La vida espiritual correctamente entendida ha sido siempre un ejercicio
activo de resistencia, un asentarse con coraje frente a las ideas, las
actitudes, la praxis que una determinada sociedad o un grupo humano concreto
consideraban como máximamente productivas para sus intereses. Resistir consiste
en insistir, incluso con la oblación de la propia vida, en aquello que, según
las propias convicciones, resulta irrenunciable y que no puede entrar en ningún
tipo de circuito de oferta-demanda. La resistencia para que siga realmente tal,
comporta unas fidelidades íntimamente ancladas. La insistencia en las
fidelidades, más allá de la moda, los intereses creados y las comodidades, no
resulta nada fácil en un tiempo en el que muchas cosas se encuentran en un
proceso de relativización y disolución. Adoptar una actitud de resistencia
significa confesar, más allá de la lógica de las propias palabras y de los
esquemas mentales que han configurado la visión del mundo de cada uno de
nosotros, que hoy hay Alguno que habla, que nos habla (a menudo por medio de
voces resquebrajadas, débiles y marginadas de los desheredados de la tierra) y
nos invita a ejercer en medio de nuestra sociedad otoñal el oficio de hombres y
mujeres. El amor es la gran resistencia, quizá la única resistencia de verdad ■ Lluis Duch (Antropólogo, teólogo y monje de
la abadía benedictina de Montserrat, en España)
No hay comentarios:
Publicar un comentario