XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

A propósito del evangelio y de las palabras del Señor a Pedro sugiriéndole de una manera un tanto fuerte que actúe con un criterio mucho más sobrenatural y menos humano, quisiera hablar éste medio día de un tema que desde hace algún tiempo traigo –con perdón de la expresión- entre pecho y espalda. [1]

Es el tema de la adscripción –o registro, incorporación o como se le quiera llamar- de los fieles a una parroquia concreta.

Este tema jamás se me ocurriría tocarlo en la homilía de alguna de las misas en inglés, por la sencilla razón de que el norteamericano, en su esquema mental y de comportamiento, sabe que debe pertenecer a una parroquia concreta y que ésa pertenencia se hace mediante un registro. En realidad es fácil y sencillo de comprender. “Padre, las comparaciones son odiosas”. Cierto. Refrán lleno de sabiduría –que repite mucho mi mamá, por cierto, que es una mujer sabia.

Señores y señoras latinos y latinas, mexicanos y mexicanas, sudamericanos y cualquier persona de habla castellana o de costumbres latinas: en éste bendito país en el que Dios nos ha dado la oportunidad de vivir, de desarrollarnos y de ganarnos la vida –y de paso unos dólares- existe la saludable costumbre de registrarse en una parroquia, y de hacer vida parroquial; de presentarse con el pastor y si la ocasión lo amerita, de echar coffee and donuts con él, y convivir con el resto de los parroquianos. Eso es hacer vida de parroquia.

Queridos señores y señoras latinos y latinas, el que en la parroquia pidamos que se registren NO ES UN CAPRICHO DEL PARROCO, NI DEL CONSEJO DE PASTORAL, NI DEL ARZOBISPO: es una necesidad.
Este bendito país en el que Dios nos ha dado la oportunidad de vivir, de desarrollarnos y de ganarnos la vida –y de paso unos dólares- es un país organizado; un país que planea las cosas con tiempo; un país en el que las encuestas tienen sentido y son útiles para organizar y planear adecuadamente.

Si en México, o en San Salvador, o en el planeta Marte –por poner ejemplos concretos, eh? Nadie se sienta aludido- no existe la costumbre de inscribirse en una parroquia ¡pues bendito sea Dios! el punto está en que en éste país si existe ésa sana costumbre y el sentido común nos dice que a donde fueres…..exacto: haz lo que vieres.

Dentro de todo esto hay dos actitudes que son aún peores: Afirmar que la Iglesia lo que quiere, al insistir en el registro, es ganar dinero, o afirmar que nunca se avisa a los fieles sobre la necesidad de ésta adscripción. Ambas cosas son rotundamente falsas.

Los dineros de la parroquia –manejados por muchas manos que no son precisamente las manos de los sacerdotes únicamente- están bastante sanos y limpios, y la información se publica periódicamente en el boletín. Quien tenga curiosidad de saber en donde termina la ayuda económica que nos brinda, que lea cuidadosamente el boletín; les aseguro que el dinero está bien administrado.

La invitación a que los fieles formen parte activa ¡viva! De la parroquia se hace al comienzo de TODAS Y CADA UNA DE LAS CELEBRACIONES DE LOS DOMINGOS, pero claro –y entramos a un tema que con frecuencia saca chispas- si se llega tarde a misa….si no se le nunca el boletín…si no hay atención en el momento de los avisos….

“Cuando llegue al cielo no me van a preguntar si era parishioner o no de St. Matthew” decía el otro día un señor bastante molesto. Ciertamente San Pedro, con el famoso libro de la vida en la mano, no hará ésa pregunta, pero quizá SÍ lea en voz alta –antes de decirnos que dejemos nuestras cosas sobre una nubecita para luego mandarnos a otro sitio- aquel pasaje de la carta de Santiago que dice: la fe, si no tiene obras, está realmente muerta[2].

En definitiva y en pocas palabras muy queridos señores y señoras latinos y latinas, y dicho sea con mucho cariño pastoral: todo éste asunto, como el de la puntualidad en la misa, como el de acudir adecuadamente vestidos como el de formar parte viva de la comunidad parroquial es una cuestión de amor. De amor con el Amor –con mayúscula. Los sobrecitos y la forma de registro y todo el papeleo son la forma, el fondo es el amor que cada uno ponemos en las cosas de Dios.

Somos –todos, empezando por nosotros mismos- exigentísimos a la hora de pedir, pero poco generosos a la horas de dar y de comprometernos.

Vamos a pensar con la medida del Amor con mayúscula, a actuar con más criterios sobrenaturales y con menos miras humanas, y a sentirnos todos parte viva, activa ¡y registrada! de la comunidad parroquial ■

[1] Homilía pronunciada el 7.IX.2008, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas)
[2] St 2, 17.

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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