Lester F. Ward y con él toDA la American Sociological Association llegaron a afirmar a principios
del siglo pasado que la mayoría de las personas sólo viven al diez por cien de
sus posibilidades, es decir, que ven el diez por cien de la belleza del mundo
que los rodea, escuchan el diez por cien de la música, la poesía y la vida que
hay a su alrededor, y sólo están abiertos al diez por cien de sus emociones, su
ternura y su pensamiento. En otras palabras: su corazón vibra sólo al diez por
cien de su capacidad de amar, personas que morirán sin haber vivido realmente.
Algo semejante se podría decir de muchos de nosotros,
los cristianos, quizá vamos a morir sin haber conocido nunca por experiencia
personal lo que podía haber sido una vida vivida en plenitud. Atención. No “una
vida perfecta” sino “una vida en plenitud”.
En esta mañana de Pentecostés, después de la homilía,
nos volveremos a poner de pié (¡como otros tantos domingos!) y volveremos a
decir que creemos en el Espíritu Santo, Señor
y dador de vida, pero sin sospechar apenas toda la energía, el impulso y la
vida que podemos recibir del Espíritu de Dios. Y sin embargo, ese Espíritu es
el regalo que el Padre nos hace en Jesús a los creyentes, para llenarnos de
vida.
Es ese Espíritu el que nos enseña a saborear la vida
en toda su hondura, a no malgastarla de cualquier manera, a no pasar
superficialmente junto a lo esencial.
Es ese Espíritu el que nos infunde un gusto nuevo por
la existencia y nos ayuda a encontrar una armonía nueva con el ritmo de nuestra
vida.
Es ese Espíritu el que nos abre a una comunicación
nueva y más profunda con Dios, con nosotros mismos y con los demás.
Es ese Espíritu el que nos invade con una alegría
secreta, dándonos una trasparencia interior, una confianza en nosotros mismos y
una amistad nueva con las cosas.
Es ese Espíritu el que nos libra del vacío interior y
la difícil soledad, devolviéndonos la capacidad de dar y recibir, de amar y ser
amados.
Es ese Espíritu el que nos enseña a estar atentos a
todo lo bueno y sencillo, con una atención especialmente fraterna a quien sufre
porque le falta la alegría de vivir.
Es ese Espíritu el que nos hace renacer cada día y nos
permite un nuevo comienzo a pesar del desgaste, el pecado y el deterioro del
vivir diario.
Es ese Espíritu que nos devuelve la capacidad de
asombro, y que nos hace acercarnos al misterio con un profundo respeto y una
profunda reverencia.
Este Espíritu es la vida misma de Dios que se nos
ofrece como don, como regalo. El hombre más rico, poderoso y satisfecho, es un
desgraciado si le falta esta vida del Espíritu, ¡Ay cuántas veces lo hemos
experimentado!
Este Espíritu no se compra, no se adquiere, no se
inventa ni se fabrica. Es un regalo de Dios. Lo único que podemos hacer es
preparar nuestro corazón para acogerlo con fe sencilla y atención interior[1].
Karl Rahner decía “Nuestra noche no es ya más que la
incomprensibilidad de un día sin ocaso. Y las lágrimas de nuestra
desesperación, de nuestros siempre renovados desengaños, no son sino las
apariencias falsas que envuelven un júbilo eterno. Dios es nuestro. No nos ha
dado sus dones creados, limitados como nosotros. El mismo se nos ha entregado
con toda la absolutidad de su ser, con toda la claridad de su consciente auto
posesión, con toda la libertad de su amor, con toda la dicha de su vida
trinitaria. A este Dios que se ha prodigado de esta manera le llamamos Espíritu
Santo. Es nuestro. Está en todo corazón que le invoca humildemente, confiadamente.
Dios es nuestro Dios”[2]
▪
[1]
J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 61 ss
[2]
Karl Rahner S.J. (1904-1984) fue un sacerdote de la Compañía de Jesús
(jesuitas) y uno de los teólogos católicos más importantes del siglo XX. Su teología
influyó al Concilio Vaticano II. Su obra Fundamentos de la fe cristiana (Grundkurs des Glaubens), escrita hacia
el final de su vida, es su trabajo más desarrollado y sistemático, la mayor
parte del cual fue publicado en forma de ensayos teológicos. Rahner había
trabajó junto a Yves Congar, Henri de Lubac y Marie-Dominique Chenu, teólogos
asociados a la denominada Nouvelle
Théologie.
No hay comentarios:
Publicar un comentario