Solemnidad de Todos los Santos

Peregrinos del reino celeste,
hoy, con nuestras plegarias y cantos,
invocamos a todos los santos,
revestidos de cándida veste.

Estos son los que a Cristo siguieron,
y por Cristo la vida entregaron,
en su sangre de Dios se lavaron,
testimonio de amigos le dieron.

Sólo a Dios en la tierra buscaron,
y de todos hermanos se hicieron.
Porque a todos sus brazos se abrieron,
éstos son los que a Dios encontraron.

Desde el cielo, nos llega cercana
su presencia y su luz guiadora:
nos invitan, nos llaman ahora,
compañeros seremos mañana.

Animosos, sigamos sus huellas,
nuestro barro será transformado
hasta verse con Cristo elevado
junto a Dios en su cielo de estrellas.

Gloria a Dios, que ilumina este día:
gloria al Padre, que quiso crearnos,
gloria al Hijo, que vino a salvarnos,
y al Espíritu que él nos envía. Amén ■
Liturgia de las Horas,
himno del Oficio de Lectura de
la Solemnidad
de Todos los Santos.

LA ORACION DE TODOS LOS SENTIDOS*

III (y último)

LA LITURGIA O LA UNIFICACIÓN DE
TODOS LOS SENTIDOS.

Una lectura pausada y atenta de la obra de San Juan de la Cruz será de gran utilidad para no desconfiar de las sensaciones en la oración, sean estas auditivas, visuales, gustativas u olfativas[1]. Orar en efecto no es buscar sensaciones. Tampoco es complacerse en ellas, sino que es acogerlas, si llegan, como un don de Dios. Conviene usarlas con discernimiento: de los sentidos, como de la razón, existe una utilización divina, natural y buena, pero también una demoníaca.

La utilización divina o celeste, es la utilización que podemos hacer de ellos en la oración: orientarlos hacia Dios e ir así hacia Él con todo nuestro ser. La utilización natural o terrestre, es la utilización que podemos hacer de ellos en la meditación, para mejor escuchar, ver, gustar, tocar, respirar aquello que es.

La utilización equivocada es la utilización que podemos hacer de ellos en un narcisismo estéril y esquizoide que nos separa de lo Real. Uno se encierra entonces en una serie deshilvanada de sensaciones que son tomadas como toda la realidad y así se termina en una absolutización de lo relativo, una nueva una forma de idolatría.

Así la sensación se convierte en un icono, una imagen o un ídolo. Un icono cuando nos pone en presencia de Dios; realidad visible que nos conduce a la Realidad Invisible. Una imagen cuando nos revela la belleza de toda superficie pero sin penetrar en su profundidad. Un ídolo cuando estamos alienados a su forma particular y se siente la tentación de tomarla por la única realidad.

La liturgia en la tradición antigua, que es el lugar de la oración común, va a ser también el lugar de la purificación y de la unificación de todos los sentidos. Esta Liturgia se dirige, en efecto, no solamente al intelecto y al corazón, sino a todos los sentidos: al oído a través de los cantos, a los ojos a través de los iconos y por medio de la luz; al tacto por los gestos, la postura, las metanías (postraciones) y el contacto con los iconos, al gusto por la Eucaristía, y finalmente al olfato por el incienso. Por eso es que ningún sentido debe ser excluido de la alabanza. El hombre en su ser completo debe entrar en la Presencia. Se trata del mismo proceso de la Transfiguración.

La Liturgia, es la oración de todos los sentidos reunidos, como ovejas razonables, ante la llamada del Verdadero Pastor. Así el hombre puede entonces cantar con San Agustín: ¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre éstas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste y me abracé en tu paz[2]

*Jean-Yves Leloup (1950), es un teólogo ortodoxo conocido por sus estudios en la obra y el pensamiento de Meister Eckhart y del Hinduismo, Judaísmo y Budismo, y por difundir el hesicasmo, doctrina y práctica ascética difundida entre los monjes cristianos orientales, principalmente los de la llamada Iglesia Ortodoxa, a partir del siglo IV con los llamados Padres del Desierto.
[1] Juan de Yepes Álvarez (1542–1591), conocido como estudiante con el nombre de fray Juan de Santo Matía y más tarde como San Juan de la Cruz, fue un poeta místico y un religioso carmelita descalzo del Renacimiento español. Desde 1952 es el Patrono de los poetas en lengua española.
[2] Confesiones X, cap. XXVII, BAC, Madrid 1998, p. 424.
Ilustración: Ridolfo Ghirlandaio, La Adoración de los Pastores (detalle) 1510, óleo sobre madera, Museo de Bellas Artes de Budapest.

VISUAL THEOLOGY

Morse, with Saint Francis of Assisi Receiving the Stigmata, 1300–1325 Italian; Made in Tuscany Copper gilt, with champlevé enamel, Diam. 4 1/2 in. (10.8 cm) Metropolitan Museum of Art (New York) ■ On this enameled morse, worn at the chest to clasp a priestly garment, Saint Francis of Assisi (1181/2–1226) is shown receiving the stigmata (wounds) of Jesus Christ on his hands, feet, and side. Dressed in the brown robe with knotted cord that distinguishes his order, Francis crouches, with his weight on one knee, in a rocky landscape, across the footbridge from a small chapel. Emanating from the wounds of the Christlike seraph who appears to Francis in a vision, the stigmata became the distinctive, defining miracle of Francis' life and the emblem of his sanctity in hagiographic literature as well as in works of art. To convey the intensity of this spiritual branding, the goldsmith depicted the gilded rays that descend from the limbs of the figure searing the flesh of Saint Francis, whose body, like that of the heavenly apparition, is surrounded by an aureole of light. In this, the enamel follows the example of the Florentine painter Giotto di Bondone (1266/76–1337) and of other painters' representations of the miracle. To heighten the drama of the scene, the goldsmith invented a nocturnal landscape with a deep blue sky, pierced by stars and a crescent moon, which sets off the gold-and-crimson glow of the saint's mountain retreat.
Another angel came and stood at the altar, holding a golden censer; and much incense was given to him, so that he might add it to the prayers of all the saints on the golden altar which was before the throne ■ Revelation 8: 3

Solemnity of All Saints

Let us rejoice in the Lord and keep a festival in honor of all the saints. Let us join with the angels in joyful praise to the Son of God[1]. Today it is a beautiful feast in the liturgy of the Church: we honor all the Saints in heaven, we celebrate their lives, and of course we pray for their intercession. What they are now, we one day hope to become[2].

In our lifetime, my brother, my sister, we have experienced the lives of many great Catholics some of whom will most likely have their holiness recognized by the Church in the process we call canonization. Two of these are Blessed Mother Theresa and Servant of God John Paul II. Do we need to hear that either had some sort of extraordinary power that demonstrated their holiness? I guess not. We saw their holiness. We experienced their guidance to Christ. We know how each built up the Church with her and his spirituality. We know how they called us to follow them.

However sometimes instead of seeing them as people like us whose heroic lives we can follow, we turn them into preternatural creatures with powers beyond our capability. This is why when Dorothy Day, the founder of the Catholic Social Worker, the worker with the poor in New York City, was once told that she would be canonized, she responded, “I will not be dismissed so easily.”[3]

We should not dismiss the saints so easily by turning them into plastic, fantasy figurines, whose lives are nice stories but impossible for us to follow. No, the saints were and are real people who had to fight the same battles we all fight to serve the Lord. Some of them had terrible tempers, like St. Jerome and St. Paul. Some of them had to recover their spiritual lives after giving in to sin, like St. Ignatius Loyola, St. Francis of Assisi, and, of course, St. Augustine. Some had to be courageous and stand for the faith when every fiber of their body was terrified at what would happen to them, like St. Thomas More, St. Agnes, or St. Ignatius of Antioch.

The saints were normal human beings like you and me, only they were better at being human than the rest of us. They were fully human. To be fully human is to allow the best of our humanity to dominate our lives. As human beings we are both physical and spiritual. The saints allow the spiritual aspect of their lives to be integrated into the physical. They were and are the best of us.

But they are not plastic. They are real. The first reading for today from the Book of Revelation presents them as gathered around the throne of the Lord. They are seen as very special people, who have answered the call to serve God, people who took their baptism so seriously that they clothed themselves white in the Blood of the Lamb. What a wonderful phrase: Clothed white in the Blood of the Lamb. The baptismal dress is white. To really live their baptism, the saints embraced the sacrifice of Christ. They accepted the blood. So, we honor the saints today. We recognize that they are with God and we call upon their intercession. What do we mean by that? Well, it is very simple: we ask the saints to pray to the Lord for us, to help us in the struggles of our lives. We ask the saints to help us also embrace our baptism in such a way that we also will be clothed white in the Blood of the Lamb.

The saints are our heroes. But they are neither the Fantastic Four nor the Fantastic One Hundred and Forty Four Thousand, I mean the saints are real people whose heroic lives give us the example of what it is to be fully human, and whose prayers give us the grace to be fully the Lord’s.

A question spontaneously arises: What do the saints do in heaven? The answer is, also here, in the first reading: The saved adore, they prostrate themselves before the throne, exclaiming, "Blessing and glory, wisdom and thanksgiving … The true human vocation is fulfilled in them that of being praise to the glory of God[4]. Their choir is directed by the Virgin Mary, who continues her hymn of praise in heaven.

Today we are invited to walk the path of the saints, the way of the Beatitudes. The way is narrow and hard. We need faith and courage to walk it. The example of the saints and their prayers encourage us and help us on. St Augustine found it hard to live the Beatitudes, but when he read the lives of the saints he said, "What these ordinary women and men have done, why not me?" Why not? Faith assures us all who heed the call of Jesus and live the life of the Beatitudes that at the end of life we shall, together with all the saints, hear the consoling words of the Lord, Well done, good and faithful servant, enter into the joys of your master[5]

[1] Entrance antiphon of the Solemnity of All Saints.
[2] NOVEMBER 1, 2009 ALL SAINTS – SOLEMNITY. Readings: Revelation 7:2-4, 9-14; 1 John 3:1-3
3), Matthew 5:1-12a.
[3] American journalist, social activist, distributist, anarchist, and devout Catholic convert. In the 1930s, Day worked closely with fellow activist Peter Maurin to establish the Catholic Worker movement, a nonviolent, pacifist, movement that continues to combine direct aid for the poor and homeless with nonviolent direct action on their behalf. A revered figure within segments of the U.S. Catholic community, Day is being considered for sainthood by the Catholic Church.
[4] Ephesians 1:14
[5] Matthew 25:21.
Ilustration: Illustrator of 'Bamberg Apocalypse, The Lamb on Mount Zion (1000-20), Miniature on gilded ground, Staatsbibliothek (Bamberg).
Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.

Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.

Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede desentendidamente frío.

Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!...)
Tú que conoces el desierto,
dame tu mano y ven conmigo ■

XXX Domingo del Tiempo Ordinario

LA ORACION DE TODOS LOS SENTIDOS*

II.


Jean-Yves Leloup


ESCUCHAR


Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno[1]. El primer mandamiento es escuchar. Orar no es hablar a Dios, es más bien callar para escucharle. Y lo que se escucha en primer lugar no es su infinito silencio sino el ruido de nuestros pensamientos, de nuestras representaciones, de los conceptos que nos hemos forjado a lo largo de los siglos. Dios no es “una cosa” que causa sino Alguien cuya presencia resuena en nosotros y que hace nacer a veces el canto, a veces la palabra profética: ecos poderosos e inciertos de esta Presencia.

Escuchar... abrir el oído... Se dice a menudo que Israel es el pueblo de la escucha más que el pueblo de la visión (los griegos), pero ¿por qué privilegiar un sentido más que otro, orar con un sentido más que con otro? ¿No existe una escucha global que es atención global a aquello que es...?

Es verdad que en el desierto no hay nada que ver. Los ojos se apoyan mal sobre la luz, pero están los cantos de la arena, el rumor de los animales y hay voces en el viento, palabras en el interior: Escucha Israel.

El pueblo que lleva la palabra de Dios es el pueblo de la Escucha. Así, orar es escuchar, tender el oído, y a veces resistir al deseo de escuchar algo, hasta que el silencio excave en nosotros un deseo más alto. Comprender entonces que Aquel que nos habla nunca nos dirá una palabra...

Escuchar nos calla por todos los lados y en este silencio captamos hasta que punto el Otro es totalmente Otro y hasta que punto existe...

VER

El libro de Job finaliza con unas palabras que parecen indicar una cierta superioridad de la visión sobre la escucha. La escucha mantiene la distancia; en la mirada, la presencia aparece en su proximidad: Yo no te conocía más que de oídas, pero ahora mis ojos te han visto. Así, yo retiro mis palabras, y me inclino sobre el polvo y sobre la ceniza[2].

Escuchar a alguien no es todavía verle. Ahora bien, el deseo del hombre es también el deseo de ver y si se trata de Dios, verle tal como es, como lo dice San Juan, y no solamente como uno puede imaginárselo, pensarlo, representarlo. Sabemos que más allá de esta manifestación nosotros seremos semejantes a Él porque lo veremos tal como Él es[3].

Para ver a Dios tal como es, el ojo lo mismo que el oído tiene necesidad de ser purificado, de lo contrario, corre el riesgo de no ver más que un espejismo, una proyección. Nuestra mirada está tan a menudo cargada de memoria, de juicios, de comparaciones…

Quien haya visto tan solo una vez una rosa sabrá lo que es orar. La rosa es un rostro.

Ahí donde los hombres veían una adultera o una pecadora, Jesús veía una mujer; su mirada no se detenía en la máscara o en el gesto, él contemplaba el rostro. Así, orar es contemplar el rostro de todas las cosas, es decir su presencia, su tuteo fraternal que nos hace un gesto de la ternura de Dios.

Uno es siempre bello ante la mirada de un hombre que ora; él no está engañado por nuestros remilgos, sino que mira más lejos, hacia lo que nosotros somos de mejor. El mira a Dios.

Para orar mejor, si nuestros ojos comenzaran a ver lo que ven, si nuestra mirada se tomara el tiempo de posarse y de reposarse en lo que ve, descubriría que todas las cosas nos miran, que todas las cosas oran. Orar es dejar de colgar etiquetas. Pasar de la observación a la contemplación, tal es el movimiento de la oración de los ojos.

Captar todo lo que hay de invisible en aquello que se ve. Ir hasta ese punto inaccesible donde se encuentran las miradas. Ver deviene visión. Visión deviene unión.

TOCAR

Escuchar, ver, nos mantiene en la proximidad. Pero la presencia solo se hace estrecha por el tacto. Es, además, la progresión indicada por San Juan en su primera carta como si el uso de cada sentido manifestara un grado de intimidad particular con el Verbo de Vida: Lo que era en el comienzo. Lo que hemos escuchado. Lo que hemos visto con nuestros ojos. Lo que hemos contemplado. Lo que nuestras manos han tocado del Verbo de Vida. Porque la vida se ha manifestado... Damos testimonio de ello"[4].

Aquello que escuchamos, vemos, tocamos, precisa San Juan, es aquello que es desde el comienzo. No tenemos nada más que añadir, nada que inventar; se trata de aplicar nuestros sentidos a aquello que es para que "eso" pueda manifestarse.

El tacto da a veces miedo como si se refiriese a una sensorialidad más burda que la de la Escucha y la Visión, más ligada a la materialidad, a la pesadez de las cosas.

En la oración, el oído se vuelve capaz de escuchar lo inaudible, el ojo de ver lo invisible. ¿No hace la oración que el tacto se vuelva capaz de sentir lo impalpable, el espacio en la superficie? Recuerda la experiencia de Teilhard de Chardin estrechando en su mano un trozo de metal; esa fue su primera sensación de Dios; un infinito se hizo presente en este ínfimo fragmento del universo...[5]

“Si supierais lo profunda que es la piel –decía Paul Valery- hay personas que os tocan como una coraza y otras que os remueven hasta la raíz. Hay manos que os aplastan, os cosifican, os bestializan y hay manos que os apaciguan, os sanan y a veces incluso os divinizan”[6].

Los Ancianos hablan a menudo de la oración de las manos a propósito del trabajo, pero las manos ¿solo oran cuando trabajan? ¿No pueden orar cuando acarician, es decir cuando el amor y el respeto que las habitan, las "espiritualizan"?. La oración del Tacto, es la oración de un cuerpo que no se agarra, que no se encierra sobre el otro. Tocar a Dios o dejarse tocar por El, no es sentirse aplastado, sino sentirse envuelto. Dios nunca asfixia. La oración es un abrazo que nos deja libres. No se ora con los puños cerrados, no con garras, ni con pegamento en los dedos. Solo se puede orar con las manos abiertas, las palmas oferentes, abiertas.

DEGUSTAR

A fuerza de bien Escuchar, de bien Ver, y de bien Tocar, la Presencia se ha vuelto más familiar. El contacto está establecido. ¿Podemos todavía dar un paso más en la intimidad?. El salmista invita a ello: Gustad cuan bueno es el Señor. Se trata de gustar y de saborear esta Presencia.

La etimología de la palabra sabiduría –sapientia, sapere- nos recuerda que el sabio, es aquel que sabe degustar, aquel que gusta el sabor del Ser en sus formas más variadas.

Orar, es tener el gusto de Dios. Que me bese con los besos de su boca, dice el primer versículo del Cantar de los Cantares y el comentario del Zohar añade: Cuando el Santo –bendito sea él– reveló a Israel, en el monte Sinaí, el Decálogo, cada palabra se dividió en setenta sonidos; y estos sonidos aparecieron a los ojos de Israel como otras tantas luces resplandecientes[7].

Israel vio también –con sus propios ojos– la Gloria de Dios, como está escrito: Y todo el pueblo vio los ruidos[8]. La Escritura no dice escuchó, sino vio (rô'îm). Este ruido se dirigió a cada uno de los israelitas y les pidió: ¿Quieres aceptar la ley que encierra tantos preceptos negativos y mandamientos?. El pueblo entonces respondió: ¡Si!" Entonces el ruido besó en la boca a cada israelita tal y como está escrito: "Que me bese con los besos de su boca[9].

No basta con escuchar el mandato de Dios. Es necesario además verlo encarnado en la persona del Justo, y después finalmente gustarlo, apreciarlo por si mismo, manifestarlo por la vida propia.

Dios, en la experiencia de oración, no es algo sin sabor, a pesar de que ningún sabor, ninguna comparación pueda acercar la Realidad que Él es. Los Padres de la Iglesia –siguiendo la enseñanza rabínica– retomarán este tema del gusto en la oración y del beso místico a propósito de la Eucaristía. El Sacramento es el signo sensible de una realidad invisible, como el beso de la madre a su hijo es el signo sensible del amor que ella le tiene. La Eucaristía es el signo sensible del amor que Dios tiene por nosotros. El se convierte en nuestro pan, nuestro vino; El quiere ser gustado, conocido desde el interior.

Se conocen las repercusiones en el cuerpo humano de un beso en los labios y la ebullición íntima que puede despertar. Así la oración saboreable es una entrada en la cámara nupcial, misterio de la Unión de lo creado y de lo increado. Dios es entonces experimentado, dirá San Agustín, como “totalmente Otro que yo mismo y más yo que yo mismo”.

OLER

Tras el abrazo, el cuerpo del otro ha dejado sobre nuestro propio cuerpo un poco de su perfume y uno puede permanecer todavía largo tiempo como envuelto en su presencia. De nuevo, es la metáfora amorosa la que parece más adecuada que la metáfora conceptual para describir la vivencia de esta forma de oración: Mi Bienamado es para mí un saco de mirra que reposa entre mis senos[10] No hay más bella imagen, dirán los Padres del Desierto, para describir los más altos grados de la oración del corazón. La Presencia de Dios nos impregna entonces por dentro y por fuera y todos nuestros actos son como el aura perfumada de Cristo viviendo en nosotros...

El olfato es quizás nuestro sentido más sutil, pero también aquel que el mundo contemporáneo parece temer más, no hay mas que ver el éxito de los desodorantes (¿es acaso que la gente no tiene ya el buen olor que tenía en otros tiempos?) El perfume de alguien es un poco su secreto, su esencia.

En el ámbito de la oración, los fenómenos de perfumes, llamados sobrenaturales no son extraños. San Serafín de Sarov inicia a su amigo Motovilov a la oración del Espíritu, por la presencia no solamente de una gran cantidad de paz y de suavidad, sino también por un perfume. Además, ninguna tradición ignora el poder del incienso, su papel es verdaderamente el de hacernos entrar en un nuevo estado de consciencia, de despertarnos a la belleza de la Presencia. Con cada inspiración se puede sentir el expandirse en todos nuestros miembros la Presencia misma del Viviente. Expandir su perfume simboliza igualmente el acto por el cual uno se orienta totalmente a Dios en la oración. Es el acto de amor por excelencia; recordemos a María a los pies de Jesús. Cuando decimos con el salmista Que mi oración se eleve ante Ti como el incienso, eso quiere decir que nosotros nos dirigimos a Dios en nuestra esencia, como en nuestra existencia. Todo Le pertenece de ahora en delante de la misma manera que el grano de incienso pertenece a la brasa ■

*Jean-Yves Leloup (1950), es un teólogo ortodoxo conocido por sus estudios en la obra y el pensamiento de Meister Eckhart y del Hinduismo, Judaísmo y Budismo, y por difundir el hesicasmo, doctrina y práctica ascética difundida entre los monjes cristianos orientales, principalmente los de la llamada Iglesia Ortodoxa, a partir del siglo IV con los llamados Padres del Desierto.
[1] Dt 6, 4. Shemá Israel (Del hebreo, שְׁמַע יִשְׂרָאֵל, "Oye, oh Israel"), son las primeras palabras y el nombre de una de las principales plegarias de la religión judía en la que se manifiesta su credo en un sólo Dios. Los creyentes la recitan dos veces por día, en las oraciones de la madrugada y del atardecer. Asimismo, Shemá Israel es el último rezo en boca de un judío antes de morir. Cfr www.youtube.com/watch?v=QiJk9tf4jZU
[2] 42,5
[3] I Jn 3, 2.
[4] I, Jn, 1.
[5] Pierre Teilhard de Chardin S.J. (1881-1955) fue un sacerdote, paleontólogo y filósofo francés que aportó una muy personal y original visión de la evolución (N. del E.)
[6] Ambroise-Paul-Toussaint-Jules Valéry (1871- 1945) fue un escritor francés, principalmente poeta, pero también ensayista de gran aliento (N. del E.)
[7] El Zohar (En idioma hebreo זהר Zohar "esplendor") es, junto al Séfer Ietzirá, el libro central de la corriente cabalística o kabalística, supuestamente escrito por Shimon bar Yojai en el siglo II, pero cuya autoria se debe probablemente a Moisés de León (N. del E.)
[8] 20, 18.
[9] II, 146 a.
[10] Cant. I, 13

VISUAL THEOLOGY

Initial G with the Birth of the Virgin, ca. 1375, From a gradual created for the Camaldolese monastery of Santa Maria degli Angeli, Florence, Don Silvestro dei Gherarducci (Italian, 1339–1399)Italian (Florence), Tempera, gold, and ink on parchment (29.2 x 29.8 cm) ■ The letter G, overgrown by rich foliage with lillies, opens into the interior of Saint Anne's bedroom. Having given birth to a daughter, she sits up on her bed and glances at her child, who is about to be bathed. A maiden with the child on her lap is testing the temperature of the water in the bowl, while another adds more water to it. Other maidens are gathered around Saint Anne. A nimbed female figure, probably Anne's sister Hismeria, sits on the edge of the bed and, with a prophetic glance, turns her head upward. This initial G was the first letter of the introit to the Mass for the feast commemorating the birth of the Virgin, while the iconography is Sienese. Faithfully following the composition of Pietro Lorenzetti's Birth of the Virgin altarpiece for Siena Cathedral, the leaf comes from a series of choir books made for the use of the monks of Santa Maria degli Angeli, a Camaldolese monastery in Florence, of which Don Silvestro was a member.
Music is a part of all cultures and, we might say, accompanies every human experience, from pain to pleasure, from hatred to love, from sadness to joy, from death to life. We see how, over the course of the centuries and millennia, music has always been used to give a form to that which we are not able to speak in words, because it awakens emotions that are difficult to communicate otherwise. Music gives the spirit repose, awakens profound sentiments and almost naturally invites us to lift up our mind and heart to God in every situation, whether joyous or sad, of human existence. Music can become prayer ■ Benedict XVI

Thirtieth Sunday in Ordinary Time

Master, I want to see. Jesus passes the Blind Man. Bartimaeus can only hear the commotion[1].

Our world is full of noise, full of people telling us what we should say, do and think. The whole goal of our existence has been confused by an agnostic or even atheistic media and a consumerism that has turned materialism into a new idolatry. And we work like dogs for food that we lap up in seconds then we go to work again. Is this life?

Jesus is walking by. There is no time for Bartimaeus to hesitate. If he does not take advantage of the presence of the Lord now, he will remain blind forever…

We do not know how many opportunities we will have to respond to the presence of the Lord. Sometimes the doors he opens for us are only opened momentarily.

Blind Bartimaeus calls out to the Lord invoking the name of David. David the great king. David the unifier of the Jewish people. David who was promised a reign that would never end. David who was told that one of his descendants would be greater than he was, greater than he could ever imagine.

The world has longed for the Savior who has been given to us. Jesus the Christ is the one who brings order into the chaos of our lives. He is the Great King, the King of Kings. He is the focal point of the history of mankind. He is the Son of David and the Eternal Word of the Father. And he is reaching out to us.

Bartimaeus realizes that he is at the bottom of his society. No one has use for a blind beggar. He’s in the way. Now, as Jesus walks by, Bartimaeus is making a nuisance of himself. “Quiet down, Bartimaeus. You’re embarrassing us.” But he is not embarrassing Jesus. Jesus sees him, hurts for him, calls him, has mercy on him. People want to convince us that we are numbers. They want to convince us that God is too great for us, we are too insignificant. But no one is insignificant to God. Jesus sees each of us and loves each of us: Are not two sparrows sold for a small coin? Yet not one of them falls to the ground without your Father's knowledge. Even all the hairs of your head are counted So do not be afraid; you are worth more than many sparrows[2].

Bartimaeus’ society had no use for the blind. They were forced to beg for food. But Jesus saw Bartimaeus, and hurt for him and healed him. Our society has no use for many people in many stressful circumstances. They may be infected with a terrible disease like AIDS. They may be starving in a country of Africa. They may be mentally ill in America. Our society may have no use for them and even may have no real use for each of us. But Jesus sees us. He hurts for each of us. He reaches out to heal us. He calls. We must go to him.

Bartimaeus realizes that only Jesus can heal him. He has faith in the Lord. His faith is the basis of Jesus’ mercy.

Some of us suffer from injuries we have inflicted upon ourselves. Some of us suffer from the way we have been treated by others. Some of us suffer from ailments caused by no one, but just resulting from our human condition. We have heart problems, or cancer. We are caring for a relative with Alzheimer Disease. We are beside ourselves with our problems and we wonder where we can possibly turn. Jesus passes by and says Have faith in me.

The eternal Father appointed his son Jesus to care for his people. He pleads with his Father every day for every one of us. We are significant because Jesus knows us and loves us and brings our needs to his Father. He is our eternal priest, forever, like Melchizedek. We have nothing to fear, ever. We are like sparrows in his hands.

Today and every day we proclaim his love to the world. He has had mercy on us. He has given us the gift of sight, the gift of seeing his love in our lives.

We have been blessed. We join Bartimaeus who immediately after he received his sight followed Jesus on the Lord’s way to Jerusalem. We must join Bartimaeus following the Lord on a new path of greatness, a path of sacrificial love, a path that leads to a New World that is the Kingdom of God ■

[1] Saturday 24th October, 2009, St Anthony Claret. Readings: Romans 8:1-11. Lord, this is the people that longs to see your face—Ps 23(24):1-6. Luke 13:1-9.
[2] Mt 10:29.

¡Señor! Como una lámpara votiva,
que humildemente ante tu cruz ardiera,
el recogido corazón quisiera
tener su llama vigilante y viva.
Y el alma, estremecida sensitiva,
depuesta toda su altivez roquera,
quisiera ser, Señor, tu prisionera
y ante esa Cruz perseverar cautiva.
Si quiere el corazón, si el alma quiere
así rendirse a quien por ella muere,
¿qué falta, pobre corazón mendigo?
¡Deja esa cruz, mismisimo Cordero!
¡Quede el alma prendida en el madero,
y seas Tú de su pasión testigo! Amen.
Escribo a todas las iglesias y les dejo bien claro que voy de buen grado a morir por Dios, si es que vosotros no lo impedís. Os ruego que no tengáis conmigo una benevolencia inoportuna. Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios. Trigo soy de Dios y he de ser molido por los dientes de las bestias para que resulte puro pan de Cristo ■ San Ignacio de Antioquia, Epístola a los romanos, 4.

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario


LA ORACION DE TODOS LOS SENTIDOS*

I.


Jean-Yves Leloup.


¿Es necesario, para meditar y orar desprenderse de la influencia de los sentidos? ¿Es la oración cristiana un proceso de desencarnación con la finalidad de ir más rápido –puro espíritu- hacia Aquel que el Espíritu? ¿Acaso no dice Jesús en el Evangelio que Dios es Espíritu, y los que le adoran, deben adorar en espíritu y en verdad?[1].

El punto de partida de ésta breve reflexión podríamos situarlo quizá en la atención a los términos griegos. Lo que traducimos por espíritu ¿es el nous, el intelecto o el pneuma; acaso el aliento divino? Patri en pneumati kaî aletheia (en el texto de la Vulgata: in spiritu et veritate oportet adorare: Spiritus, y no mens o intelectus).

Orar –en pneumati- no quiere decir poner entre paréntesis el uso de los sentidos, o cerrar las puertas de la percepción, sino al contrario abrirlas, es decir, introducir el pneuma, el aliento, en cada una de ellos para que devengan los órganos del conocimiento de Dios.

Es así además como lo han comprendido los Padres de la Iglesia cuando elaboraron la doctrina de los sentidos espirituales, es decir, los sentidos espiritualizados, habitados, animados por el espíritu de Dios. En adelante los sentidos del hombre no serán “la tumba del alma” (Platón), sino templos del Espíritu (San Pablo).

Orígenes, y con él Gregorio de Nisa, Macario, Diadoco de Foticé, Máximo el Confesor, y Simeón el Nuevo Teólogo, propondrán toda una pedagogía de los sentidos espirituales en relación con la vida sacramental ya que se trata siempre de elevarse del ámbito sensible hacia el reino que está más allá de los sentidos, es decir, ir de estas realidades que pasan, hacia la realidad que no pasa. Los sentidos no son destruidos, sino transfigurados: devienen sentidos divinos, que vuelven al hombre cada vez más capax dei[2].

Un examen de la cuestión hará decir, siguiendo la terminología de la Sagrada Escritura, que existe una especie de género, un sentido divino que el bienaventurado encuentra en el presente. Y este sentido comporta especies: la vista que puede fijar las realidades superiores a los cuerpos, de las que forman parte los querubines y los serafines. El oído percibiendo sonidos cuya realidad no está en el aíre. El gusto para saborear el pan que baja del cielo y da vida al mundo; lo mismo para el olfato, que percibe esos perfumes de los que habla San Pablo, que se dice ser para Dios el buen olor de Cristo[3], el tacto gracias al cual Juan afirma haber tocado con sus manos el Logos de vida[4].

Habiendo encontrado el sentido divino, los bienaventurados profetas miraban divinamente, escuchaban divinamente, gustaban y sentían de la misma manera con un sentido que no es sensible; tocaban el Logos por la fe, si bien que una emanación les llegaba desde más lejos para curarlos. Así ellos escribían aquello que habían visto, escuchaban aquello que decían haber escuchado, sentían sensaciones del mismo orden cuando comían[5].

Para Orígenes el Dios que habita en una “luz inaccesible” puede ser captable de alguna manera por los sentidos y no solamente por el corazón y el intelecto, porque él se ha encarnado real y verdaderamente en la Persona de Jesucristo. Como lo dirá Ireneo: “Jesús es lo visible de lo invisible”. A Dios, nadie le ha visto nunca ni lo verá jamás[6]. Dios no es aprehensible, comprensible, más que en su creación o su humanidad.

Cristo deviene el objeto de cada sentido del alma. Se le llama la verdadera luz para iluminar los ojos del alma; se le llama el Verbo para ser escuchado, el pan para ser degustado; de la misma manera se le llama óleo de unción y nardo para que el alma se deleite en el perfume del Logos. Él ha devenido el Verbo hecho carne[7] palpable y asible, para que el hombre inferior pueda asir el Verbo de Vida.

MEDITAR Y ORAR EN TODOS LOS SENTIDOS

En el ámbito de la oración, mucho antes de iluminar, la obra del Espíritu de Dios es curar, enseñar al hombre el adecuado uso de los sentidos con el fin de que pueda verdaderamente ver, escuchar, tocar, sentir, gustar aquello que es y entrar en la presencia de Aquel que Es.

El ejercicio meditativo de todos los sentidos podría ser así la introducción a una oración profunda. Por eso se trata de considerar a los sentidos como aliados en la oración y no como enemigos u obstáculos a la gracia.

Todo lo que se sabe de Dios, es siempre un hombre quien lo sabe. Todo lo que el hombre sabe de Dios, lo sabe en su cuerpo. Paul Evdokimov siguiendo la tradición ortodoxa habla de una sensación de Dios, indicando la participación de todo el ser en la oración.

En el estudio contemporáneo de los procesos de la memoria se conoce mejor la importancia del cuerpo. Se recuerda mejor o con más intensidad aquello que se ha vivido en el cuerpo. Acordarse de Dios en la tradición antigua no es solamente un acto de la inteligencia y del corazón, sino guardar en sí la huella de una presencia: Camina en mi presencia y sé perfecto, dice Dios a Abraham[8].

Orar no únicamente es pensar en Dios sino mantener la sensación de la presencia de Dios que envuelve y guía. Desde luego no se trata de reducir esta presencia a la sensación que podemos tener de ella (como a la comprensión o el amor que podemos tener de/hacia una persona). La esencia de Dios permanece inaccesible, es su energía la que se comunica a nuestros sentidos, por decirlo con palabras de Gregorio Palamas[9]. Nosotros no estamos en el corazón del sol, y sin embargo cada rayo de su luz es completamente el sol. Orar es permanecer desnudo y dejarse solear. Por eso la ascesis debe comenzar por una purificación de todos los sentidos, se trata de armonizarlos perfectamente a la presencia de lo increado, de hacerlos silenciosos, sin las interpretaciones de la mente: desnudos en el abrazo con aquello que Es ■
*Jean-Yves Leloup (1950), es un teólogo ortodoxo conocido por sus estudios en la obra y el pensamiento de Meister Eckhart y del Hinduismo, Judaísmo y Budismo, y por difundir el hesicasmo, doctrina y práctica ascética difundida entre los monjes cristianos orientales, principalmente los de la llamada Iglesia Ortodoxa, a partir del siglo IV con los llamados Padres del Desierto.

[1] Jn 4, 24.
[2] Cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1
[3] 2 Cor 2, 15.
[4] 1 Jn 1, 1.
[5] Orígenes, Contra Celsum I, 48
[6] 1 Jn 4, 12
[7] Cfr Jn 1, 14.
[8] Gen 17, 1.
[9]Gregorio Palamas (1296-1359), fue un teólogo y filósofo bizantino que renovó la mística y el monaquismo ortodoxo. El movimiento religioso emanado de su acción apostólica es el hesicasmo.
Ilustración: VERMEER, Johannes Vermeer, Mujer dormida sobre la mesa (detalle), c. 1657, óleo sobre tela, Metropolitan Museum of Art (New York).

VISUAL THEOLOGY

Chasse of Champagnat, ca. 1150, French; Made in Limoges, Gilded copper and champlevé enamel (12.4 x 18.9 x 8.5 cm) ■ Saint Martial, first bishop of Limoges, prominently appears to the right of Christ on this gilded enamel reliquary once owned by the Church of Saint-Martial in Champagnat, a town 100 kilometers northeast of Limoges. Martial was particularly venerated in the area around Limoges, and where he was deemed to be of equal rank with the apostles ■ Metropolitan Museum of Art (New York).

It is necessary that we build together the true civilization, which is no longer based on force, but is the fruit of the victory over ourselves, over the forces of injustice, egoism and hatred, which can disfigure man ■ Benedict XVI

Twenthy-Nith Sunday in Ordinary Time

My brothers and sisters, the homily it is a brief moment to talk with the Lord, to get some conversation with him, to reflect in a very personal way on the words of the gospel we just heard. Every Sunday mass it is a good moment to make some personal purposes or personal goals in order to be better Christians, to improve our Christian way of life.

Our lives are a pilgrimage to seek out and meet our Lord. We often meet him here in Church. We meet him in the Word of God and in the Eucharist. We meet the Lord in those who reach out to us for help. We meet the Lord within ourselves as He reaches out to others through us[1]. Do we ever think about what we receive when we reach out to help others? Yes, there is that warm, fuzzy feeling. We feel good about ourselves. There is nothing wrong with that, but there is a lot more that we receive. We receive God’s Grace. We are given a dose of humility. We are not concerned with completing an assignment or service hours. We want to do it again and again because we are experiencing God.

I have to tell you a story I heard Fr. John Fullenbach[2], relate regarding his time working with Blessed Mother Theresa in Calcutta.

Long before Mother Theresa became an international celebrity, her work among the poorest of the poor in Calcutta. Fr. John Fullenbach is a professor in Rome. One year he had a lot of time between the semesters he was teaching, so he decided to go to India and work alongside Mother Theresa and her sisters. He relates that he felt very good about himself on the plane on the way to India.
One day Fr. Fullenbach went to a table where there were rags that had been cleaned and cut into strips to be used as bandages. He was asked to use his free time to roll them up. He was doing this for about a half hour when he heard a child start screaming. There in the opposite corner of the large room a young sister was trying to wash a ten year old girl. The poor little girl was covered with sores. She was standing in a tub and both hurting and angry. She kept hitting the sister, splashing the water at her and screaming and screaming. It all seemed rather useless to try to clean the child. Just then, Mother Theresa entered. She had heard the commotion. “Now we’ll see how holy the boss really is,” Fr. Fullenbach says he thought.

Mother Theresa walked over to where the child was and dismissed the young sister. The child looked at her and screamed and then soaked Mother Theresa with the bath water. Mother Theresa just stopped and looked at the child. She waited a little bit and then slowly walked closer and closer to the child. Then she reached out her arms and hugged the little girl. The child cried and cried. Mother Theresa kept holding her. After a long time, the child stopped crying. Mother Theresa then began to wash the little girl, cleaning her sores the whole time singing to her.

What is the lesson of this story? Well, Mother Theresa had authority, and humility, and the power of Jesus Christ. She continually encountered Christ within others and within herself.

The Life of Christ within us is a power that can transform the world. It is a power that can transform each of us. Mother Theresa and you and I experience this power when we act for the sole purpose of serving the Lord’s people.

Besides this attitude and spirit of service, we must be very conscious that we are a Eucharistic people. What does that really mean? We celebrate Jesus’ presence in the Blessed Sacrament. We receive communion. We adore his Presence in our tabernacles. But that is just one part of the Eucharistic dimension of our lives. To be a Eucharistic people, our celebration of the Eucharist must encompass washing the feet of the Lord’s people.

We are a people that embrace stewardship. Stewardship means the best use of the talents the Lord has give us for his people. Not all of us can care for the hurting like Mother Theresa. Fr. Fullenbach saw his limitations that first day. But he has many other great gifts to give.

All of us have different gifts. We have a responsibility to develop our gifts in service to the Lord. What can I do best? What do you do best? Some people are capable of caring for the poor with mercy, compassion and justice. Others can do that for the sick. Some are capable of teaching. We all have many talents. They are given to us to serve others. We are called to develop these talents. That is how we give back to the Lord a little of what he has given to us. That is stewardship.

The Lord understands our failures, our limitations, our fears, the times that we lack confidence in ourselves to do His work. He sees this, but He also sees so much more. He sees our talent. He sees our love. He sees our determination to seek Him out in others and serve His Presence. None of us has the right to feel that we are not good enough to bring Christ to others.

We are good enough to be Christians. We are good enough to be a Eucharistic People, serving his Presence in others. We are good enough to be stewards of His Grace. He makes us good enough.

My brother, my sister, it is not the Presider’s chair, the Bishop’s cathedra, the judge’s bench or the big chair in the Oval Office that confers true authority. True authority, true power comes from God. And that power, that authority has been given to us by the great high priest, Jesus Christ, who has called us to be a Eucharistic people and to spend our time, our talents, our money, our whole being in service of others ■

[1] Sunday 18th October, 2009, 29th Sunday in Ordinary Time. Readings: Isaiah 53:10-11. Lord, let your mercy be on us, as we place our trust in you. Ps 32(33):4-5, 18-20, 22. Hebrews 4:14-16. Mark 10:35-45. [St Luke].
[2] Fr. John Fullenbach, a devout Catholic, teaches theology at the Gregorian in Rome, has taught in the Philippines and lectures internationally.

Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego.

Vea quién quisiere
rosas y jazmines,
que si yo te viere,
veré mil jardines,
flor de serafines;
Jesús Nazareno,
véante mis ojos,
muérame yo luego.

No quiero contento,
mi Jesús ausente,
que todo es tormento
a quien esto siente;
sólo me sustente
su amor y deseo;

Véante mis ojos,
dulce Jesús bueno;
véante mis ojos,
muérame yo luego ■
Santa Teresa de Jesús

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Dios –son palabras de John Henry Newman- te mira, quien quiera que seas. Dios te llama por tu nombre. Te ve y te comprende, Él, que te hizo. Todo lo que hay en ti es conocido; todos tus sentimientos y tus pensamientos, tus inclinaciones, tus gustos, tu fuerza y tu debilidad. Te ve en los días de alegría y en los tiempos de pena. Se interesa por todas tus angustias y tus recuerdos, por todos tus ímpetus y tus desánimos. Dios te abraza y te sostiene; te levanta o te deja descansar en el suelo. Contempla tu rostro cuando lloras y cuando ríes, en la salud y en la enfermedad. No te amas tú más de lo que te ama Él.

»A lo largo de toda nuestra vida, Cristo nos llama. Sería bueno tener conciencia de ello, pero somos lentos en comprender esta gran verdad: que Cristo camina a nuestro lado y con su mano, sus ojos y su voz nos invita a seguirle. En cambio, nosotros ni siquiera alcanzamos a oír su llamada que se da a entender ahora mismo. Pensamos que tuvo lugar en los tiempos de los apóstoles; pero no creemos que la llamada nos ataña a nosotros, no la esperamos. Nuestra mirada no distingue al Señor, al contrario del apóstol a quien Jesús amaba, que distinguía a Cristo cuando los demás no lo reconocían»[1].

Son muchas las pruebas que se van sucediendo a lo largo de la vida. La que escuchamos hoy en el evangelio –o seguir a Jesús o seguir mi camino- es una de ellas, pero no es ni la más dura ni la más común[2].

Es la tentación de la nada –ese marcharse pesaroso- quizás la peor de las tentaciones, tentación superior a la de la carne, la del orgullo o la de la vanidad, que son poca en realidad poca cosa.

La tentación de la nada es aquella en la que los que nos rodean (nos) aparecen como bolas de billar que chocan unas con otras sin más contacto que la superficie exterior y con intenciones que se nos escapan, que apenas y se alcanzan a entender.

Lo peor de la tentación de la nada es que se tiende a ver a los demás cristalizados y lejanos cuando en realidad uno mismo es el que está lejano y cristalizado y entonces ya no se les reconoce, y uno termina por volverse un extraño sin pertenencia a nadie, egoísta, incapaz de compartir y de recibir cariño.

Saint Exupery decía que la valía de una persona puede medirse por el número y la calidad de sus vínculos. Es momento de preguntarnos: y yo ¿qué vínculos tengo, con nombre y apellidos?, ¿qué amistad he cultivado con mi familia, hermanos y amigos?. Y uno descubre que puede ser muy desgraciado porque a ciertas alturas de la vida es muy difícil aprender ciertas cosas.

Hay que tener cuidado con la tentación de la nada –que no es depresión- hay que tener cuidado con el vértigo que da la soledad y la necesidad anónima de sentirnos queridos y reconocidos. Si se cae demasiadas veces en esa tentación el corazón se endurece, se congela y se termina haciendo mucho daño.

No hay desdicha mayor para un alma que sentirse ligada a un ser o a una institución, que nada tiene, que nada le puede dar y que además le haga incapaz de recibir algo los demás.

Hay quién piensa que la tristeza y la melancolía son algo elegante. No es verdad. Siempre hay motivo para cantar, para alabar el misterio y no ser cobarde. Hay que gritar y decir que siempre hay alguien que amamos, pero sobre todo Alguien –que no falte la mayúscula- que nos ama sinceramente ■

[1] John Henry Newman (1801-1890) fue un presbítero anglicano convertido al catolicismo en 1845, más tarde fue elevado a la dignidad de Cardenal por León XIII y en 1991 fue proclamado "Venerable". En su juventud fue una importante figura del Movimiento de Oxford, el cual aspiraba a que la Iglesia de Inglaterra volviera a sus raíces católicas. Sus estudios históricos le llevaron a convertirse a la fe de la Iglesia Católica.
[2] Cfr Mc 10, 17-30.

VISUAL THEOLOGY

Icon with Christ Antiphonetes, ca. 1350 or later Byzantine; Probably made in Greece Steatite, 2 5/8 x 2 1/8 x 3/4 in. (6.7 x 5.4 x 1.9 cm)Rogers Fund, 1979 (1979.217) ■ The icon carries a Greek inscription identifying Christ as Antiphonetes, the guarantor." A famous icon of Christ was so named because, according to a miracle story, it had been held as loan collateral by a creditor. The Byzantine empress Zoë (r. 1028–50) had coins struck with the Antiphonetes image and kept an icon of the type close at hand. "I myself have often seen her, in moments of great distress, clasp the sacred object in her hands, contemplate it, talk to it as if it were indeed alive, and address it with one sweet term of endearment after another," wrote court historian Michael Psellos (1018–ca. 1081).

We do not pray for the sake of praying, but for the sake of being heard. We do not pray in order to listen to ourselves praying but in order that God may hear us and answer us. Also, we do not pray in order to receive just any answer: it must be God's answer ■ Thomas Merton, Thoughts in Solitude, New York: Farrar, Straus, Giroux, 104.

Twenty-Eigth Sunday Sunday in Ordinary Time

I am prettty sure sure that you agree with me: It is amazing that technology changes, but people’s basic attitudes, their misplaced priorities, all remain the same. Many people are more interested in having power than in serving. Look at the world leaders. Many people are more inclined to violence than to reason. Today the readings lead me to recognize how many of us, present company included, present priest included, are more inclined to sacrifice our needs for our wants[1].

We adults too easily we sacrifice our one great Need to fulfill our wants. We know that our happiness is dependent on the keeping Christ in the center of our lives, but we make excuses and step away from the Lord and into oblivion. Is this overstated? Not really. There’s a party at so and so’s on Friday. We know we shouldn’t go. The last time we were with that crowd we got sucked into doing things a Christian should not do. But we’ve had a difficult week. We want a break. What we really want is an excuse to be at that party. We tell ourselves that it will be different this time. We’ll stay in control. We won’t get roped in. So we go, choosing to be in what is an occasion of sin for us. And then our humanity wins the battle, and we lose. The wants of a night replace the Need of a lifetime.

Fill in the blanks: The want that controls me is_________. Is it an illegal substance, a questionable relationship, an atmosphere of sin? Is it the desire for more and more material possessions? What is it that leads us away from our Center? What is it that results in our sins? Is it our pride or our selfishness? Whatever it is, no one is responsible for our fall except each one of us. We chose our wants over our Need.

And then, like the man in today’s gospel, we become miserable.

God was very pleased with young King Solomon, as we heard in the first reading. It was now time for Solomon to reign, and Solomon decided to make this the focus of his reign. Then God appeared to Solomon in a dream. I am delighted with you, God said, and then He asked, What is it that you would like, Solomon? And Solomon replied, Give your servant an understanding mind to govern your people, able to discern between good and evil.

How amazing answer!

To this God said, Because you have asked for wisdom, and not for a long life or riches or the lives of your enemies, I will give you a wise and discerning mind like no one has ever had before, as well as that which you did not ask for, riches and honor all your life[2].

Solomon sought wisdom, but he already was wise. Solomon asked for what he needed, not for what he wanted.

What we need is the continual growth of Christ’s Presence within us, I mean we need Jesus, we need Love, and we need God. Let us be honest: in the silliness of our humanity, we sacrifice our one great need for our petty wants.

The young man in the gospel saw Jesus and recognized God. That should have been enough for him. Then Jesus looked into the man’s soul. He saw the man’s desire for God. The Gospel says Jesus loved Him. He called the man to become an intimate disciple: Come and follow me.

If the man had followed Jesus, he would undoubtedly be one of the apostles, but the man walked away. Sad. Miserable. Why? Well, because he would not give up his possessions to follow the Lord.

I am certain that for the rest of his life and perhaps for all eternity the man regretted his decision. He let his wants get in the way of his needs, or rather, his one great Need: to live in the company of Jesus.

So, my brother, my sister, wisdom is dependent on our treasuring our Center, Jesus Christ, so let us pray today at the celebration of the mass for the courage to be Christian and to get the wisdom we need to placed to the Lord as a center of our lives ■

[1] Sunday 11th October, 2009, 28th Sunday in Ordinary Time. Readings: Wisdom 7:7-11. Fill us with your wisdom, O Lord, and we will sing for joy! Ps 89(90):12-17. Hebrews 4:12-13. Mark 10:17-30.
[2] 1 Kings 3:11.
Ilustration: King Salomon was annointed by Priest Sadok as a priest.

Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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