La Madre llena de ternura
que arrima un Hijo a sus mejillas
alce también hasta su rostro
a esta familia reunida.
Y esos sus ojos penetrantes
que a todos unen y cobijan
pongan la paz y el suave gozo
en esta ofrenda vespertina.
Una mujer de nuestra tierra,
una entre todas tan sencilla,
es por la Iglesia proclamada
Madre del Verbo de la vida.
Madre del Dios omnipotente,
ella que esclava se decía,
la virgen cuyo don precioso
al mundo entero santifica.
Sea la Reina de la paz,
ella quien cure las heridas;
sea la aurora y la promesa
del Año Nuevo que principia.
Te bendecimos, Flor bendita,
y te pedimos, oh María,
tu corazón sumiso y puro
y esa tu fe contemplativa.
¡Honor a Cristo nuestro hermano,
nuestro por penas y fatigas,
y la mujer que nos lo entrega
sea por siempre bendecida! Amén ■
P. Rufino Mª Grández, ofmcap,
Madrid, 1 enero 1977