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No hace ningún bien utilizar grandes palabras para hablar de Cristo. Dado que yo parezco incapaz de hablar de Él en el lenguaje de un niño, he llegado al punto de apenas poder hablar de él en absoluto. Todas mis palabras me avergüenzan. Esta es la razón de que esté cada vez más agradecido al Oficio y los salmos. Su alabanza de Dios es perfecta, y Dios me los da para articularlos como más propios de mí que cualquier otro idioma que pudiera inventar T. Merton

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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