La primera lectura de hoy es muy sugestiva y muy interesante. Cuando las
doce tribus llegan a la tierra prometida, Josué las convoca para sellar un
pacto de fidelidad con Señor. Habían caminado por el desierto y después de
muchas dificultades llegaban al final del camino. Es éste un momento decisivo
en la vida de Israel, un momento en el que hay que escoger entre el Dios que los
ha conducido o los dioses antiguos y los dioses de pueblos vecinos. Una decisión
que no es sencilla y que el mismo Josué presenta de manera polémica e incluso desafiante.
Nuestra voluntad de seguir al Señor es también una decisión;
la fe no es algo que vamos arrastrando sin preguntas y razonamientos (y si no
te cuestionas tu fe, hermano mío, vas perdiendo miserablemente el tiempo). Esa decisión
se toma por un convencimiento profundo. Los motivos que el pueblo da para
seguir al Señor no son motivos teóricos: es la experiencia, la liberación vivida,
toda una historia que hace inimaginable ninguna otra posibilidad que no sea
esta de seguir al Señor. La frase con la que culmina el relato es simplemente maravillosa:
También nosotros serviremos al Señor:
¡es nuestro Dios!.
El motivo fundamental es éste: Él es nuestro Dios. Y lo mismo sucede con el seguimiento de Jesús. Pedro
lo dice de manera espléndida: ¿A quién
vamos a acudir? Tú tienes palabras de
vida eterna.
Esa decisión de seguir al Señor no es solamente individual,
sino que también se hace de manera colectiva, en asamblea. La comunidad es el lugar en donde se afirma y se renueva
esta voluntad de seguimiento de Jesús y de pertenencia a la Iglesia. Y esto
debe de interpelarnos. No somos cristianos individualmente, como si fuera una
cuestión de línea directa entre cada uno
y Dios. Nuestra asamblea eucarística de
cada domingo es el lugar donde se hace
visible y real esta característica básica del ser cristiano, de ser
cristiano en comunidad. La Eucaristía debe ser el lugar dónde reafirmar y
renovar, cada domingo, la adhesión al Señor. Por eso, hermano mío, hermana mía,
si hasta hoy no haces vida de parroquia, si hasta ahora no estás conectado con tu comunidad parroquial
–por la razón que fuere- es momento de preguntarte cuándo lo vas a hacer. Aún
más, si hasta ahora vas brincando de parroquia en parroquia buscando “en cuál
está el sacerdote mejor formado” o “dónde hay un mejor tono humano entre los
feligreses” ó “dónde se cuida más la liturgia” (frases todas ¡ay! que hemos
escuchado) yo te invito a un serio examen de conciencia pues tu visión de la
Iglesia es chatita chatita, y tu
“servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida” se queda en una frase
bonita para un libro empastado en piel que sirve de adorno para una monísima (sic) salita de estar. Relaciónate con tu comunidad parroquial, conoce a tu párroco,
ofrécele tu tiempo, tu ayuda y, por qué no, también tu dinero.
El evangelio de hoy concluye una serie de cinco domingos en
los que escuchamos el Discurso del Pan de Vida. La conclusión es una exigencia
de decisión. Lo inaceptable para los seguidores de Jesús (¡son los seguidores
los que se escandalizan, no los de fuera del grupo!) no es, ciertamente, sólo
una comprensión antropofágica del anuncio de la Eucaristía. Eso es más bien la
excusa. Lo inaceptable es que Jesús lo quiere todo. Quiere que quien quiera
llegar a Dios debe cambiar radicalmente su vida y asumir una (vida) de entrega
a los demás hasta la muerte por amor. El quiere ser el objeto de fe[1].
El Señor constata que nadie comprende quién es Él y
quiere saber si sus discípulos lo han comprendido o si se quieren marchar,
también. La respuesta es de Pedro, en su voz está puesta toda la voz de la
comunidad: Señor ¿a quién iremos? –es
la voz de la Iglesia.
Nosotros ¿realmente asumimos todo lo que Jesús pretende,
o asumimos solo una parte? (¿el estilo
de vida?, ¿el tenerlo como punto de referencia personal? ¿La fe en su
salvación? ¿El don de la
Eucaristía?...).
Que la Virgen, la más perfecta de los discípulos del
Señor, con su poderosa intercesión, nos ayude a tomar una buena decisión ■