Suceden tantas cosas terribles a diario que empezamos a preguntarnos si lo
poco que nosotros hacemos tiene algún sentido. Cuando hay gente muriéndose de
hambre a tan sólo unos pocos kilómetros de distancia, cuando hay guerras
encarnizadas cerca de nuestras fronteras, cuando las personas que no tienen un
hogar para vivir en nuestras ciudades son incontables, nuestras propias
actividades se dirían fútiles. Pero tales consideraciones pueden paralizarnos y
deprimirnos. Aquí es donde se vuelve importante la palabra llamamiento. No hemos
sido llamados para salvar al mundo, resolver todos los problemas y prestar
ayuda a toda la gente. Pero cada uno de nosotros tiene su propio llamamiento
único, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestro mundo. Hemos de
seguir pidiéndole a Dios que nos ayude a ver de forma clara cuál es nuestro
llamamiento y que nos dé fortaleza para vivir dicho llamamiento con confianza.
Entonces descubriremos que nuestra fidelidad en una pequeña tarea es la
respuesta más curativa que podemos darle a la enfermedad de nuestro tiempo ■ H. Nouwen, Pan para el viaje.
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