Nací con hambre infinita
de ser amado y amar:
si Dios creó mi indigencia,
Él me la puede saciar.
Y avanzando en mi carrera,
un día llegué a pensar
que la sed que yo tenía
era sed de Trinidad
que llevo marca de origen
que nadie puede borrar,
que soy un grito nacido
que yo no puedo acallar.

Luchando a brazo partido,
en marea y tempestad,
voy colmando como puedo
mi soledad esencial.
Una caricia otras veces,
susurro y brisa del mar
me deja tersa la piel
con bálsamo celestial.
Mi Dios…, mi Tú… mi confín,
mi sonora intimidad,
mi pregunta, mi mirada,
¿quién eres y dónde estás?
               
Nos dijo el Doctor Sutil
que no fue nuestra maldad
la razón que decidiera
de toda la eternidad
que el Verbo Dios se encarnara
en morada terrenal;
que fue porque yo pudiera
con verdad decir "Abbá",
que fue porque Dios quería
venirse afuera a encontrar
un Amante que le amara
con divina dignidad,
un Tú que el amor cerrara
distinto y del todo igual.

Dios amante es indigencia
que un Hijo viene a llenar,
y éste que es hijo en el Hijo
con el Hijo sube al par.
¡Oh qué dulce pensamiento
de dejarse embriagar!
Venga aquí la religión,
si bien se quiere abrevar:
una familia es el mundo,
y es una la Humanidad,
uno es el Reino iniciado
que un día nos va a juntar.
No hay fronteras entre hermanos,
ni Pueblo de su heredad.
            
El "Abbá" es revelación
que nunca terminará.
De todo el orbe creado
es el nombre principal,
y yo medito y confieso,
postrado para adorar.
Abbá de la Encarnación
de una entraña virginal,
Abbá de encuentro y Espíritu.
de perdón, consuelo y paz,
Abbá que todo reúnes
en la divina Unidad.
Abbá, mi cuna y mi lecho,
mi trinitaria amistad.
Déjame, mi dulce Padre,
tu religión profesar,
deshacerme de ternura
cuando puedo contemplar
que en la cocina y mercado,
en el libro y todo afán,
tú eres Padre, solo Padre,
y así te debo tratar.
Abbá de Getsemaní,
Abbá de la Cruz-altar,
Abbá de la amanecida
en la mañana pascual,
y de la Pascua que espero,
Abbá…, dulcísimo Abbá.
Amén, Abbá
P. Rufino Mª Grández, ofmcap.
México, D.F., 20 julio 2010.
Centro de Espiritualidad Jeanne Chézard de Matel.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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