Nuevamente el tema de
la oración vuelve a tomar fuerza este domingo. Es conmovedor el diálogo que
sostiene Abrahán con Dios para tratar de lograr el perdón de Sodoma, la ciudad
impura. Diálogo. Esta palabra es la clave
para entender el significado y las exigencias de la oración cristiana. Si la
oración no fuera más que un monólogo del hombre consigo mismo, no sería preciso
orar, pero la plegaria auténtica es un diálogo consciente delante de Dios. Este
diálogo surge desde la fe, la pobreza, la reflexión, el silencio y la renuncia
del hombre[1].
Cuando
oramos de verdad salimos de nosotros mismos para abandonarnos en Dios con ánimo
generoso, con simplicidad inteligente, con amor sincero. Orar es pensar en Dios
amándole, expresar verdaderamente la vida. La oración es camino de comunión con
Dios, que nos lleva a la comunión y el diálogo con los hombres. La oración más
que hablar es escuchar; más que encontrar, buscar; más que descanso, lucha; más
que conseguir, esperar. Rezar es estar abiertos a las sorpresas de Dios, a sus
caminos y a sus pensamientos, como quien busca aquello que no tiene y lo
necesita. Así la oración aparece como regalo, como misterio, como gracia.
En
el Evangelio, la parábola del amigo inoportuno nos recuerda que Dios se deja
siempre conmover por una oración perseverante. Por eso la tradición orante de
la Iglesia es una tradición de peticiones y súplicas, que manifiesta la actitud
de abrirse confiadamente a la presencia, el consuelo, el apoyo y la seguridad
que solamente pueden venir de Dios. Siempre la petición ha de estar unida a la
alabanza y a la profesión de fe y amor en la esperanza.
Si
el pasado domingo, el evangelio nos proponía como necesaria la actitud contemplativa
de María, la hermana de Lázaro, el de hoy nos regala la enseñanza de Jesús
sobre la oración, hagamos nuestra, pues la entrañable petición de los
apóstoles: Señor, enséñanos a orar,
porque si nos ponemos a la escuela de oración de Jesús el primer descubrimiento
que haremos es que Jesús no es un legislador que imponga la obligación de orar
u ordene el tiempo y el modo de hacerlo. Lo primero y fundamental de la
doctrina de Jesús sobre la oración es anunciarnos que Dios no es simplemente
Dios sino que es el Abba, es decir,
es alguien que está pendiente de nosotros, que está esperando que le dirijamos
una palabra o una mirada –como diría Santa Teresa-. Exactamente, como el mejor
de los padres está volcado hacia su hijo pequeño.
Si
recibimos esta buena noticia, todo discurso sobre la oración cristiana tiene
que comenzar anunciando que la oración es posible, que siempre es posible
porque el encuentro no depende de nosotros sino de la constante voluntad del
Padre que quiere salir a nuestro encuentro. Haz la prueba. Busca un momento de
soledad y silencio interior, repite pausadamente las palabras del Padrenuestro pero diciéndoselas al
Padre. Deja que resuene en tu corazón todo su significado y hazlo con la
seguridad de ser escuchado que nos garantiza lo que nos dice hoy Jesús en la
parábola del evangelio. Independientemente de lo que sientas, ya has tenido un
encuentro de oración. El Padre te ha escuchado ■
[1]
Interesante resulta el Diálogo, obra
de Santa Catarina de Siena, escrito durante cinco días de éxtasis religioso,
del nueve al catorce de octubre de 1378; consta 26 Oraciones y 381 cartas.