El viernes en la noche fui a oír a
tocar a mi buen amigo José Luis Altamirano, tenía siete años que no lo escuchaba en
vivo y en todo éste tiempo no ha hecho sino componer y tocar mejor, cada vez
mejor. Al volver, en el silencio de la carretera, pensaba qué decir en éste mi
primer domingo en mi nueva comunidad parroquial.
Para variar, José Luis y su música (José Luis y su manera de componer y de
tocar, mejor dicho) me ayudan, ¡como tantas veces! A preparar mi homilía…
La
mayoría de la gente, incluidos los propios cristianos, comprendemos y admiramos
la labor humanitaria que desarrollan las órdenes religiosas dedicadas a la
educación y a la atención de enfermos, huérfanos, desamparados, desahuciados, y
un largo etcétera, pero muchos (empezando por los cristianos) se muestran
perplejos y no acaban de comprender a las órdenes religiosas entregadas a la
vida contemplativa y de oración y silencio, como María, la hermana de la
agitada Marta en el evangelio de hoy.
La
seducción de una cultura profundamente utilitarista y materialista, favorecen
todo tipo de prejuicios al respecto. ¿Para qué sirve que hayan unos miles de
personas, monjes y monjas, que vivan ocultos en silencio, dedicados a tiempo
completo a la oración? Esa gran mayoría, de mentalidad científica, técnica,
práctica y pragmática, también tienen serias dificultades para entender a los
poetas, a los filósofos, a los niños, a los románticos ¡a los músicos! –como
José Luis- y a los que nos sentimos remitidos a Dios al ver la naturaleza. “¿Para
qué sirven?”, “¿Qué beneficio reportan?”, ¿Se les cuenta en los censos?”. Vamos
a ser honestos: hemos sido absorbidos y masificados en la sociedad del consumo,
y nuestra mayor ilusión muchas veces es ganar cada vez más dinero para comprar
más: más casas, más coches, más moda, más engaños para rejuvenecer. Vivimos para
consumir ¿no hemos convertido el mundo en un inmenso supermercado en el que
todas las cosas tienen un precio y una utilidad, incluso nuestra fe? Sólo
apreciamos lo que se puede comprar y vender. Y así lo inapreciable, lo que más
vale porque no se puede comprar con dinero, lo despreciamos y dejamos al lado…por
inútil.
¿Para
qué sirven los cielos, los mares, los bosques, las montañas, los animales de
todo tipo? Interesa sólo la carne para comer o las pieles para vestir, pero se
desprecian todos los animales y plantas que no se pueden
"comercializar", es decir, vender y comprar. Interesa la madera de
los árboles o los minerales del subsuelo que son susceptibles de explotación.
¿Para qué sirven tantos millones de estrellas inalcanzables? ¿Para qué las
aguas de los océanos? ¿De qué sirve un hombre que se entrega al piano con
pasión y alegría? Estas preguntas interesadas, utilitarias, atrofian lo mejor
del hombre: su capacidad de admiración, de asombro, de contemplación de Dios y
su creación.
Hoy
por hoy, hermano mío, hermana mía, no buscamos tiempo para salir a contemplar
las maravillas de la naturaleza, tiempo para callar y llenarse de gozosa
contemplación ante el espectáculo del sol, las estrellas, los árboles, las
hierbas y flores, las aves y los insectos; el horizonte sin fin, el azul del
cielo, el verde del mar, la sinfonía de colores de la creación. No nos detenemos
a escuchar la música y con ella, a hacer oración, por eso es qu explotamos
aniquilamos, agotamos, estropeamos y degradamos lo más maravilloso, lo que se
ofrece a todos sin distinción de clase, de nación, de nivel de renta, de nivel
cultural...
Hay
una infinita variedad de placeres y gozos menospreciados por el mero hecho de
que no se pueden comprar y vender. No es extraño, por lo tanto, que no se
comprenda la vida contemplativa: nos hemos inventado un sistema de vida
consumista. Nos conformamos con comprar y tener y nos perdemos el espectáculo
impresionante de un mundo lleno de maravillas.
Afortunadamente
sobran las religiosas y religiosos contemplativos, como sobran los músicos, los
poetas y los pensadores, que necesitan muy poco para disfrutar en un mundo
sorprendente y maravilloso. Anoche que oía a José Luis entendí todo esto. Él y
el piano se hacen uno mismo, y se entregan (sic)
a los demás, a los que le escuchamos, de una manera maravillosa. ¡Qué corazón
tan generoso y tan grande tiene éste amigo mío! Anoche pensaba también que si
un día fallan los poetas y los que rezan y cantan –los contemplativos- ése día el
hombre habrá dado el primer paso de regreso hacia sus antepasados los primates.
Ese día habrá terminado la evolución y dará comienzo la involución, se pondrá
punto al progreso y se iniciará el regreso y la deshumanización.
Gracias,
querido José Luis, por tu música y tu cariño; gracias sobre todo por Inspiración, por tus palabras a la mitad
del concierto; gracias por la lección de anoche, gracias por ayudarme a
entender la importancia de la contemplación, la valía de los hombres y mujeres
que han dedicado su vida al silencio y a la oración; gracias por ser una de
ésos poetas que, con tu música, nos haces pensar en el amor y, sobre todo en el
Amor ■