Termina un año civil (el litúrgico apenas acaba de empezar) y todo invita al
balance, al análisis, incluso al silencio y a la meditación. Una buena manera
de terminar el año que empezó hace doce meses es haciendo examen de conciencia.
San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús[1], pone el examen de
conciencia en un lugar destacado de la espiritualidad jesuítica. Su momento es
al declinar el día –a la caída del sol- y tiene dos momentos, el primero es
considerar las gracias recibidas, y después la reflexión acerca de las faltas o
pecados cometidos. Ambos polos conducen propiamente a la santificación personal
por medio del agradecimiento y de la humildad.
El jesuita Tomás Morales[2], solía decir sobre el examen
de conciencia: «El examen de conciencia es el instrumento oculto del sistema
ignaciano, indispensable para mantener el contacto fluido y limpio con Dios. Es
también el filtro por el cual se eliminan todos los inconvenientes, que
dificultan esa relación. Hacer bien el examen de conciencia cada día, a lo
largo del año, supone estar en continuos ejercicios espirituales en la vida
diaria».
¿Cómo empezar? En primer lugar hemos de tomar nota de
algo que se nos suele olvidar: la presencia de Dios. Saber que Él está.
Cualquier acto de piedad y cualquier celebración litúrgica tienen como base
tanto la iniciativa divina como el Hodie[3]
eterno de Dios. Siempre estamos en el presente de Dios[4].
El auténtico examen de conciencia comienza, precisamente
al experimentar y recibir la redención, ya que «la justificación es la obra más
excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el
Espíritu Santo»[5].
San Ignacio centraba el examen de conciencia en cinco
puntos muy sencillos y muy fáciles de recordar.
El primero es dar gracias a Dios por los beneficios recibidos.
¿Sorprende? Sí, sorprende. Y esto es porque habitualmente empezamos a darnos
golpes de pecho mientras nos repetimos lo perversos que hemos sido. Y no es que
no haya que reconocer la propia iniquidad, pero centrarnos en ella en lugar de
realizar una acción de gracias supone una hipertrofia insana, propia de
aquellos que siempre se lamentan de lo pecadores que han sido olvidando que el
Señor vino a liberarnos de la esclavitud del pecado. El mejor medio para sentirnos
pobres y experimentar la auténtica gratitud es precisamente el hecho de dar
gracias, y no la repetición inútil y estéril de fórmulas auto acusatorias. Dar
gracias a Dios nos hace caminar más ligeros por la vida, sabiendo que los
bienes materiales son pasajeros. Libre de todo, el cristiano lo posee todo.
El segundo (momento) es pedir luz y gracia al Señor para reconocer
los pecados. El examen de conciencia no es un ejercicio de memoria, ni un autoanálisis
psicológico. El examen de conciencia es más bien dejarnos iluminar por la luz y
el calor de Dios. Por mucho esfuerzo y resolución que pongamos, solamente la
luz del Espíritu Santo nos dirá la verdad sobre nosotros mismos.
El tercero es la revisión práctica de nuestros actos. Este es
prácticamente núcleo. El repaso de los actos realizados –repaso hecho bajo la
guía de Dios- nos da cuenta de la eficacia de la oración a la hora de formar
nuestra conciencia. Mirar los actos en sí mismos significa que no basta con una
visión global de lo realizado sino que hemos de centrar nuestra atención a
determinada falta o actitud negativa y persistente, aquello que constantemente
se repite en nuestras decisiones y acciones.
El cuarto (momento) es pedir perdón a Dios por los pecados cometidos:
habiendo tomado conciencia de la culpa personal, nos sentiremos movidos por la
gracia para pedir perdón con auténtica humildad, pedir perdón ¡es también un
don de Dios! Por eso no surge de aquí un sentimiento de tristeza, como aquellos
que dicen hundirse o desanimarse cuando ven sus pecados. Al ser un don de Dios,
el hecho de reconocer el propio pecado y, por tanto, de pedir perdón por el
mismo, nos conduce al dolor por el amor: nos duele haber ofendido a Dios que
nos ama y, junto a ello, recibimos la alegría propia de quien experimenta la
misericordia divina (Detente aquí un momento y vuelve a leer lo anterior,
especialmente la última frase)
Finalmente, el quinto
y último punto que recomienda san Ignacio dentro del examen de conciencia es el
propósito de enmienda, en la vida espiritual no avanzar es retroceder. Con el
propósito de enmienda nos disponemos, con todas las capacidades que Dios nos ha
dado, a corregir nuestra conducta, pero guiados por la gracia y no por nuestras
propias fuerzas o, peor aún, con la esperanza puesta solamente en nuestros
esfuerzos. No olvidemos que la suma de actos perfectos no hace a un hombre
prefecto. Se puede empezar el día besando el suelo, rezar miles de
jaculatorias, hacer medias horas de oración y más y ser un perfecto gruñón, un
cascarrabias, alguien absolutamente insoportable, histérico, lejano a los
intereses de los demás, avinagrado y, con frecuencia, solitario, incapaz de dar
cariño y, lo que es peor, de recibirlo. Vienen a la mente las palabras de san
Pablo: olvido lo que dejé atrás y me
lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el
premio a que Dios me llama desde lo alto[6].
Por medio de estos actos de gratitud y arrepentimiento
poco a poco vamos creciendo en el conocimiento de la acción de Dios en cada uno
de nosotros, y se hacen vida en nuestra vida aquellas entrañables palabras de
la Escritura: como arcilla en manos del
alfarero, así eres tú en mis manos[7]
■
[1] La
Compañía de Jesús fue fundada en 1539 por San Ignacio de Loyola, junto con San
Francisco Javier, San Pedro Fabro, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de
Bobadilla, Simão Rodrigues, Juan Coduri, Pascasio Broët y Claudio Jayo en la
ciudad de Roma, siendo aprobada por el Papa Pablo III en 1540.3 Con 17.637
miembros en enero de 2012 (sacerdotes, estudiantes y hermanos), es la mayor
orden religiosa masculina católica hoy en día. Su actividad se extiende a los
campos educativo, social, intelectual, misionero y de medios de comunicación
católicos. El actual pontífice Francisco, el argentino Jorge Mario Bergoglio,
es el primer Papa perteneciente a la Compañía de Jesús.
[2]
Nacido en 1908 y muerto en 1994, fue Fundador de los Cruzados de Santa María y
posteriormente de la rama femenina, Cruzadas de Santa María
[3] Hodie
es una contracción de hoc die, y este
un uso adverbial de hic,
"este" y dies,
"día"
[4]
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica
n. 2659; nn. 305, 1165, 2836 y 2837.
[5] Idem n. 1994.
[6] Cfr Flp 3,
13-14.
[7] Cfr Jer 18, 6.