La base de la misión cristiana en el mundo es precisamente que el cristiano
no es de este mundo. Ante todo, está liberado de los particulares mitos,
idolatrías y confusiones del mundo por su fe cristiana. Su primera misión es
vivir esa libertad de cualquier modo como Dios le dé vivirla: no importa si es
en el mundo o fuera de él. El Cristo que
él predica (por la palabra o por el silencio) es el Cristo de la libertad
cristiana, de la autonomía cristiana, de la independencia cristiana respecto a
las arrogantes exigencias y pretensiones del mundo como ilusión. Obviamente, el
cristiano no está libre del mundo como naturaleza, como creación, ni está libre
de la sociedad humana. Pero está libre, o debería estarlo, de los determinismos
psíquicos y las obsesiones y mitos de una sociedad mundana mentirosa,
codiciosa, lujuriosa y asesina: la sociedad que está gobernada precisamente por
el amor al dinero y por el uso injusto y arbitrario del poder. Semejante mundo ¿necesita
a Dios? !Evidentemente que no! La cuestión entonces no está en
convencer al mundo, en ese sentido, de que necesita un Dios cristiano porque en
cierta época se justificó por una apelación al cristianismo. Lo que es
importante es mostrar a los que quieren ser libres dónde reside realmente su
libertad ■ Thomas
Merton, Conjeturas de un espectador culpable.