El fanatismo nunca es realmente espiritual porque no es libre. No es libre
porque no es inteligente. No puede discernir entre el bien y el mal, la verdad
y la falsedad, porque está cegado por el prejuicio. Fe y prejuicio tienen la
necesidad común de descansar en una autoridad, y por ello a veces pueden ser
confundidos por quienes no comprenden su verdadera naturaleza. Pero la fe
descansa en la autoridad del amor, mientras que el prejuicio descansa en la
pseudoautoridad del odio. Cualquiera que haya leído el Evangelio se da cuenta
de que para ser cristiano hay que abandonar todo fanatismo, porque el
cristianismo es amor. Amor y fanatismo son incompatibles. El fanatismo hace
buenas migas con la agresión. Es destructivo, vengativo y estéril. El fanatismo
es tanto más virulento cuanto que surge de la incapacidad de amar, de la
incapacidad para un recíproco entendimiento humano. El fanatismo se niega a
considerar al otro como persona. Lo mira solamente como cosa. O es
"miembro" o no lo es. Pertenece a la misma pandilla o está fuera....
Eso fue lo que sucedió en la crucifixión de Cristo. Cristo, el Hijo encarnado
de Dios, vino como persona, buscando la comprensión, la aceptación y el amor de
personas libres. Se encontró frente a un compacto grupo fanático que no quiso
saber nada de su persona. Temían su unicidad perturbadora ■T. Merton, Cristianismo y totalitarismo.