Cristo, colgado del árbol de la cruz fue herido con la lanza, y de su costado brotó sangre y agua, más dulces que cualquier ungüento, víctima agradable a Dios, que difunde por todo el mundo el perfume de la santificación. Entonces Jesús, atravesado, esparció el perfume del perdón de los pecados y de la redención. En efecto, siendo el Verbo, al hacerse hombre se rebajó; siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su miseria; era poderoso, y se mostró tan débil, que Herodes lo despreciaba y se burlaba de él; tenía poder para sacudir la tierra, y estaba atado a aquel árbol; envolvía el cielo en tinieblas, ponía en cruz al mundo, pero estaba clavado en la cruz; inclinaba la cabeza, y de ella salía el Verbo; se había anonadado, pero lo llenaba todo. Descendió Dios, ascendió el hombre; el Verbo se hizo carne, para que la carne pudiera reivindicar para sí el trono del Verbo a la diestra de Dios; todo él era una llaga, pero de esa llaga salía ungüento; parecía innoble, pero en él se reconocía a Dios ■ San Ambrosio, Comentario al Salmo 118, SAEMO IX, Milán-Roma 1987, pp. 131-133.
XXVI Domingo del Tiempo Ordinario
La parábola de éste domingo nos recuerda sin duda la que escuchamos el domingo pasado[1] y que trata de explicar –ese es el sentido de las parábolas- que Dios no actúa con criterios humanos. Para Él es tan valioso aquel o aquella que ha pasado su vida entera dentro del cristianismo, como aquel o aquella que ha llegado a la hora del ocaso –lleno de lodo y con el alma hecha pedazos- o aquel o aquella que incluso a trabajado en otra viña que no se llama precisamente católica, pero que ha hecho el bien porque ha seguido lo más rectamente posible su conciencia[2].
¿Por qué afirma Jesús que publicanos y prostitutas van por delante en el camino hacia el Reino de los cielos? Puede haber muchas explicaciones, una de ella es que se aceptaron a si mismos como publicanos y prostitutas, y se dieron cuenta, humildemente, de la miseria en la que vivían; entendieron la necesidad de vivir junto a Dios, y decidieron convertirse. Posiblemente con caídas, con algunos retrocesos, pero con los ojos puestos en las manos de Dios[3] y confiando en su infinita misericordia, que es la garantía de la conversión.
A lo largo de evangelio vemos que Jesús perdona con mucha facilidad las debilidades de los humanos. El Señor no iba metiendo broncas a la gente que pecaba por exceso. Tampoco las bendecía, pero llama la atención que no las trataba con la dureza que sí tenía con fariseos, y los sumos sacerdotes[4].
Pareciera como si para Jesús los pecados de la carne y cosas así fueran como un río que se desborda, pero tarde o temprano vuelve a su cauce.
El fariseo –y eso es lo que realmente sacaba de quicio a Jesús- era a los ojos de los demás como un río tranquilo, en su cauce, sereno, limpio, pero... ¡ay!, estaba envenenado.
San Pablo sabía bien lo que les decía a los cristianos de Filipo; lo acabamos de escuchar en la segunda de las lecturas: Nada hagan por espíritu de rivalidad ni presunción (…) por humildad cada uno considere a los demás como superiores a sí mismo (…)[5].
Gran error el de los fariseos creerse superiores a los demás, o más puros, o con un conocimiento de Dios y de la ley mejor que el de los demás.
Que no se nos olvide que Dios es un Dios humilde. Humilde en su Revelación. Humilde también en su Iglesia que NO construyó como una élite de perfectos, sino como una esposa indefensa y mil veces equivocada, tartamudeante y armada sólo con una modesta honda y unas pocas piedras frente al Goliat del mundo[6].
Y a éste Dios humilde, [pues]… le atrae la gente humilde y sencilla[7].
Esta vida es como una montaña, Dios está en la cima y todos vamos subiendo.
Y hay dos caminos. Uno es el escarpado, el de los grandes santos, el camino en el que algunos van dejando pedazos de piel. Camino durísimo, empinadísimo. Difícil de recorrer.
Y está también el camino de las carretas, que sube como en zig-zag hasta la punta. Camino mucho más fácil y más llevadero. Por ése vamos la mayoría de los seres humanos.
Al que Dios le de el coraje y la vocación y la fuerza para subir por el primero de los caminos, ¡bendito sea! En definitiva lo importante es subir, lo necesario es amar, aunque sea con un amor tartamudo: Dios sabrá valorarlo ¡vaya que lo valora! y como a los viñadores de la última hora o a las prostitutas o a los publicanos que van por delante de nosotros en el camino de la conversión, también nos dará nuestra recompensa. Porque Él es bueno y generoso.
Al final de la subida, ya muy cerca de la cúspide, los dos caminos desaparecen y ya solo queda la roca viva. Desde allí sólo se puede subir con guía. O llevados en brazos. De hecho Dios mismo nos lleva así –en sus brazos- en los últimos momentos de nuestra vida. La muerte no es otra cosa que ese abrazo de Dios en el último instante, el abrazo fuerte que nos lleva a la Vida ■
[1] Cfr Mt 20, 1-16a.
[2] Homilía pronunciada el 28.IX.2008, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[3] Cfr Sal 122.
[4] Cfr Mt 23, 13-36; Mc 12, 38-40; Lc 20, 45-47.
[5] Cfr Fil 2, 1-11.
[6] Goliat, fue un guerrero filisteo que, según la Biblia, combatió contra el rey David en el siglo XI a. C. Es un gigante oriundo de la ciudad de Gath y miembro del ejército de los filisteos. Goliat es descendiente de Anak, el cual provenía de una raza conocida como Anakim o Nephilim, los cuales, se dice, eran gigantes. El relato bíblico se encuentra en el capítulo 17 del Primer libro de Samuel.
[7] Cfr 1 Pe 5, 5.
¿Por qué afirma Jesús que publicanos y prostitutas van por delante en el camino hacia el Reino de los cielos? Puede haber muchas explicaciones, una de ella es que se aceptaron a si mismos como publicanos y prostitutas, y se dieron cuenta, humildemente, de la miseria en la que vivían; entendieron la necesidad de vivir junto a Dios, y decidieron convertirse. Posiblemente con caídas, con algunos retrocesos, pero con los ojos puestos en las manos de Dios[3] y confiando en su infinita misericordia, que es la garantía de la conversión.
A lo largo de evangelio vemos que Jesús perdona con mucha facilidad las debilidades de los humanos. El Señor no iba metiendo broncas a la gente que pecaba por exceso. Tampoco las bendecía, pero llama la atención que no las trataba con la dureza que sí tenía con fariseos, y los sumos sacerdotes[4].
Pareciera como si para Jesús los pecados de la carne y cosas así fueran como un río que se desborda, pero tarde o temprano vuelve a su cauce.
El fariseo –y eso es lo que realmente sacaba de quicio a Jesús- era a los ojos de los demás como un río tranquilo, en su cauce, sereno, limpio, pero... ¡ay!, estaba envenenado.
San Pablo sabía bien lo que les decía a los cristianos de Filipo; lo acabamos de escuchar en la segunda de las lecturas: Nada hagan por espíritu de rivalidad ni presunción (…) por humildad cada uno considere a los demás como superiores a sí mismo (…)[5].
Gran error el de los fariseos creerse superiores a los demás, o más puros, o con un conocimiento de Dios y de la ley mejor que el de los demás.
Que no se nos olvide que Dios es un Dios humilde. Humilde en su Revelación. Humilde también en su Iglesia que NO construyó como una élite de perfectos, sino como una esposa indefensa y mil veces equivocada, tartamudeante y armada sólo con una modesta honda y unas pocas piedras frente al Goliat del mundo[6].
Y a éste Dios humilde, [pues]… le atrae la gente humilde y sencilla[7].
Esta vida es como una montaña, Dios está en la cima y todos vamos subiendo.
Y hay dos caminos. Uno es el escarpado, el de los grandes santos, el camino en el que algunos van dejando pedazos de piel. Camino durísimo, empinadísimo. Difícil de recorrer.
Y está también el camino de las carretas, que sube como en zig-zag hasta la punta. Camino mucho más fácil y más llevadero. Por ése vamos la mayoría de los seres humanos.
Al que Dios le de el coraje y la vocación y la fuerza para subir por el primero de los caminos, ¡bendito sea! En definitiva lo importante es subir, lo necesario es amar, aunque sea con un amor tartamudo: Dios sabrá valorarlo ¡vaya que lo valora! y como a los viñadores de la última hora o a las prostitutas o a los publicanos que van por delante de nosotros en el camino de la conversión, también nos dará nuestra recompensa. Porque Él es bueno y generoso.
Al final de la subida, ya muy cerca de la cúspide, los dos caminos desaparecen y ya solo queda la roca viva. Desde allí sólo se puede subir con guía. O llevados en brazos. De hecho Dios mismo nos lleva así –en sus brazos- en los últimos momentos de nuestra vida. La muerte no es otra cosa que ese abrazo de Dios en el último instante, el abrazo fuerte que nos lleva a la Vida ■
[1] Cfr Mt 20, 1-16a.
[2] Homilía pronunciada el 28.IX.2008, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[3] Cfr Sal 122.
[4] Cfr Mt 23, 13-36; Mc 12, 38-40; Lc 20, 45-47.
[5] Cfr Fil 2, 1-11.
[6] Goliat, fue un guerrero filisteo que, según la Biblia, combatió contra el rey David en el siglo XI a. C. Es un gigante oriundo de la ciudad de Gath y miembro del ejército de los filisteos. Goliat es descendiente de Anak, el cual provenía de una raza conocida como Anakim o Nephilim, los cuales, se dice, eran gigantes. El relato bíblico se encuentra en el capítulo 17 del Primer libro de Samuel.
[7] Cfr 1 Pe 5, 5.
Ilustración: Lucas Cranach (the Elder), Portrait of Dr. Johannes Cuspinian (detail), c. 1502, óleo sobre mandera, Oscar Reinhardt Collection (Winterthur)
Los sacerdotes (pido perdón por el impudor) queremos mucho, mucho, a cientos de personas: a hombres y a mujeres. A lo largo de los años vamos "repartiéndonos" sin calcular demasiado las consecuencias. La primera consecuencia es que uno llega a pensar que tiene centenares, quizá miles de amigos. No es verdad. Los que se acercan al sacerdote agradecen ese cariño y corresponden con un afecto sincero y profundo, pero no buscan en nosotros a un amiguete convencional. Necesitan al Amigo, con mayúscula. El sacerdote debe comprender entonces que esas personas siempre se van, y que es bueno que se vayan, aunque duela. De tanto en tanto te llaman para un bautizo, para una boda, para un funeral. Y aseguran que eres lo más de lo más, que formas parte de la familia. Luego vuelven escaparse entre promesas de amor eterno. Es grande esta vocación. Nadie recibe en la tierra tanto afecto. Y como el corazón tiene siempre más capacidad que la memoria, uno llega a olvidar -aunque no siempre- hasta los rostros de las personas a las que más quiere ■ ae
Twenty-Sixth Sunday in Ordinary Time
This Sunday we are treated to one of the most beautiful passages in the Bible. It is found in the Letter of St. Paul to the Philippians. Paul begins by telling us to be kind, and loving, and merciful to each other. We are to put the interests of others above ourselves. And then he tells us about Jesus. He says that we should have the same attitude in life as Jesus had. He was forever God, but he did not regard this as something to be grasped. Instead He emptied Himself of His Divinity. He became a human being. More than this, He became a slave for all of us. And He obeyed His Father for our sakes, even when this obedience led to His death on the cross[1].
This followed with an Christological hymn: Because of this God has bestowed on Him the name that is above every other name; so that at the name of Jesus every knee should bend, both in heaven, on earth, and under the earth, and every tongue confess that Jesus Christ is Lord, to the Glory of God the Father.
It is difficult for us to explain our belief in Jesus. He is not just a theory, an intellectual doctrine. He is a living person. We have a personal relationship with Him. We go through our days speaking to Him and listening for Him to speak to us. We know that He is the eternal Son of the Father, the Word of God present from the beginning of creation. But that is not how we relate to Him or He to us. He is our closest friend, our deepest Love. We look at the Cross and are amazed at the extent of His Love for us.
He is God, and yet, He became one of us, more than that, He became a slave for us. A slave serves the needs of his master without considering the impact on his life. Jesus came to serve us. He came to free us from the grasp of materialism. He came to renew the quest for the spiritual within us. He came to restore us to that place in creation that we deserted out of pride and selfishness.
Be like Him St. Paul says in the first reading. Serve others. Stop being selfish. Look at others as more important than yourself. This is difficult. We would like to think that the world revolves around us and our wants. But it does not. The world is the Lord’s.
With the Grace of God, we can do the work of God. But this is work, and work is hard. Work takes time and strength. Work means exhausting ourselves to understand, in your case, of your husband or wife, your children, your parents. In my case, the people God calls me to serve.
We are called to work in the Father's vineyard. The vineyard is your house and my house. The vineyard is your life and my life. The vineyard is that place where others are reaching out to us, seeking the love of Christ in us. They long for Jesus. And they can find Him. They can find Him within us. Within us as Church and within us as individuals.
What is the reality of Jesus in your lives, in my life? How real is He to you? Can we all realize that through the Grace of God, Jesus’ presence is stronger and His Life is more meaningful now than ever before? This is not a matter of feeling; it is a matter of recognizing reality. Everything is for Jesus. Everything that matters in the world flows from Him and leads to Him.
St. Paul put it so beautifully in those closing words of today’s second reading: God has bestowed on Him the name that is above every other name; so that at the name of Jesus every knee should bend, both in heaven, on earth, and under the earth, and every tongue confess that Jesus Christ is Lord, to the Glory of God the Father.
This followed with an Christological hymn: Because of this God has bestowed on Him the name that is above every other name; so that at the name of Jesus every knee should bend, both in heaven, on earth, and under the earth, and every tongue confess that Jesus Christ is Lord, to the Glory of God the Father.
It is difficult for us to explain our belief in Jesus. He is not just a theory, an intellectual doctrine. He is a living person. We have a personal relationship with Him. We go through our days speaking to Him and listening for Him to speak to us. We know that He is the eternal Son of the Father, the Word of God present from the beginning of creation. But that is not how we relate to Him or He to us. He is our closest friend, our deepest Love. We look at the Cross and are amazed at the extent of His Love for us.
He is God, and yet, He became one of us, more than that, He became a slave for us. A slave serves the needs of his master without considering the impact on his life. Jesus came to serve us. He came to free us from the grasp of materialism. He came to renew the quest for the spiritual within us. He came to restore us to that place in creation that we deserted out of pride and selfishness.
Be like Him St. Paul says in the first reading. Serve others. Stop being selfish. Look at others as more important than yourself. This is difficult. We would like to think that the world revolves around us and our wants. But it does not. The world is the Lord’s.
With the Grace of God, we can do the work of God. But this is work, and work is hard. Work takes time and strength. Work means exhausting ourselves to understand, in your case, of your husband or wife, your children, your parents. In my case, the people God calls me to serve.
We are called to work in the Father's vineyard. The vineyard is your house and my house. The vineyard is your life and my life. The vineyard is that place where others are reaching out to us, seeking the love of Christ in us. They long for Jesus. And they can find Him. They can find Him within us. Within us as Church and within us as individuals.
What is the reality of Jesus in your lives, in my life? How real is He to you? Can we all realize that through the Grace of God, Jesus’ presence is stronger and His Life is more meaningful now than ever before? This is not a matter of feeling; it is a matter of recognizing reality. Everything is for Jesus. Everything that matters in the world flows from Him and leads to Him.
St. Paul put it so beautifully in those closing words of today’s second reading: God has bestowed on Him the name that is above every other name; so that at the name of Jesus every knee should bend, both in heaven, on earth, and under the earth, and every tongue confess that Jesus Christ is Lord, to the Glory of God the Father.
He is ours. And we are His. We pray today for the courage to serve the Father as He served Him, emptying ourselves of our selfishness, humbling ourselves before our God, loving Him until the day that we are totally united to our Tremendous Lover ■
[1] Sunday 28th September, 2008. Readings: 26th Sunday Ordinary Time. Readings: Ezekiel 18:25-28. Remember your mercies, O Lord—Ps 24(25):4-9. Philippians 2:1-11. Matthew 21:28-32. [St Wenceslas, Ss Laurence Ruiz & Cc.]
Ilustration: Jan van Eyck, The Ghent Altarpiece: The Soldiers of Christ (1427-30), Oil on wood, 149, 2x 54 cm, Cathedral of St Bavo (Ghent).
Al romper el día,
Nos apalabraste.
Cuidamos tu viña
Del alba a la tarde.
Ahora que nos pagas,
Nos lo das de balde,
Que a jornal de gloria
No hay trabajo grande.
Das al vespertino
Lo que al mañanero.
Son tuyas las horas
Y tuyo el viñedo.
A lo que sembramos
Dale crecimiento.
Tú que eres la viña,
Cuida los sarmientos.
Hora de la tarde,
Fin de las labores,
Amo de las viñas,
Paga los trabajos de tus viñadores ■
Nos apalabraste.
Cuidamos tu viña
Del alba a la tarde.
Ahora que nos pagas,
Nos lo das de balde,
Que a jornal de gloria
No hay trabajo grande.
Das al vespertino
Lo que al mañanero.
Son tuyas las horas
Y tuyo el viñedo.
A lo que sembramos
Dale crecimiento.
Tú que eres la viña,
Cuida los sarmientos.
Hora de la tarde,
Fin de las labores,
Amo de las viñas,
Paga los trabajos de tus viñadores ■
de la Liturgia de las Horas
Ilustración: Miguel Angel Buonarroti, Noe, (detalle), 1509, Fresco de la Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano.
XXV Domingo del Tiempo Ordinario
Qué duro e insensible puede llegar a ser el corazón del hombre. Esto a propósito de los trabajadores de la viña que se enfadan con el propietario porque se muestra generoso con aquellos que llegan al último y aparentemente no soportaron el peso del día y del calor [1]como los primeros[2].
No cabe duda que entre todas las cosas que cambian lo que menos cambia es el hombre. Todo ha cambiado a nuestro alrededor: conocemos los secretos del átomo, del genoma, de los embriones, hemos tocado la luna y alcanzado planetas lejanos; nuestros aviones han franqueado la barrera del sonido y matamos más y mejor que nunca; un agricultor produce mil veces más de trigo que cualquiera de sus antepasados juntos; dominamos las técnicas de reproducción hasta el punto de no ser necesario acoplarse para dar vida; nuestros coches de hoy mañana son anticuados, conocemos la cara de nuestros líderes que en otros tiempos se trataba como a dioses, sus arrugas, sus vicios y sus miedos.
Pero, ¿y nuestro conocimiento de nosotros mismos? Ni nuestras virtudes ni nuestros vicios han cambiado un ápice. ¿Estamos menos dominados por nuestras pasiones, afectos, pulsiones, angustias o miedos que cualquiera otro de cualquier otro tiempo o cultura? ¿Estamos más próximos a Dios que cualquiera de los santos de los siglos anteriores? Nuestros filósofos, ¿son más geniales que Aristóteles, los poetas más que Homero o los escultores más que Fidias?. Leer la cosmología de Dante nos hace gracia –el cielo representado como un escalonamiento de bóvedas-, pero cuando el propio Dante describe los arrebatos y los tormentos del amor, los enamorados de hoy se reconocen en sus versos y tiemblan… como estremece Shakespeare, Cervantes, Sthendal y tantos otros. Como conmueven los sonetos de amor de Quevedo o la poseía de Gracilazo…
Hablando de sonetos, el otro día una conocida periodista entrevistaba a un poeta y le pidió que leyera algún soneto y el hombre se dispuso a ello con emoción contenida. Al final la mujer le dice “bueno, Mr. Fulano, muchas gracias por estos versos y ahora, por favor, el último soneto, pero que sea cortito, vamos mal de tiempo”. Alucinante: un soneto “cortito”…
Sí, somos más poderosos, pero eso no nos ha hecho mejores: más sensibles a la belleza, más dueños de nosotros mismos, más atentos a los demás. Nunca los sabios, los santos y los artistas de la era espacial podrán borrar a Sócrates, o a Francisco de Asís o a Miguel Ángel… es más, al paso que vamos, y por el camino que vamos, ¿podremos llegar a la santidad, a la sabiduría o a la belleza?
Miles de millones personas han cantado canciones de amor de miles de millones de maneras con miles de millones de historias tan parecidas a las que a todos nos han sucedido. Hace pocos días una gran amiga me escribía su historia de amor, una escena en un aeropuerto: “de pronto, él buscó mi mano y yo la suya: fue un momento mágico, como si una suerte de electricidad muy potente se canalizara a través de de nuestras manos. Experimenté una sensación nueva, única, inexpresable y, a la vez, muy grata”. Fantástico recuerdo que es algo más que un recuerdo, y que a quien más quien menos le ha sucedido de otras maneras. La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta: el amor nos hace ver la grandeza de la vida, incluso en las cosas más tontas.
Cada uno tiene su biografía con sus miedos, sus complejos, sus buenos y malos rollos, sus fracasos y sus éxitos… pero nadie puede no amar, o sentirse incapaz de amar a alguien, o a algo. Es, sencillamente, imposible. Está en nuestra naturaleza. Deseo, pasión, intimidad, sentimiento, simpatía, afecto, apego, querencia, folia, ternura, hormona, feromonas o libido son algo más que palabras, son tuberías que están dentro de cada uno. Y también está el que es más lanzado, o más tímido, más divertido o más aburrido. Hay quien es un romanticón, o el seductor más o menos patético, y el que es un enamoradizo que ve una farola con faldas y ya está diciendo tonterías, y está el triste. Hay a quien le importa todo un bledo, y el que es un obsesivo del gel, zapatos boleados, loción, cinturón y sweater a juego con el color de sus ojos. Hay quien le huelen los pies y eso le hace frágil y débil. De todo. Y está muy bien.
Lo importante está en salirse a caminar por la vida y conocer gente y quererla, sin miedo. La vida y las relaciones humanas son como los cables de los audífonos del ipod que siempre se enredan de una forma inexplicable; te descuidas un momento y ¡ay! ya están hechos un nudo.
La lotería está en que de verdad encontremos el Amor, que no tiene nada que ver con lo escrito párrafos más arriba. Y que nos dejemos envolver por ése amor y que nos haga generosos y nos ayude a que no veamos a los demás por encima del hombro; a que no vayamos por la vida separando a los buenos de los malos. Ésa es tarea del Amor (y dudo mucho que incluso Él la haga).
Es duro leer –aunque se trate de una parábola- que hay gente que tiene el corazón tan chiquito que no se alegra de que a los demás les vaya bien, aunque lleguen tarde y no suden como nosotros, que estamos asoleados desde antes que salga el sol (pero quizá llenos de arrogancia y autosuficiencia)
Es duro ver que hay personas que con ésa actitud están gritando que eso de amar no existe. Es verdad que hay gente muy desgraciada, pero no neguemos el milagro, ni el más increíble de los milagros: que los milagros existen. El amor es uno de ellos, quizá el más grande y el más importante, el que da sentido a nuestra vida, lo que hace, sin duda que el mundo gire ■
No cabe duda que entre todas las cosas que cambian lo que menos cambia es el hombre. Todo ha cambiado a nuestro alrededor: conocemos los secretos del átomo, del genoma, de los embriones, hemos tocado la luna y alcanzado planetas lejanos; nuestros aviones han franqueado la barrera del sonido y matamos más y mejor que nunca; un agricultor produce mil veces más de trigo que cualquiera de sus antepasados juntos; dominamos las técnicas de reproducción hasta el punto de no ser necesario acoplarse para dar vida; nuestros coches de hoy mañana son anticuados, conocemos la cara de nuestros líderes que en otros tiempos se trataba como a dioses, sus arrugas, sus vicios y sus miedos.
Pero, ¿y nuestro conocimiento de nosotros mismos? Ni nuestras virtudes ni nuestros vicios han cambiado un ápice. ¿Estamos menos dominados por nuestras pasiones, afectos, pulsiones, angustias o miedos que cualquiera otro de cualquier otro tiempo o cultura? ¿Estamos más próximos a Dios que cualquiera de los santos de los siglos anteriores? Nuestros filósofos, ¿son más geniales que Aristóteles, los poetas más que Homero o los escultores más que Fidias?. Leer la cosmología de Dante nos hace gracia –el cielo representado como un escalonamiento de bóvedas-, pero cuando el propio Dante describe los arrebatos y los tormentos del amor, los enamorados de hoy se reconocen en sus versos y tiemblan… como estremece Shakespeare, Cervantes, Sthendal y tantos otros. Como conmueven los sonetos de amor de Quevedo o la poseía de Gracilazo…
Hablando de sonetos, el otro día una conocida periodista entrevistaba a un poeta y le pidió que leyera algún soneto y el hombre se dispuso a ello con emoción contenida. Al final la mujer le dice “bueno, Mr. Fulano, muchas gracias por estos versos y ahora, por favor, el último soneto, pero que sea cortito, vamos mal de tiempo”. Alucinante: un soneto “cortito”…
Sí, somos más poderosos, pero eso no nos ha hecho mejores: más sensibles a la belleza, más dueños de nosotros mismos, más atentos a los demás. Nunca los sabios, los santos y los artistas de la era espacial podrán borrar a Sócrates, o a Francisco de Asís o a Miguel Ángel… es más, al paso que vamos, y por el camino que vamos, ¿podremos llegar a la santidad, a la sabiduría o a la belleza?
Miles de millones personas han cantado canciones de amor de miles de millones de maneras con miles de millones de historias tan parecidas a las que a todos nos han sucedido. Hace pocos días una gran amiga me escribía su historia de amor, una escena en un aeropuerto: “de pronto, él buscó mi mano y yo la suya: fue un momento mágico, como si una suerte de electricidad muy potente se canalizara a través de de nuestras manos. Experimenté una sensación nueva, única, inexpresable y, a la vez, muy grata”. Fantástico recuerdo que es algo más que un recuerdo, y que a quien más quien menos le ha sucedido de otras maneras. La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta: el amor nos hace ver la grandeza de la vida, incluso en las cosas más tontas.
Cada uno tiene su biografía con sus miedos, sus complejos, sus buenos y malos rollos, sus fracasos y sus éxitos… pero nadie puede no amar, o sentirse incapaz de amar a alguien, o a algo. Es, sencillamente, imposible. Está en nuestra naturaleza. Deseo, pasión, intimidad, sentimiento, simpatía, afecto, apego, querencia, folia, ternura, hormona, feromonas o libido son algo más que palabras, son tuberías que están dentro de cada uno. Y también está el que es más lanzado, o más tímido, más divertido o más aburrido. Hay quien es un romanticón, o el seductor más o menos patético, y el que es un enamoradizo que ve una farola con faldas y ya está diciendo tonterías, y está el triste. Hay a quien le importa todo un bledo, y el que es un obsesivo del gel, zapatos boleados, loción, cinturón y sweater a juego con el color de sus ojos. Hay quien le huelen los pies y eso le hace frágil y débil. De todo. Y está muy bien.
Lo importante está en salirse a caminar por la vida y conocer gente y quererla, sin miedo. La vida y las relaciones humanas son como los cables de los audífonos del ipod que siempre se enredan de una forma inexplicable; te descuidas un momento y ¡ay! ya están hechos un nudo.
La lotería está en que de verdad encontremos el Amor, que no tiene nada que ver con lo escrito párrafos más arriba. Y que nos dejemos envolver por ése amor y que nos haga generosos y nos ayude a que no veamos a los demás por encima del hombro; a que no vayamos por la vida separando a los buenos de los malos. Ésa es tarea del Amor (y dudo mucho que incluso Él la haga).
Es duro leer –aunque se trate de una parábola- que hay gente que tiene el corazón tan chiquito que no se alegra de que a los demás les vaya bien, aunque lleguen tarde y no suden como nosotros, que estamos asoleados desde antes que salga el sol (pero quizá llenos de arrogancia y autosuficiencia)
Es duro ver que hay personas que con ésa actitud están gritando que eso de amar no existe. Es verdad que hay gente muy desgraciada, pero no neguemos el milagro, ni el más increíble de los milagros: que los milagros existen. El amor es uno de ellos, quizá el más grande y el más importante, el que da sentido a nuestra vida, lo que hace, sin duda que el mundo gire ■
Ilustración: Pietro Novelli, Cain y Abel, óleo sobre tela (198 x 147 cm), Galleria Nazionale d'Arte Antic (Roma).
Because my will is simple as a window
And knows no pride of original birth,
It is my life to die, like glass, by light:
Slain in the strong rays of the bridegroom sun.
Because my love is simple as a window
And knows no shame of original dust,
I longed all night, (when I was visible) for dawn my death:
When I would marry day, my Holy Spirit:
And die by transsubstantiation into light.
For light, my lover, steals my life in secret.
I vanish into day, and leave no shadow
But the geometry of my cross,
Whose frame and structure are the strength
By which I die, but only to the earth,
And am uplifted to the sky my life.
When I became the substance of my lover,
(Being obedient, sinless glass)
I love all things that need my lover's life,
And live to give my newborn Morning to your quiet rooms,
-Your rooms, that would be tombs,
Or vaults of night, and death, and terror,
Fill with the clarity of living Heaven,
Shine with the rays of God's Jerusalem:
O shine, bright Sions!
Because I die by brightness and the Holy Spirit,
The sun rejoices in your jail, my kneeling Christian,
(Where even now you weep and grin
To learn, from my simplicity, the strength of faith).
Therefore do not be troubled at the judgements of the thunder,
Stay still and pray, still stay, my other son,
And do not fear the armies and black ramparts
Of the advancing and retreating rains:
I'll let no lightning kill your room's white order.
Although it is the day's last hour,
Look with no fear:
For the torn storm lets in, at the world's rim,
Three streaming rays as straight as Jacob's ladder:
And you shall see the sun, my Son, my Substance,
Come to convince the world of the day's end, and of the night,
Smile to the lovers of the day in smiles of blood;
For though my love, He'll be their Brother,
My light - the Lamb of their Apocalypse ■ Thomas Merton, The Blessed Virgin Mary Compared to a Window (1944)
And knows no pride of original birth,
It is my life to die, like glass, by light:
Slain in the strong rays of the bridegroom sun.
Because my love is simple as a window
And knows no shame of original dust,
I longed all night, (when I was visible) for dawn my death:
When I would marry day, my Holy Spirit:
And die by transsubstantiation into light.
For light, my lover, steals my life in secret.
I vanish into day, and leave no shadow
But the geometry of my cross,
Whose frame and structure are the strength
By which I die, but only to the earth,
And am uplifted to the sky my life.
When I became the substance of my lover,
(Being obedient, sinless glass)
I love all things that need my lover's life,
And live to give my newborn Morning to your quiet rooms,
-Your rooms, that would be tombs,
Or vaults of night, and death, and terror,
Fill with the clarity of living Heaven,
Shine with the rays of God's Jerusalem:
O shine, bright Sions!
Because I die by brightness and the Holy Spirit,
The sun rejoices in your jail, my kneeling Christian,
(Where even now you weep and grin
To learn, from my simplicity, the strength of faith).
Therefore do not be troubled at the judgements of the thunder,
Stay still and pray, still stay, my other son,
And do not fear the armies and black ramparts
Of the advancing and retreating rains:
I'll let no lightning kill your room's white order.
Although it is the day's last hour,
Look with no fear:
For the torn storm lets in, at the world's rim,
Three streaming rays as straight as Jacob's ladder:
And you shall see the sun, my Son, my Substance,
Come to convince the world of the day's end, and of the night,
Smile to the lovers of the day in smiles of blood;
For though my love, He'll be their Brother,
My light - the Lamb of their Apocalypse ■ Thomas Merton, The Blessed Virgin Mary Compared to a Window (1944)
Ilustration: Caspar David Friedrich, Woman at a Window (1822), Oil on canvas, 44 x 37 cmNationalgalerie (Berlin)
Twenty-Fifth Sunday in Ordinary Time
When we hear today’s Gospel, the Parable of the Laborers in the Field, we immediately think, “That’s just not right. The guys who worked all day have a good argument. They should have been paid more.” Well, the parable isn’t really about who should get paid what. The parable is about God. He is the Good Employer, the Divine Employer. This parable is not about the workers, it is about God who offers His grace to people at various times in their lives[1].
The story of John Newton certainly illustrates this. John Newton was born in London, in 1725. His father was the captain of a merchant ship that sailed the Mediterranean. When John was just 11, he went to sea with his father. After six voyages, his father retired. John decided to seek another life. But as a teenager he was impressed by the British Navy and forced to serve on a warship. John hated it. He particularly hated the demeaning way he and everyone on board was treated. He deserted, but was captured. For that he was flogged, demoted, and treated even worse. His only way off that brutal ship ended up being traded to the worst possible ship. John requested to be exchanged to a ship that was a slave trader, working the waters off of Sierra Leona, Africa. He was brutally abused there also, but his luck changed when he was rescued by a captain of another ship who had known John’s father. John had merchant in his blood. He saw the money being made off of slaves. Eventually, John became the captain of his own slave ship.
Few years after Newton found religion. Or religion found him. He was attempting to steer the ship through a violent storm. He was convinced that all would lost. Just as he thought the ship would sink, he surprised himself by calling out, “Lord, have mercy on us.” The storm started to abate.
John reflected on this and was convinced that God had spoken to him through the storm. He changed his life and gave himself to God. He was soon out of the slave business. After marrying he immersed himself in the study of theology and was ordained an Anglican priest and named as pastor of Olney, in England. There he met a poet named William Cowper[2]. The two collaborated on writing new Church hymns, known as the Olney hymnal.
You know his work very well, at least his most famous hymn. John Newton wrote Amazing Grace:
Amazing grace! (how sweet the sound)
That sav’d a wretch like me!
I once was lost, but now I am found, was blind, but now I see.
’Twas grace that taught my heart to fear,
And grace my fears reliev’d;
How precious did that grace appear,
The hour I first believ’d!
Thro’ many dangers, toils and snares,
I have already come;
’Tis grace has brought me safe thus far,
And grace will lead me home.
That’s what the parable of the laborers in the vineyard is really about. God’s grace comes to different people at different times and in different ways.
And that includes everyone here. Perhaps some of us may feel that we have not been the person we could and should be. Maybe we are correct. But we haven’t missed our opportunity for salvation.
The Gospel encourages us not to give up on ourselves. God never gives up on us. We can always start new, whether we have just been lukewarm Christians or whether we have been at war with God. Not only does God refuse to hold us to our pasts, He forgives us through confession and transforms us to become vehicles of conversion for others. The Divine Employer does not want us wasting any more time. Even if we are pretty well advanced in age, and the day is drawing to a close, He still has work for us to do.
He needs us, and He wants us, no matter what our pasts have been. What Mercy! What Grace! Amazing! ■
[1] Sunday 21st September, 2008, 25th Sunday in Ordinary Time.Readings: Isaiah 55:6-9. The Lord is near to all who call him—Ps 144(145):2-3, 8-9, 17-18. Philippians 1:20-24, 27. Matthew 20:1-16. [St Matthew.]
[2] William Cowper (November 26, 1731 – April 25, 1800) [1] was one of the most popular poets of his time, Cowper changed the direction of 18th century nature poetry by writing of everyday life and scenes of the English countryside. He was a nephew of the poet Judith Madan. He suffered from periods of severe depression, and although he found refuge in a fervent evangelical Christianity, the inspiration behind his much-loved hymns, he often experienced doubt and feared that he was doomed to eternal damnation.
The story of John Newton certainly illustrates this. John Newton was born in London, in 1725. His father was the captain of a merchant ship that sailed the Mediterranean. When John was just 11, he went to sea with his father. After six voyages, his father retired. John decided to seek another life. But as a teenager he was impressed by the British Navy and forced to serve on a warship. John hated it. He particularly hated the demeaning way he and everyone on board was treated. He deserted, but was captured. For that he was flogged, demoted, and treated even worse. His only way off that brutal ship ended up being traded to the worst possible ship. John requested to be exchanged to a ship that was a slave trader, working the waters off of Sierra Leona, Africa. He was brutally abused there also, but his luck changed when he was rescued by a captain of another ship who had known John’s father. John had merchant in his blood. He saw the money being made off of slaves. Eventually, John became the captain of his own slave ship.
Few years after Newton found religion. Or religion found him. He was attempting to steer the ship through a violent storm. He was convinced that all would lost. Just as he thought the ship would sink, he surprised himself by calling out, “Lord, have mercy on us.” The storm started to abate.
John reflected on this and was convinced that God had spoken to him through the storm. He changed his life and gave himself to God. He was soon out of the slave business. After marrying he immersed himself in the study of theology and was ordained an Anglican priest and named as pastor of Olney, in England. There he met a poet named William Cowper[2]. The two collaborated on writing new Church hymns, known as the Olney hymnal.
You know his work very well, at least his most famous hymn. John Newton wrote Amazing Grace:
Amazing grace! (how sweet the sound)
That sav’d a wretch like me!
I once was lost, but now I am found, was blind, but now I see.
’Twas grace that taught my heart to fear,
And grace my fears reliev’d;
How precious did that grace appear,
The hour I first believ’d!
Thro’ many dangers, toils and snares,
I have already come;
’Tis grace has brought me safe thus far,
And grace will lead me home.
That’s what the parable of the laborers in the vineyard is really about. God’s grace comes to different people at different times and in different ways.
And that includes everyone here. Perhaps some of us may feel that we have not been the person we could and should be. Maybe we are correct. But we haven’t missed our opportunity for salvation.
The Gospel encourages us not to give up on ourselves. God never gives up on us. We can always start new, whether we have just been lukewarm Christians or whether we have been at war with God. Not only does God refuse to hold us to our pasts, He forgives us through confession and transforms us to become vehicles of conversion for others. The Divine Employer does not want us wasting any more time. Even if we are pretty well advanced in age, and the day is drawing to a close, He still has work for us to do.
He needs us, and He wants us, no matter what our pasts have been. What Mercy! What Grace! Amazing! ■
[1] Sunday 21st September, 2008, 25th Sunday in Ordinary Time.Readings: Isaiah 55:6-9. The Lord is near to all who call him—Ps 144(145):2-3, 8-9, 17-18. Philippians 1:20-24, 27. Matthew 20:1-16. [St Matthew.]
[2] William Cowper (November 26, 1731 – April 25, 1800) [1] was one of the most popular poets of his time, Cowper changed the direction of 18th century nature poetry by writing of everyday life and scenes of the English countryside. He was a nephew of the poet Judith Madan. He suffered from periods of severe depression, and although he found refuge in a fervent evangelical Christianity, the inspiration behind his much-loved hymns, he often experienced doubt and feared that he was doomed to eternal damnation.
La Exaltación de la Santa Cruz
Victoria! ¡Tú reinarás!
¡Oh, cruz, Tú nos salvarás!
La cruz de Cristo nos muestra
el gran amor del Señor:
sabemos que por nosotros
su vida en ella entregó.
Que nuestra vida de entrega
proclame al mundo este amor:
que todos sepan cuan cerca
se encuentra el reino de Dios.
Al mundo que está buscando
su plena liberación
la cruz enseña el camino
de su única salvación.
Oh, cruz, fuente fecunda
de vida y de bendición:
extiende a todos los hombres
tu reino de salvación.
En ti, Jesús enclavado
muriendo nos rescató.
De ti, señal de esperanza,
nos viene la redención.
La muerte fue derrotada
por Cristo que en ti murió;
también nosotros cantemos
¡Victoria y resurrección!
Honor y gloria entonemos
a Cristo liberador;
su cruz nos guíe hasta el cielo,
la Tierra de promisión ■
¡Oh, cruz, Tú nos salvarás!
La cruz de Cristo nos muestra
el gran amor del Señor:
sabemos que por nosotros
su vida en ella entregó.
Que nuestra vida de entrega
proclame al mundo este amor:
que todos sepan cuan cerca
se encuentra el reino de Dios.
Al mundo que está buscando
su plena liberación
la cruz enseña el camino
de su única salvación.
Oh, cruz, fuente fecunda
de vida y de bendición:
extiende a todos los hombres
tu reino de salvación.
En ti, Jesús enclavado
muriendo nos rescató.
De ti, señal de esperanza,
nos viene la redención.
La muerte fue derrotada
por Cristo que en ti murió;
también nosotros cantemos
¡Victoria y resurrección!
Honor y gloria entonemos
a Cristo liberador;
su cruz nos guíe hasta el cielo,
la Tierra de promisión ■
ilustración: Gauguin, Le Christ jaune, Albright-Knox Art Gallery (Buffalo, NY)
XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
Celebra éste domingo la Liturgia la fiesta de la exaltación de la Santa Cruz, celebración que tiene sus orígenes alrededor del siglo IV.[1].
Aun cuando la fiesta nos habla de la cruz, y la cruz tiene un sentido importantísimo –central, es posible afirmar- en la vida del cristiano, es bueno y es sano y es útil tener en cuenta también que si el Señor hubiera querido que le amásemos o creyésemos en Él sólo por su sufrimiento, sus treinta y tres años de vida hubieran sido muy diferentes a lo que nos cuentan los Evangelios.
Jesús tenía humor y provocaba sonrisas: nace en un establo y le colocan en un pesebre rodeado del cariño de sus padres, con una mula y un buey que le dan calor[2] y podemos imaginar cómo sonríe a los pastores que le llevan regalos[3]. Que sepamos, el Señor nunca se quejó de haber nacido allí, incluso debió de hacerle gracia cuando se lo contaron.
Luego sabemos que se perdió en el Templo pero él no se asustó, se asustaron sus padres; una travesura, sin más[4]. Luego viene su vida oculta: treinta años trabajando en algo que sin duda le debía gustar.
Los evangelistas no nos cuentan que estuviera estresado o que su trabajo y su vida fuera un terrible esfuerzo, o que fuera infeliz. Con toda seguridad Jesús era feliz con lo que hacía. Era una persona buena y por lo tanto, feliz.
Para darse a conocer realiza su primer milagro, un milagro propio de un hombre con un profundo sentido del humor ¡convirtió el agua en vino![5], y seguramente también Jesús mismo disfrutó de aquel vino bebiendo una copa o dos. Es Dios, sí, pero que al mismo tiempo es perfecto hombre.
A partir de aquel momento y durante tres años recorre aquellas tierras; habla, llama hipócritas a los que se rigen por la letra de la Ley, las normas al pie de la letra, pero no tienen corazón[6]. Se pone al lado de los que sufren[7]; rehúsa el poder temporal y político porque su reino no es de este mundo[8]; nos enseña cómo ser libres siendo honestos; nos avisa que es una gran tontería acaparar tesoros en la tierra[9]. Y desgrana las Bienaventuranzas, que son como el gesto de Dios que pasa su brazo por los hombros de sus hijos y los atrae hacia sí[10].
Durante aquellos años el Señor habla con palabras de vida eterna; y la gente se siente a gusto con él, tan a gusto que se les hacía de noche y no se querían ir a sus casas[11].
Y el Señor gastaba bromas: andaba sobre las aguas[12] o sacaba peces y más peces y panes y más panes de entre las manos de sus apóstoles, como si fuera el mejor de los magos.
La vida de Jesús es, además de la cruz, su mensaje, su manera de vivir y de reír. La vida de Jesús fueron treinta y tres años. De esos treinta y tres, doce horas son su prendimiento, pasión y muerte.
Es bueno detenerse un momento a pensar que el Señor no está eternamente clavado en la Cruz. Lo estuvo. Sí, pero ya no lo está más. De hecho nadie está eternamente muriendo y sufriendo. Y Jesucristo no fue una excepción: doce horas terribles, pero treinta y tres años feliz, conviviendo con sus hermanos los hombres. Dios Padre no quiso ni a su propio Hijo -ni nos quiere a sus hijos adoptivos- eternamente sufriendo.
Muchas veces me he preguntado: si Jesucristo no hubiera muerto en la Cruz, ¿su vida, sus palabras, sus enseñanzas, no habrían servido? Dicho en otras palabras: su mensaje de alegría, de paz, de querernos contentos y nobles, enseñándonos a luchar contra las injusticias y a descomplicarnos y a ver dónde está lo que es importante y lo que es accidental y no tiene importancia... su amor, el amor a Dios ¿ya no tendrían valor?
La Cruz es una parte de la vida del Señor, quizá la más importante, pero no la única que ha de iluminar la vida del cristiano. La vida del Señor es una unidad. Todos y cada uno de sus actos son redentores y llenan de luz nuestra vida y nuestra espiritualidad.
¿Cómo acercarnos entonces al misterio de la cruz del Señor? Quizá como lo sugería un padre oriental del s. II: Encontraréis la verdad y frente a ella sentiréis asombro, después temor, y por fin amor.
Tal vez el asombro y el amor nos ayuden a algo. El asombro de que esto haya ocurrido en nuestra tierra. El amor de que se haya hecho por nosotros. El temor de pasar junto a la vida y la cruz de Jesús sin descubrir que en cada momento –en su vida oculta y en el momento de la cruz- se jugó la aventura más alta de la historia y de ella cada uno nos beneficiamos abundantemente ■
Aun cuando la fiesta nos habla de la cruz, y la cruz tiene un sentido importantísimo –central, es posible afirmar- en la vida del cristiano, es bueno y es sano y es útil tener en cuenta también que si el Señor hubiera querido que le amásemos o creyésemos en Él sólo por su sufrimiento, sus treinta y tres años de vida hubieran sido muy diferentes a lo que nos cuentan los Evangelios.
Jesús tenía humor y provocaba sonrisas: nace en un establo y le colocan en un pesebre rodeado del cariño de sus padres, con una mula y un buey que le dan calor[2] y podemos imaginar cómo sonríe a los pastores que le llevan regalos[3]. Que sepamos, el Señor nunca se quejó de haber nacido allí, incluso debió de hacerle gracia cuando se lo contaron.
Luego sabemos que se perdió en el Templo pero él no se asustó, se asustaron sus padres; una travesura, sin más[4]. Luego viene su vida oculta: treinta años trabajando en algo que sin duda le debía gustar.
Los evangelistas no nos cuentan que estuviera estresado o que su trabajo y su vida fuera un terrible esfuerzo, o que fuera infeliz. Con toda seguridad Jesús era feliz con lo que hacía. Era una persona buena y por lo tanto, feliz.
Para darse a conocer realiza su primer milagro, un milagro propio de un hombre con un profundo sentido del humor ¡convirtió el agua en vino![5], y seguramente también Jesús mismo disfrutó de aquel vino bebiendo una copa o dos. Es Dios, sí, pero que al mismo tiempo es perfecto hombre.
A partir de aquel momento y durante tres años recorre aquellas tierras; habla, llama hipócritas a los que se rigen por la letra de la Ley, las normas al pie de la letra, pero no tienen corazón[6]. Se pone al lado de los que sufren[7]; rehúsa el poder temporal y político porque su reino no es de este mundo[8]; nos enseña cómo ser libres siendo honestos; nos avisa que es una gran tontería acaparar tesoros en la tierra[9]. Y desgrana las Bienaventuranzas, que son como el gesto de Dios que pasa su brazo por los hombros de sus hijos y los atrae hacia sí[10].
Durante aquellos años el Señor habla con palabras de vida eterna; y la gente se siente a gusto con él, tan a gusto que se les hacía de noche y no se querían ir a sus casas[11].
Y el Señor gastaba bromas: andaba sobre las aguas[12] o sacaba peces y más peces y panes y más panes de entre las manos de sus apóstoles, como si fuera el mejor de los magos.
La vida de Jesús es, además de la cruz, su mensaje, su manera de vivir y de reír. La vida de Jesús fueron treinta y tres años. De esos treinta y tres, doce horas son su prendimiento, pasión y muerte.
Es bueno detenerse un momento a pensar que el Señor no está eternamente clavado en la Cruz. Lo estuvo. Sí, pero ya no lo está más. De hecho nadie está eternamente muriendo y sufriendo. Y Jesucristo no fue una excepción: doce horas terribles, pero treinta y tres años feliz, conviviendo con sus hermanos los hombres. Dios Padre no quiso ni a su propio Hijo -ni nos quiere a sus hijos adoptivos- eternamente sufriendo.
Muchas veces me he preguntado: si Jesucristo no hubiera muerto en la Cruz, ¿su vida, sus palabras, sus enseñanzas, no habrían servido? Dicho en otras palabras: su mensaje de alegría, de paz, de querernos contentos y nobles, enseñándonos a luchar contra las injusticias y a descomplicarnos y a ver dónde está lo que es importante y lo que es accidental y no tiene importancia... su amor, el amor a Dios ¿ya no tendrían valor?
La Cruz es una parte de la vida del Señor, quizá la más importante, pero no la única que ha de iluminar la vida del cristiano. La vida del Señor es una unidad. Todos y cada uno de sus actos son redentores y llenan de luz nuestra vida y nuestra espiritualidad.
¿Cómo acercarnos entonces al misterio de la cruz del Señor? Quizá como lo sugería un padre oriental del s. II: Encontraréis la verdad y frente a ella sentiréis asombro, después temor, y por fin amor.
Tal vez el asombro y el amor nos ayuden a algo. El asombro de que esto haya ocurrido en nuestra tierra. El amor de que se haya hecho por nosotros. El temor de pasar junto a la vida y la cruz de Jesús sin descubrir que en cada momento –en su vida oculta y en el momento de la cruz- se jugó la aventura más alta de la historia y de ella cada uno nos beneficiamos abundantemente ■
[1] La fiesta de la exaltación de la Santa Cruz se remonta a la primera mitad del s. IV. Según la Crónica de Alejandría, Elena redescubrió la cruz del Señor el 14 de septiembre del año 320. El 13 de septiembre del 335, tuvo lugar la consagración de las basílicas de la Anástasis (resurrección) y del Martirium (de la Cruz), sobre el Gólgota. El 14 de septiembre del mismo año se expuso solemnemente a la veneración de los fieles la cruz del Señor redescubierta. Sobre estos hechos se apoya la conmemoración anual, cuya celebración es atestiguada por Constantinopla en el s.V y por Roma a finales del VII. Las iglesias que poseían una reliquia de la cruz (Jerusalén, Roma y Constantinopla) la mostraban a los fieles en un acto solemne que se llamaba exaltación, el 14 de septiembre de cada año.
[2] Cfr Lc 2, 1-21.
[3] Con mucho ingenio –y cierta dosis de ironía- dice cierto autor que «» hace poco caso a los Reyes Magos que le llevan regalos que no le sirven para jugar
[4] Cfr Lc 2, 41-51.
[5] Cfr Jn 2, 1-10. Sin duda muchos hubiesen deseado convertir el vino en agua….
[6] Cfr Mt 23, 1-12; Mc 12, 38-40; Lc 20, 45-47.
[7] Cfr Lc 7, 36-50.
[8] Cfr Mt 27, 11-14; Mc 15, 1-5; Lc 23, 1-7, Jn 18, 33-37.
[9] Cfr Mt 8, 18.20.
[10] Cfr Mt 5, 1-12; Lc 6, 20-26.
[11] Cfr Mt, 14, 13-21.
[12] Id 14, 22-33.
Ilustración: Eugène Delacroix (1798-1863), Le Christ sur le lac de Gennesaret, Metropolitan Museum of Art, (New York)
Twenty-Fourth Sunday in Ordinary Time
Today we celebrate a very special feast, the Exaltation of the Holy Cross, it is a feast because it is a demand that we recognize that this symbol of death and misery has become a of life and victory. Jesus’ death on the cross restored our capacity to have eternal life. The power of the Cross is that on the Cross Life Destroyed Death, and Love destroyed hate[1].
Our culture asks us to accept the absurdity that physical might and financial strength are the signs of a powerful nation or a powerful person. But who were the most powerful people of the last century? Hitler, Stalin, Churchill? Two of the most powerful people of the last century were both based in India: Mahatma Ghandi[2] and Mother Theresa[3]. Both were poor. Both were lovers of all that is right and just. Ghandi shamed the mighty British Empire into giving India independence. Mother Theresa shamed us all into recognizing our responsibility towards the poorest of the poor. The leaders of the world found that it was easier to deal with a powerful capitalist than it was to argue with Mother Theresa. We also should add Pope John Paul II to those who conquer through the cross. John Paul II’s life demonstrated the Power of the Cross. Also, here, in our parish we have two wonderful examples; EVERYBODY will agree with me. Fr. White and Fr. Wagner. Both of them are wonderful priests, completely dedicated to his ministry, even when they are old, and their health is weak, they love the cross of the priesthood, and they are serving us at all the time.
We should never wear a cross as a piece of jewelry, even if we wear a gold cross. We should wear a cross as a sign that we are committed to Christ’s way, the way of sacrificial love. We should wear a cross as a sign that our ideal is to choose that which brings love into the world regardless of the personal cost. Love and love alone defeats hatred and, ultimately, death.
We should wear a cross as a personal reminder that even when the cost of one of our sacrifices seems terribly high and even when we can not see and may not see the good that has come from the sacrifice, we still have faith that the power of the Cross, the power of Sacrificial Love will prevail.
We should wear the cross as a sign of our commitment to a living faith and our hope that even if we die, as we probably will, we will still share the eternal life of God.
We should wear the cross as a statement to ourselves and to others. The statement is simple: this is how God loved the world ■
Our culture asks us to accept the absurdity that physical might and financial strength are the signs of a powerful nation or a powerful person. But who were the most powerful people of the last century? Hitler, Stalin, Churchill? Two of the most powerful people of the last century were both based in India: Mahatma Ghandi[2] and Mother Theresa[3]. Both were poor. Both were lovers of all that is right and just. Ghandi shamed the mighty British Empire into giving India independence. Mother Theresa shamed us all into recognizing our responsibility towards the poorest of the poor. The leaders of the world found that it was easier to deal with a powerful capitalist than it was to argue with Mother Theresa. We also should add Pope John Paul II to those who conquer through the cross. John Paul II’s life demonstrated the Power of the Cross. Also, here, in our parish we have two wonderful examples; EVERYBODY will agree with me. Fr. White and Fr. Wagner. Both of them are wonderful priests, completely dedicated to his ministry, even when they are old, and their health is weak, they love the cross of the priesthood, and they are serving us at all the time.
We should never wear a cross as a piece of jewelry, even if we wear a gold cross. We should wear a cross as a sign that we are committed to Christ’s way, the way of sacrificial love. We should wear a cross as a sign that our ideal is to choose that which brings love into the world regardless of the personal cost. Love and love alone defeats hatred and, ultimately, death.
We should wear a cross as a personal reminder that even when the cost of one of our sacrifices seems terribly high and even when we can not see and may not see the good that has come from the sacrifice, we still have faith that the power of the Cross, the power of Sacrificial Love will prevail.
We should wear the cross as a sign of our commitment to a living faith and our hope that even if we die, as we probably will, we will still share the eternal life of God.
We should wear the cross as a statement to ourselves and to others. The statement is simple: this is how God loved the world ■
[1] Sunday 14th September, 2008, the Exaltation of the Holy Cross. Readings: Numbers 21:4-9. Do not forget the works of the Lord!—Ps 77(78):1-2, 34-38. Philippians 2:6-11. John 3:13-17
[2] Mohandas Karamchand Gandhi (Gujarati: મોહનદાસ કરમચંદ ગાંધી) (2 October 1869 – 30 January 1948) was a major political and spiritual leader of India and the Indian independence movement. He was the pioneer of Satyagraha—resistance to tyranny through mass civil disobedience, firmly founded upon ahimsa or total non-violence—which led India to independence and inspired movements for civil rights and freedom across the world. He is commonly known around the world as Mahatma Gandhi (Sanskrit: महात्मा mahātmā or "Great Soul", an honorific first applied to him by Rabindranath Tagore) and in India also as Bapu (Gujarati: બાપુ bāpu or "Father"). He is officially honored in India as the Father of the Nation; his birthday, 2 October, is commemorated there as Gandhi Jayanti, a national holiday, and world-wide as the International Day of Non-Violence.
[3] Mother Teresa, OM, MC (Albanian: Nënë Tereza, born Anjezë Gonxhe Bojaxhiu (August 26, 1910 – September 5, 1997) was an Albanian[2][3] Roman Catholic nun with Indian citizenship[4] who founded the Missionaries of Charity in Kolkata (Calcutta), India in 1950. For over forty five years she ministered to the poor, sick, orphaned, and dying, while guiding the Missionaries of Charity's expansion, first throughout India and then in other countries.
Ilustration: The cross as the focal point of the "gloria del paradiso" is revered by the saints and the elect of the heavenly realm who surround the cross on banks of clouds. On the right, we recognize the patriarchs, including Moses, Abraham and King David. We also see Jonas sitting on the fish, looking up towards the cross, and St Catherine and Mary Magdalene in a sisterly embrace. In the foreground, there is a disputation between St Sebastian and Pope Gregory, St Jerome, St Ambrose and St Augustine, with the first Christian martyrs St Stephen and St Laurence. The cross, clutched by a kneeling female figure who is probably an embodiment of Faith, is surrounded by angels bearing the instruments of the Passion, above which we can make out the Evangelists and Apostles. At the head of a procession of angels streaming into the dazzling light of the background, which is flooded with an overwhelming brightness, we can see the Coronation of the Virgin.
Elsheimer's unique art is evident in the astonishing illusion of remarkable breadth and depth achieved by this small panel painting. Here, space is no longer simply a problem of continuously reduced scale, but also one of simultaneous graduation of colour and the distribution of light and darkness. This creates interlocking areas of colour and light which, though perceived by the eye, nevertheless take on the quality of a vision. This painting, originally part of a triptych, is widely regarded as Elsheimer's greatest masterpiece.
Elsheimer's unique art is evident in the astonishing illusion of remarkable breadth and depth achieved by this small panel painting. Here, space is no longer simply a problem of continuously reduced scale, but also one of simultaneous graduation of colour and the distribution of light and darkness. This creates interlocking areas of colour and light which, though perceived by the eye, nevertheless take on the quality of a vision. This painting, originally part of a triptych, is widely regarded as Elsheimer's greatest masterpiece.
Adam Elsheimer, Glorification of the Cross (1605), Oil on copper, 48,5 x 36 cm, Städelsches Kunstinstitut, (Frankfurt)
9/11
O God of love, compassion, and healing,
look on us, people of many different faiths and traditions,
who gather today at this site,
the scene of incredible violence and pain.
We ask you in your goodness
to give eternal light and peace
to all who died here—
the heroic first-responders:
our fire fighters, police officers,
emergency service workers, and Port Authority personnel,
along with all the innocent men and women
who were victims of this tragedy
simply because their work or service
brought them here on September 11, 2001.
We ask you, in your compassion
to bring healing to those
who, because of their presence here that day,
suffer from injuries and illness.
Heal, too, the pain of still-grieving families
and all who lost loved ones in this tragedy.
Give them strength to continue their lives with courage and hope.
We are mindful as well
of those who suffered death, injury, and loss
on the same day at the Pentagon and in Shanksville, Pennsylvania.
Our hearts are one with theirs
as our prayer embraces their pain and suffering.
God of peace, bring your peace to our violent world:
peace in the hearts of all men and women
and peace among the nations of the earth.
Turn to your way of love
those whose hearts and minds
are consumed with hatred.
God of understanding,
overwhelmed by the magnitude of this tragedy,
we seek your light and guidance
as we confront such terrible events.
Grant that those whose lives were spared
may live so that the lives lost here
may not have been lost in vain.
Comfort and console us,
strengthen us in hope,
and give us the wisdom and courage
to work tirelessly for a world
where true peace and love reign
among nations and in the hearts of all ■
PRAYER OF HIS HOLINESS BENEDICT XVI
VISIT TO GROUND ZERO
Sunday, 20 April 2008
Delante de la cruz los ojos míos
quédenseme, Señor, así mirando,
y sin ellos quererlo estén llorando,
porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando,
y sin ellos quererlo estén rezando,
porque pecaron mucho y son impíos.
Y así con la mirada en vos prendida,
y así con la palabra prisionera,
como la carne a vuestra cruz asida,
quédeseme Señor, el alma entera;
y así clavada en vuestra cruz mi vida
Señor, así, cuando queráis me muera ■
quédenseme, Señor, así mirando,
y sin ellos quererlo estén llorando,
porque pecaron mucho y están fríos.
Y estos labios que dicen mis desvíos,
quédenseme, Señor, así cantando,
y sin ellos quererlo estén rezando,
porque pecaron mucho y son impíos.
Y así con la mirada en vos prendida,
y así con la palabra prisionera,
como la carne a vuestra cruz asida,
quédeseme Señor, el alma entera;
y así clavada en vuestra cruz mi vida
Señor, así, cuando queráis me muera ■
XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
A propósito del pasaje del evangelio que acabamos de escuchar vamos a tirar unas pocas piedritas sobre nuestro propio tejado[1].
Una cosa que queda clara ¡qué trabajo nos cuenta que nos corrijan o nos llamen la atención! Pero qué trabajo nos cuesta especialmente a los sacerdotes o a las personas que hemos entregado la vida al servicio de Dios. ¿Será que somos más soberbios y arrogantes que el resto de los seres humanos? ¿Será que vemos con menos facilidad nuestros defectos y equivocaciones?[2]
La Iglesia aunque ha sido fundada por Jesucristo sobre roca firme[3] y está constantemente asistida por el Espíritu Santo, tiene una parte humana que desafortunadamente deja algunas cosas qué desear[4].
No cabe duda de que la crisis por la que atravesamos es en realidad una crisis de liderazgo: muchos obispos y sacerdotes no vamos delante de las ovejas gobernando el rebaño que nos ha sido encomendado con santidad y justicia. No creo que haga falta poner demasiados ejemplos porque todos conocemos bien la situación concreta que hemos vivido en éste país.
Hoy por hoy se hace más necesario en ésta Iglesia particular de los Estados Unidos –y en la Iglesia Particular de México y en la Iglesia Universal- que los fieles laicos nos ayuden a nosotros, los ministros ordenados, con la corrección, diciéndonos las cosas que no estamos haciendo bien y que por soberbia, arrogancia o descuido no vemos.
De la misma manera que los sacerdotes llamamos la atención cuando algo no está bien o algo no está de acuerdo con la vida que debe seguir el cristiano, y alzamos la voz y convocamos, por ejemplo, manifestaciones, de ésa misma manera los laicos, con respeto y con cariño, pero también con firmeza y claridad –sin el deseo de amarrar navajas, por decirlo coloquialmente, ni de separar o de herir la unidad del cuerpo de Cristo- deben ayudarnos diciéndonos si hacemos algo mal. Requiere esfuerzo, requiere entereza, pero es necesario, ¡Ayúdenos con la limosna de su corrección y de su preocupación por nosotros!
Una de las enfermedades que más daño causan a la Iglesia la actitud del fanático, es decir, de aquel o aquella que considera que dentro de la Iglesia católica –o sus instituciones- todo está bien, todo está en orden, no hay nada qué cambiar y por tanto somos lo más perfecto que hay sobre la tierra, amén de que los sacerdotes somos intocables e incorregibles.
El dogmatismo es un cáncer porque es al mismo tiempo una enorme carencia de espíritu crítico y porque no admite la libre discusión acerca de las propias verdades; las diferencias son consideradas de manera radical y se termina por encerrar la diversidad humana en dos categorías: buenos y malos.
El fanático desea a toda costa imponer la creencia y forzar a todo el mundo a que se adscriba a la misma, además de que desprecia y rechaza todo aquello que está fuera de sus moldes y etiquetas. El fanático es incapaz de admitir el mundo en su diversidad y para aprender de los demás. Una sociedad fanática se encuentra anclada en un tiempo y en una forma fija de ver las cosas.
Dignas de ser recordadas son las palabras de su Santidad Benedicto XVI hace pocos meses en Washington: «En el contexto de esta esperanza nacida del amor y de la fidelidad de Dios reconozco el dolor que ha sufrido la Iglesia en América como consecuencia del abuso sexual de menores. Ninguna palabra mía podría describir el dolor y el daño producido por dicho abuso. Es importante que se preste una cordial atención pastoral a los que han sufrido. Tampoco puedo expresar adecuadamente el daño que se ha hecho dentro de la comunidad de la Iglesia. Ya se han hecho grandes esfuerzos para afrontar de manera honesta y justa esta trágica situación (…) Ayer hablé de esto con vuestros Obispos. Hoy animo a cada uno de ustedes a hacer cuanto les sea posible para promover la recuperación y la reconciliación, y para ayudar a los que han sido dañados. Les pido también que estimen a sus sacerdotes y los reafirmen en el excelente trabajo que hacen. Y, sobre todo, oren para que el Espíritu Santo derrame sus dones sobre la Iglesia, los dones que llevan a la conversión, al perdón y el crecimiento en la santidad»[5].
Si el Papa – y antes Juan Pablo II-[6] ha pedido perdón y ha aceptado que hay cosas que no van bien, y que hay que trabajar mucho ¿cómo es que los demás vamos a decir que no pasa nada y a molestarnos cuando se nos corrige con el deseo de ayudarnos? ■
[1] Cfr Mt, 18, 15-20.
[2] Homilía pronunciada el 7.IX.2008, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[3] Cfr Mt 16,18.
[4] “ (…) Afortunadamente, el Espíritu Santo nunca deja sin intrínseca protección a la Esposa de Cristo. Siempre está activo, estimulando las antitoxinas necesarias bajo diferentes niveles (…)” Giacomo Biffi, arzobispo de Bolonia, en el prefacio a Leyendas Negras de la Iglesia de Vittorio Messori.
[5] El texto complete puede leerse en: www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2008/documents/hf_ben-xvi_hom_20080417_washington-stadium_sp.html
[6] El 7 de marzo de 2000, la Comisión Teológica Internacional (CTI), institución que reúne a los teólogos más prestigiosos de la Iglesia católica, presidida entonces por el cardenal Joseph Ratzinger, publicaba en Roma La Iglesia y las culpas del pasado, documento que contenía las líneas maestras para la purificación de la memoria en el contexto del gran Jubileo, destinado a servir de ayuda a los obispos de todo el mundo para realizar los actos solemnes de petición de perdón por las culpas pasadas y presentes de los hijos de la Iglesia. Poco después, 12 de marzo de 2000, Juan Pablo II, junto con cinco cardenales y dos arzobispos, celebraba, dentro de la misa solemne, un rito especial de petición de perdón a Dios por los graves pecados de tantos hijos de la Iglesia en el milenio que termina. A ejemplo del Papa, diversas conferencias episcopales, obispos singulares, superiores religiosos y otros representantes de movimientos e instituciones eclesiales, hicieron los correspondientes pedidos públicos de perdón. El documento de CTI, además de su valor histórico, sigue siendo de actualidad como exposición sistemática sobre los fundamentos y alcances de la responsabilidad moral de la Iglesia por los pecados cometidos por sus hijos a lo largo de la historia y en el tiempo presente.
Una cosa que queda clara ¡qué trabajo nos cuenta que nos corrijan o nos llamen la atención! Pero qué trabajo nos cuesta especialmente a los sacerdotes o a las personas que hemos entregado la vida al servicio de Dios. ¿Será que somos más soberbios y arrogantes que el resto de los seres humanos? ¿Será que vemos con menos facilidad nuestros defectos y equivocaciones?[2]
La Iglesia aunque ha sido fundada por Jesucristo sobre roca firme[3] y está constantemente asistida por el Espíritu Santo, tiene una parte humana que desafortunadamente deja algunas cosas qué desear[4].
No cabe duda de que la crisis por la que atravesamos es en realidad una crisis de liderazgo: muchos obispos y sacerdotes no vamos delante de las ovejas gobernando el rebaño que nos ha sido encomendado con santidad y justicia. No creo que haga falta poner demasiados ejemplos porque todos conocemos bien la situación concreta que hemos vivido en éste país.
Hoy por hoy se hace más necesario en ésta Iglesia particular de los Estados Unidos –y en la Iglesia Particular de México y en la Iglesia Universal- que los fieles laicos nos ayuden a nosotros, los ministros ordenados, con la corrección, diciéndonos las cosas que no estamos haciendo bien y que por soberbia, arrogancia o descuido no vemos.
De la misma manera que los sacerdotes llamamos la atención cuando algo no está bien o algo no está de acuerdo con la vida que debe seguir el cristiano, y alzamos la voz y convocamos, por ejemplo, manifestaciones, de ésa misma manera los laicos, con respeto y con cariño, pero también con firmeza y claridad –sin el deseo de amarrar navajas, por decirlo coloquialmente, ni de separar o de herir la unidad del cuerpo de Cristo- deben ayudarnos diciéndonos si hacemos algo mal. Requiere esfuerzo, requiere entereza, pero es necesario, ¡Ayúdenos con la limosna de su corrección y de su preocupación por nosotros!
Una de las enfermedades que más daño causan a la Iglesia la actitud del fanático, es decir, de aquel o aquella que considera que dentro de la Iglesia católica –o sus instituciones- todo está bien, todo está en orden, no hay nada qué cambiar y por tanto somos lo más perfecto que hay sobre la tierra, amén de que los sacerdotes somos intocables e incorregibles.
El dogmatismo es un cáncer porque es al mismo tiempo una enorme carencia de espíritu crítico y porque no admite la libre discusión acerca de las propias verdades; las diferencias son consideradas de manera radical y se termina por encerrar la diversidad humana en dos categorías: buenos y malos.
El fanático desea a toda costa imponer la creencia y forzar a todo el mundo a que se adscriba a la misma, además de que desprecia y rechaza todo aquello que está fuera de sus moldes y etiquetas. El fanático es incapaz de admitir el mundo en su diversidad y para aprender de los demás. Una sociedad fanática se encuentra anclada en un tiempo y en una forma fija de ver las cosas.
Dignas de ser recordadas son las palabras de su Santidad Benedicto XVI hace pocos meses en Washington: «En el contexto de esta esperanza nacida del amor y de la fidelidad de Dios reconozco el dolor que ha sufrido la Iglesia en América como consecuencia del abuso sexual de menores. Ninguna palabra mía podría describir el dolor y el daño producido por dicho abuso. Es importante que se preste una cordial atención pastoral a los que han sufrido. Tampoco puedo expresar adecuadamente el daño que se ha hecho dentro de la comunidad de la Iglesia. Ya se han hecho grandes esfuerzos para afrontar de manera honesta y justa esta trágica situación (…) Ayer hablé de esto con vuestros Obispos. Hoy animo a cada uno de ustedes a hacer cuanto les sea posible para promover la recuperación y la reconciliación, y para ayudar a los que han sido dañados. Les pido también que estimen a sus sacerdotes y los reafirmen en el excelente trabajo que hacen. Y, sobre todo, oren para que el Espíritu Santo derrame sus dones sobre la Iglesia, los dones que llevan a la conversión, al perdón y el crecimiento en la santidad»[5].
Si el Papa – y antes Juan Pablo II-[6] ha pedido perdón y ha aceptado que hay cosas que no van bien, y que hay que trabajar mucho ¿cómo es que los demás vamos a decir que no pasa nada y a molestarnos cuando se nos corrige con el deseo de ayudarnos? ■
[1] Cfr Mt, 18, 15-20.
[2] Homilía pronunciada el 7.IX.2008, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[3] Cfr Mt 16,18.
[4] “ (…) Afortunadamente, el Espíritu Santo nunca deja sin intrínseca protección a la Esposa de Cristo. Siempre está activo, estimulando las antitoxinas necesarias bajo diferentes niveles (…)” Giacomo Biffi, arzobispo de Bolonia, en el prefacio a Leyendas Negras de la Iglesia de Vittorio Messori.
[5] El texto complete puede leerse en: www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/homilies/2008/documents/hf_ben-xvi_hom_20080417_washington-stadium_sp.html
[6] El 7 de marzo de 2000, la Comisión Teológica Internacional (CTI), institución que reúne a los teólogos más prestigiosos de la Iglesia católica, presidida entonces por el cardenal Joseph Ratzinger, publicaba en Roma La Iglesia y las culpas del pasado, documento que contenía las líneas maestras para la purificación de la memoria en el contexto del gran Jubileo, destinado a servir de ayuda a los obispos de todo el mundo para realizar los actos solemnes de petición de perdón por las culpas pasadas y presentes de los hijos de la Iglesia. Poco después, 12 de marzo de 2000, Juan Pablo II, junto con cinco cardenales y dos arzobispos, celebraba, dentro de la misa solemne, un rito especial de petición de perdón a Dios por los graves pecados de tantos hijos de la Iglesia en el milenio que termina. A ejemplo del Papa, diversas conferencias episcopales, obispos singulares, superiores religiosos y otros representantes de movimientos e instituciones eclesiales, hicieron los correspondientes pedidos públicos de perdón. El documento de CTI, además de su valor histórico, sigue siendo de actualidad como exposición sistemática sobre los fundamentos y alcances de la responsabilidad moral de la Iglesia por los pecados cometidos por sus hijos a lo largo de la historia y en el tiempo presente.
XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
A propósito del evangelio y de las palabras del Señor a Pedro sugiriéndole de una manera un tanto fuerte que actúe con un criterio mucho más sobrenatural y menos humano, quisiera hablar éste medio día de un tema que desde hace algún tiempo traigo –con perdón de la expresión- entre pecho y espalda. [1]
Es el tema de la adscripción –o registro, incorporación o como se le quiera llamar- de los fieles a una parroquia concreta.
Este tema jamás se me ocurriría tocarlo en la homilía de alguna de las misas en inglés, por la sencilla razón de que el norteamericano, en su esquema mental y de comportamiento, sabe que debe pertenecer a una parroquia concreta y que ésa pertenencia se hace mediante un registro. En realidad es fácil y sencillo de comprender. “Padre, las comparaciones son odiosas”. Cierto. Refrán lleno de sabiduría –que repite mucho mi mamá, por cierto, que es una mujer sabia.
Señores y señoras latinos y latinas, mexicanos y mexicanas, sudamericanos y cualquier persona de habla castellana o de costumbres latinas: en éste bendito país en el que Dios nos ha dado la oportunidad de vivir, de desarrollarnos y de ganarnos la vida –y de paso unos dólares- existe la saludable costumbre de registrarse en una parroquia, y de hacer vida parroquial; de presentarse con el pastor y si la ocasión lo amerita, de echar coffee and donuts con él, y convivir con el resto de los parroquianos. Eso es hacer vida de parroquia.
Queridos señores y señoras latinos y latinas, el que en la parroquia pidamos que se registren NO ES UN CAPRICHO DEL PARROCO, NI DEL CONSEJO DE PASTORAL, NI DEL ARZOBISPO: es una necesidad.
Este bendito país en el que Dios nos ha dado la oportunidad de vivir, de desarrollarnos y de ganarnos la vida –y de paso unos dólares- es un país organizado; un país que planea las cosas con tiempo; un país en el que las encuestas tienen sentido y son útiles para organizar y planear adecuadamente.
Si en México, o en San Salvador, o en el planeta Marte –por poner ejemplos concretos, eh? Nadie se sienta aludido- no existe la costumbre de inscribirse en una parroquia ¡pues bendito sea Dios! el punto está en que en éste país si existe ésa sana costumbre y el sentido común nos dice que a donde fueres…..exacto: haz lo que vieres.
Dentro de todo esto hay dos actitudes que son aún peores: Afirmar que la Iglesia lo que quiere, al insistir en el registro, es ganar dinero, o afirmar que nunca se avisa a los fieles sobre la necesidad de ésta adscripción. Ambas cosas son rotundamente falsas.
Los dineros de la parroquia –manejados por muchas manos que no son precisamente las manos de los sacerdotes únicamente- están bastante sanos y limpios, y la información se publica periódicamente en el boletín. Quien tenga curiosidad de saber en donde termina la ayuda económica que nos brinda, que lea cuidadosamente el boletín; les aseguro que el dinero está bien administrado.
La invitación a que los fieles formen parte activa ¡viva! De la parroquia se hace al comienzo de TODAS Y CADA UNA DE LAS CELEBRACIONES DE LOS DOMINGOS, pero claro –y entramos a un tema que con frecuencia saca chispas- si se llega tarde a misa….si no se le nunca el boletín…si no hay atención en el momento de los avisos….
“Cuando llegue al cielo no me van a preguntar si era parishioner o no de St. Matthew” decía el otro día un señor bastante molesto. Ciertamente San Pedro, con el famoso libro de la vida en la mano, no hará ésa pregunta, pero quizá SÍ lea en voz alta –antes de decirnos que dejemos nuestras cosas sobre una nubecita para luego mandarnos a otro sitio- aquel pasaje de la carta de Santiago que dice: la fe, si no tiene obras, está realmente muerta[2].
En definitiva y en pocas palabras muy queridos señores y señoras latinos y latinas, y dicho sea con mucho cariño pastoral: todo éste asunto, como el de la puntualidad en la misa, como el de acudir adecuadamente vestidos como el de formar parte viva de la comunidad parroquial es una cuestión de amor. De amor con el Amor –con mayúscula. Los sobrecitos y la forma de registro y todo el papeleo son la forma, el fondo es el amor que cada uno ponemos en las cosas de Dios.
Somos –todos, empezando por nosotros mismos- exigentísimos a la hora de pedir, pero poco generosos a la horas de dar y de comprometernos.
Vamos a pensar con la medida del Amor con mayúscula, a actuar con más criterios sobrenaturales y con menos miras humanas, y a sentirnos todos parte viva, activa ¡y registrada! de la comunidad parroquial ■
[1] Homilía pronunciada el 7.IX.2008, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas)
[2] St 2, 17.
Es el tema de la adscripción –o registro, incorporación o como se le quiera llamar- de los fieles a una parroquia concreta.
Este tema jamás se me ocurriría tocarlo en la homilía de alguna de las misas en inglés, por la sencilla razón de que el norteamericano, en su esquema mental y de comportamiento, sabe que debe pertenecer a una parroquia concreta y que ésa pertenencia se hace mediante un registro. En realidad es fácil y sencillo de comprender. “Padre, las comparaciones son odiosas”. Cierto. Refrán lleno de sabiduría –que repite mucho mi mamá, por cierto, que es una mujer sabia.
Señores y señoras latinos y latinas, mexicanos y mexicanas, sudamericanos y cualquier persona de habla castellana o de costumbres latinas: en éste bendito país en el que Dios nos ha dado la oportunidad de vivir, de desarrollarnos y de ganarnos la vida –y de paso unos dólares- existe la saludable costumbre de registrarse en una parroquia, y de hacer vida parroquial; de presentarse con el pastor y si la ocasión lo amerita, de echar coffee and donuts con él, y convivir con el resto de los parroquianos. Eso es hacer vida de parroquia.
Queridos señores y señoras latinos y latinas, el que en la parroquia pidamos que se registren NO ES UN CAPRICHO DEL PARROCO, NI DEL CONSEJO DE PASTORAL, NI DEL ARZOBISPO: es una necesidad.
Este bendito país en el que Dios nos ha dado la oportunidad de vivir, de desarrollarnos y de ganarnos la vida –y de paso unos dólares- es un país organizado; un país que planea las cosas con tiempo; un país en el que las encuestas tienen sentido y son útiles para organizar y planear adecuadamente.
Si en México, o en San Salvador, o en el planeta Marte –por poner ejemplos concretos, eh? Nadie se sienta aludido- no existe la costumbre de inscribirse en una parroquia ¡pues bendito sea Dios! el punto está en que en éste país si existe ésa sana costumbre y el sentido común nos dice que a donde fueres…..exacto: haz lo que vieres.
Dentro de todo esto hay dos actitudes que son aún peores: Afirmar que la Iglesia lo que quiere, al insistir en el registro, es ganar dinero, o afirmar que nunca se avisa a los fieles sobre la necesidad de ésta adscripción. Ambas cosas son rotundamente falsas.
Los dineros de la parroquia –manejados por muchas manos que no son precisamente las manos de los sacerdotes únicamente- están bastante sanos y limpios, y la información se publica periódicamente en el boletín. Quien tenga curiosidad de saber en donde termina la ayuda económica que nos brinda, que lea cuidadosamente el boletín; les aseguro que el dinero está bien administrado.
La invitación a que los fieles formen parte activa ¡viva! De la parroquia se hace al comienzo de TODAS Y CADA UNA DE LAS CELEBRACIONES DE LOS DOMINGOS, pero claro –y entramos a un tema que con frecuencia saca chispas- si se llega tarde a misa….si no se le nunca el boletín…si no hay atención en el momento de los avisos….
“Cuando llegue al cielo no me van a preguntar si era parishioner o no de St. Matthew” decía el otro día un señor bastante molesto. Ciertamente San Pedro, con el famoso libro de la vida en la mano, no hará ésa pregunta, pero quizá SÍ lea en voz alta –antes de decirnos que dejemos nuestras cosas sobre una nubecita para luego mandarnos a otro sitio- aquel pasaje de la carta de Santiago que dice: la fe, si no tiene obras, está realmente muerta[2].
En definitiva y en pocas palabras muy queridos señores y señoras latinos y latinas, y dicho sea con mucho cariño pastoral: todo éste asunto, como el de la puntualidad en la misa, como el de acudir adecuadamente vestidos como el de formar parte viva de la comunidad parroquial es una cuestión de amor. De amor con el Amor –con mayúscula. Los sobrecitos y la forma de registro y todo el papeleo son la forma, el fondo es el amor que cada uno ponemos en las cosas de Dios.
Somos –todos, empezando por nosotros mismos- exigentísimos a la hora de pedir, pero poco generosos a la horas de dar y de comprometernos.
Vamos a pensar con la medida del Amor con mayúscula, a actuar con más criterios sobrenaturales y con menos miras humanas, y a sentirnos todos parte viva, activa ¡y registrada! de la comunidad parroquial ■
[1] Homilía pronunciada el 7.IX.2008, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas)
[2] St 2, 17.
O God the great and the eternal, without beginning and without end, great in His counsel and mighty in His works, who is in all places, dwells with every one. Be with us also, our Master, in this hour and stand in the midst of us all. Purify our hearts and sanctify our souls. Cleanse us from all sins which we have done willingly and unwillingly and grant to us to offer before you rational sacrifices and sacrifices of blessing ■ The Prayer of incense of the Pauline Epistle■ The Coptic Liturgy of Saint Basil
Twenty-Third Sunday in Ordinary Time
The Gospel reading for this week is sometimes called the Dissertation on the Church [1]. It is quite realistic. It talks about the way we deal with people who are destroying themselves and us with sin. If your brother sins against you, go to him and tell him. If that doesn’t work, go again with friends to support you. If that doesn’t work, ask the whole Church for help with him, and so forth.
Every one of us knows numerous times that others have encouraged us to change our ways. And that is a great thing. The care of others protects us from our worst enemy, ourselves. We are better people because we sense the deep responsibility we have towards each other. Husbands and wives are better people because they have and treasure each other and change themselves out of love. You parents don’t let bad things into your homes because you are raising God’s children. You Teens keep the garbage out of your lives because you are in love with Love, with God, and are looking forward to the future He is preparing for you. And all of us in ministry continually change our behavior for the sake of those to whom we minister, and, even more important, as well as the Ultimate One we serve.
The Gospel also tells us that Jesus is with us even if just two or three of us gather in his name. The presence of Our Lord when we pray together is very real. It is authentic. He is present in Word. He is present in Sacrament, and He is present in us. Sometimes that presence is so real that we can feel Him in each other. At other times, we might feel nothing; but we still know that He is here, among us.
Few days ago I was talking with one of the founders family of the parish, and they told how was constructed our parish; then I imagine that the architect who designed our Church conceives a very heavy roof. He designed the beams to hold that roof. Can you imagine how much weight those beams hold? Now here’s the thing: the beams are made of small pieces of wood. The small pieces of wood are laminated into a powerful structure, able of holding an immense weight.
This is a good analogy of the importance each of us have in the Body of Christ, the Church. We are those little pieces of wood. We can each hold only a little weight, not all that much. But when we are united together, and united with Jesus, we can hold the weight of the world.
We need each other, and we need Jesus. And we have Jesus. We are the Body of Christ. We are the Church ■
Every one of us knows numerous times that others have encouraged us to change our ways. And that is a great thing. The care of others protects us from our worst enemy, ourselves. We are better people because we sense the deep responsibility we have towards each other. Husbands and wives are better people because they have and treasure each other and change themselves out of love. You parents don’t let bad things into your homes because you are raising God’s children. You Teens keep the garbage out of your lives because you are in love with Love, with God, and are looking forward to the future He is preparing for you. And all of us in ministry continually change our behavior for the sake of those to whom we minister, and, even more important, as well as the Ultimate One we serve.
The Gospel also tells us that Jesus is with us even if just two or three of us gather in his name. The presence of Our Lord when we pray together is very real. It is authentic. He is present in Word. He is present in Sacrament, and He is present in us. Sometimes that presence is so real that we can feel Him in each other. At other times, we might feel nothing; but we still know that He is here, among us.
Few days ago I was talking with one of the founders family of the parish, and they told how was constructed our parish; then I imagine that the architect who designed our Church conceives a very heavy roof. He designed the beams to hold that roof. Can you imagine how much weight those beams hold? Now here’s the thing: the beams are made of small pieces of wood. The small pieces of wood are laminated into a powerful structure, able of holding an immense weight.
This is a good analogy of the importance each of us have in the Body of Christ, the Church. We are those little pieces of wood. We can each hold only a little weight, not all that much. But when we are united together, and united with Jesus, we can hold the weight of the world.
We need each other, and we need Jesus. And we have Jesus. We are the Body of Christ. We are the Church ■
[1] Sunday 7th September, 2008, 23rd Sunday in Ordinary Time. Readings: Ezekiel 33:7-9. O that today you would listen to his voice! Harden not your hearts—Ps 94(95):1-2, 6-9. Romans 13:8-10. Matthew 18:15-20.
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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.
laus deo virginique matris