Percibimos el canto que continúa en lo profundo,
en lo más hondo, donde los perfiles no se descubren como nuestro antojo lo
quisiera. Dice que no temas... No, amigo que ahora lees o que sospechas, no
temas ni te juzgues derrotado. ¿Caíste por allí, por esos senderos perdidos y
te pegaste un buen golpe? Levántate sin más preámbulos ni trámite alguno. No te
detengas en ningún lugar ni en el tiempo que sea. Deslígate, corta con energía
las ataduras y sigue los pasos que llevabas. Te olvidarás del golpe... No lo
dudes, eso ya pasó. Sumérgete, nuevamente, en el silencio de tu corazón. Esto
es: retorna al silencio, en medio de tu desierto. Ya lo conoces, ya estás en
él. Desde siempre estás en él. Vive según ese mismo desierto te enseña:
DESPRÉNDETE, suelta. Te hallas aún encadenado a un muelle en medio de la
tormenta y con el agua agitada. Tu nave golpea una vez y otra vez contra el
muro y, sin libertad, acabará por hundirse. Suelta esas amarras. Déjate llevar
muy lejos. Abandona el muelle. En el desierto carece de sentido. No prestes
atención a los cantos de las sirenas. Aprende a no escuchar. Eleva los muros de
tu jardín y de tu ermita. Son muchos los que se asoman por allí. Tú, nada;
recupera el silencio, déjalo resurgir, olvidando y dejando... Tal vez alguna
sorpresa... Pero es hora de decir lo de siempre, la verdad de nuestra vida,
descubierta en Cristo-Jesús. Desde lo más hondo llega esta palabra de
salvación: calla y sufre, fortalécete en el mismo Misterio del Señor, Él es
la Resurrección y la Vida ■ Fray
Alberto