vamos viviendo a lo largo de nuestra vida son como una fragua donde se prueban la fidelidad y la confianza. Son la prueba más fuerte y dejan en nosotros una huella más profunda que la facilidad, la comodidad o la seguridad.

La vida de José, como la de todo hombre, está hecha de encuentros que le condicionan y de confidencias que le enriquecen. Los encuentros y confidencias, (conocer o no a alguien que te cuenten o dejen de contarte), configuran y definen nuestras vidas. Ser confiado, obediente y esperanzado es la única forma de ser fiel. Por eso la confianza, la obediencia y la esperanza son como el banco de pruebas de la fe.

Todo lo que nos ocurre hoy está en cierta medida condicionado por el pasado. Nuestra vida no se improvisa, se va fraguando con el tiempo y el pasado, con decisiones y hechos concretos; ninguno partimos de cero (excepto con nuestros pecados en el sacramento de la Confesión). Somos el resultado de una genética, una climatología, una geografía, una cultura y al final, muy al final, de una voluntad, y así como las frutas maduran con el sol, los hombres maduramos en presencia de otras personas, en colaboración con ellas y por su colaboración. Todos somos hijos de nuestros padres y del grupo humano que nos vio nacer y crecer. Nos hacemos en el seno de una familia y una cultura.

A José el carpintero y a María su mujer se les confió y encomendó la crianza de Jesús que siendo Dios era y es hombre verdadero. De ellos adquirió sus tónicas de vida, desde lo recibido de ellos filtrándolo por su talante llegó a las Bienaventuranzas, a la plenitud de su ser personal[3].

Lo más admirable de la Sagrada Familia, que no era modelo de familia numerosa, sería su amor y entrega, el progresivo despertar de la conciencia mesiánica, las dudas sobre el futuro religioso-social que esperaba a Jesús, la paciente aceptación de los problemas y sufrimientos que se presentían. No sabemos cuándo falleció san José; pero es indudable que se papel humilde, sacrificado, al servicio de los demás lo hacen un ejemplo de custodio y amigo de Jesús.

Poco sabemos de la vida familiar de María, José y Jesús. En aquel hogar convivieron Jesús, el hombre en el que se encarnaba la amistad de Dios a todo ser humano, y María y José, aquellos esposos que supieron acogerlo como hijo con fe y amor. Esa familia sigue siendo estímulo y modelo de una vida familiar enraizada en el amor y la amistad ¿cuánto hay de ésa Sagrada Familia en nuestra propia familia y qué tanto deseamos parecernos a ellos? ¡Tanto qué pensar en éste domingo dentro de la octava de Navidad![4]



[1] Mt 2,13-15; 19-23.
[2] Idem.
[3] B. Oltra Colomer, Ser como Dios manda. Una lectura pragmática de San Mateo, EDICEP. VALENCIA, 1995., pp. 18-20.
[4] Celebrar la octava es una práctica que tiene sus raíces en el Antiguo Testamento. Los judíos celebraban las grandes fiestas por ocho días y la Iglesia nunca perdió esta costumbre. Dios, hace unos 4000 años, hizo una alianza con Abraham y su descendencia, cuyo signo es la circuncisión en el octavo día después del nacimiento. (Cf. Gen 17,10). Desde entonces la octava (ocho días) ha sido tradición del Pueblo de Dios. Por eso Jesús, como todo judío, fue circuncidado en el octavo día. En ese día recibe su nombre: "Jesús" Cf. (Lc 2,21). Jesús resucitó el día después del sábado, el día después del séptimo día de la semana. Los Padres del siglo II se refieren al domingo como el "octavo día".  La epístola de Barnabás (c. 130AD): "celebramos la fiesta gozosa del octavo día en que Jesús fue resucitado entre los muertos". S. Justino mártir escribe que el octavo día posee "una cierta importancia misteriosa". En la actualidad La Navidad y la Pascua se celebran con su octava.
La Navidad es algo más: nosotros vamos por este camino para encontrarnos con el Señor. ¡La Navidad es un encuentro! Y caminamos para encontrarlo: encontrarlo con el corazón, con la vida; encontrarlo vivo, como Él está; encontrarlo con fe Papa Francisco


neW-oLd-IdeAs

En Navidad, más que nunca, conviene recordar que no tenemos más luz que Cristo, que nos ha nacido hoy. Recibamos a Cristo para que con toda verdad seamos luz en el Señor y para que Cristo brille no solo para nosotros, sino por medio de nosotros, y para que podamos arder todos en la dulce luz de Su presencia en el mundo: quiero decir, Su presencia en nosotros, pues somos Su cuerpo y Su santa Iglesia. Cristo, luz de luz, ha nacido hoy, y puesto que ha nacido para nosotros, ha nacido en nosotros como luz, y por tanto, los que creemos hemos nacido hoy a una nueva luz. Eso es decir que nuestras almas han nacido a nueva vida y nueva gracia al recibirle a Él, que es la verdad. La Iglesia nos sumerge en la Luz de Dios que brilla en la oscuridad del mundo, para que seamos iluminados y transformados por la presencia del Salvador recién nacido. Toda la Bondad, todo el Amor, y toda la Misericordia, toda la Amabilidad del gran Dios, han aparecido ante nosotros en Cristo. Ha abrazado nuestra pobreza y nuestra pena por amor a nosotros, para darnos Su riqueza y Su gozo. Si deseamos ver a Cristo en Su gloria, debemos reconocerle ahora en Su humildad. Cristo ha nacido hoy en nosotros, para que aparezca al mundo entero por medio de nosotros. Este día es el día e Su nacimiento, pero todos los días de nuestras vidas mortales deben ser manifestación suya, EPIFANÍA suya, en el mundo que Él ha creado y redimido Thomas Merton

VISUAL THEOLOGY

El Templo Expiatorio de la Sagrada Familia (en catalán Temple Expiatori de la Sagrada Família), conocido simplemente como la Sagrada Familia, es una basílica católica de Barcelona (España), diseñada por el arquitecto Antoni Gaudí e iniciada en 1882. Es la obra maestra de Gaudí, y el máximo exponente de la arquitectura modernista catalana. La construcción comenzó en estilo neogótico, pero, al asumir el proyecto Gaudí en 1883, fue completamente replanteada. Uno de los pórticos es el de la Esperanza y está dedicado a San José; en él encontramos diversas escenas de la vida de María y José, la Familia de Jesús


Feast of the Holy Family of Jesus, Mary and Joseph (A),

Since we are celebrating the feast of the Holy Family of Jesus, Mary and Joseph, let’s look a little closer at the members of this family and their relationship.

We begin with Joseph. In the infancy narratives of the Gospel of Matthew, Joseph develops from someone who is inclined to prevent the family from forming to someone who does everything possible to keep the Holy Family together. He could have sent his pregnant betrothed away to have her baby out of the scrutiny of the neighbors at Nazareth. He probably would never see her again or ever meet the child, but he has the faith to trust God and form a family with Mary and the coming child. As an expectant father, he cares for Mary, and joins her in the joy of the birth of the child whom he promptly adopts by naming the baby, Jesus. When danger threatens the life of the child, he doesn’t leave the family to protect himself, nor does he send Mary and the baby away to fend for themselves. He takes them to Egypt, and then, keeping the family together, returns with them from Egypt to Nazareth. Even though many of the incidents of the infancy narrative in both Matthew and Luke are meant to show that Jesus is the prophet greater the Moses who will deliver God’s people from evil just as Moses delivered them from Egypt, the fact is that it is the family, not just the baby, that Joseph is presented as protecting and support[1].

During her pregnancy Mary is, like all women, a mother in waiting. After Jesus’ birth, though, she remains in many ways a mother-in-waiting. St. Luke says that Mary ponders in her heart the events that involve her child. She is present during the Lord’s ministry waiting and watching to see what would take place. She is present standing beneath the cross, not breaking down, but standing, as the Lord entrusts John, and all of us, to her.

Mary’s role in the Holy Family is, as all mothers, to nurture. Leonardo Da Vinci joined so many of the famous painters of the faith in presenting the nursing Madonna. That Jesus should be fed by his mother demonstrates both the humanity of the God Made Man and the dignity of the one who was chosen to be his mother. But Mary is not, as some would like to say, a single mother. She fills her place in the Holy Family depending on Joseph to protect and care for the family.

Jesus is the center of the Holy Family. All children have the right to be the center of their families. As an infant and a child he depends on his mother and father and is subject to them. He also knows that their every move will be for his care and concern.  His is the Love that makes the Holy Family holy even before his human nature is able to declare to them and the world that he is Love Incarnate.

So here we have the Holy Family as a model. The Father fights against anything in the world that would destroy his family. The mother creates the home and nurtures the family. The child is the love around which the family revolves.

Is it so unrealistic then, for the Church to offer the Holy Family as a model to all our families? Well, perhaps the roles of mother and father may merge, but the basic action of being a family of love revolving around the child or, in many of your cases, the children, is quite realistic.  Like Joseph, our fathers, along with their wives, must protect their families from the forces of the world that would destroy the family.  Herod might not be sending the troops to kill all the newborns, but the forces of evil have sent drugs, licentiousness, and materialism to kill the souls of our children. The father, along with the mother, has got to protect his child and his family.

Like Mary, our mothers, along with the husbands, must embrace their role as nurturing their children.  This is not just with physical food, but with the care to help their children learn how to seek and find the presence and sense of God in their lives. Our mothers, along with our fathers, must nurture their children with spiritual food. As the children witness their Moms demanding that they chose right over wrong, giving over selfishness, as they see their Moms, and Dads, reaching out to care for people who are hurting, the children will be fed the food that makes a Christian a following of Christ.

Our families should revolve around the love of the children. They are only yours for a brief time. They demand all your attention. Then they leave to form their own families, but because of them their Moms and Dads are better people, people who have sacrificed for them and who have thus made the love of God real for the world.

On the Feast of the Holy Family we pray that we all may hear the cries of the Infant Jesus, calling us to reverence His presence, calling all of us to the holiness that is the heart of the Catholic family ■



[1] Feast of the Holy Family of Jesus, Mary and Joseph (A), December 29, 2013. Readings: Sirach 3:2-6, 12-14; Responsorial Psalm: 128:1-2, 3, 4-5; Colossians 3:12-21; Matthew 2:13-15, 19-23. 

Illustration: The Madonna Litta is a late 15th-century painting of the Madonna nursing the infant Jesus which is generally attributed toLeonardo da Vinci and is displayed in the Hermitage Museum, in Saint Petersburg, Russia.

una cara divina que nos llene de paz
cuando de repente miramos hacia el cielo
y vimos una estrella que a Él nos guiará

Era tal su brillo que con su claridad
alumbró un camino que nos llevó a un altar
y allí vimos un niño que desprendía amores
aromas de las flores le fuimos a entregar

Una voz decía postrándonos a sus pies
yo me llamo María y él se llama José
el niño es el Mesías viene a salvar a los hombres
y llevará por nombre Jesús de Nazareth

Solemnidad de la Natividad del Señor 25.XII.2013 (I)

Conforme van llegando los últimos días de Noviembre y los primeros de diciembre las calles se llenan de luces, estrellas, árboles navideños, nacimientos, etc. Es quizá la época del año en la que nuestra sociedad adquiere un carácter ornamental intenso y festivo. Y sin embargo, ¿qué hay detrás todos estos símbolos entrañables? ¿Qué lee el hombre actual en ellos y qué permanece en su espíritu?

Se iluminan las ciudades con toda clase de luces y se encienden los cirios navideños en los hogares, pero apenas le recuerdan a nadie a Aquel que es la Luz del mundo[1], el que ha venido a iluminar las tinieblas de nuestra existencia.

Las calles se llenan de estrellas, pero, ¿a cuántos nos orientan hacia aquel portal de Belén en el que nació el Salvador de la humanidad? Se colocan árboles de Navidad en las plazas y en los rincones de los hogares, pero, ¿nos detenemos a pensar que ese árbol simboliza a Jesucristo, el Árbol de la Vida, el Mesías que nos trae nueva savia a los hombres? ¿Recordamos que ese árbol, lleno de luces y regalos, es símbolo de Cristo, portador de luz y gracia para todos nosotros?

Pero, sobre todo, ¿nos detenemos a contemplar con fe el misterio que se encierra en un nacimiento? Francisco de Asís inició la costumbre de poner el nacimiento movido por el deseo de hacer más presente y real el misterio de la Encarnación, de experimentar directamente la alegría del nacimiento de Dios y comunicar esa alegría a los amigos. Cuenta Tomás de Celano, su primer biógrafo, que Francisco contemplaba con alegría indescriptible el misterio de Belén. «Afirmaba que ésta era la fiesta de las fiestas, pues en ese día Dios se hizo niño y se alimentó de leche del pecho de su madre, lo mismo que los demás niños. Francisco abrazaba con delicadeza y devoción las imágenes que representaban al Niño Jesús y lleno de afecto y compasión, como los niños, susurraba palabras de cariño».

Son muchos, sin duda, los factores que nos han hecho ciegos para leer los símbolos navideños y detenernos ante ese Niño en el que no somos ya capaces de percibir nada grande[2].

Por eso, tal vez, la manera más auténtica de vivir nosotros la Navidad sea empezar por pedir a Dios un regalo, uno solo: esa sencillez y simplicidad de corazón que sabe descubrir en el fondo de estas fiestas a un Dios entrañable y cercano. Podríamos decirle, en el silencio de la Nochebuena: Señor, en tu misericordia y compasión, regálanos un corazón que se sorprenda ante el misterio, un corazón que no se acostumbre nunca a Ti, a tu presencia, al regalo de tu gracia, un corazón cristiano ■





[1] Jn 8, 12.
[2] J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 23 ss.

Solemnidad de la Natividad del Señor 25.XII.2013 (II)

Siempre que nace un niño o una niña lo celebramos porque es una gran victoria: la de la vida sobre la muerte, la del amor sobre el egoísmo, la de la responsabilidad sobre el capricho. Cada niño que nace nos ilumina y nos interpela. Pero este Niño nacido era parte del signo anunciado. Es el Niño que aplastaría la cabeza de la serpiente[1], el que comería requesón con miel[2] y haría huir a los reyes o diablos enemigos.

Hoy celebramos que ese niño ha nacido. Si: ha nacido el Niño profetizado. Ya empiezan a cumplirse las promesas de Dios. Ya tenemos razón y fundamento para todas las esperanzas. Nos ha nacido un Niño que es una maravilla, fruto de raíz humana, lo más perfecto que el germen humano ha producido.

¡Qué bueno si en esta Navidad hiciéramos nacer en nosotros a nuestro propio niño! O sea, si todos empezáramos a ser un poco menos fuertes, menos independientes, menos importantes ¡menos engreídos! Y un poco más débiles, más confiados, más sencillos, más niños. Es solamente así que nuestro Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado[3].

El niño que ha de nacer en nosotros es la persona despojada de orgullos y grandezas, liberada de recelos, desconfianzas y envidias, totalmente desarmada. Es una persona nueva. No es fácil. Hay que perder títulos y marquesados; dejar armas, olvidar saberes, arrancar caretas, no soñar con aplausos y aprender a hacer locuras. Hay que rebajarse y empequeñecerse muchísimo. O dicho de otra manera, hay que volver a nacer. He aquí que yo hago nuevas todas las cosas[4].

La generosidad de Dios no tiene límites y raya en la locura. Hoy por hoy no es el Dios de la tierra prometida donde mana leche y miel y agua de la roca y comida de ángeles. Ahora nos entrega a su único Hijo: Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único[5]. Y nos lo dio para que todos fuéramos hermanos. Es importante saber que puede haber hermanos más unidos que los de la carne y la sangre[6]




[1] Cfr. Gen 3, 15.
[2] Cfr. Is 7, 15.
[3] Idem 9, 2-7.
[4] Apoc 21, 5.
[5] Jn 3, 16
[6] Caritas, Pastor de tu hermano. Adviento y Navidad, 1985, p. 76 ss.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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