Segundo Domingo de Pascua

La liturgia de la Iglesia celebra el segundo domingo del tiempo de Pascua, desde hace algunos años llamado Domingo de la divina Misericordia[1]. Escuchamos el pasaje del encuentro entre Tomás y el Señor al tiempo que somos invitados a reflexionar sobre la misericordia de Jesús con los suyos. Con cada uno de nosotros[2].
Naturalmente viene a la mente la pregunta de si Tomás no amaba a su maestro. Evidentemente sí, pero era testarudo, positivista y obstinado. No sólo quería pruebas, sino que las exigía a la medida de su capricho. Y Jesús se somete a aquella actitud de su apóstol con una mezcla de ironía, realismo y una profunda y verdadera ternura.
Aquella tarde los apóstoles se han reunido para orar en común. Tomás se siente posiblemente incómodo en medio de la fe de todos, pero el paso de los días parece haber robustecido su incredulidad. Mas no por ello piensa en separarse de sus hermanos. Hay una fe más honda que sus dudas que sigue uniéndole a ellos. Esta fue su salvación: seguir con los suyos a pesar de la oscuridad.
Hace pocos días, uno de ésos buenos y grandes amigos que Dios y la vida nos han puesto en el camino, nos escribía «ayer estuve en la misa de resurrección en mi parroquia que justamente es la de Nuestro Señor de la Resurrección. La misa estuvo verdaderamente hermosa, con un coro maravilloso; concelebrada por tres sacerdotes y presidida por el obispo. Estaban también algunos de los Caballeros de Colón que le dieron solemnidad a la celebración… Llegué a la conclusión que nuestra Iglesia está en un gran momento; después de cincuenta años de materialismo como religión oficial, de la increíble secularización, de la desbandada posconciliar, la vapuleada que le han puesto los medios de comunicación, los escándalos en que se vio envuelta en sus últimos años y su clarísima e inamovible postura en temas que los liberales pensaban que iba a cambiar y que no lo ha hecho, hemos quedado solamente quienes estamos convencidos de su santidad… es decir estamos todos los que somos y somos todos los que estamos y eso le da (desde mi punto de vista) un nuevo brío de juventud; siento que siendo minoría, somos más comunidad y eso es vital (valga la redundancia) para su vitalidad».
Pienso exactamente lo mismo que tú, amigo: que la Iglesia está muy viva. Vivísima a pesar lo sucedido a lo largo de veinte siglos. Tan viva y palpitante como aquella tarde en la que el Señor se presentó resucitado a los suyos, con Tomás delante. Un Tomás lleno de miedo y al mismo tiempo lleno de fe[3]. Un Tomás que nos representa de una manera perfecta a cada uno.
Aquel apóstol se dio cuenta de que allá en el fondo siempre había creído en la resurrección, que la deseaba con todo su corazón, y que si se negaba a ella era por miedo a ser engañado en algo que deseaba tanto; que se había estado muriendo de deseo y de miedo de creer al mismo tiempo[4].
Los dos que en la tarde de la Resurrección van camino de Emaús creían que creían[5]. Tomás creía que no creía. Jesús les trajo, a los tres, la sencillez alegre de creer sin sueños y sin miedos[6]. En el fondo Tomás se dio cuenta que si se negaba a creer era por la rabia de no haber estado allí cuando Jesús vino. ¿Los demás iban a verle y él tendría que creer sólo por la palabra de otros? Y con aún con todo, Tomás no pensó en separarse de sus hermanos, y ése sentimiento de fraternidad fue su salvación: seguir con los suyos a pesar de la oscuridad.
No cabe duda: El mejor lugar para refugiarse cuando sobrevienen las crisis de fe es el seno de la Iglesia, que siempre ha sido, es y será Madre y Maestra; comprensiva y prudente.
De aquel pobre Tomás Jesús ha sacado el acto de fe más hermoso que conocemos. Jesús lo ha amado tanto, lo ha curado con tanto esmero, que de esta falta, de esta amargura, de esta humillación, ha hecho un recuerdo maravilloso. Dios sabe perdonar así los pecados. Dios es el único que sabe hacer de nuestras faltas, unas faltas benditas, unas faltas que no nos recordarán mas que la maravillosa ternura que se ha revelado con ocasión de las mismas.
Dudas y luz, miedo y valentía, solamente en el corazón del hombre –y antes en el de Jesús, el Hombre- pueden unirse. Lo decía el Papa el año pasado en Roma: «Éste es el júbilo de la Vigilia Pascual: nosotros somos liberados. Por medio de la resurrección de Jesús el amor se ha revelado más fuerte que la muerte, más fuerte que el mal. El amor lo ha hecho descender y, al mismo tiempo, es la fuerza con la que Él asciende. La fuerza por medio de la cual nos lleva consigo. Unidos con su amor, llevados sobre las alas del amor, como personas que aman, bajamos con Él a las tinieblas del mundo, sabiendo que precisamente así subimos también con Él. Pidamos, pues, en esta noche: Señor, demuestra también hoy que el amor es más fuerte que el odio. Que es más fuerte que la muerte. Baja también en las noches y a los infiernos de nuestro tiempo moderno y toma de la mano a los que esperan. ¡Llévalos a la luz! ¡Estate también conmigo en mis noches oscuras y llévame fuera! ¡Ayúdame, ayúdanos a bajar contigo a la oscuridad de quienes esperan, que claman hacia ti desde el vientre del infierno! ¡Ayúdanos a llevarles tu luz! ¡Ayúdanos a llegar al “sí” del amor, que nos hace bajar y precisamente así subir contigo! Amén.»[7].

[1] La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó el 23 de mayo del 2000 un decreto en el que se establece, por indicación de Juan Pablo II, la fiesta de la Divina Misericordia, que tendrá lugar el segundo domingo de Pascua. La denominación oficial de este día litúrgico será «segundo domingo de Pascua o de la Divina Misericordia». Ya el Papa lo había anunciado durante la canonización de Sor Faustina Kowalska, el 30 de abril: «En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia. Una invitación perenne para el mundo cristiano a afrontar, con confianza en la benevolencia divina, las dificultades y las pruebas que esperan al género humano en los años venideros». La Fiesta de la Divina Misericordia tiene como fin principal hacer llegar a los corazones de cada persona el siguiente mensaje: Dios es Misericordioso y nos ama a todos ... "y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia" (Diario, 723).
[2] Homilía pronunciada el 30.III.2008, II Domingo de Pascua (Domingo de la Misericordia), en St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[3] Cfr Jn 20, 24.
[4] Cfr J.L. Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret, Sígueme, Salamanca 1996, pp. 1201-1205.
[5] Cfr Lc 24, 13.
[7] VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA, HOMILÍA DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI, Basílica Vaticana, Sábado Santo 7 de abril de 2007. El texto completo puede encontrarse en: www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2007/documents/hf_ben-xvi_hom_20070407_veglia-pasquale_sp.html

Ilustración: Marfil de la duda de Santo Tomás (Cristo, Tomás y los Apóstoles), Monasterio de Santo domingo de Silos (España).

Second Sunday of Easter / Divine Mercy Sunday

Every aspect of our lives demands faith. On the natural level we have faith in an airlines to get us to our destination safely. We have faith in our spouses to put family before all other considerations. We have faith in the police, the fire company and emergency workers to help us in times of crises. We put our faith in our doctors, nurses, and pharmacists when we are not feeling well[1].
On the supernatural level we put our faith in the bible, in the Church and in our God to care for us.
One week after Easter, today's readings confront the fundamental ingredient of all religion, faith. All of our celebrations presume having faith that there is a God who loves us, that he sent his Son to be one of us, that his Son suffered and died for us, but was raised from the dead and shares eternal life with us. We have faith in the Resurrection of the Lord even though we have not experienced it ourselves. Our faith is based on the Word of God in Scripture and on the Presence of God in his people.
But we are human beings. We are often tempted to doubt. Sometimes we doubt deep theological matters, like dogmatic teaching on the Virgin Assumption or Immaculate Concepcion[2]. Most often, though, we doubt regarding very practical every day matters. In times of crises we often doubt the Love of God. Everyone doubts. It is part of the human condition. Even people who claim to have great faith and who go around the world searching for miracles are often seeking a proof for faith. That is not faith. Faith is simply trusting in God.
The Apostle Thomas is presented as a human with doubts, very much like you and me. It is not that he didn't trust the Lord. He didn't trust the other disciples. Thomas could not believe Peter, James, John and the others' stories that Jesus had risen from the tomb. He doubted that Jesus would use them to convey his truth.
The words that Jesus addressed to Thomas were meant for all of us: Then he said to Thomas, Put your finger here and see my hands. Reach out your hand and put it in my side. Do not doubt but believe.[3]" Thomas answered him, My Lord and my God! Jesus said to him, Have you believed because you have seen me? Blessed are those who have not seen and yet have come to believe.[4]
We have not seen, but we believe. Yes, there is a part of every one of us that doubts. Yes, there are times that we question, particularly when a loved one becomes gravely ill or dies. But we still believe.
In the second reading St. Peter also addresses us: Although you have not seen him, you love him; and even though you do not see him now, you believe in him and rejoice with an indescribable and glorious joy, for you are receiving the outcome of your faith, the salvation of your souls[5].
You and I need to pray for faith every day of our lives. We have been exposed to the deepest mysteries of God. We have been called to the sacraments. We need to pray for the faith to accept the sacraments. Faith is the one gift we can be sure of receiving if we ask the Lord for that which we really need.
We worship our Lord not because we have great faith, but because we need great faith.
Blessed are we who have not seen but believe.

[1] Sunday 30th March, 2008, 2nd Sunday of Easter. Readings: Acts 2:42-47. Give thanks to the Lord for he is good, his love is everlasting-Ps 117(118):2-4, 13-15, 22-24. 1 Peter 1:3-9. John 20:19-31.
[2] The Immaculate Conception is, according to Roman Catholic dogma, the conception of Mary, the mother of Jesus without any stain of original sin, in her mother's womb: the dogma thus says that, from the first moment of her existence, she was preserved by God from the lack of sanctifying grace that afflicts mankind, and that she was instead filled with divine grace. It is further believed that she lived a life completely free from sin. Her immaculate conception in the womb of her mother, by normal sexual intercourse (Christian tradition identifies her parents as Sts. Joachim and Anne), should not be confused with the doctrine of the virginal conception of her son Jesus.
[3] Cfr John 20:27.
[4] Idem.
[5] 1 Peter 1:8 ss.
Ilustration: Georges Rouault, Lord, it is You, I know You, (1922-1927), Engraving.
Georges Rouault (1871-1958) is uniquely a religious artist, and by some, is considered the most important 20th century Christian artist. He is an artist who has combined genuine faith with modern sensibility: "My ambition is to be able to some day paint a Christ so moving that those who see Him will be converted. He was born on May 27, 1871 in Paris, into a Catholic home. His first job was as an apprentice in a stained glass factory, but he soon left to study painting in the Ecole des Beaux-Arts. His painting teacher, Gustave Moreau, had a great influence on his life. His life was changed and his sensitivity as an artist was transformed under the influence of Leon Bloy, Jacques and Raissa Maritan, leading him to an evangelical Catholicism. As a Catholic he believed the teaching of the gospel as a solution to the problems of the day. He painted the crucified Christnot as a remote event in the past or some vague traditional symbol, but as the expression of faith that is real.The 58 plates of the Miserere, fifteen of which are in this show, were created mainly in the 1920's to be published by Ambroise Vollard. Probably no artist achieved so much in printmaking as Rouault in his Miserere series. The black and white prints werecreated by Rouault using nearly every known process of etching and engraving. Through the photoengraving process he establisheshis base work on the metal plate. This base disappears almost entirely under the extensive handwork, using aquatint, roulette, drypoint line,direct biting with acid, and scraping away parts of the original photoengraved work. Thus, he technically produced one of the most significant print series of the 20th century ■
Te rogamos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche, y, como ofrenda agradable, se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro,brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos. Amén ■ (exultet)

Alguien


Alguien, con mayúsculas, nos ha convocado a la existencia. Y Alguien nos convocará a la eternidad. Nos acogerá en un encuentro difícil de explicar. Será algo parecido a aquel encuentro que hace siglos tuvieron Jesús y la Magdalena, junto al sepulcro vacío. Ella estaba desolada y confusa, cree que ese Hombre es un jardinero que se ha llevado el cuerpo de quien tanto amaba. Le pregunta sin mirarle al rostro “¿dónde ha puesto el cuerpo que estaba en el sepulcro?....Él le dice solamente “¡María!”. Y ella vuelve la cabeza enloquecida. Si una mujer ha llorado de alegría alguna vez, si alguien sabe qué significa estallar de gozo y de felicidad, tuvo que ser ésta. Algo parecido nos sucederá a nosotros. En el momento que pensemos que todo se ha hundido para siempre, que nuestro sepulcro está vacío y que nada tiene sentido, Alguien, junto a nosotros, pronunciará nuestro nombre y entonces…¡qué locura!, ¡el pecho estallará y nuestros ojos serán fuegos artificiales de alegría!. Y una eternidad llena de nuestras lágrimas de gratitud. Alguien siempre está muy cerca ■

Domingo de Pascua


Este año celebramos la Resurrección del Señor muy pronto en el calendario; de hecho pasaran mas de 150 años hasta que llegue tan temprano –en el año 2160 para ser exacto. Espero celebrar la Pascua en el cielo, y como sacerdote que soy, quisiera que todos los estamos hoy aquí lo hiciéramos juntos, delante de Dios, en la eternidad[1].

¿Qué es la eternidad? Tema difícil de explicar, sin duda. La vislumbramos en el domingo de Pascua y durante estos cincuenta días. Jesús ha sido transformado en forma radical y nosotros también, si estamos en Él y nos dejamos conducir por Su espíritu.

La vida eterna es simplemente la continuación de algo que ya empieza en esta vida. Hace una semana, al celebrar el domingo de Ramos, escuchamos la voz del Señor diciendo no se haga como yo quiero, sino hágase tu voluntad.[2] El Señor aceptó la voluntad del Padre aun cuando le iba a costar un terrible sufrimiento.

Para comprender las verdades espirituales, a veces es bueno echar mano de las realidades terrenas. Dante Alighieri, el gran poeta italiano, quizá pueda ayudarnos[3].

Él escribió una obra llamada La Divina Comedia.[4] Allí cuenta, entre otras cosas, un viaje al fondo del infierno, la subida al monte de purgatorio y finalmente llega a las esferas del cielo. En la parte más baja de aquella esfera celestial están aquellos que no cumplieron con la voluntad de Dios, pero que se arrepintieron sinceramente antes de morir. En ese lugar Dante encuentra a una mujer que le parece familiar, se llama Piccarda. El poeta empieza a hablar con ella y en algún momento le pregunta si las almas que están allí no son en realidad infelices, si no desearían un lugar en alguna parte más alta del cielo. Piccarda sonríe y le explica que la esencia del cielo es habitar en la voluntad santa de Dios. Luego le dice quizá la frase más famosa de de toda la Divina Comedia: En la voluntad de Dios está nuestra paz.

Su voluntad es nuestra paz. Tal cual. El cielo, la vida eterna, significa abrazar, ya desde ahora, la voluntad de Dios en nuestra vida.

Que a lo largo de éstos cincuenta días del tiempo pascual busquemos momentos para encontrarnos a solas con Jesús en la oración. La Capilla del Santísimo Sacramento es un estupendo lugar. Esta abierta veinticuatro horas al día. En la oración y solamente en el silencio de la oración encontraremos sentido de nuestra vida, y la fuerza que nos hace falta para sonreír pero sobre todo para abrazar la voluntad de Dios. Su voluntad es nuestra paz.

En ésta mañana de Pascua volvemos también la mirada a la Virgen Santísima y le pedimos que nos lleve hasta su hijo, para que podamos decirle con un corazón renovado:

Jesús, presente y vivo en tus hermanos,
acoge nuestras manos en tus manos,
conduce el caminar de nuestras vidas
por sendas de vivir ya redimidas.

Recibe, Padre santo, la alabanza
del pueblo que te aclama en la esperanza
de ser junto a tu Hijo eternamente
reunido por tu Espíritu clemente
[5]

[1] Homilía pronunciada el 24.III.2008, Domingo de Pascua, en St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[2] Cfr Lc 22, 42.
[3] Dante Alighieri (Florencia, 14 de mayo de 1265 – Rávena, 14 de septiembre de 1321) fue un poeta florentino italiano. Su obra maestra, La Divina Comedia se considera una de las obras máximas de la literatura universal producida en Europa durante la Edad Media.
[4] Cada una de sus partes está dividida en cantos, a su vez compuestos de tercetos. La composición del poema se ordena según el simbolismo del número tres: tres personajes principales, Dante, que personifica al hombre, Beatriz, que personifica a la fe, y Virgilio, que personifica a la razón; la estrofa tiene tres versos y cada una de las tres partes cuenta con treinta y tres cantos.Dante Alighieri llamó comedia a su libro pues, de acuerdo con el esquema clásico, no podía ser una tragedia, ya que su final es feliz. El libro suele presentarse actualmente con un gran cuerpo de notas que ayudan a entender quiénes eran los personajes mencionados. Estos comentarios incluyen interpretaciones de las alegorías o significados místicos que contendría el texto, que otros prefieren leer como un relato literal. Esta tendencia se acentuó en el siglo XX entre los exegetas y críticos de "La divina comedia", muchos de los cuales sostienen que Dante narró una historia en el mundo material de ultratumba tal como se lo concebía en su tiempo. Miguel Asín Palacios, por otra parte, destacó la importancia de la escatología musulmana en la estructura del Infierno dantesco. La mejor traducción española en verso es la del poeta, crítico y traductor Ángel Crespo.
[5] Cfr http://www.liturgiadelashoras.org
Ilustracion: PRETI, Mattia Preti, Cristo en la gloria, (1660), óleo sobre tela, 220 x 253 cm, Museo del Prado (Madrid).

Easter Sunday


Happy Easter! Today just one question it’s important: What is eternal life? We get some glimpse on Easter Sunday -and throughout the fifty days of the Easter season. Jesus has been transformed in a radical way –and so will we, in him. But, in spite of the great change, there will also be continuity[1].

[Brothers and sisters] Eternal life will continue something that begins in this life. A week ago, on Palm Sunday, we received some hints. We heard Jesus' prayer, Not as I will, but your will be done![2] He accepted the Father's will even though it meant terrible suffering. And St. Paul told us that because of his obedience, the Father greatly exalted him[3]. For Jesus eternal life means perfect union with the Father's will.

Something similar applies to you and me. Eternal life means that we become sons and daughters of God -in Jesus. This is a hard concept to grasp. The Italian poet, Dante Alighieri can help us[4]. He wrote a beautiful poem called the Divine Comedy[5]. It tells about his journey into the depths of hell, then his arduous climb up the seven story mountain of purgatory. Finally he gets up to spheres of heaven. The lowest area of course belongs to the moon. In that field are those who broke their vows, but repented before they died. There Dante meets a woman who he recognizes. Piccarda is her name. Dante asks her if the souls on this lowest sphere aren't perhaps a little bit unhappy, maybe they yearn for a higher place in heaven. But Piccarda gently smiles and she seems "to glow with the first fire of love." She explains to Dante that the essence of heaven is to dwell within God's holy will. Then she speaks what is the most famous single verse in the Divine Comedy, In his will is our peace.

His will is our peace. This does not mean God absorbs or destroys our individual wills. What it means is that a person discovers the power and freedom of his own will -by aligning it with God's will.

Heaven, eternal life, means to embrace the Father's will –in Jesus. That has to begin now, here on earth, or it will never begin.

I invite you during these fifty days of Easter to find some time apart for prayer. Our Blessed Sacrament Chapel is a wonderful place. It is open twenty-four hours a day. You will not regret the time you spend in prayer. Take time to talk with Our Lord. Everything will go better. But above all you will desire to embrace the will of the Father - in Jesus. In his will is our peace.

I would like to conclude this Easter homily with one of the most beautiful hymns of the Liturgy of the hours:

This is the day the Lord has made;
He calls the hours his own;
Let heaven rejoice, let earth be glad,
And praise surrounds the throne.

Today he rose and left the dead,
And Satan’s empire fell;
Today the saints his triumph spread,
And all his wonders tell.

Hosanna to th’anointed King,
To David’s holy son:
Help us, O Lord! Descend and bring
Salvation from Your throne.


[1] Sunday 23rd March, 2008; Easter Sunday. Acts 10:34, 37-43. This is the day the Lord has made; let us rejoice and be glad-Ps 117(118):1-2, 16-17, 22-23. Colossians 3:1-4 / 1 Corinthians 5:6-8. John 20:1-9. [St Turibius de Mongrovejo].
[2] Cfr Lk 22:42.
[3] Cfr Phil 2: 9-11.
[4] Dante Alighieri, or simply Dante (1265-1321), was an Italian poet from Florence. His central work, the Divina Commedia is considered the greatest literary work composed in the Italian language and a masterpiece of world literature. In Italian he is known as "the Supreme Poet" (il Sommo Poeta). Dante, Petrarch and Boccaccio are also known as "the three fountains" or "the three crowns". Dante is also called the "Father of the Italian language". The first biography written on him was by Giovanni Boccaccio (1313–1375), who wrote the Trattatello in laude di Dante.
[5] The poem's imaginative vision of the Christian afterlife is a culmination of the medieval world-view as it had developed in the Western Church. It helped establish the Tuscan dialect in which it is written as the Italian standard.
Ilustration: Flemish Unknown Master, Resurrection (c.1400), Tempera on wood, 33,1 x 21,2 cm, Museum Mayer van den Bergh (Antwerp).

Jueves Santo

Los racionalistas del s. XIX[1] dirigieron todos sus fuegos y el rencor que llevaban dentro contra los textos que narran la institución de la Eucaristía[2], e hicieron preguntas que tambaleaban a cualquiera ¿Realizó realmente Jesús la doble acción, sobre el pan y el vino durante su última cena? ¿Se trata de algo realmente histórico o es un algo añadido tomado de las primitivas liturgias cristianas? ¿Quiso realmente Jesús establecer un rito estable y permanente o se limito a unos gestos simbólicos de fraternidad y amistad que, luego, fueron ritualizados, institucionalizados, por los cristianos?[3].

Es mucho más útil y mucho más positivo plantear la cuestión desde otro punto de vista mucho menos amargo y sobre todo menos crítico. Desde el punto de vista de aquellos hombres que compartían esa noche la mesa con el Señor.

¿Comprendieron Pedro y los once en aquel momento que Jesús estaba ordenándoles de sacerdotes, transmitiéndoles su poder? Jesús no pudo mandarles hacer algo imposible, sin darles, al mismo tiempo, el poder de hacerlo. Su orden –haced esto en memoria mía- era ¡una ordenación! Todo aquello era menos y nada más que la coronación de la vocación nacida tres años antes[4]. Jesús les había iniciado en su doctrina; les había hecho participar de su misión; les había convertido en pescadores de hombres; había dicho con fuerza que no eran ellos quienes le habían elegido a él, sino que era él quien les había elegido; les había recordado –¡con qué ternura lo haría!- que ya no eran sus servidores, sino sus amigos[5]. Ahora era la coronación de todo: les mandaba que hicieran lo mismo que él acababa de hacer y, con ello, les capacitaba para hacerlo.

Desde aquel momento, sus apóstoles empezaban a ser sus sucesores, sus prolongadores. Y la cena dejaba de ser algo ocasional para convertirse en una institución permanente. Cuando él faltara, seguiría en la Iglesia y, con ello, esta presencia suya en el pan no sería sólo para estos doce, sino para todos los que creyeran en él por los siglos de los siglos. Con la eucaristía había nacido el sacerdocio.

El Señor, al instituir la nueva alianza, da a aquellos amigos suyos –desde entonces sacerdotes- una orden muy clara y muy precisa: haced esto en memoria mía. Y esto es lo que hoy realizamos en miles y miles de altares, miles y miles de sacerdotes.

Temblando, con nuestras manos de hombres –que no son santas ni venerables, como las del Maestro[6]- levantamos y repartimos el pan. Y a veces no lo entendemos. Quizá en nuestro rostro se puede ver la misma sorpresa de los primeros discípulos, pero el milagro se vuelve a repetir: Jesucristo vuelve a ser alimento para los suyos, y él sigue estando en medio de los que creen en él como en aquella noche de víspera de morir.

La tarde de Jueves Santo, al visitar al Señor en el Monumento, es un espacio bueno para agradecer el sacerdocio ministerial, para recordar a aquellos que ya llevan muchos años en la entrega diaria del servicio y del ministerio y que no sólo no pierden la alegría sino que cada día se ven más felices y más llenos. Y por nuestros hermanos sacerdotes ancianos que en profunda paz contemplan lo que ha sido su vida y esperan con serenidad un premio maravilloso que ya casi tocan con sus almas. Y por los que tienen mucho fruto en su trabajo y en los que no logran identificarse con su actual misión. También por los que están pasando por un momento difícil y la gente no quiere darles la comprensión y el cariño que merecen. Y por los que han tenido un tropiezo o un error y los que lo saben no quieren perdonarlos aunque ellos se hayan pasado la vida perdonando.

Tarde de Jueves Santo: fiesta de la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial, un espacio, también, para llenarse de esperanza y de alegría y recordar lo dicho por Dios hace miles de años por boca Jeremías, su profeta:

nunca le faltará a David un descendiente para ocupar el trono de la casa de Israel. Nunca les faltarán descendientes a los sacerdotes levitas para presentarse ante mí y hacer subir el holocausto, y hacer humear la oblación, y para celebrar el sacrificio cotidiano[7].

[1] Fundamentalmente Lammenais, Bautain, Hermes y Günter
[2] Cfr Mt 26, 26.
[3] Homilía para el Jueves Santo del 2008.
[4] Cfr Mc 1,17.20.
[5] Cfr Jn 15, 9. 16
[6] Accepit panem in sanctas ac venerabilis manus suas, del Canon, del Misal Romano.
[7] 33, 17-18.
Ilustración: Sadao Watanabe, La Última Cena (1984) Japón, colección particular.

Viernes Santo



En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;

pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,

cuando veo los tuyos destrozados?

¿Cómo mostrarte mis manos vacías,

cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,

cuando en la cruz alzado y solo estás?

¿Cómo explicarte que no tengo amor,

cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,

huyeron de mí todas mis dolencias.

El ímpetu del ruego que traía se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,

estar aquí, junto a tu imagen muerta,

ir aprendiendo que el dolor es sólo

la llave santa de tu santa puerta.
Ilustración: George Rouault, Miserere series, Plate 20: Sous un Jésus en croix oublié là

Viernes Santo


Pensando en que cada quién dedicará su propio tiempo y espacio a la persona del Señor que muere en la cruz, querríamos dedicar unas líneas a uno de los personajes más entrañables de éstos días: Pedro. Ese Pedro impetuoso y apasionado. Ese Pedro columna de la Iglesia. El Pedro enamorado.

A Pedro le va mal aquellos días. En el Huerto de los olivos –el comienzo de la Pasión- había intentado defender a su Maestro, pero la orden de Jesús de que volviera la espada a la vaina lo había dejado desconcertado[1]. Se llevan a Jesús y Pedro va, junto a Juan, a casa del sumo sacerdote.

Y las cosas empiezan a complicarse aún más. Pedro procuraba pasar inadvertido. Y quizá pensó que la mejor manera sería hacer lo que hacían los demás. Se acercó al fuego con todos y tendió sus manos hacia las llamas. El resto de la escena la recordamos bien: cuando le reconocen comenzó a echar imprecaciones y a jurar que no conocía a ese hombre que decían[2].

Podríamos llamar sin duda a ésta la noche de las miradas. Después de aquellos juramentos de Pedro las puertas del tribunal se abrieron y Cristo salió, empujado, entre un grupo de soldados. Fue en éste momento cuando el gallo cantó por segunda vez. Esta vez su grito se clavó en el alma de Pedro, que recordó las palabras de Jesús en la cena: Antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres[3]. La voz del gallo fue para Pedro como un relámpago que iluminó hasta el fondo de su alma. Y, en un segundo, midió lo profundo de su traición.

Sin embargo, no tuvo mucho tiempo para pensar. Justamente en aquel momento, Jesús, con las manos atadas, golpeado por quines le conducían, pasaba delante de él. Y volviéndose, el Señor miró a Pedro[4]. No debió ser ¡claro que no! una mirada de reproche, sino de infinita compasión. Y Pedro se sintió sobrecogido. Cuado quiso devolver esa mirada, Jesús ya se había alejado entre empujones. Pedro sintió entonces que sus ojos se llenaban de lágrimas.

Todo hay que decirlo: si es difícil entender el por qué de la traición de Judas, es mucho más complicado comprender qué llevo a Pedro a unas negaciones así. ¿El miedo? ¿No amaba Pedro apasionadamente a su Maestro? ¿Mentía al asegurar que estaba dispuesto a morir por él? ¿Eran falsas sus promesas de fidelidad?

En Pedro se da una mezcla extraña de amor y desamor. Si no hubiera amado al Maestro no había entrado en el patio del sumo sacerdote; si le hubiera amado con suficiente coraje, no hubiera vacilado en presentarse como discípulo suyo. Si en él no hubiera mandado el desamor, a estas horas estaría escondido con los demás apóstoles. Y si el desamor no hubiera habitado en él, jamás habría llamado a su maestro ese hombre. Su alma era, en esos momentos ¡ay! ese extraño pozo que suele ser el corazón humano. A la hora de las promesas entusiastas, bajo su corazón seguía latiendo una ingenua confianza en sí mismo. Y, a la hora de las traiciones, bajo sus negaciones seguía sangrando un corazón amante.

Ese amor de Jesús era el que iba a salvarlo. Por eso, los ojos de Jesús, que no lograron desarmar a Judas, produjeron un vuelco en el corazón de Pedro.

Nunca más olvidaría esa mirada. Había sido tan tierna como la que dirigiera a Judas en el huerto. Era una de esas ternuras mucho más irresistibles que el enojo. En aquellas décimas de segundo Pedro revivió dentro de sí los últimos tres años de su vida. Le pasaron por delante muchos momentos entrañables: la pesca milagrosa[5], el momento en que Jesús le da el sobrenombre de Pedro[6], su escándalo ante la pasión[7], la curación de su suegra[8], la unción en Betania[9]. Todo. Se sentía el más desdichado de los hombres por haber negado a aquel en quien había puesto toda su confianza, aquel a quien había entregado su vida, aquel en quien se fundamentaba y tenía sentido todo su ser y su existencia.

Comentando la Pasión del Señor, Papini pone en boca de Jesús estas palabras:

«También tú, que has sido el primero, en el que más he confiado; el más duro, pero el más inflamable; el más ignorante, pero el más ferviente; también tú, Simón, el mismo que proclamaste cerca de Cesarea mi verdadero nombre; también tú que conoces todas mis palabras y que tantas veces me has besado con esa misma boca que dice que no me conoce; también tú Simón Piedra, hijo de Jonás, reniegas de mí ante los que se disponen a matarme? Tenía razón aquel día al llamarte escándalo y reprocharte que no pensabas según Dios, sino según los hombres. Tú podías, al menos, desaparecer, como han hecho los demás, si no te sentías con fuerza para beber el cáliz de infamia que tantas veces describí. Huye, que no te vea más hasta el día en que esté verdaderamente libre, y tú verdaderamente rehecho en la fe. Si tienes miedo por tu vida ¿por qué estas aquí? Y si no tienes miedo ¿por qué me rechazas? Judas, al menos en el último momento, ha sido más sincero que tú; ha ido con mis enemigos, pero no ha negado que me conociese. Simón, Simón: te había dicho que me dejarías como los demás; pero ahora eres más cruel que los demás. Te he perdonado ya en mi corazón; perdono a todos a quienes me hacen morir, y te perdono a ti y te amo como te he amado siempre. Pero ¿podrás tú perdonarte a ti mismo?».

Por eso las lágrimas subieron a sus ojos. Para mayor asombro de Pedro eran lágrimas mansas. Podía haber sentido algo parecido a la angustia, pero sólo experimentaba una inmensa tristeza por sí mismo. Y al mismo tiempo una enorme pobreza. En otras circunstancias, hubiera pensado que sus lágrimas eran algo heróico; se hubiera complacido en su arrepentimiento, como antes en su traición. Habría comenzado a darse grandes golpes de pecho. Pero ahora ni como malo se sentía grande. Era pequeño hasta en sus lágrimas.

Ni siquiera sintió la tentación de un arrepentimiento espectacular: comenzar a gritar que había mentido, que él era el discípulo de aquel hombre, que deseaba morir a su lado. Ahora no se sentía digno de nada. Lloraba simplemente, como un niño avergonzado. Se dirigió a la puerta tambaleándose. San Mateo lo dice con una fuerza impresionante: Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente[10].

En aquel momento –empezaba a alborear- se dio cuenta de que aún tenía que comenzar a ser discípulo de Jesús. Pero, al mismo tiempo, tuvo la absoluta certeza de que un día le amaría de veras.

No volveremos a encontrarnos con Pedro hasta la mañana del domingo cuando en compañía de Juan va al sepulcro y se convierte en testigo de la resurrección[11]. El relato no nos dice dónde ha pasado la noche del viernes ni todo el sábado. Es muy posible que en compañía de la Virgen y de los demás apóstoles –la bendita fraternidad apostólica, la bendita fraternidad cristiana- meditando todo lo que ha sucedido y preparándose interiormente para los acontecimientos que vendrían después con la certeza de que el corazón amante de Jesús seguía queriéndole, seguía contando con él para que fuera su columna, su fundamento, su roca.

Pedro –ese Pedro impetuoso y apasionado. Ese Pedro apóstol de Jesús y columna de la Iglesia. Ese Pedro enamorado- pronto tendría la oportunidad de restañar las heridas que con su negación había hecho al corazón del Señor[12], y lo haría en un sitio entrañable para él y para los otros, mucho más para Jesús: el mar de Galilea, aquel lugar donde tres años antes le habían visto por primera vez[13]. Nuevamente el texto evangélico se vuelve entrañable y humano: Y le llevo donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas –que quiere decir piedra[14].

[1] Cfr Jn 18, 11.
[2] Mc 14, 71.
[3] Jn 13, 38; Lc 22, 34.
[4] Lc 22, 61.
[5] Lc 5,11.
[6] Mt 16, 18.
[7] Id v. 21.
[8] Mt 8, 14-17; Mc 1, 29-31; Lc 4, 38-41.
[9] Mt 26, 6-13; Mc 14, 3-9; Jn 12, 1-11.
[10] 26, 75.
[11] Cfr Jn 20, 2.
[12] Id., 21, 15.
[13] Id., 1, 41.
[14] Id., v. 42

Sábado Santo


Durante el Sábado Santo, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando en su pasión y muerte, y se abstiene de celebrar el Sacrificio de la Misa, por lo que conserva el altar completamente desnudo hasta que después de la Vigilia solemne de la Resurrección se desborda de alegría pascual, cuya exhuberancia se extiende durante los cincuenta días siguientes[1].

Sábado santo: el día en que el Rey duerme, y la Iglesia cuida ¡vela! ése sueño. La Liturgia de las Horas lo expresa con una belleza incomparable:

Venid al huerto, perfumes,
enjugad la blanca sábana:
en el tálamo nupcial
el Rey descansa

Muertos de negros sepulcros,
venid a la tumba santa:
la Vida espera dormida,
la Iglesia aguarda

Llegad al jardín yaciente, creyentes,
tened en silencio el alma:
ya empiezan a ver los justos
la noche clara

Oh dolientes de la tierra,
verted aquí vuestras lágrimas:
en la gloria de este cuerpo
serán bañadas.

Salve, cuerpo cobijado
bajo las divinas alas;
salve, casa del Espíritu,
nuestra morada. Amén
[2].

De todos los problemas con que el hombre se enfrenta, la muerte es el más duro de todos. Terrible es la injusticia; espantoso es el dolor; amargo el amor que no llega a su meta o se ve un día traicionado. Pero es la muerte lo que lo entenebrece todo lo demás.

Y la muerte es aún más dolorosa por lo que interrumpe que por lo que es. ¿De qué sirve un gran amor que ha de durar sólo unos pocos años? ¿Para qué luchar, si toda lucha ha de terminar y buena parte de sus frutos no serán disfrutados por el que lucha?. No es mala la muerte por lo que es. A su luz todo se hace relativo y el hombre se ve obligado a pensar si vale la pena encarnizarse, sufrir, sangrar, llorar, gastarse, por bienes tan absolutamente pasajeros.

Porque –y todos me darán la razón- todo cambiaría si tuviésemos la certeza interior de que las cosas continúan de algún modo «del otro lado».

Por eso este misterio –el de saber qué hay o qué no hay después- es aún más hondo que el de la muerte, más desconcertante. ¿Qué hay tras esa puerta? ¿Hay verdaderamente algo?

Y el problema desciende hasta lo más personal e íntimo de cada uno, de cada una. Cuando yo haya muerto ¿todo habrá acabado para mí? ¿Seguiré existiendo de algún modo, en algún sitio? ¿Continuaré siendo el hombre que soy, tendré memoria, mantendré de algún modo mis ilusiones de hoy, prolongaré, de alguna manera, mi obra, mis amores?

Todo esto se hace más agudo y más doloroso con respecto a aquellos que amo. Muchos han muerto ya. ¿Existen de alguna manera? ¿Siguen recordándome como yo les recuerdo, me aman aún como yo les amo? Esta memoria mía, este cariño hacia ellos que se mantiene en mí, obstinado, pertinaz ¿es simplemente humo y sueño? ¿O hay en algún sitio un recuerdo que responde a mi recuerdo, un amor que corresponde a mi amor? Y aquellos que hoy amo y que aún viven ¿podrán borrarse definitivamente mañana? ¿dejarán un día de amarme para siempre? Si mañana murieran ¿ya nunca más me reuniría con ellos? Y si me reuniera ¿me reconocerían? ¿Seguirían ellos siendo «ellos» y yo continuaría siendo «yo»? ¿Nuestro amor de hoy tendría un nuevo capítulo, tal vez inacabable?

Muy posiblemente preguntas como éstas rondaban la cabeza de los amigos de Jesús aquella tarde del sábado en Jerusalén. Habían entregado al Maestro la totalidad de sus vidas. No solo sus aspiraciones religiosas, sino todo su ser. Por él habían abandonado sus familias, sus medios de vida. Le habían seguido con una gran entrega, aún dentro de sus miedos, de sus fallos, de su traición final. Creían en él con la cabeza, con el corazón, con la fe, con sus mismos cuerpos. El era todo. Con él giraba el sentido del mundo.

Y ahora había muerto ¿o sólo dormía? Aquella cruz no era para ellos sólo la muerte de un amigo: no era siquiera la pérdida de un amor; era el hundimiento mismo de todo el mundo. Con su muerte lo perdían todo y empezaban a preguntarse si, al morir, no habrían muerto ellos también.

¿Es que no se acordaban de la resurrección de Lázaro sucedida pocos días antes? ¿No estaba Lázaro acaso junto a ellos en esas horas? Quizá acudieron a verle y a tocarle. Ellos habían percibido el olor de su cadáver, ellos le habían visto salir de la tumba[3]. ¿Y por qué no Jesús?

Duro misterio éste de la muerte, misterio que hoy, Sábado Santo, tenemos la oportunidad de contemplar, de meditar, con la maravilla que supone hacerlo junto al Rey que duerme, que no ha muerto, que ha de resucitar. Para siempre.

[1] Homilía preparada para el Sábado Santo, 22.III.2008
[2] Himno del oficio de Laudes del sábado Santo, de la Liturgia de las Horas, p. 478 de la edición para América Latina.
[3] Cfr Jn 11, 1-45.


Ilustración: Jean-Jacques Henner, Jesús en la tumba (1879), óleo sobre tela, Musée d'Orsay (Paris)

Alguien

Alguien, con mayúsculas, nos ha convocado a la existencia. Y Alguien nos convocará a la eternidad. Nos acogerá en un encuentro difícil de explicar. Será algo parecido a aquel encuentro que hace siglos tuvieron Jesús y la Magdalena, junto al sepulcro vacío. Ella estaba desolada y confusa, cree que ese Hombre es un hortelano que se ha llevado el cuerpo de quien tanto amaba. Le pregunta sin mirarle al rostro “¿dónde ha puesto el cuerpo que estaba en el sepulcro?....Él le dice solamente “¡María!”. Y ella vuelve la cabeza enloquecida. Si una mujer ha llorado de alegría alguna vez, si alguien sabe qué significa estallar de gozo y de felicidad, tuvo que ser ésta. Algo parecido nos sucederá a nosotros. En el momento que pensemos que todo se ha hundido para siempre, que nuestro sepulcro está vacío y que nada tiene sentido, Alguien, junto a nosotros, pronunciará nuestro nombre y , entonces…¡qué locura!, ¡el pecho estallará y nuestros ojos serán fuegos artificiales de alegría!. Y una eternidad llena de nuestras lágrimas de gratitud. Alguien siempre está muy cerca ■
Ilustración: Federico Barocci (1535 - 1612), Cristo y María Magdalena (Noli me tangere), 1590, óleo sobre tela, 259 x 185 cm, Düsseldorf Gallery.

Domingo de Pascua


Seguramente todos coincidimos en que hablar de la resurrección del Señor con palabras humanas, es como interpretar a Bach con las cuerdas de un peine: el resultado será siempre muy pobrecito. Aún así se hace necesario decir algo para la reflexión de éste domingo, el más importante del año, aquel del que toman su nombre los demás domingos del ciclo litúrgico.

Hay un aspecto –fundamental- en el que nos detenemos poco cuando reflexionamos o escribimos sobre la resurrección del Señor: lo que ésta tiene de salvación para el resto de la humanidad.

Posiblemente nos quedamos únicamente con la idea del mero hecho histórico; con el fresco y alegre domingo de Pascua; con la sensación de que ha terminado la Semana Santa y todo se vuelve más amable y más luminoso.

Y es que la resurrección de Cristo no termina en él. San Pablo lo dice con gran claridad, y presenta este triunfo como una primicia, puesto que por un hombre ha venido la resurrección de los muertos[1] y en Cristo serán llevados todos los hombres a esa Vida con mayúscula que él inauguró.

Y es que la resurrección de Jesús no termina en él. Jesús realiza en su resurrección la humanidad nueva. Eso es lo maravilloso. La realiza y la inicia. Porque sigue resucitando en cada hombre que, al incorporarse a esa resurrección, entra a formar parte de esa humanidad nueva que no vencerá a la muerte.

Por todo ello la resurrección de Jesús –ésta gran fiesta que hoy celebramos- es el centro vivo de nuestra fe. Porque ilumina y da sentido a toda la vida de Cristo. Porque salva y da sentido a todas las vidas de cuantos se incorporan a él. Hablar de su triunfo sobre la muerte es hablar de nuestra resurrección. Es dar la única respuesta válida y sensata al problema de la vida y de la muerte de los hombres.

Nada necesita tanto de nuestro mundo hoy como entender y hacer propia la resurrección de Jesús. Nada iluminará tanto nuestras vidas. Nada aquietará nuestros pobres y temblorosos corazones de hombres y mujeres temerosos ante la muerte.

Bonhoeffer, que sabía mucho de éstas cosas, lo dijo con un texto emocionante:

¿Pascua? Nos preocupamos más de morir que de la muerte. Concedemos mayor importancia a la manera de morir que al modo de vencer la muerte. Sócrates supo morir, Cristo venció a la muerte como “el último enemigo”. Saber morir no significa vencer a la muerte. Saber morir pertenece al campo de las posibilidades humanas, mientras que la victoria sobre la muerte tiene un nombre: resurrección. No será el ars amandi, sino la resurrección de Cristo lo que dará un nuevo viento que purifique el mundo actual. Aquí es donde se halla la respuesta al “dame un punto de apoyo y levantaré el mundo”. Si algunos hombres creyeran realmente esto y se dejaran guiar así en su actuación terrestre, muchas cosas cambiarían. Porque la Pascua significa vivir a partir de la resurrección. ¿No te parece que la mayor parte de los hombres ignoran de qué viven en el fondo?[2].

Es verdad: no será el arte de hacer el amor sino la resurrección lo que dará un nuevo viento que purifique al mundo. Porque el mundo no lo ha entendido aún, el mundo es triste. Y, lo que es más asombroso, por eso somos tristes los cristianos.

Esta es, sin duda, una de las grandes paradojas de nuestro tiempo: ¿Cómo es posible que los herederos del gozo de la resurrección no lo lleven en sus rostros, en sus ojos? ¿Cómo es que, cuando celebran sus eucaristías no salen de sus iglesias oleadas de alegría? ¿Cómo puede haber cristianos que dicen que se aburren de serlo? ¿Cómo hablan de que el evangelio no les sabe a nada, que orar se les hace pesado, que aluden a su Dios como hablando de un viejo exigente cuyos caprichos les abruman? ¿Por qué extraños vericuetos de la historia fueron perdiendo ese gozo que era lo mejor de su herencia? ¿Dónde quedó su vocación de testigos de la resurrección? ¿Cómo entender que miren con angustia a su mundo, convencidos de que es imposible que las cosas terminen bien? ¿Por qué un sacerdote no está loco de alegría de serlo?

Tal vez por que lo sabía, quiso el Señor dedicar cuarenta días a explicar a los suyos ese camino del gozo por el que tanto les costaba caminar. Y es que –entiéndase bien- no bastaba con resucitar. Había que meter la resurrección por los ojos y las manos de los suyos. Y tenía que hacerlo con la obstinación de un maestro que repite y repite la lección a un grupo de alumnos…poco aplicados. ¡Ah, cuánto nos cuesta a los humanos aprender qué es ser feliz! ¡Qué tercamente nos aferramos a nuestras tristezas! ¡Qué difícil nos resulta aprender que nuestro Dios es infinitamente mejor de lo que imaginamos!....

El tiempo pascual que hoy comenzamos es, como bien dice Martín Descalzo, la terquedad de Dios luchando con la torpeza de los hombres. Cuarenta días en los que Dios muestra su verdadero rostro –no porque tenga uno falso y otro no. Días en los que actúa como el poeta que era. Jesús tenía que sacar a los suyos del aturdimiento, de su desesperanza. Debía sumergirles, primero, en la inquietud y la interrogación.

Y a partir de aquellos días la relación empezaría a cambiar profundamente: todo estaba ya más claro. Los apóstoles entendieron, por fin, sin ninguna duda posible, que su Maestro no era sólo su jefe, un taumaturgo, un profeta mayor que los demás, el mismo Mesías, sino también Dios en persona: mi Señor y mi Dios, como dirá Tomás en algún momento. Esta revelación era tan enorme que les hacía falta algún tiempo para hacerla suya, y vivir con ella para siempre.

La Iglesia –que es madre y por lo tanto tiene una profunda sensibilidad y una manera aún más profunda de expresarla- ha recogido y condensado en el Regina Coeli, la alegría que siente ésta mañana de Pascua, mañana en la que toda cobra un especial sentido.

Alégrate Reina del cielo; aleluya,
porque el que mereciste llevar en tu seno; aleluya.
Ha resucitado, según predijo; aleluya.
Ruega por nosotros a Dios; aleluya,
gózate y alégrate, Virgen María; aleluya
porque ha resucitado Dios verdaderamente; aleluya
[3].

[1] 1 Cor 15, 20-23.
[2] El texto es citado por J.L. Martín Descalzo en su Vida y Misterio de Jesús de Nazareth, de donde tomamos la mayor parte de las ideas para escribir nuestra reflexión.
[3] Mina: ésta homilía está especialmente dedicada a ti –y contigo a Miguel y a los niños- y a tu papá, que desde hace tiempo sabe más que nadie lo alegre que es el Domingo de Pascua.



Ilustración: El Greco, La Resurrección (1596-1600) óleo sobre tela, 275 x 127 cm, Museo del Prado (Madrid)

Domingo de Ramos


Igual que en el pasaje de la resurrección de Lázaro que escuchamos el domingo pasado, hoy son muchos los detalles que llaman la atención en el día que la Iglesia ha llamado desde hace muchos siglos Domingo de Ramos.[1]. Con su entrada en Jerusalén el Señor quiere sobre todo, cumplir la profecía de Zacarías:

¡Exulta (…) Hija de Sión!
¡grita de alegría, hija de Jerusalén!
He aquí que viene a ti tu rey.
Justo él y victorioso,
humilde y montado en un asno,
en un pollino, crío de asna
[2].

Esta profecía hace que la entrada del Señor en la ciudad Santa tenga una dimensión espiritual; se trata sí, de la entrada de un rey, pero de un rey mucho más espiritual que político[3].

¿Entendieron aquellos hombres y mujeres que rodeaban a Jesús el sentido religioso que Jesús quería dar a éste día? Posiblemente no. Y quizás a nosotros estos días nos suceda lo mismo.

No se trata de celebrar por celebrar el Domingo de Ramos y el resto de Semana Santa. La semana que hoy empezamos no son una serie de ceremonias más o menos largas y aburridas en algunos momentos con la que hay que cumplir para tranquilizar la conciencia.
El día en que Jesús entró en Jerusalén, hay muchas personas que gritan junto a él, no son revolucionarios, ni tampoco guerrilleros, son –como cada uno de nosotros- personas comunes y corrientes llenas de esperanza pero que no saben con mucha claridad qué es lo que esperan, ni qué es lo que desean ni tampoco sucederá los siguientes días.

Solamente aquellos que siguen con un corazón limpio y atento el curso de los acontecimientos pueden entender qué es lo que está pasando. La Santísima Virgen, como el mejor de los ejemplos.

Dejémonos guiar –con sencillez, con docilidad- por el Espíritu de Dios a lo largo de estos días. La liturgia de la Iglesia es riquísima, y tiene muchas cosas qué enseñarnos, cientos de elementos llenos de belleza[4].

Pongamos atención a cada una de las celebraciones.

El jueves celebraremos la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio –es el día de los sacerdotes-, el viernes la muerte del Señor en la cruz. El sábado, la Iglesia permanecerá en silencio junto al Rey, que está dormido. Y el Domingo todo será de luz y alegría para celebrar la Pascua del Señor.

Estar atentos y encendidos es cuestión de atención y cariño. Cuestión de amor. Si lo pedimos con sencillez y humildad hoy, uniéndonos a la Iglesia –nuestra Madre y Maestra- el Señor sin duda alguna lo concederá.

[1] Homilía pronunciada el 16.III.2008, Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, en St. Matthew Catholic Church, en San Antonio (Texas).
[2] Seguimos la traducción propuesta por la Biblia de Jerusalén. El Mesías será humilde (‘anî) cualidad que Sofonías (3,12) atribuiría al pueblo futuro, renunciando al boato de los reyes históricos. Así, el rey mesiánico tendrá la antigua montura de los príncipes (Cfr Gen 49, 1. y se dice que el rey es justo no en el sentido de que el administrará justicia (cfr Is 11, 3-5), sino en el sentido de que será objeto de la justicia de Yahvé, es decir, de su poderosa protección (cfr Is 45, 21-25). Para comprender un poco mejor la alegría que suponía para un israelita ésta profecía es muy útil el aria que compuso Haendel para su Mesías); el texto inglés es bastante expresivo:

Rejoice greatly, O daughter of Zion;
shout, O daughter of Jerusalem: behold,
thy King cometh unto thee. He is the
righteous Saviour and He shall speak
peace unto the heathen.
[3] Y esta idea aparece acentuada por la frase de Jesús que alude a que el asnillo aún no ha servido de montura a nadie, pues los antiguos creían que un animal ya empleado en usos profanos era menos idóneo para usos religiosos.
[4] Recomendamos ampliamente la lectura de un texto escrito por el entonces Cardenal Ratzinger sobre la belleza, y que puede consultarse en línea: http://sintesis.wordpress.com/2007/03/11/ratzinger-la-contemplacion-de-la-belleza/

Palm Sunday

We begin Holy Week by focusing in on the Passion of the Lord, this year according to Matthew[1]. To many events during following days: On Thursday we will celebrate the institution of the Eucharist and the priesthood, on Friday we will zero in on the suffering and death of the Lord, then on Easter we will celebrate the triumph of Eternal Life over Physical Death.

The Passion accounts begin with the Agony in the Garden, that horrible evening when Jesus was attacked by the reality of what he was facing. He would be tortured to death as a sacrificial offering to the Father for the sins of the world, everyone’s sins, your sins and my sins. What was going through Jesus’ mind? Did He doubt that He could take upon Himself the sins of the world? Did He fear that He would deny His Father. Was He afraid for his life? Certainly, all of these fears must have attacked Him. But He was not about to give in to the temptation to make everything go away. He would suffer whatever it would take to renew the world. And He would suffer whatever it would take if He were to save only one of us. Christ died for you, and me. How sensitive are we to this reality?

See, I make all things new, we read in the Book of Revelation[2]. Gibson’s movie put these words on Jesus’ lips during the way of the cross when He meets His mother. He makes all things new. He gives our lives meaning and purpose and eternity.

He suffered for us. And what does he ask in return? He asks that we love his Father. He asks that we believe in Him. He asks that we love each other. He asks that we fight for his Kingdom. He asks that live as moral, upright people. He asks little, this Tremendous Lover who has given so much.

How can we say no to this man.

[1] Sunday 16th March, 2008, Passion (Palm) Sunday. Readings: Isaiah 50:4-7. My God, my God, why have you abandoned me?-Ps 21(22):8-9, 17-20, 23-24. Philippians 2:6-11. Matthew 26:14 – 27:66.
[2] 21:5.

Ilustration: Macha Chmakoff, Entry into Jerusalem.

V Domingo de Cuaresma

Leemos en el libro de los Proverbios que el que guarda su boca, guarda su vida[1].

En el evangelio de éste domingo –el último domingo de Cuaresma antes de la Semana Santa- aparecen varios personajes, y sólo uno de ellos guarda silencio: Lázaro. No escucharemos nunca su voz a lo largo del evangelio, y sin duda tenía muchas cosas qué decir, pues había regresado de la muerte, a la vida[2].

Con ésta actitud de silencio de Lázaro, el evangelista nos invita a reflexionar sobre la importancia que tienen el silencio y el recogimiento en nuestra vida[3].

Vivimos en una sociedad llena de ruido –interior y exterior-, un ambiente que ayuda más bien poco al recogimiento del alma y los sentidos, y sin recogimiento interior es prácticamente imposible la vida espiritual, y sin vida espiritual nos volvemos esclavos –literalmente- de la superficialidad, del materialismo; de nuestro egoísmo, en una palabra.

¿Qué mas quieres, alma, y qué más buscas fuera de ti –son palabras de San Juan de la Cruz- si dentro de ti tienes tus riquezas, tus deleites, tu satisfacción? ¿Qué más puedes desear si en ti está la fuente que te sacia?[4].

Es importante que nos esforcemos por encontrarnos a solas con nuestro Dios y con nosotros mismos, por lo menos una o dos veces a lo largo del día. No hacen falta muchos minutos, tampoco un espacio determinado. Mucho mejor si en la presencia Eucarística del Señor, pero si no es posible, cualquier lugar es bueno para guardar silencio y encontrarnos con nuestro Creador y con nosotros mismos.

Muchos hombres y mujeres, como no se encuentran con Dios ni con ellos mismos, se buscan y buscan a Dios fuera de ellos, y se entregan al culto de la confusión y del ruido, creyendo que viven cuando en realidad están llenos de ruido; y creyendo amar cuando en realidad lo único que hacen es chocar con las exterioridades del amor…

Vienen días –la Semana Santa- en los que recordaremos, mediante la liturgia los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Si hay silencio exterior e interior podremos aprovechar toda la riqueza que la Iglesia nos ofrece; si dejamos que el ruido invada nuestra vida, pobre será nuestra participación.

Quizá sea el momento de bajar el volumen –por unos días- del ipod, y visitar un poco menos Youtube,[5] que no son malos en sí, pero que quizá distraen de lo importante y lo esencial: una sola cosa es necesaria[6]: el silencio para poder contemplar, el silencio para poder entender, el silencio para poder amar. A Dios, a nosotros mismos –de una manera ordenada y correcta- y a aquellos que nos rodean y que esperan que les ayudemos a llegar a Dios.

[1] 13, 3.
[2] Homilía pronunciada el 9.III.2007, V Domingo del Tiempo de Cuaresma, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas)
[3] Una de las primeras cosas esenciales de la soledad interior consiste en la realización de una fe en la que el ser humano se hace responsable de su vida interior. Se enfrenta a todo su misterio, en presencia de Dios invisible. Y toma sobre sí la tarea solitaria, incomunicable y apenas comprensible de seguir su camino a través de la obscuridad de su propio misterio hasta descubrir que ése misterio y el misterio de Dios emergen de una misma realidad, que es la realidad única; que Dios vive en él y él en Dios; no precisamente en la forma que las palabras parecen sugerir (pues las palabras no tienen ningún poder para comprender la realidad), sino de una forma que hace que las palabras y los intentos de comunicar parezcan completamente ilusiorios ( T. MERTON, Notas para una filosofía de la soledad, ed. Cairos, p. 120)
[4] Cántico espiritual, 1, 8.
[5] YouTube es el nombre del popular sitio web que permite a los usuarios compartir vídeos digitales a través de Internet. Fue fundado en febrero de 2005 por tres antiguos empleados de PayPal: Chad Hurley, Steve Chen y Jawed Karim. YouTube es propiedad de Google, desde su compra, 10 de octubre de 2006 por 1.650 millones de dólares. YouTube usa un reproductor en línea basado en Adobe Flash para servir su contenido. Es muy popular gracias a la posibilidad de alojar vídeos personales de manera sencilla. YouTube aloja una variedad de clips de películas, programas de televisión, vídeos musicales, y vídeos caseros (a pesar de las reglas de YouTube contra subir vídeos con copyright, este material existe en abundancia). Los enlaces a vídeos de YouTube pueden ser también puestos en blogs y sitios web personales usando APIs o embebiendo cierto código HTML.
[6] Cfr Lc 10, 42.

Ilustración: Franciszek Zmurko, Lázaro durmiendo (1877) óleo sobre tela, colección particular.

Fifth Sunday of Lent

If a true friend loves at all times[1], why did Jesus delay in coming to Lazarus' home when he knew that his friend was seriously ill?[2] Well, Jesus explained that Lazarus' sickness would bring glory to God. The glory which Jesus had in mind, however, was connected with suffering and the cross. He saw the cross as his superlative glory and the way to glory in the kingdom of God, for Jesus there was no other way to glory except through the cross.
So, what is the significance of Jesus raising Lazarus from the dead? It is more than a miraculous event. It is a sign of God's promise to raise up all who have died in Christ to everlasting life. That is why Jesus asked Martha if she believed in the resurrection from the dead.

The Christian creed, which is the profession of our faith in God the Father, Son, and Holy Spirit and in the saving power of God, culminates in the proclamation of the resurrection of the dead on the last day and in life everlasting.

We should be conscious that God gives us the power of his Holy Spirit that we may be made alive in Christ. Even now we can experience the power of the resurrection of the Lord Jesus in our personal lives: the Holy Spirit is ever ready to change and transform us into men and women of faith, hope, and love, especially trough the sacraments.

The name Lazarus means God is my help, through Lazarus' sickness and subsequent death, God brought glory through Jesus his Son, on the same way our participation in the Lord's Supper in the Eucharist already gives us a foretaste of Jesus' transfiguration of our bodies. Irenaeus, a second century church father remarks: «Just as bread that comes from the earth, after God's blessing has been invoked upon it, is no longer ordinary bread, but Eucharist, formed of two things, the one earthly and the other heavenly: so too our bodies, which partake of the Eucharist, are no longer corruptible, but possess the hope of resurrection»[3].

We have to abandon the empty promises of materialism, and we have to renounce the brief thrills of sin. We have to listen to the summons to come out of the tombs we have constructed for ourselves and come into the light and life of the Lord.

The long gospel account of the raising of Lazarus prepares us for the Easter celebration by reminding us that we have been summoned to join the Lord of Life in his conquest of death.

Amen, amen, I say to you, whoever hears my word and believes in the one who sent me has eternal life and will not come to condemnation, but has passed from death to life[4].

[1] Proverbs 17:17
[2] Sunday 9th March, 2008, 5th Sun of Lent. Readings: Ezekiel 37:12-14. With the Lord there is mercy and fullness of redemption-Ps 129(130). Romans 8:8-11. John 11:1-45 [St Frances of Rome].
[3] Adv. Haeres. 4,18
[4] John 5:24
Ilustration: Corinne Vonaesch, La Résurrection de Lazare, Gospel of John Series (9)
Corinne Vonaesch, born and residing in Switzerland, is one of the most unique contemporary Christian artists of today. Her paintings are described as colorful and illuminated. The light seems to come out of the painting itself, due to the choice of colors and the design. Her personal style tends toward expressionism; but some of her works may even be seen as abstract. Corinne Vonaesch’s paintings are mainly inspired by the surrounding world and by the inner representations of the artist. They are filled with people, faces and feelings. Her main source of inspiration is the Bible. Her most notable series is the gospel of John in 21 paintings. This series is called "couleurs d’évangiles". She also illustrated the creation related in Genesis. This series is called "les sept jours de la création".

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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