Permanece sentado en el silencio y la soledad, inclina la cabeza y cierra los ojos; respira suavemente. Mira por la imaginación en el interior de tu corazón, recoge tu inteligencia, es decir tu pensamiento, de tu cabeza a tu corazón. Dí, al ritmo de tu respiración: "Señor Jesucristo, ten piedad de mí", en voz baja, o simplemente en espíritu. Esfuérzate por echar fuera todos los demás pensamientos, sé paciente y repite a menudo este ejercicio ■ San Simeón, el Nuevo Teólogo, uno de los libros de la Filocalia.
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