Esto piénsalo
con gran reverencia, temor y temblor, y al mismo tiempo con suma discreción y
ardentísimo amor; unas veces, postrado a los pies de su inmensa majestad,
pídele perdón de tus pecados con el corazón contrito; otras, postrado ante la
cruz, traspasado de compasión y herido con Cristo, gime y llora la sacratísima
pasión del Hijo de Dios; otras, medita la vida toda de Cristo para convertirla
en norma de tu vida torcida; otras, repasa en tu espíritu los innumerables e
inmensos beneficios que de Él has recibido y dale rendidas gracias; otras,
herido ardentísimamente por los estímulos de su amor, contemplále en todas las
criaturas, considerando ora su potencia, ora su sabiduría, ora su bondad, ora
su clemencia, a fin de alabarle y ensalzarle en todas sus obras; otras veces,
atraído por el deseo de la patria celestial, anhela por Él con gemido y
suspiros; otras, considerando las entrañas de su inestimable caridad, derrítete
de gozo y excesiva admiración hasta desfallecer tu corazón y tu espíritu en
Dios; otras veces, considera ora tu caída, ora tu huida, cuando Él te retenía,
te levantaba, te atraía; ora tu continua ingratitud, a pesar de que el seno
inefable de la misericordia divina siempre está abierto para recibirte, y,
arrastrado de ardentísimo amor, arrójate a Él deshaciéndote en lágrimas; otras
veces fija tu atención en los decretos de su justicia soberanamente ocultos,
profundos, admirables, misteriosos y extremadamente maravillosos, reverenciándolos
todos con gran amor y a la vez con gran temor y temblor, fiel, constante,
discreta, suplicante y humildemente; y, por encima de todo, renueva
constantemente en tu espíritu y en tu cuerpo la viva memoria de su sacratísima passion
• San Buenaventura, Veinticinco memoriales
de perfección, 22.
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