Se celebra en éste domingo – el correspondiente al XXIX del tiempo ordinario- el Domingo Mundial de las misiones (Domund). Quedarnos con la idea de que es el día en que parte de la colecta se destina a los países en los que trabajan religiosos y religiosas anunciando el evangelio, sería quedarnos con una idea demasiado pobre
[1].
En su mensaje para la celebración de éste domingo, el Santo Padre nos dice que «es un deber urgente para todos anunciar a Cristo y su mensaje salvífico.
¡Ay de mí -afirmaba san Pablo-
si no predicara el Evangelio![2]. En el camino de Damasco había experimentado y comprendido que la redención y la misión son obra de Dios y de su amor. El amor a Cristo lo impulsó a recorrer los caminos del Imperio romano como heraldo, apóstol, pregonero y maestro del Evangelio. La caridad divina lo llevó a hacerse todo a todos para salvar a toda costa a algunos
[3].
»Contemplando la experiencia de san Pablo, comprendemos que la actividad misionera es respuesta al amor con el que Dios nos ama. Su amor nos redime y nos impulsa a la missio ad gentes; es la energía espiritual capaz de hacer crecer en la familia humana la armonía, la justicia, la comunión entre las personas, las razas y los pueblos, a la que todos aspiran
[4].
»Por tanto, Dios, que es Amor, es quien conduce a la Iglesia hacia las fronteras de la humanidad, quien llama a los evangelizadores a beber “de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios”
[5].
Solamente de esta fuente se pueden sacar la atención, la ternura, la compasión, la acogida, la disponibilidad, el interés por los problemas de la gente y las demás virtudes que necesitan los mensajeros del Evangelio para dejarlo todo y dedicarse completa e incondicionalmente a difundir por el mundo el perfume de la caridad de Cristo
[6].
La actividad misionera no se lleva a cabo únicamente en África o en países lejanos y exóticos. Tampoco está solo en manos de religiosos o sacerdotes dirigidos por los obispos. El mostrar el Evangelio a quienes no lo conocen –o conociéndolo lo ignoran- es tarea de todos. Sí: también tú que lees éstas líneas tienes esa tarea.
Y hay algo más. Estamos llamados a evangelizar no solo a aquellos que no tienen nada qué llevarse a la boca, sino también a aquellos que son pobres –incluso miserables- espiritualmente
[7].
Evangelización es también hablar a las personas que han sufrido el drama del divorcio del amor de Dios y de la necesidad de la reconciliación con ellos mismos y de su pertenencia a la Iglesia.
Actividad misionera es hablarle a las personas homosexuales de la posibilidad de vivir en de cara a Dios y en comunión con él, con la Iglesia y con los demás.
Llevar a Cristo ad gentes significa no rechazar a aquellas personas cuyas adicciones –al alcohol, al trabajo, a las drogas, a la tristeza, etc.- los van separando de los demás.
Predicar el Evangelio es también, si se pertenece a una institución eclesial concreta y a sus apostolados y actividades, no ir caminando con complejo de elegido, o de que se tiene el monopolio de salvación, trabajando con cara de aristócrata de la santidad. Es también convivir amigablemente con todos, con los viejos –la Orden de Santo Domingo, la orden de San Francisco- y con los nuevos –las Pías discípulas de Divino Maestro; con los que cantan mucho –los neocatecumenales
[8]- o con los que no hablan prácticamente nada –los Cartujos
[9].
Evangelización es también no entorpecer los caminos de Dios, que son infinitos y sutiles. Cuando Oscar Wilde compuso su Salomé, introdujo en el episodio bíblico, de acuerdo con el espíritu decadente de su época, un elemento casi sacrílego. Salomé ha amado la bella presencia física del Precursor. Cuado Salomé acaba de bailar, sosteniendo en un plato la cabeza del Bautista, jadeante, en un rincón de la sala, apoya sus labios sobre la frente helada del muerto….Pero a Oscar Wilde le faltó una breve escena final ¿Por qué no suponer que, al sentir aquel contacto, algo muy profundo y turbador, mucho más luminoso que la carne, se revolvió en el alma de Salomé? A Oscar Wilde, tan aficionado a ellas, se le fue la mejor de sus paradojas. La paradoja de los caminos de Dios. ¿Por qué no suponer que cuando Salomé quiso ser sacrílega empezó a darse cuenta, a ser cristiana?
[10]En la misión, la Iglesia se hace servidora, a la vez que trabaja, con humildad y vigor, como conciencia critica del mundo. La globalización que actualmente vive la humanidad crea nuevas oportunidades para la acción misional, a la vez que se manifiesta en la evangelización y el diálogo.
La proclamación de Jesucristo significa testimonio, apertura, y actuaciones que manifiesten los valores del Reino, como la paz, la justicia, la verdad y la misericordia. Significa también anuncio explícito por el que los pobres son evangelizados
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