Cinco panes y dos peces,
corazón multiplicado:
que a todos Jesús ha amado
y a todos llegó con creces

Alzó los divinos ojos
donde el corazón tenía,
y el Padre que lo miraba
la súplica recogía:
lo que quería Jesús
su Padre igual lo quería
por la mano del Señor
el pan a todos cundía.

La gente se recostaba
en la hierba que nacía,
y Jesús que oraba al Padre
los cinco panes partía;
y luego a los doce apóstoles
él mismo los ofrecía,
que los dieran a millares
en aquella carestía.

Comieron y se saciaron
y hubo pan en demasía,
que Jesús mandó guardar
pues nada se perdería.
Con gozo estaban cansados
ya la hora atardecía,
y volvieron a su hogar
y nadie desfallecía.

Comensales cinco mil
cuentan que eran los que había
más las mujeres y niños
en feliz algarabía;
era fiesta celestial
el pan que se repartía;
la Providencia es Jesús
y se llama Eucaristía.

Así siento y así vivo
tu misa de cada día,
Jesús de la compasión,
amor que mi culpa expía.
Jesús, misterio pascual,
que trajo toda alegría:
¡Te adoramos, Dios bondad
Humanidad, vida mía! Amén

P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

México D.F. (Tlalpan, Verbo Encarnado), 2011

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario (A)

En el evangelio de hoy vemos al Señor que al enterarse de la ejecución de Juan el Bautista decide desaparecer e irse a un sitio apartado. La gente sin embargo se va a buscarlo, porque sigue esperando cosas de él, porque le interesa lo que Jesús puede ofrecer. Y Jesús les da lo que ante todo esperaban, porque siente lástima por ellos: cura los enfermos y después, en lugar de despedirlos, él mismo los alimenta: multiplica para sus apóstoles y para ellos los panes y los peces. Y todo eso –la curación de los enfermos, el dar de comer- sin hacer ningún discurso, sin ninguna predicación. Y más de alguno podrá pensar: “¿Por qué Jesús, en lugar de dedicarse a su misión, que es la de predicar, se dedica a esas cosas estrictamente materiales? Jesús vino al mundo a hablarnos de Dios, y resulta que hoy, en el evangelio, en lugar de hacer eso se dedica a los enfermos y los cura pero sin hablar del reino de Dios, y luego alimenta a la multitud, también sin predicar nada”.

El Señor ve lo que aquellas personas necesitan. Y el hacer esto –el brindar lo más elemental- es ya para Jesús traer la salvación. Para esas personas la salvación era eso: la curación, la comida, ¡la compasión! Hoy sucede lo mismo. ¿Qué es la salvación de Dios para un padre de familia que no puede pagar colegiaturas? La salvación será encontrar un mejor trabajo; y para un enfermo que lleva días en cama, ¿qué será la salvación de Dios? Será la curación, o será por lo menos el poder vivir su enfermedad en compañía y con un poco de paz.

La salvación que Dios quiere para los hombres es que los hombres puedan gozar plenamente de la vida, a cada paso, en cada circunstancia. Y el primer paso para vivir la vida con un mínimo de dignidad es precisamente éste: tener pan para comer, tener trabajo para seguir adelante, tener libertad para expresarse y tener justicia para que esa dignidad sea verdadera; tener el gozo de sentirse atendido y querido en el dolor y en la enfermedad... todo eso es, que decimos en este país, the basics. Justo por eso empieza por aquí la salvación de Dios. Y por eso Jesús comienza por aquí su anuncio del Reino. Así, todo lo que sea luchar por estas cosas tan básicas, todo lo que sea cooperar en su realización, será ya convertir la salvación en realidad. Será, en definitiva, realizar la obra de Dios.

Desde luego que el reino de Dios no es sólo esto o no se reduce a lo que se puede contener entre las manos. El reino de Dios es el anuncio y la invitación a vivir la vida eterna. Pero ¡cuidado! Enfocarse sólo en la vida eterna descuidando lo que hace falta para vivir con dignidad es un error. Esos “te encomiendo” o “pido por ti” o esas “visitas a pobres” o esas mega-misiones que terminan en desfile de modas y cantera de fotos para redes sociales pero en las que no hay un compromiso serio; ese seguir de largo el camino sin preocuparnos si ésa persona tiene, al menos, para comer ése día, no sólo no sirven de nada, sino que son una burla y una falta de caridad. Y cuidadín también con creer que esa ayuda material a los necesitados sólo vale cuando se realiza en nombre de Dios, o en nombre de la Iglesia o alguna de sus instituciones[1]. Toda acción en favor de los demás, aun cuando no lleve, ni de lejos, el nombre de Jesús o la aprobación de la Iglesia, es valiosa a los ojos de Dios que cuida de todos los hombres, aunque parezca que a veces no está presente.

Cuando damos de comer, cuando ayudamos a los demás, imitamos al Señor. Así de fácil, así de sencillo. No se trata de una parábola. No hay nada qué glosar. Nosotros no podremos hacer milagros, como él,  pero sí podemos contribuir a mejorar la situación de personas concretas: situación de pobreza humana o de pobreza espiritual, o de las dos a la vez. Si lo hacemos así, al final de la vida –cuando seamos examinados en el amor[2]- escucharemos aquellas (entrañables y alegres) palabras: porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber[3]



[1] J. Lligadas, Misa Dominical 1981, n. 16.
[2] San Juan de la Cruz.
[3] Cfr Mt 25, 31-46. 

neW-oLd-iDeaS

Suceden tantas cosas terribles a diario que empezamos a preguntarnos si lo poco que nosotros hacemos tiene algún sentido. Cuando hay gente muriéndose de hambre a tan sólo unos pocos kilómetros de distancia, cuando hay guerras encarnizadas cerca de nuestras fronteras, cuando las personas que no tienen un hogar para vivir en nuestras ciudades son incontables, nuestras propias actividades se dirían fútiles. Pero tales consideraciones pueden paralizarnos y deprimirnos. Aquí es donde se vuelve importante la palabra llamamiento. No hemos sido llamados para salvar al mundo, resolver todos los problemas y prestar ayuda a toda la gente. Pero cada uno de nosotros tiene su propio llamamiento único, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro mundo. Hemos de seguir pidiéndole a Dios que nos ayude a ver de forma clara cuál es nuestro llamamiento y que nos dé fortaleza para vivir dicho llamamiento con confianza. Entonces descubriremos que nuestra fidelidad en una pequeña tarea es la respuesta más curativa que podemos darle a la enfermedad de nuestro tiempo H. Nouwen, Pan para el viaje.


VISUAL THEOLOGY

Saint Catherine's Monastery (Greek: Μονὴ τῆς Ἁγίας Αἰκατερίνης, Monì tìs Agìas Ekaterìnis), in Arabic دير القدّيسة كاترينا commonly known as Santa Katarina, its official name being Sacred Monastery of the God-Trodden Mount Sinai, lies on the Sinai Peninsula, at the mouth of a gorge at the foot of Mount Sinai, in the city of Saint Catherine in Egypt's South Sinai Governorate. The monastery is Orthodox. Built between 548 and 565, the monastery is one of the oldest working Christian monasteries in the world. One work within the Monastery's main church (Katholikon), decorating the sanctuary apse, is particularly notable. The subject of the Transfiguration is very appropriate to this holy site, which is associated with the two instances when God was "seen" by the Prophet Moses and by the Prophet Elijah, the latter of whom had felt God as a light breeze on Mount Horeb, below the Peak of the Decaloque).Moreover, this has been par excellence the favorite subject of the monks who aspire to holiness, to become worthy of contemplating and viewing God's ineffable glory, the increate Taborian Light ■

Eighteenth Sunday in Ordinary Time (A)

Today’s Gospel says that when Jesus heard the news about John, He withdrew to a deserted place to be by Himself[1]. Jesus often went off someplace where He could pray. What must His prayers have been after hearing about John’s death? Perhaps He was trying to understand the will of the Father for John and for Him. Perhaps He was contemplating the meaning of death. Perhaps, Jesus was considering the mystery of evil. John, the greatest prophet to live, had been put to death by pure evil. Evil would attack Jesus also, as well as the people He was gathering to Himself.  Certainly Jesus was grieving over the death of His kinsman, the one who had pointed at Him and called Him the Lamb of God[2].

Jesus would not be left alone for long, though. People sought Him out.  He could not allow His grief to keep Him from caring for the people.  He needed to feed them, in word and in deed. Like John the Baptist, Jesus would also be put to death by evil, but He would not allow Himself to be caught up in evil, caught up in the culture of death.  Jesus came to bring life into the world. He came to invite people, invite us, to join Him in the Culture of Life.

The Culture of Life is the way of living that celebrates the life we were given at our baptism, the life of God. The Culture of Life chooses the way of the Lord over all other possibilities. It considers how each decision best reflects the Presence of the Lord. We are called to the Culture of Life. We are people of life, people of hope, People of God. It is our commitment to the culture of life that allows us to view the events of our physical lives as only part of the story of our lives. We live for God.  We live for heaven. We live for eternal life. And we refused to be destroyed by the culture of death.

The culture of death only sees the here and now. It does not consider the impact of a person’s actions on his or her life or on the world in general.  It is the culture of death that says, “Have the abortion.” How many babies are killed? How many great minds were never allowed to develop? How much beauty has the world lost? How much love? And how many girls have their lives destroyed? It is the culture of death that says, “Party on.” It is the culture of death that is so pessimistic that it takes it for granted that people have no choice but to be condemned to a life that is ultimately meaningless. It is the culture of death that speaks to the young about birth control as soon as they announce that they have a girlfriend or boyfriend. The culture of death presumes that the young will not be able to control themselves. It is the culture of death that says that retirees should live together rather than marry because finances are more important than eternal life. Think about it! It is the culture of death that is the philosophical basis of the sex industry. Basically speaking, the culture of death assumes that we are animals, unable to control ourselves.

But we are not animals. We are sons and daughter of God. We have dignity. We also have a right to demand that others treat us with the Dignity we have been given at our baptism.  Whether we are thirteen or Ninety-three, we cannot allow anyone to assume that we are unable to control ourselves, assume that are condemned to live like animals, condemned to the Culture of Death.

And God says in our first reading:

Thus says the LORD:
All you who are thirsty,
come to the water!
You who have no money,
come, receive grain and eat;
Come, without paying and without cost,
drink wine and milk!
Why spend your money for what is not bread;
your wages for what fails to satisfy?
Heed me, and you shall eat well,
you shall delight in rich fare.
Come to me heedfully,
listen, that you may have life.[3]

We have been called to Life. It is all right there for us. We can choose Christ. We can choose His Way, the Culture of Life. And we can be happy, now and forever. But we must choose ■



[1] 18th Sunday of Ordinary Time A, August 3, 2014. Readings: Isaiah 55:1-3; Responsorial Psalm 145:8-9, 15-16, 17-18; Romans 8:35, 37-39; Matthew 14:13-21.
[2] Jon 1: 29.
[3] Isaiah 55. 

Tesoro escondido
en la Eucaristía,
aquí noche y día
presencia y latido.

Divino Evangelio,
tesoro escondido,
los cielos y tierra
jamás fueros dignos
de oír tal noticia,
de ver tal prodigio:
Jesús lo ha anunciado:
yo lo he recibido.

El Verbo del Padre
tesoro escondido,
no cabe en el cosmos
y cabe en mí mismo.
Muy dentro del alma
de mí lo más mío,
plantó su morada
y habita conmigo.

Dios es su Palabra,
tesoro escondido;
profetas y reyes,
por Dios bendecidos,
no vieron ni oyeron;
yo sí lo he oído,
que Dios en Jesús
Dios carne se hizo.

La Virgen purísima
lo lleva consigno;
lo cree y lo adora,
tesoro escondido.
María nos marca
lo que es el camino:
la fe y obediencia
y afecto purísimo.

Él vive, él está,
tesoro escondido,
y llena la tierra,
yo soy su testigo.
Jesús es el cielo,
que al suelo ha venido,
yo soy su discípulo
y yo lo predico.

Jesús, mi Jesús,
mi Dios escondido,
Jesús proclamado
a todos los siglos.
A ti me consagro,
pues tú lo has querido;
tu gracia me basta:
guárdame contigo. Amén

P. Rufino Mª Grández, ofmcap, Puebla, 22 julio 2011


XVII Domingo del Tiempo Ordinario (A)

En la serie de parábolas que hemos ido escuchando los últimos domingos, y con más fuerza en éstas últimas, el Señor describe al creyente como un hombre sorprendido por el hallazgo de un gran tesoro e invadido por un gozo que determina en adelante toda su conducta, “lleno de alegría” dice la traducción en castellano. Qué pena que seamos muchos los cristianos que no entendemos el evangelio como fuente de vida y alegría y buscamos la paz para nuestro corazón en otros lugares; a veces damos la impresión de que seguimos a un Dios exigente, a un Dios que hace más incómoda la vida y más pesada la existencia. En el salmo hemos recitado –o cantado en algunos lugares- Yo amo, Señor, tus mandamientos ¿lo hemos cantado con el corazón?

¿Por que escasean tanto hoy esos creyentes llenos de vida y de alegría? Lo ordinario es encontrarse con cristianos, como decía Greeley, "cuyas vidas no están marcadas por la alegría, el asombro o la sorpresa ni lo estuvieron nunca", cristianos que nunca han creído nada con entusiasmo. Es verdad, y debemos reconocerlo: nos apoyamos en la doctrina o en la Iglesia pero en nuestra vida hay poco gozo y poca sorpresa, quizá es que no hemos descubierto por experiencia propia el evangelio como el gran secreto de la vida, quizá ahí está nuestro problema, y entonces la solución esté en pedir, como el rey Salomón, la sabiduría, tomando quizá prestadas las palabras que escuchamos en la primera de las lecturas: por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón[1].

A lo largo de los siglos, los cristianos hemos elaborado grandes sistemas teológicos, hemos organizado una Iglesia universal, hemos llenado bibliotecas enteras con eruditos comentarios a toda la Escritura, pero ¿sentimos y contagiamos el mismo gozo que el hombre que halló aquel tesoro oculto, o la perla o los pescadores?

Y sin embargo, también hoy «puede suceder que un hombre se encuentre repentinamente frente a la experiencia de Dios, y que de ahí resulte un gozo arrollador capaz de determinar en adelante toda su vida» (N. Pemn), y que nos suceda lo mismo que a san Agustín y podamos decir con él: «¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti»[2].

La invitación de Dios a través de su Palabra en la liturgia de éste domingo es a «cavar» con confianza, a detenernos un momento a meditar y saborear despacio lo que con tanta ligereza a veces confiesan nuestros labios, ¡cuántas veces nos quedamos en fórmulas externas, en la superficie de los ritos, sino ahondar en nuestras vivencias, sin descubrir las raíces más profundas de nuestra fe, sin abrirnos con confianza a Dios, abandonando todo lo que tenemos y somos –bueno y malo, pequeño y grande, barro y gracia- en sus manos de Padre amoroso! Quizá hoy podamos descubrir cómo Dios puede ser fuente de vida y gozo arrollador. Quizá hoy entendamos que la renuncia y el desprendimiento no son un medio para encontrarnos con Dios sino la consecuencia de un hallazgo que se nos regala por sorpresa[3]



[1] Cfr. 1 Re 3, 5-13.
[2] Confesiones, Libro 7, 10. 18, 27
[3] J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 5 ss.

neW-oLd-iDeaS

La perfección no es para quienes se esfuerzan por sentir, parecer y actuar como si fueran perfectos: es únicamente para quienes son plenamente conscientes de que son pecadores, como el resto de los seres humanos, pero pecadores amados, redimidos y cambiados por Dios. La perfección no es para quienes se aíslan en las torres de marfil de una imaginaria impecabilidad, sino únicamente para quienes se arriesgan a empañar su supuesta pureza interior, sumergiéndose plenamente en la vida como hay que vivirla inevitablemente en este imperfecto mundo nuestro: la vida con sus dificultades, sus tentaciones, sus decepciones y sus peligros. La perfección no es tampoco para quienes viven sólo para sí mismos y se ocupan únicamente del embellecimiento de sus almas. La santidad cristiana no es meramente un asunto de recogimiento u oración interior. La santidad es amor: el amor a Dios por encima de todos los demás seres, y el amor a nuestros hermanos en Dios. Tal amor exige, en último término, el completo olvido de nosotros mismos T. Merton, La vida silenciosa

VISUAL THEOLOGY

The Spiritual Exercises of Saint Ignatius of Loyola (composed from 1522–1524) are a set of Christian meditations, prayers and mental exercises, divided into four thematic 'weeks' of variable length, designed to be carried out over a period of 28 to 30 days. They were composed with the intention of helping the retreatant to discern Jesus in his life, leading him to a personal commitment to follow him. Though the underlying spiritual outlook is Catholic, the exercises can also be undertaken by non-Catholics. The 'Spiritual Exercises' booklet was formally approved in 1548 by Paul III. The Spiritual Exercises of Saint Ignatius form the cornerstone of Ignatian Spirituality —a way of understanding and living the human relationship with God in the world exemplified in the Society of Jesus (Jesuits). Although originally designed to take place in the setting of a secluded retreat, during which those undergoing the exercises would be focused on nothing other than the Exercises, in his introductory notes, Ignatius provides a model for completing the Exercises over a longer period without the need of seclusion. The Exercises were designed to be carried out while under the direction of a spiritual director. The Spiritual Exercises were never meant only for the vowed religious. Ignatius of Loyola gave the Exercises for 15 years before he was ordained, and years before the Society of Jesus was even founded. After the Society was formed, the Exercises became the central component of the Jesuit novitiate training program, and they usually take place during the first year of a two year novitiate. Ignatius considered the examen, or spiritual self-review, to be the most important way to continue to live out the experience of the Exercises after their completion. When lay people have undergone the Exercises, this is often under the guidance of a spiritual director who is a member of the religious order of Jesuits. In contemporary experience, more and more lay people and non-Catholics are becoming both retreatants and directors of the Exercises ■

Seventeenth Sunday in Ordinary Time (A)

Most of the time the Lord spoke to the Jewish people, well versed in Hebrew scripture. The Gospel of Matthew was pointed towards Jewish Christians. Jesus is not replacing what we call the Old Testament with the New Testament.  He is combining the best of the Hebrew Scriptures with the New Way, the Kingdom of God. The wise one, the scribe of the Kingdom, therefore, knows how to use what is old and what is new[1].

            It takes wisdom to understand how to deal with the past and the present.  There are many people who idealize the past and want to return to life as it was, for example, in the fifties. There are many others who want to reject the past and concentrate only on the advancements of modern life. So, in the area of family life, the first group wants to re-create the Cleaver Family, and the second group sees a value in the Modern Family. In the area of faith, the first group wants to return to the pre-Vatican Church and the second group wants a Church without a visible structure.

            How do we best deal with the past and the present?  Well, I believe that it was the   Russian poet/philosopher, Yevtushenko, who had this insight. He said that the trick to handling the past is to know what should be brought with us and what should be left behind[2].  That is wisdom.  For example, within the Church, we should bring with us from the past devotion to the sacraments, to the Mother of God, the importance of the Catholic Family, firm standards of morality, a determination to practice the faith. What should be left behind would include the subordination of the laity, the repression of the roles of women in the faith, the glorification of the clergy, and the diminishing of the study of Sacred Scripture.

            We should also apply this to our lives.  All of us can look back on our lives and note numerous positive and multiple negative aspects of our lives.  We have got to stop persecuting ourselves by dwelling on the negatives of our past. When we do this, we are bringing the past into the present. Leave it in the e past. At the same time, it is not pride to recognize the gifts we have shown and to be sure that we utilize our potential, or make our talents real in the present.

            So, for example, a person went through a period of life when he or she behaved immorally. Then, perhaps due to a religious experience most likely occasioned by love, that person changed his or her lifestyle and became the person he or she is now. He or she said, “I am getting married now.  I am having a child now.  I need to be a person of integrity.” And that person grew up spiritually determined to live a new, dedicated Christian lifestyle.

            It would be so wrong for that person or any of us to dwell on the mistakes of the past. If sin was involved, well, remember the sacrament of reconciliation is given to us to leave the past in the past and to concentrate on the present. On the positive side, a person can look at his or her past and remember how volunteer work for the poor or sick was so important during high school or college.  Perhaps, he or she might remember how others could not deal with a dying person, but how he or she was able to sit down and chat with the sick person and see that person, not the person’s sickness.  Reflecting on this, the person says, “Hey, I can do this.  And it is important for me to use this gift God gave me.  I’m going to volunteer as an AIDS buddy or as a hospice companion.”  This is looking at the past and bringing the best with us to the present.

            Solomon prayed for wisdom. Not a bad idea. It takes wisdom to combat the challenges of life. It takes wisdom to be a good parent, a good husband, a good wife, a good priest, a good person.  It takes wisdom to discern what needs to be brought into the present and what needs to be left in the past.  Where do we get this wisdom?  The same place that Solomon received his ■



[1] 17th Sunday of Ordinary Time A, July 27, 2014. Readings: 1 Kings 3:5, 7-12; Responsorial Psalm 119:57, 72, 76-77, 127-128, 129-130; Romans 8:28-30; Matthew 13:44-52
[2] Soviet and Russian poet. He is also a novelist, essayist, dramatist, screenwriter, actor, and editor, and a director of several films.

Si yo viera la cizaña,
al punto la quitaría;
tuya es la sabiduría
y el amor que nunca engaña.

Limpia, Señor, a tu Iglesia
en esta necesidad,
aleja de ella el escándalo,
quita toda suciedad.
Mas empieza por mi casa
con infinita bondad,
y hazme andar humildemente
en pureza y santidad.

¡Ay de aquel que escandalice,
a un niño de tu heredad;
con una piedra en el cuello
debieran lanzarlo al mar.
Nunca permitas, Jesús,
que suceda tal maldad,
ver la inocencia afrentada
por perversa voluntad.

Tú que el trigo y la cizaña
distingues con claridad,
aparta todo veneno
que nos pueda malear.
No tenga derecho el fuerte,
sino solo la verdad;
no brille apariencia santa,
que no merece brillar.

Oh Señor, que santificas,
a tu Iglesia en humildad,
cúranos de la soberbia,
que es pecado original.
Y llévanos por tu senda:
trasparencia y lealtad,
y la piedad con firmeza
a quien llegare a faltar.

Los justos y pecadores
viven juntos a la par,
mas tu Esposa es toda santa,
con su vestido nupcial;
y solo santos comulgan
tras la siega universal,
y en el Reino de tu Padre
solo santos entrarán.

¡Oh Jesús, luz y belleza,
que has venido a iluminar,
santifica nuestras almas
en tu divino hontanar!
¡Vive y reina, Dios amante,
sacramento en el altar,
y sea la Eucaristía
perdón, hermosura y paz! Amén

P. Rufino Mª Grández, ofmcap.

Aguascalientes (México), Julio del 2011

XVI Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Que Jesús inaugura el Reino ya lo sabemos y quizá nos suena a agua pasada, pero poco nos detenemos en el hecho de que lejos de aparecer con el brillo de un Juez que distingue a los buenos de los malos, se nos presenta como el pastor universal, un pastor prudente y comprensivo con la miseria humana, se presenta como el Dios-hombre que vino para salvar a los pecadores, invitándonos a que nos reconozcamos como tales y ¡atención! Confiemos en su amor y en su misericordia. El Señor no excluye a nadie del Reino. A absolutamente nadie: todos son llamados, todos pueden entrar: Qui propter nos homines et propter nostram salutem descendit de caelis. Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et homo factus est, dice el Credo de manera hermosima, profunda y además poética.  

Por la actitud que mantiene durante toda su vida, el Señor encarna la paciencia divina con respecto a nosotros, pecadores, para que comprendamos que ningún pecado priva al hombre del poder misericordioso de Dios. La voluntad divina de perdón es ilimitada. El secreto de esta paciencia de Jesús es el amor. Jesús ama al Padre con el mismo amor que Él es amado, porque Él es el Hijo.

Cuando se dirige a los hombres, nos ama con el mismo amor con que nos ama el Padre. Por su naturaleza, este amor es universal, y es un amor que invita al diálogo, a la reciprocidad perfecta. Para el Señor, amar a los hombres es invitarlos a dar una respuesta de amigos, pero libremente, con un respeto infinito a lo que son. Una respuesta libre, de compañeros en el amor, una respuesta que exige tiempo porque es una respuesta única e irreducible a ninguna otra. Esta respuesta se va dando poco a poco y además su gestión constituye una verdadera aventura espiritual, en la que los más adelantados conviven con los más retrasados; el don de sí mismo con el repliegue sobre sí mismo.

El amor con que el que Jesús ama a los hombres puede calificarse de amor paciente, porque respeta por completo a los demás en su propia alteridad, en su propia manera de ser.

Y aún hay algo más. Para el Señor amar a los hombres es amarlos hasta en su pecado, hasta cuando rechazan los designios que Dios tiene sobre ellos. El pecado de los hombres es el que ha llevado a Jesús a la cruz. Esta idea está en la entraña misma del evangelio. La mayor prueba de amor es la de dar la vida por aquellos a quienes se ama. Hasta el mismo momento en que el pecado del hombre conduce a Jesús a la muerte, todavía entonces persiste el amor, se hace todavía más grande y se afirma victorioso. Por eso, durante su Pasión fue cuando la paciencia de Jesús se reveló en toda su plenitud. En el momento supremo en que los designios divinos parecen estar abocados al fracaso por la actitud de los hombres, el amor se hace completamente misericordioso: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen[1]. Jesús nos ha amado a cada uno, con nombre y apellido, hasta el último momento.

La paciencia de Jesús produce escándalo, sí, es una paciencia que cuesta comprender, pero es una paciencia que da testimonio de un amor a su Padre y a los hombres, amor basado en el desprendimiento total de Sí mismo. Es también una paciencia que invita[2].

Aceptar los lazos de amor que nos propone el Señor a lo largo de su vida y en su muerte supone al mismo tiempo aceptar la pobreza radical –interior y exterior- la sencillez, la simplicidad. Tenemos tanto miedo a despojarnos de las cosas, tenemos tanto miedo a vivir desprendidos… el Señor nos invita, una vez más, a perder todo para ganarlo todo, nos invita a no tener miedo, a acercarnos al misterio de la paciencia divina, a hablarnos de tú con Él.

Un amante se acercó un día a la casa de su amada. Tocó a la puerta. Una voz preguntó desde dentro: ¿Quién es? El amante respondió: soy yo. La voz le dijo casi con tristeza: aquí no cabemos tú y yo. El amante se fue de ahí y durante mucho tiempo estuvo meditando el sentido de las palabras de su amada. Pasado un tiempo, volvió a acercarse a la casa de su amada y volvió a tocar, como lo había hecho anteriormente. De nuevo, como había pasado la vez anterior, la voz le preguntó desde dentro: ¿Quién es? Entonces el amante respondió: soy tú. Y la puerta se abrió, y él entro a la casa de su amada


[1] Lc 24, 24.
[2] Maertens- Frisque, Nueva guía de la asamblea cristiana, Madrid 1969, p. 189.

nEw-oLd-IdEAS

La vida espiritual correctamente entendida ha sido siempre un ejercicio activo de resistencia, un asentarse con coraje frente a las ideas, las actitudes, la praxis que una determinada sociedad o un grupo humano concreto consideraban como máximamente productivas para sus intereses. Resistir consiste en insistir, incluso con la oblación de la propia vida, en aquello que, según las propias convicciones, resulta irrenunciable y que no puede entrar en ningún tipo de circuito de oferta-demanda. La resistencia para que siga realmente tal, comporta unas fidelidades íntimamente ancladas. La insistencia en las fidelidades, más allá de la moda, los intereses creados y las comodidades, no resulta nada fácil en un tiempo en el que muchas cosas se encuentran en un proceso de relativización y disolución. Adoptar una actitud de resistencia significa confesar, más allá de la lógica de las propias palabras y de los esquemas mentales que han configurado la visión del mundo de cada uno de nosotros, que hoy hay Alguno que habla, que nos habla (a menudo por medio de voces resquebrajadas, débiles y marginadas de los desheredados de la tierra) y nos invita a ejercer en medio de nuestra sociedad otoñal el oficio de hombres y mujeres. El amor es la gran resistencia, quizá la única resistencia de verdad Lluis Duch (Antropólogo, teólogo y monje de la abadía benedictina de Montserrat, en España) 

VISUAL THEOLOGY


(A Propósito de la fiesta del apóstol Santiago el 25.VII) El Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago de Compostela (Galicia, al N. de España) es un pórtico de estilo románico realizado por el Maestro Mateo y sus colaboradores (su obradoiro o taller) por encargo del rey de León Fernando II, quien donó a tal efecto cien maravedíes anuales, entre 1168 y 1188, fecha esta última que consta inscrita en la piedra como indicativa de su finalización. Antes de comenzar los trabajos del Pórtico, su taller terminó las naves de la Catedral teniendo para ello que construir una novedosa cripta para salvar el desnivel entre las naves y el terreno de alrededor. El 1 de abril de 1188 se colocaron los dinteles del Pórtico y la conclusión del conjunto se demoró hasta el año 1211, en el que se consagró el templo con la presencia del rey Afonso IX

Sixteenth Sunday in Ordinary Time (A)

The kingdom of heaven may be compared to a man who sowed good seed in his field; but while men were sleeping, his enemy came and sowed weeds among the wheat, and went away. So when the plants came up and bore grain, then the weeds appeared also[1].

If, along with me, you watch the news every evening, or read the paper every day, you experience a nonstop barrage of terrible things that happen in the world. A young lady testifies what her life was like after being attacked. Doctors detail numerous beatings a little boy received before his death. Earthquakes and other occurrences of nature kill thousands. Perhaps tragedy may strike our own families. Or we may read about corruption within the government, or even Churchmen behaving immorally. When these situations take place, we sometimes are tempted to ask in our prayer time, "Why didn't God do a better job in creating the world. Why is there so much evil around us? Why does God allow terrible things to happen?”[2].

Well, my brother, my sister, these questions are the same ones asked by the Early Christian community that experienced assault from outside the community and, even then, corruption within the community.  To these questions the Lord addresses the parable of the weeds and the wheat, today's gospel.

The darnel, the weed referred to, looks like wheat. It even has a head similar to wheat. When the plant is young, it is almost impossible to distinguish it from wheat. Only when its fruit, or the lack of fruit, a head without grain, is seen, can it be separated from the wheat and burned.

God is aware of the evil in our world! Evil is the price of freedom. If mankind did not have the ability to choose between good and bad, he wouldn't be free. The choice of bad effects all people, but it is the price of having the ability to choose good. The farmer does not refuse to plant because he might find weeds among the wheat. He plants knowing that the result might not be perfect, but there will be wheat.

God created man with the ability to bear fruit. That also gave him the ability not to bear fruit. We call out to God in times of tragedy, in times of evil. We want to be vindicated for doing good and suffering evil. Like the blood of the martyrs under the altar in the Book of Revelation we ask, how long, O Lord until you vindicate your people[3].  The Lord responds that he recognizes our suffering and suffers with us, but he will give others time to choose him also, to be numbered among his wheat. God sees the weeds among the wheat. They are the price of freedom.  But without freedom there would be no wheat.

So where does this leave us? Are we to ignore evil? Are we to ignore pain and suffering? Should we keep our mouths shut when evil is around us? Absolutely not. We are called to till the soil of the Lord. We are called to bring forth fruit. We can't allow evil to exist when we come upon it, particularly in ourselves.

Today, as we pray that we might withstand the onslaught of evil against us, we also pray that we might fight to eliminate evil in our lives.  With confidence, with hope, we realize the Lord who sees all will in the wisdom of his time remove the weed from the wheat ■



[1] Matthew 23:24-26
[2] 16th Sunday of Ordinary Time (A), July 20, 2014. Readings: Wisdom 12:13, 16-19; Responsorial Psalm 86:5-6, 9-10, 15-16; Romans 8:26-27; Matthew 13:24-43.
[3] Cfr Rev 6:9-11. 

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


Powered By Blogger