Jean-Yves Leloup.
¿Es necesario, para meditar y orar desprenderse de la influencia de los sentidos? ¿Es la oración cristiana un proceso de desencarnación con la finalidad de ir más rápido –puro espíritu- hacia Aquel que el Espíritu? ¿Acaso no dice Jesús en el Evangelio que Dios es Espíritu, y los que le adoran, deben adorar en espíritu y en verdad?[1].
El punto de partida de ésta breve reflexión podríamos situarlo quizá en la atención a los términos griegos. Lo que traducimos por espíritu ¿es el nous, el intelecto o el pneuma; acaso el aliento divino? Patri en pneumati kaî aletheia (en el texto de la Vulgata: in spiritu et veritate oportet adorare: Spiritus, y no mens o intelectus).
Orar –en pneumati- no quiere decir poner entre paréntesis el uso de los sentidos, o cerrar las puertas de la percepción, sino al contrario abrirlas, es decir, introducir el pneuma, el aliento, en cada una de ellos para que devengan los órganos del conocimiento de Dios.
Es así además como lo han comprendido los Padres de la Iglesia cuando elaboraron la doctrina de los sentidos espirituales, es decir, los sentidos espiritualizados, habitados, animados por el espíritu de Dios. En adelante los sentidos del hombre no serán “la tumba del alma” (Platón), sino templos del Espíritu (San Pablo).
Orígenes, y con él Gregorio de Nisa, Macario, Diadoco de Foticé, Máximo el Confesor, y Simeón el Nuevo Teólogo, propondrán toda una pedagogía de los sentidos espirituales en relación con la vida sacramental ya que se trata siempre de elevarse del ámbito sensible hacia el reino que está más allá de los sentidos, es decir, ir de estas realidades que pasan, hacia la realidad que no pasa. Los sentidos no son destruidos, sino transfigurados: devienen sentidos divinos, que vuelven al hombre cada vez más capax dei[2].
Un examen de la cuestión hará decir, siguiendo la terminología de la Sagrada Escritura, que existe una especie de género, un sentido divino que el bienaventurado encuentra en el presente. Y este sentido comporta especies: la vista que puede fijar las realidades superiores a los cuerpos, de las que forman parte los querubines y los serafines. El oído percibiendo sonidos cuya realidad no está en el aíre. El gusto para saborear el pan que baja del cielo y da vida al mundo; lo mismo para el olfato, que percibe esos perfumes de los que habla San Pablo, que se dice ser para Dios el buen olor de Cristo[3], el tacto gracias al cual Juan afirma haber tocado con sus manos el Logos de vida[4].
Habiendo encontrado el sentido divino, los bienaventurados profetas miraban divinamente, escuchaban divinamente, gustaban y sentían de la misma manera con un sentido que no es sensible; tocaban el Logos por la fe, si bien que una emanación les llegaba desde más lejos para curarlos. Así ellos escribían aquello que habían visto, escuchaban aquello que decían haber escuchado, sentían sensaciones del mismo orden cuando comían[5].
Para Orígenes el Dios que habita en una “luz inaccesible” puede ser captable de alguna manera por los sentidos y no solamente por el corazón y el intelecto, porque él se ha encarnado real y verdaderamente en la Persona de Jesucristo. Como lo dirá Ireneo: “Jesús es lo visible de lo invisible”. A Dios, nadie le ha visto nunca ni lo verá jamás[6]. Dios no es aprehensible, comprensible, más que en su creación o su humanidad.
Cristo deviene el objeto de cada sentido del alma. Se le llama la verdadera luz para iluminar los ojos del alma; se le llama el Verbo para ser escuchado, el pan para ser degustado; de la misma manera se le llama óleo de unción y nardo para que el alma se deleite en el perfume del Logos. Él ha devenido el Verbo hecho carne[7] palpable y asible, para que el hombre inferior pueda asir el Verbo de Vida.
MEDITAR Y ORAR EN TODOS LOS SENTIDOS
En el ámbito de la oración, mucho antes de iluminar, la obra del Espíritu de Dios es curar, enseñar al hombre el adecuado uso de los sentidos con el fin de que pueda verdaderamente ver, escuchar, tocar, sentir, gustar aquello que es y entrar en la presencia de Aquel que Es.
El ejercicio meditativo de todos los sentidos podría ser así la introducción a una oración profunda. Por eso se trata de considerar a los sentidos como aliados en la oración y no como enemigos u obstáculos a la gracia.
Todo lo que se sabe de Dios, es siempre un hombre quien lo sabe. Todo lo que el hombre sabe de Dios, lo sabe en su cuerpo. Paul Evdokimov siguiendo la tradición ortodoxa habla de una sensación de Dios, indicando la participación de todo el ser en la oración.
En el estudio contemporáneo de los procesos de la memoria se conoce mejor la importancia del cuerpo. Se recuerda mejor o con más intensidad aquello que se ha vivido en el cuerpo. Acordarse de Dios en la tradición antigua no es solamente un acto de la inteligencia y del corazón, sino guardar en sí la huella de una presencia: Camina en mi presencia y sé perfecto, dice Dios a Abraham[8].
Orar no únicamente es pensar en Dios sino mantener la sensación de la presencia de Dios que envuelve y guía. Desde luego no se trata de reducir esta presencia a la sensación que podemos tener de ella (como a la comprensión o el amor que podemos tener de/hacia una persona). La esencia de Dios permanece inaccesible, es su energía la que se comunica a nuestros sentidos, por decirlo con palabras de Gregorio Palamas[9]. Nosotros no estamos en el corazón del sol, y sin embargo cada rayo de su luz es completamente el sol. Orar es permanecer desnudo y dejarse solear. Por eso la ascesis debe comenzar por una purificación de todos los sentidos, se trata de armonizarlos perfectamente a la presencia de lo increado, de hacerlos silenciosos, sin las interpretaciones de la mente: desnudos en el abrazo con aquello que Es ■
*Jean-Yves Leloup (1950), es un teólogo ortodoxo conocido por sus estudios en la obra y el pensamiento de Meister Eckhart y del Hinduismo, Judaísmo y Budismo, y por difundir el hesicasmo, doctrina y práctica ascética difundida entre los monjes cristianos orientales, principalmente los de la llamada Iglesia Ortodoxa, a partir del siglo IV con los llamados Padres del Desierto.
[1] Jn 4, 24.
[2] Cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1
[3] 2 Cor 2, 15.
[4] 1 Jn 1, 1.
[5] Orígenes, Contra Celsum I, 48
[6] 1 Jn 4, 12
[7] Cfr Jn 1, 14.
[8] Gen 17, 1.
[9]Gregorio Palamas (1296-1359), fue un teólogo y filósofo bizantino que renovó la mística y el monaquismo ortodoxo. El movimiento religioso emanado de su acción apostólica es el hesicasmo.
Ilustración: VERMEER, Johannes Vermeer, Mujer dormida sobre la mesa (detalle), c. 1657, óleo sobre tela, Metropolitan Museum of Art (New York).
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