En más de una parábola el Señor presenta dos personajes, de
los cuales aquél a quien los que lo escuchan tienen por malo queda como
ejemplar, y queda descalificado el normalmente considerado bueno por todos. Así
ocurre en la narración de los dos hijos y la viña del evangelio de hoy[1].
La consecuencia es clara: lo que Dios nos pide no es
dirigirle únicamente oraciones, sino realizar su voluntad cuidando de los
demás. Los hechos dan contenido a las palabras (o en su caso a la oración); las
palabras sin hechos quedan convertidas en algo peor que simples sonidos:
significan la negativa a cumplir la voluntad del Padre.
Uno de los hijos guarda las formas educadamente pero no
hace lo que el papá pide. El otro se niega de forma, digamos, destemplada pero
la hace. La actitud del segundo es la preferida.
Ante las necesidades de la viña de nuestro mundo podemos preguntarnos
si hemos respondido con palabras huecas o con hechos concretos. Nunca han
faltado individualidades que, desde la fe, han empujado la historia concreta
hacia el Reino; pero debería ser una cuestión inquietante para nosotros porque
como conjunto comunitario la respuesta efectiva no se ha dado siempre, y es que
viña que arar no nos falta: hambre, explotación, violencia, soledad,
depresión... Nada de esto es voluntad del Padre. ¿Cómo ser conservadores de un
mundo así? Hay quienes niegan a Dios pero ¡ay! trabajan en la transformación de
estas realidades. Como conjunto pareciera que nos interesan más los documentos
doctrinales que el compromiso real. Papa Francisco nos habla constantemente de
una Iglesia en salida ¿entendemos lo que nos quiere decir? «La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos
misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y
festejan. Primerear: sepan disculpar
este neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la
iniciativa, la ha primereado en el
amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa
sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de
los caminos para invitar a los excluidos»[2].
Fe y justicia o, si se quiere, espiritualidad y justicia
han de ir de la mano. Para san Pablo el adjetivo "espiritual" viene a
significar simplemente "vida cristiana”, y espiritualidad será, por tanto,
vivir cristianamente[3].
Sin embargo, la vida espiritual abarca toda la existencia del cristiano, es
decir, todo el hombre y todas sus actividades, mediante las cuales se
corresponde a todas las mociones de Dios, no consiste solamente en las
prácticas de piedad, sino que ha de informar y dirigir toda nuestra vida,
individual y comunitaria, y también todas nuestras relaciones con las demás
personas y realidades.
Arar la viña del Padre, aun cuando parezca una actividad
meramente social, es también una acción espiritual (es decir, movida por el
Espíritu). Desde la experiencia de Dios llegamos al compromiso por la justicia
en la historia, y siguiendo el ejemplo del Señor los cristianos solo podremos
ser verdaderamente espirituales en la medida en que nos dejemos conducir por el
Espíritu a la creación de la historia. El camino será conflictivo, sí, como lo
fue para el Señor, es decir, no se trabaja la viña sin sudor; la cruz sale al
encuentro constantemente... En otras palabras, la espiritualidad o mueve la
justicia o no es cristiana. Se trata de vivir la vida con alguna referencia
práctica y real con Aquél que es Señor del Reino que se busca. Contemplativos en la acción. El Padre
espera. La viña espera ■
[1] XXVI Domingo del Tiempo Ordinario.
[2] Papa Francisco, Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium, n. 24.
[3] El
término "espiritual" no se identifica hasta el s. XVI con la cara más
subjetiva e intimista de la fe: la relación personal con Dios, los fenómenos de
la conciencia, el distanciamiento del mundo y de la sociedad, una actitud muy
recelosa respecto al cuerpo y a las cosas materiales, etc.
Fotografía: la hermana Loreto cuida del padre Angel, enfermo y anciano, en la Residencia de Ancianos Ntra. Sra. del Carmen.
Fotografía: la hermana Loreto cuida del padre Angel, enfermo y anciano, en la Residencia de Ancianos Ntra. Sra. del Carmen.
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