Sabes, Claus, Alguien -con mayúsculas- nos ha convocado a la existencia. Y Alguien nos convocará a la eternidad. Nos acogerá en un encuentro... pues sí: difícil de explicar. Será algo parecido a aquel encuentro que hace siglos tuvieron Jesús y la Magdalena junto al sepulcro vacío. Ella estaba desolada y confusa, cree que aquel Hombre es un jardinero que se ha llevado el cuerpo de quien tanto amaba. Le pregunta sin mirarle al rostro dónde ha puesto el cuerpo que estaba en el sepulcro...Él le dice solamente ¡María! Y ella vuelve la cabeza enloquecida. Si una mujer ha llorado de alegría alguna vez, si alguien sabe qué significa estallar de gozo y de felicidad, tuvo que ser ésta. Algo parecido nos sucederá a nosotros. En el momento que pensemos que todo se ha hundido para siempre, que nuestro sepulcro está vacío y que nada tiene sentido, Alguien, junto a nosotros, pronunciará nuestro nombre y, entonces…¡qué locura!, ¡el pecho estallará y nuestros ojos serán fuegos artificiales de alegría! Y una eternidad llena de nuestras lágrimas de gratitud. Alguien, Claus, siempre está muy cerca ■ ae
La hermosa luz de eternidad inunda
con fulgores divinos este día,
que presenció la muerte de estos Príncipes
al pecador abrió el camino de la vida.
Hoy lleváis la corona de la gloria,
padres de Roma y jueces de los pueblos:
el maestro del mundo, por la espada;
y, por la cruz, el celestial portero.
Dichosa tú que fuiste ennoblecida,
oh Roma, con la sangre de estos Príncipes,
y que, vestida con tan regia púrpura,
excedes en nobleza a cuanto existe.
Honra, poder y sempiterna gloria
sean al Padre, al Hijo y al Espíritu,
que en unidad gobiernan toda cosa
por infinitos e infinitos siglos. Amén ■
con fulgores divinos este día,
que presenció la muerte de estos Príncipes
al pecador abrió el camino de la vida.
Hoy lleváis la corona de la gloria,
padres de Roma y jueces de los pueblos:
el maestro del mundo, por la espada;
y, por la cruz, el celestial portero.
Dichosa tú que fuiste ennoblecida,
oh Roma, con la sangre de estos Príncipes,
y que, vestida con tan regia púrpura,
excedes en nobleza a cuanto existe.
Honra, poder y sempiterna gloria
sean al Padre, al Hijo y al Espíritu,
que en unidad gobiernan toda cosa
por infinitos e infinitos siglos. Amén ■
Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Alguien ha escrito que después de Jesús de Nazaret, Pablo es la figura más importante de la historia del cristianismo. Sin él, el cristianismo hubiera sido otra cosa, a no ser que Dios hubiera suscitado otro como él. Hay quien le ha llamado vaso de elección y el primero después del Único. El Papa Benedicto XVI, en la audiencia del miércoles, 25 octubre 2006, decía de él que “brilla como una estrella de primera grandeza en la historia de la Iglesia, y no sólo en la de los orígenes”[1].
En los Hechos de los Apóstoles y en la Epístolas escritas por él, queda reflejada la rica personalidad del Apóstol San Pablo, descrita así por la Biblia de Jerusalén, al hacer la Introducción a sus Cartas: “Pablo es un apasionado, un alma de fuego que se entrega sin medida a un ideal. Y este ideal es esencialmente religioso. Dios es todo para él, y a Dios sirve con lealtad absoluta, primero persiguiendo a los que considera herejes[2], luego predicando a Cristo, cuando por revelación, ha comprendido que sólo en él está la salvación. Este celo incondicional se traduce en una vida de abnegación total al servicio de Aquél a quien ama”.
No es extraño, por lo tanto, que San Pablo, en la vida de la Iglesia, haya sido considerado –después de Jesucristo, naturalmente- como el prototipo de apóstol cristiano, el modelo de tantos y tantos misioneros sacerdotes, consagrados y laicos. Él ha sido, es y será modelo para todos los que toman sobre sus espaldas la noble y algunas veces pesada tarea de evangelizar.
Es verdad que Pablo fue una figura excepcional, un gigante del cristianismo, pero esto no es un obstáculo para que lo imitemos en su amor al Señor, en su gastarse y desgastarse por Él, en su celo por anunciar el Evangelio, teniendo siempre claro –San Pablo lo tenía- que la eficacia de la evangelización es obra de la gracia, y no fruto de las cualidades personales.
El Papa Benedicto XVI proclamó en la basílica de San Pablo Extramuros, al sur de Roma, el Año Paulino,[3] dedicado a San Pablo, con motivo de los dos mil años del nacimiento del Apóstol de los Gentiles. El Papa habla constantemente de la unidad de los cristianos y nos dice a cada uno que al igual que en los inicios, Cristo también necesita hoy de apóstoles dispuestos a dar su vida por Él.
El Año Paulino, que estamos todos llamados a vivir, comenzará el 28 de junio de 2008 y se prolongará hasta el 29 de junio de 2009 y brindará la ocasión para redescubrir la figura del Apóstol, releer sus numerosas cartas dirigidas a las primeras comunidades cristianas, revivir los primeros tiempos de nuestra iglesia, profundizar en sus ricas enseñanzas a los gentiles, meditando en su vigorosa espiritualidad de fe, esperanza y caridad, peregrinar a su tumba y a los numerosos lugares que visitó, fundando las primeras comunidades eclesiales, pero sobre todo para revitalizar nuestra fe y nuestro papel en la Iglesia de hoy a la luz de sus enseñanzas, y para rezar y trabajar –como tanto ha insistido el Papa- por la unidad de todos los cristianos en una Iglesia unida[4] ■
[1] Homilía pronunciada el 29.VI.2008, Solemnidad de San Pedro y San Pablo, en St. Matthew Catholic Church, en San Antonio (Texas).
[2] Cfr 1 Tim 1,13
[3] www.annopaolino.org
[4] Hablando por último del aspecto ecuménico, la capilla destinada al baptisterio, que se encuentra entre la basílica y el claustro de San Pablo Extramuros, se transformará en “Capilla Ecuménica”, manteniendo la característica de baptisterio con pila bautismal por una parte, pero se destinará a ofrecer a los hermanos cristianos que lo soliciten un lugar especial de oración, tanto para rezar en grupo como para orar unidos a los católicos, sin celebración de sacramentos.
En los Hechos de los Apóstoles y en la Epístolas escritas por él, queda reflejada la rica personalidad del Apóstol San Pablo, descrita así por la Biblia de Jerusalén, al hacer la Introducción a sus Cartas: “Pablo es un apasionado, un alma de fuego que se entrega sin medida a un ideal. Y este ideal es esencialmente religioso. Dios es todo para él, y a Dios sirve con lealtad absoluta, primero persiguiendo a los que considera herejes[2], luego predicando a Cristo, cuando por revelación, ha comprendido que sólo en él está la salvación. Este celo incondicional se traduce en una vida de abnegación total al servicio de Aquél a quien ama”.
No es extraño, por lo tanto, que San Pablo, en la vida de la Iglesia, haya sido considerado –después de Jesucristo, naturalmente- como el prototipo de apóstol cristiano, el modelo de tantos y tantos misioneros sacerdotes, consagrados y laicos. Él ha sido, es y será modelo para todos los que toman sobre sus espaldas la noble y algunas veces pesada tarea de evangelizar.
Es verdad que Pablo fue una figura excepcional, un gigante del cristianismo, pero esto no es un obstáculo para que lo imitemos en su amor al Señor, en su gastarse y desgastarse por Él, en su celo por anunciar el Evangelio, teniendo siempre claro –San Pablo lo tenía- que la eficacia de la evangelización es obra de la gracia, y no fruto de las cualidades personales.
El Papa Benedicto XVI proclamó en la basílica de San Pablo Extramuros, al sur de Roma, el Año Paulino,[3] dedicado a San Pablo, con motivo de los dos mil años del nacimiento del Apóstol de los Gentiles. El Papa habla constantemente de la unidad de los cristianos y nos dice a cada uno que al igual que en los inicios, Cristo también necesita hoy de apóstoles dispuestos a dar su vida por Él.
El Año Paulino, que estamos todos llamados a vivir, comenzará el 28 de junio de 2008 y se prolongará hasta el 29 de junio de 2009 y brindará la ocasión para redescubrir la figura del Apóstol, releer sus numerosas cartas dirigidas a las primeras comunidades cristianas, revivir los primeros tiempos de nuestra iglesia, profundizar en sus ricas enseñanzas a los gentiles, meditando en su vigorosa espiritualidad de fe, esperanza y caridad, peregrinar a su tumba y a los numerosos lugares que visitó, fundando las primeras comunidades eclesiales, pero sobre todo para revitalizar nuestra fe y nuestro papel en la Iglesia de hoy a la luz de sus enseñanzas, y para rezar y trabajar –como tanto ha insistido el Papa- por la unidad de todos los cristianos en una Iglesia unida[4] ■
[1] Homilía pronunciada el 29.VI.2008, Solemnidad de San Pedro y San Pablo, en St. Matthew Catholic Church, en San Antonio (Texas).
[2] Cfr 1 Tim 1,13
[3] www.annopaolino.org
[4] Hablando por último del aspecto ecuménico, la capilla destinada al baptisterio, que se encuentra entre la basílica y el claustro de San Pablo Extramuros, se transformará en “Capilla Ecuménica”, manteniendo la característica de baptisterio con pila bautismal por una parte, pero se destinará a ofrecer a los hermanos cristianos que lo soliciten un lugar especial de oración, tanto para rezar en grupo como para orar unidos a los católicos, sin celebración de sacramentos.
Ilustración: RESTOUT, Jean Restout II, Ananias devolviendo la vista a San Pablo (1719), óleo sobre tela (90 x 80 cm), Musée du Louvre (Paris).
Restout fue uno de los más célebres pintores en la Francia del s. XVIII. Este cuadro es una versión más pequeña de la que hizo por encargo de la Congregación de la Abadua de SAn Mauricio en Saint-Germain-des-Près, en Paris. En el cuadro se representa a Ananías devolviendo la vista a Pablo, que la había perdido en el camino a Damasco cuando cegado por una luz de cielo cayo por tierra. En el cuadro vemos a Saulo, de rodillas, junto a la armadura, que yace en el suelo. El Espíritu Santo en forma de paloma ilumina la escena, mientras que otro personaje brinda el agua para el bautismo del que sería llamado el Apóstol de los gentiles.
Beate Pastor Petre, clemens accipe
Voces precantum, criminumque vincula
Verbo resolve, cui potestas tradita,
Aperire terris cœlum, apertum claudere.
Voces precantum, criminumque vincula
Verbo resolve, cui potestas tradita,
Aperire terris cœlum, apertum claudere.
Egregie Doctor Paule, mores instrue,
Et nostra tecum pectora in cœlum trahe;
Velata dum meridiem cernat fides,
Et solis instar sola regnet caritas.
Et nostra tecum pectora in cœlum trahe;
Velata dum meridiem cernat fides,
Et solis instar sola regnet caritas.
Sit Trinitati sempiterna gloria,
Honor, potestas, atque jubilatio,
In unitate, quæ gubernat omnia,
Per universa æternitatis sæcula ■
Peter, blest Shepherd, hearken to our cry,
And with a word unloose our guilty chain;
Thou! who hast power to ope the gates on high
To men below, and power to shut them fast again.
Lead us, great teacher Paul, in wisdom’s ways,
And lift our hearts with thine to heaven’s high throne;
Till faith beholds the clear meridian blaze;
And sunlike in the soul reigns charity alone.
Praise, blessing, majesty, through endless days,
Be to the Trinity immortal given;
Who in pure unity profoundly sways
Eternally alike all things in earth and heaven ■
Honor, potestas, atque jubilatio,
In unitate, quæ gubernat omnia,
Per universa æternitatis sæcula ■
Peter, blest Shepherd, hearken to our cry,
And with a word unloose our guilty chain;
Thou! who hast power to ope the gates on high
To men below, and power to shut them fast again.
Lead us, great teacher Paul, in wisdom’s ways,
And lift our hearts with thine to heaven’s high throne;
Till faith beholds the clear meridian blaze;
And sunlike in the soul reigns charity alone.
Praise, blessing, majesty, through endless days,
Be to the Trinity immortal given;
Who in pure unity profoundly sways
Eternally alike all things in earth and heaven ■
Solemnity of Saints Peter and Paul
Since this Sunday is June 29th, the calendar feast for today, the feast of Saints Peter and Paul, takes precedence over what would have been the Mass for the Thirteenth Sunday of Ordinary Time. We have an opportunity here to take a closer look at the two most dynamic saints of the primitive Church. Their feast is celebrated together because both Peter and Paul traveled to spread Christianity to Rome where they were both martyred. They are the principal patrons of the Church of Rome[1].
It would be hard to find two individuals who differed more. Peter was a common worker, a fisherman, with no formal education as best as we can tell. He responded to Jesus’ call to follow and then stumbled his way through the Lord’s public life, and beyond. Peter recognized that Jesus was the Messiah and professed his faith to the Lord in Capernaum, You are the Christ, the Son of the Living God[2]
Peter had faith enough to walk on water himself to meet Jesus on the Sea of Galilee, but then he thought about what he was doing, focused on himself instead of on Jesus and began to drown. That’s why Jesus chided him as one of little faith.
We have those wonderful and terrible scenes involving Peter during the last twenty-four hours of the Lord’s life on earth. At the Last Supper, Jesus performs a prophetic act and washes the feet of the disciples. Jesus’ point was that he would humble himself to serve others and they should do the same. When Jesus got to Peter, Peter said, “You will not wash my feet,” Jesus replied, “Then, you will have no part of me.” Peter said, “In that case, Lord, wash my feet, my head, hands and body.” Later in the meal Peter boasted that he would never lose faith in Jesus. Jesus replied that Peter would deny him three times before dawn. And Peter did deny the Lord three times after Jesus was arrested.
But Peter also reaffirmed his faith in Jesus three times after the resurrection. The Resurrected Jesus asked him, Do you love me, Simon Peter[3]. Peter assumed the leadership of the other disciples conferred on him by the Lord, but was dressed down by Paul when he started treating Christians who had been Jewish as better than those who had been gentiles. Peter was so very human, even after Pentecost, he still could let his humanity get the worst of him.
Still, Peter was determined to spread the faith. He traveled to Rome, the center of the world, where he became the apostle of Rome or the first bishop of Rome[4]. Tradition has it that when Peter was led to be crucified, he asked to be crucified upside down because he said that he did not deserve to die the same way that Jesus died.
Paul could not have differed more than Peter if he tried. Paul was an educated man. He studied at the feet of the great Hebrew scholar Gamaliel[5]. Physically, Paul was a small man. His name was changed from Saul of Tarsus to Paul as a bit of a joke. Paul or Paulus means small in Latin. He was small, but he was a dynamo. He was one of those Pharisees who did everything possible to destroy the followers of Jesus. He was present when the first martyr, Stephen, was stoned to death. He approved[6]. He then went on raids, arresting Christians wherever he could find them and turning them into the Jewish authorities who would imprison or kill them. But Jesus called Paul as he traveled to Damascus. And although the scripture does not say anything about Paul being knocked off a horse, medieval painters created that legend; Paul certainly was knocked for a loop when the vision of the Lord told him that instead of serving God, he was fighting the will of the Almighty.
After his conversion, Paul used his intelligence and determination to spread the message of the Kingdom, traveling throughout the Western section of the Roman Empire, writing the Letters to the infant churches, and completely sacrificed his life for the Kingdom of God. The statue in front of the Basilica of St. Paul outside the Walls of Rome, depicts a determined Paul holding a sword. Tour guides who often tend to say whatever comes to their mind might tell you that the sword refers to Paul’s death by beheading, but if you look close at it, it is a two edged sword. It refers to Sacred Scripture. The Letter to the Hebrews says that the Word of God is living and effective, sharper than a two edged sword, penetrating between soul and spirit, joints and marrow, and able to discern the thoughts and reflections of the heart[7]. The Word of God that became the flesh of Jesus Christ forced Paul to make a radical change in his life.
Two very different saints, one a large and ignorant fisherman, the other a small and educated scholar, yet two very similar saints in this: they shared the determination to live and die for the Kingdom of God even if this meant that they needed to make radical changes in their lives. Even if this meant that they had to sacrifice their lives. And sacrifice their lives they did.
There is some Peter and some Paul in each of us. Each of us harbors some of their inadequacies. Each of us also enjoys some of their strength. On the negative side, all of us tend to bungle through life like Peter, making great promises, taking great oaths, and then backing down when the situation becomes too tough, too demanding. How many times have we all, myself included, compromised standing for the Lord in order to prevent being mocked by the crowd. Sometimes we go through life like the firestorm that was Saul of Tarsus, convinced that our view of the world is correct and willing to destroy anyone who disagrees with us. Like Paul before his conversion, charity becomes secondary to making a point well, and loudly. Paul was aware of this. Paul was he one who wrote: nothing is greater than love. Love is patient, love is kind. Love does not jump to conclusions. It bears all, it endures all. There is faith, there is hope and there is love. But the greatest of these is love[8].
There are also a lot of the good qualities of Peter and Paul in each of us. Serious about our Christianity, we all have a tremendous desire to serve the Lord in whatever way he calls us. We all have summoned from within ourselves the muscle of Peter and intellect of Paul to serve Jesus.
There is something else that Peter and Paul and we have in common. It is dynamism. The dynamic founders of Rome received their strength from the Holy Spirit of the Father and Son. We have also received this strength, this dynamism, to some degree or other. The dynamism, the strength to lead others to God was given to us at our Pentecost, our confirmation. When we set our minds to living for the Lord, others will hear his presence calling to them from within us. That is how the Kingdom of God has spread from Peter’s fishing nets and Paul’s Hebrew studies to Rome and far, far beyond. It is the Holy Spirit, the dynamic presence of God, within you and me that has makes the Church a living reality in the world.
Determination and dynamism, these are the marks of these great saints. May determination and dynamism, mark our lives, as we strive to continue the apostolic mission of the Church. Saint Peter and Saint Paul, pray for us! ■
It would be hard to find two individuals who differed more. Peter was a common worker, a fisherman, with no formal education as best as we can tell. He responded to Jesus’ call to follow and then stumbled his way through the Lord’s public life, and beyond. Peter recognized that Jesus was the Messiah and professed his faith to the Lord in Capernaum, You are the Christ, the Son of the Living God[2]
Peter had faith enough to walk on water himself to meet Jesus on the Sea of Galilee, but then he thought about what he was doing, focused on himself instead of on Jesus and began to drown. That’s why Jesus chided him as one of little faith.
We have those wonderful and terrible scenes involving Peter during the last twenty-four hours of the Lord’s life on earth. At the Last Supper, Jesus performs a prophetic act and washes the feet of the disciples. Jesus’ point was that he would humble himself to serve others and they should do the same. When Jesus got to Peter, Peter said, “You will not wash my feet,” Jesus replied, “Then, you will have no part of me.” Peter said, “In that case, Lord, wash my feet, my head, hands and body.” Later in the meal Peter boasted that he would never lose faith in Jesus. Jesus replied that Peter would deny him three times before dawn. And Peter did deny the Lord three times after Jesus was arrested.
But Peter also reaffirmed his faith in Jesus three times after the resurrection. The Resurrected Jesus asked him, Do you love me, Simon Peter[3]. Peter assumed the leadership of the other disciples conferred on him by the Lord, but was dressed down by Paul when he started treating Christians who had been Jewish as better than those who had been gentiles. Peter was so very human, even after Pentecost, he still could let his humanity get the worst of him.
Still, Peter was determined to spread the faith. He traveled to Rome, the center of the world, where he became the apostle of Rome or the first bishop of Rome[4]. Tradition has it that when Peter was led to be crucified, he asked to be crucified upside down because he said that he did not deserve to die the same way that Jesus died.
Paul could not have differed more than Peter if he tried. Paul was an educated man. He studied at the feet of the great Hebrew scholar Gamaliel[5]. Physically, Paul was a small man. His name was changed from Saul of Tarsus to Paul as a bit of a joke. Paul or Paulus means small in Latin. He was small, but he was a dynamo. He was one of those Pharisees who did everything possible to destroy the followers of Jesus. He was present when the first martyr, Stephen, was stoned to death. He approved[6]. He then went on raids, arresting Christians wherever he could find them and turning them into the Jewish authorities who would imprison or kill them. But Jesus called Paul as he traveled to Damascus. And although the scripture does not say anything about Paul being knocked off a horse, medieval painters created that legend; Paul certainly was knocked for a loop when the vision of the Lord told him that instead of serving God, he was fighting the will of the Almighty.
After his conversion, Paul used his intelligence and determination to spread the message of the Kingdom, traveling throughout the Western section of the Roman Empire, writing the Letters to the infant churches, and completely sacrificed his life for the Kingdom of God. The statue in front of the Basilica of St. Paul outside the Walls of Rome, depicts a determined Paul holding a sword. Tour guides who often tend to say whatever comes to their mind might tell you that the sword refers to Paul’s death by beheading, but if you look close at it, it is a two edged sword. It refers to Sacred Scripture. The Letter to the Hebrews says that the Word of God is living and effective, sharper than a two edged sword, penetrating between soul and spirit, joints and marrow, and able to discern the thoughts and reflections of the heart[7]. The Word of God that became the flesh of Jesus Christ forced Paul to make a radical change in his life.
Two very different saints, one a large and ignorant fisherman, the other a small and educated scholar, yet two very similar saints in this: they shared the determination to live and die for the Kingdom of God even if this meant that they needed to make radical changes in their lives. Even if this meant that they had to sacrifice their lives. And sacrifice their lives they did.
There is some Peter and some Paul in each of us. Each of us harbors some of their inadequacies. Each of us also enjoys some of their strength. On the negative side, all of us tend to bungle through life like Peter, making great promises, taking great oaths, and then backing down when the situation becomes too tough, too demanding. How many times have we all, myself included, compromised standing for the Lord in order to prevent being mocked by the crowd. Sometimes we go through life like the firestorm that was Saul of Tarsus, convinced that our view of the world is correct and willing to destroy anyone who disagrees with us. Like Paul before his conversion, charity becomes secondary to making a point well, and loudly. Paul was aware of this. Paul was he one who wrote: nothing is greater than love. Love is patient, love is kind. Love does not jump to conclusions. It bears all, it endures all. There is faith, there is hope and there is love. But the greatest of these is love[8].
There are also a lot of the good qualities of Peter and Paul in each of us. Serious about our Christianity, we all have a tremendous desire to serve the Lord in whatever way he calls us. We all have summoned from within ourselves the muscle of Peter and intellect of Paul to serve Jesus.
There is something else that Peter and Paul and we have in common. It is dynamism. The dynamic founders of Rome received their strength from the Holy Spirit of the Father and Son. We have also received this strength, this dynamism, to some degree or other. The dynamism, the strength to lead others to God was given to us at our Pentecost, our confirmation. When we set our minds to living for the Lord, others will hear his presence calling to them from within us. That is how the Kingdom of God has spread from Peter’s fishing nets and Paul’s Hebrew studies to Rome and far, far beyond. It is the Holy Spirit, the dynamic presence of God, within you and me that has makes the Church a living reality in the world.
Determination and dynamism, these are the marks of these great saints. May determination and dynamism, mark our lives, as we strive to continue the apostolic mission of the Church. Saint Peter and Saint Paul, pray for us! ■
[1] Sunday 29th June, 2008, Ss Peter & Paul. Readings: Acts 12:1-11. The Lord has set me free from all my fears—Ps 33(34):2-9. 2 Timothy 4:6-8, 17-18. Matthew 16:13-19.
[2] Cfr Mt 16:16.
[3] John 21:15
[4] Because Jesus placed Peter over all the other disciples, those who assume his place as Bishop of Rome also receive his spirit, or grace or charism. The successor of Peter is Pope because the Pope is Bishop of Rome
[5] Cfr Acts 22: 3
[6] Cfr Id 6; 7:51-60
[7] Heb 4:12
[8] First Corinthians 13
Ilustration: Guido Reni, Sts Peter and Paul (Oil on canvas), 197 x 140 cm, Pinacoteca di Brera (Milan).
XII Domingo del Tiempo Ordinario
En la primera de las lecturas escuchamos la voz de Jeremías que se dirige a Dios recordándole que Él mismo conoce lo más profundo de los corazones. Un gran consuelo sin duda saber que Dios nos conoce bien por dentro, y que está muchísimo más allá de nuestros juicios y de nuestras tantas veces pobres y limitadas percepciones[1].
La religión y el impulso religioso en general habitan de diferentes maneras en todos los hombres y mujeres de nuestro planeta. Es un poder elemental de nuestra existencia humana que busca un horizonte de trascendencia para la vida en el mundo, así como una respuesta a las preguntas últimas que desde sus albores se ha planteado la humanidad[2].
A pesar de las dificultades objetivas y subjetivas para valorar las experiencias que viven y actúan en las diferentes tradiciones religiosas de la humanidad, es conveniente acercarse a lo que podemos saber de ellas, para avanzar en nuestro conocimiento del hombre como ser religioso.
Los cristianos, con el paso de los siglos, hemos aprendido gradualmente a respetar las otras religiones, y a mirar e interpretar con aprecio las experiencias de hombres y mujeres que se toman en serio a Dios. La Iglesia no tiene inconveniente en rendir un medido pero sincero homenaje a las religiones de la humanidad, si bien al mismo tiempo les dice adiós, porque considera que de algún modo pertenecen al pasado[3].
Es cierto a la vez que es en sus religiones donde se salvan o se pierden los hombres. En su relatividad y ambigüedad salvíficas, las religiones poseen, sin embargo, un peso propio y específico en los planes de la Providencia, que no somos capaces de determinar y hemos de respetar en silencio[4]. Es así que escribe San Agustin que no se debe dudar que también los gentiles tienen sus profetas[5], afirmación que apunta en una dirección válida y que nos recuerda además el hecho de que Miguel Ángel pintó en el techo de la Capilla Sixtina no solamente los profetas de Israel sino también a los Sibilas de las tradiciones y leyendas paganas[6]. La revelación final de Dios en Jesucristo no escribe sobre una página religiosa que esté completamente en blanco. Cuando Dios se auto revela a los hombres en la plenitud del Evangelio no ha partido de cero.
Las religiones no son probablemente la preparatio evangelica, pero múltiples aspectos del mundo religioso ajeno a la Biblia apuntan en dirección del Cristianismo y van sembrando en la historia de la humanidad señales de lo que ha de venir. En otras y mejores palabras, el buen Dios es un Ser ecónomo que aprovecha todo[7].
Su Santidad Benedicto XVI escribe en Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo…«¿En dónde consta que el tema de la salvación debe asociarse únicamente con las religiones? ¿No habría que abordarlo, de manera mucho más diferenciada, a partir de la totalidad de la existencia humana? ¿Y no debe seguir guiándonos siempre el supremo respeto hacia el misterio de la acción de Dios? ¿Tendremos que inventar necesariamente una teoría acerca de cómo Dios es capaz de salvar, sin perjudicar en nada la singularidad única de Cristo?.
»Por ejemplo, hoy en día contemplamos diversas maneras en las que se puede vivir el Islam: formas destructoras y formas en los que podemos reconocer cierta cercanía el misterio de Cristo. ¿Podrá y tendrá el hombre que arreglárselas simplemente con la forma que encuentre ante sí, por la forma que en que se practica en su entorno la religión que le ha correspondido? ¿O acaso no tendrá que ser una persona que tiende a la purificación de su conciencia y que –al menos eso- va así en pos de las formas más puras de su religión»[8].
Lo que no debemos hacer quienes formamos parte de la Iglesia –laicos y sacerdotes, todos- es ir diciendo que somos los únicos que poseemos la verdad y cuidadin con asomarnos a otros sitios, “como decía Jesucristo”. Porque Jesucristo no decía eso.
Tristemente hay personas para quienes no hay vuelta atrás: o blanco o negro. Se mueven en el mundo de la justicia, ligada a la medida. Pero Dios no debe nada a nadie, y aunque hagamos sacrificios increíbles y admirables por Él sus recompensas siguen siendo gratuitas y generosas.
Para fortuna de muchos, ha quedado –y para siempre- en el Evangelio la parábola del obrero de la undécima hora: los trabajadores contratados desde la mañana hablan con el lenguaje de la justicia –exigen equivalencia entre trabajo y salario-: ¿Por qué le das a ése, que no ha trabajado más que una hora, lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor?.
Porque me sale de las ganas, podría haber contestado yo mismo, por ejemplo. Pero el dueño de la tierra esa es más fino y que tiene un corazón grande, contesta: ¿y tú por qué ves mal que yo sea bueno?
Y es que ese afán de ortodoxia y justicia mal enfocado termina en una visión deformada del amor. La justicia sin amor se encuentra muy cerca de la intolerancia, y el resentimiento, la soberbia, en una palabra, y bien sabemos todos que esto último no es lo que debe distinguir a los hijos de Dios ■
[1] Texto preparado para http://ideasueltas-father.blogspot.com/
[2] J. Morales, La experiencia de Dios, Rialp, Madrid 2007, p. 133.
[3] Cfr www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19641121_unitatis-redintegratio_sp.html
[4] Ídem.
[5] Contra Faustum 19, 2: PL 42, 348.
[6] La palabra Sibila proviene de un personaje de la mitología griega y romana. Era una mujer que disponía de poderes para la profecía, inspirados por el dios Apolo. Desde entonces vienen llamándose así a todas las mujeres que ejercieron esa capacidad de profetizar. Según algunas tradiciones, hubo una joven hija del troyano Dárdano y de Neso (a su vez hija del gobernador Teucro), que estaba dotada del don de la profecía y tenía una gran reputación como adivina. Esta joven se llamaba Sibila. Las sibilas tenían su vivienda en las grutas o cerca de corrientes de agua. Las profecías eran manifestadas siempre en estado de trance y expresadas en hexámetros griegos que se transmitían por escrito. El primer autor griego del que tengamos referencias, que hable de la sibila es Heráclito (Siglo V a. C.), que habla de una sibila. Igualmente Platón habla de sólo una sibila. Con el tiempo el número se incrementa a tres, diez o hasta doce. En todos los casos, más que por su nombre, que no poseían, se conocían por el gentilicio del paraje donde moraban. De forma majestuosa, Miguel Ángel pintó en la Bóveda de la Capilla Sixtina, intercaladas con cinco profetas, las cinco sibilas más representativas en su época, que son: Sibila eritrea, Sibila pérsica, Sibila líbica, Sibila cumana, y Sibila délfica. La iconografía católica renacentista mantiene las sibilas porque consideraban que estaban dotadas de la facultad de ver el futuro, anunciaron la llegada de Cristo.
[7] P. Claudel, Memories, Paris 1940, 216.
[8] J. Ratzinger, Fe, Verdad y Tolerancia: el Cristianismo y las religiones del mundo, Salamanca, Sígueme (Traducción de Constantino Ruiz-Garrido), 3ª edición, 2005. ISBN 84-301-1519-6, p. 48.
La religión y el impulso religioso en general habitan de diferentes maneras en todos los hombres y mujeres de nuestro planeta. Es un poder elemental de nuestra existencia humana que busca un horizonte de trascendencia para la vida en el mundo, así como una respuesta a las preguntas últimas que desde sus albores se ha planteado la humanidad[2].
A pesar de las dificultades objetivas y subjetivas para valorar las experiencias que viven y actúan en las diferentes tradiciones religiosas de la humanidad, es conveniente acercarse a lo que podemos saber de ellas, para avanzar en nuestro conocimiento del hombre como ser religioso.
Los cristianos, con el paso de los siglos, hemos aprendido gradualmente a respetar las otras religiones, y a mirar e interpretar con aprecio las experiencias de hombres y mujeres que se toman en serio a Dios. La Iglesia no tiene inconveniente en rendir un medido pero sincero homenaje a las religiones de la humanidad, si bien al mismo tiempo les dice adiós, porque considera que de algún modo pertenecen al pasado[3].
Es cierto a la vez que es en sus religiones donde se salvan o se pierden los hombres. En su relatividad y ambigüedad salvíficas, las religiones poseen, sin embargo, un peso propio y específico en los planes de la Providencia, que no somos capaces de determinar y hemos de respetar en silencio[4]. Es así que escribe San Agustin que no se debe dudar que también los gentiles tienen sus profetas[5], afirmación que apunta en una dirección válida y que nos recuerda además el hecho de que Miguel Ángel pintó en el techo de la Capilla Sixtina no solamente los profetas de Israel sino también a los Sibilas de las tradiciones y leyendas paganas[6]. La revelación final de Dios en Jesucristo no escribe sobre una página religiosa que esté completamente en blanco. Cuando Dios se auto revela a los hombres en la plenitud del Evangelio no ha partido de cero.
Las religiones no son probablemente la preparatio evangelica, pero múltiples aspectos del mundo religioso ajeno a la Biblia apuntan en dirección del Cristianismo y van sembrando en la historia de la humanidad señales de lo que ha de venir. En otras y mejores palabras, el buen Dios es un Ser ecónomo que aprovecha todo[7].
Su Santidad Benedicto XVI escribe en Fe, verdad y tolerancia. El cristianismo y las religiones del mundo…«¿En dónde consta que el tema de la salvación debe asociarse únicamente con las religiones? ¿No habría que abordarlo, de manera mucho más diferenciada, a partir de la totalidad de la existencia humana? ¿Y no debe seguir guiándonos siempre el supremo respeto hacia el misterio de la acción de Dios? ¿Tendremos que inventar necesariamente una teoría acerca de cómo Dios es capaz de salvar, sin perjudicar en nada la singularidad única de Cristo?.
»Por ejemplo, hoy en día contemplamos diversas maneras en las que se puede vivir el Islam: formas destructoras y formas en los que podemos reconocer cierta cercanía el misterio de Cristo. ¿Podrá y tendrá el hombre que arreglárselas simplemente con la forma que encuentre ante sí, por la forma que en que se practica en su entorno la religión que le ha correspondido? ¿O acaso no tendrá que ser una persona que tiende a la purificación de su conciencia y que –al menos eso- va así en pos de las formas más puras de su religión»[8].
Lo que no debemos hacer quienes formamos parte de la Iglesia –laicos y sacerdotes, todos- es ir diciendo que somos los únicos que poseemos la verdad y cuidadin con asomarnos a otros sitios, “como decía Jesucristo”. Porque Jesucristo no decía eso.
Tristemente hay personas para quienes no hay vuelta atrás: o blanco o negro. Se mueven en el mundo de la justicia, ligada a la medida. Pero Dios no debe nada a nadie, y aunque hagamos sacrificios increíbles y admirables por Él sus recompensas siguen siendo gratuitas y generosas.
Para fortuna de muchos, ha quedado –y para siempre- en el Evangelio la parábola del obrero de la undécima hora: los trabajadores contratados desde la mañana hablan con el lenguaje de la justicia –exigen equivalencia entre trabajo y salario-: ¿Por qué le das a ése, que no ha trabajado más que una hora, lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del día y del calor?.
Porque me sale de las ganas, podría haber contestado yo mismo, por ejemplo. Pero el dueño de la tierra esa es más fino y que tiene un corazón grande, contesta: ¿y tú por qué ves mal que yo sea bueno?
Y es que ese afán de ortodoxia y justicia mal enfocado termina en una visión deformada del amor. La justicia sin amor se encuentra muy cerca de la intolerancia, y el resentimiento, la soberbia, en una palabra, y bien sabemos todos que esto último no es lo que debe distinguir a los hijos de Dios ■
[1] Texto preparado para http://ideasueltas-father.blogspot.com/
[2] J. Morales, La experiencia de Dios, Rialp, Madrid 2007, p. 133.
[3] Cfr www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19641121_unitatis-redintegratio_sp.html
[4] Ídem.
[5] Contra Faustum 19, 2: PL 42, 348.
[6] La palabra Sibila proviene de un personaje de la mitología griega y romana. Era una mujer que disponía de poderes para la profecía, inspirados por el dios Apolo. Desde entonces vienen llamándose así a todas las mujeres que ejercieron esa capacidad de profetizar. Según algunas tradiciones, hubo una joven hija del troyano Dárdano y de Neso (a su vez hija del gobernador Teucro), que estaba dotada del don de la profecía y tenía una gran reputación como adivina. Esta joven se llamaba Sibila. Las sibilas tenían su vivienda en las grutas o cerca de corrientes de agua. Las profecías eran manifestadas siempre en estado de trance y expresadas en hexámetros griegos que se transmitían por escrito. El primer autor griego del que tengamos referencias, que hable de la sibila es Heráclito (Siglo V a. C.), que habla de una sibila. Igualmente Platón habla de sólo una sibila. Con el tiempo el número se incrementa a tres, diez o hasta doce. En todos los casos, más que por su nombre, que no poseían, se conocían por el gentilicio del paraje donde moraban. De forma majestuosa, Miguel Ángel pintó en la Bóveda de la Capilla Sixtina, intercaladas con cinco profetas, las cinco sibilas más representativas en su época, que son: Sibila eritrea, Sibila pérsica, Sibila líbica, Sibila cumana, y Sibila délfica. La iconografía católica renacentista mantiene las sibilas porque consideraban que estaban dotadas de la facultad de ver el futuro, anunciaron la llegada de Cristo.
[7] P. Claudel, Memories, Paris 1940, 216.
[8] J. Ratzinger, Fe, Verdad y Tolerancia: el Cristianismo y las religiones del mundo, Salamanca, Sígueme (Traducción de Constantino Ruiz-Garrido), 3ª edición, 2005. ISBN 84-301-1519-6, p. 48.
Ilustración: Miguel Angel Buonarroti, la Sibila de DElfos (1509) Fresco (350 x 380 cm) Capilla Sixtina, Ciudad del Vaticano (Roma).
De la Liturgia de las horas
Por el dolor creyente que brota del pecado.
Por haberte querido de todo corazón.
Por haberte, Dios mío, tantas veces negado;
tantas veces pedido, de rodillas, perdón.
Por haberte perdido; por haberte encontrado.
Porque es como un desierto nevado mi oración.
¡Porque es como la hiedra sobre el árbol cortado
el recuerdo que brota cargado de ilusión!
Porque es como la hiedra, déjame que Te abrace,
primero amargamente, lleno de flor después,
y que a mi viejo tronco poco a poco me enlace,
y que mi vieja sombra se derrame a tus pies;
¡porque es como la rama donde la savia nace,
mi corazón, Dios mío, sueña que Tú lo ves! ■
Por haberte querido de todo corazón.
Por haberte, Dios mío, tantas veces negado;
tantas veces pedido, de rodillas, perdón.
Por haberte perdido; por haberte encontrado.
Porque es como un desierto nevado mi oración.
¡Porque es como la hiedra sobre el árbol cortado
el recuerdo que brota cargado de ilusión!
Porque es como la hiedra, déjame que Te abrace,
primero amargamente, lleno de flor después,
y que a mi viejo tronco poco a poco me enlace,
y que mi vieja sombra se derrame a tus pies;
¡porque es como la rama donde la savia nace,
mi corazón, Dios mío, sueña que Tú lo ves! ■
Leopoldo Panero
Ilustración: Pietro Lenzini, Il figliol prodigo (1947)
Twelfth Sunday in Ordinary Time
The author C. S. Lewis wrote a book called The Screwtape Letters.[1] Screwtape is a devil, a very accomplished devil, and he turns people away from God. By his letters, Screwtape gives advice to Wormwood. Wormwood is young, just learning the deceptive ways of devils[2].
In one letter, Screwtape writes to Wormwood, "keep them anxious, make certain they are worried about something; remind people about their fears.". Why this advice? Well, being a devil, Screwtape wants to get people so focused on their fears that they forget about God.
Fear Can Block Out God.
Fear can cripple us, fear can wipe out hope, and fear can frustrate good reason. In the Gospel Jesus told us, do not be afraid. Have courage. Live a life of devoted faith. We certainly have good examples of people with courage. In our first reading, the prophet Jeremiah denounced recreational sex. He took the rich to task for exploiting the poor. He told people to quite worshiping pagan idols.
More in our time, Mother Teresa of Calcutta showed courage. She had the bravery to step into the desperate poverty of Calcutta. One day, she is living in a comfortable convent. She was a teacher, surrounded by the clean, bright faces of students. Next day, Mother Teresa picked up a nameless derelict, dying on the streets, an untouchable with a filthy, diseased body no one would go near. Jesus said, "Do not be afraid," and Mother Teresa began her journey to sainthood.
We have wonderful examples of courage. The prophet Jeremiah, Mother Teresa of Calcutta, Benedict XVI. Each spoke and acted without fear. They lived fully the faith they professed.
So too, Christ calls us to be witnesses to our faith. How?
First, we must not be afraid to live our faith. Some people will not listen to talk about Christ, others will mock us, still other people will argue with us. No matter.
Second, do not worry about what other people think. Simply tell the truth, that we love God, that we try to do what God wants us to do. Do not be anxious about whether the other person is convinced or not. That's God's concern. Our task is to tell other people we are Christians, and to show we follow Christ by what we say and what we do.
Then, third, when we bear witness, we must speak out of our own experiences. We need to tell of the thrill, the feeling of fulfillment we have when we do our ministry.
Everyone who prays before the Blessed Sacrament an hour a week speaks of that hour becoming the most meaningful hour of the week. A quiet hour to share with God both our good news and the difficult moments of the week and to feel God's care envelop us with love.
Everyday our Lord tells us to witness to our faith. To speak out, to live the God-centered life, to tell others how God becomes a firm foundation for a wonderful life.
We should live like a Christians. Don't be afraid, and remember: the rewards are heavenly, and they're for all eternity ■
In one letter, Screwtape writes to Wormwood, "keep them anxious, make certain they are worried about something; remind people about their fears.". Why this advice? Well, being a devil, Screwtape wants to get people so focused on their fears that they forget about God.
Fear Can Block Out God.
Fear can cripple us, fear can wipe out hope, and fear can frustrate good reason. In the Gospel Jesus told us, do not be afraid. Have courage. Live a life of devoted faith. We certainly have good examples of people with courage. In our first reading, the prophet Jeremiah denounced recreational sex. He took the rich to task for exploiting the poor. He told people to quite worshiping pagan idols.
More in our time, Mother Teresa of Calcutta showed courage. She had the bravery to step into the desperate poverty of Calcutta. One day, she is living in a comfortable convent. She was a teacher, surrounded by the clean, bright faces of students. Next day, Mother Teresa picked up a nameless derelict, dying on the streets, an untouchable with a filthy, diseased body no one would go near. Jesus said, "Do not be afraid," and Mother Teresa began her journey to sainthood.
We have wonderful examples of courage. The prophet Jeremiah, Mother Teresa of Calcutta, Benedict XVI. Each spoke and acted without fear. They lived fully the faith they professed.
So too, Christ calls us to be witnesses to our faith. How?
First, we must not be afraid to live our faith. Some people will not listen to talk about Christ, others will mock us, still other people will argue with us. No matter.
Second, do not worry about what other people think. Simply tell the truth, that we love God, that we try to do what God wants us to do. Do not be anxious about whether the other person is convinced or not. That's God's concern. Our task is to tell other people we are Christians, and to show we follow Christ by what we say and what we do.
Then, third, when we bear witness, we must speak out of our own experiences. We need to tell of the thrill, the feeling of fulfillment we have when we do our ministry.
Everyone who prays before the Blessed Sacrament an hour a week speaks of that hour becoming the most meaningful hour of the week. A quiet hour to share with God both our good news and the difficult moments of the week and to feel God's care envelop us with love.
Everyday our Lord tells us to witness to our faith. To speak out, to live the God-centered life, to tell others how God becomes a firm foundation for a wonderful life.
We should live like a Christians. Don't be afraid, and remember: the rewards are heavenly, and they're for all eternity ■
[1] Clive Staples "Jack" Lewis (1898-1963), commonly referred to as C. S. Lewis, was an Irish writer and scholar. Lewis's works are diverse and include medieval literature, Christian apologetics, literary criticism, radio broadcasts, essays on Christianity, and fiction relating to the fight between good and evil. Examples of Lewis's fiction include The Screwtape Letters, The Chronicles of Narnia and The Space Trilogy. Lewis was a close friend of J. R. R. Tolkien, the author of The Lord of the Rings. Both authors were leading figures in the English faculty at Oxford University and in the informal Oxford literary group known as the "Inklings". According to his memoir Surprised by Joy, Lewis had been baptized in the Church of Ireland at birth, but fell away from his faith during his adolescence. Owing to the influence of Tolkien and other friends, at about the age of 30, Lewis re-converted to Christianity, becoming "a very ordinary layman of the Church of England" (Lewis 1952, p. 6). His conversion had a profound effect on his work, and his wartime radio broadcasts on the subject of Christianity brought him wide acclaim. Later in his life he married the American writer Joy Gresham, who died of bone cancer four years later at the age of 45.
[2] Sunday 22nd June, 2008; 12th Sunday in Ordinary Time. St Paulinus of Nola; Ss John Fisher & Thomas More. Jeremiah 20:10-13. Lord, in your great love, answer me—Ps 68(69):8-10, 14, 17, 33-35. Romans 5:12-15. Matthew 10:26-33.
Ilustration: Pablo Picasso, Young Girl Struck by Sadness (1939) Oil on canvas.
Los sacerdotes (pido perdón por el impudor) queremos mucho, mucho, a cientos de personas: a a hombres y a mujeres. A lo largo de los años vamos "repartiéndonos" sin calcular demasiado las consecuencias.La primera consecuencia es que uno llega a pensar que tiene centenares, quizá miles de amigos. No es verdad. Los que se acercan al sacerdote agradecen ese cariño y corresponden con un afecto sincero y profundo, pero no buscan en nosotros a un amiguete convencional. Necesitan al Amigo, con mayúscula. El sacerdote debe comprender entonces que esas personas siempre se van, y que es bueno que se vayan, aunque duela. De tanto en tanto te llaman para un bautizo, para una boda, para un funeral. Y aseguran que eres lo más de lo más, que formas parte de la familia. Luego vuelven escaparse entre promesas de amor eterno. Es grande esta vocación. Nadie recibe en la tierra tanto afecto. Y como el corazón tiene siempre más capacidad que la memoria, uno llega a olvidar -aunque no siempre- hasta los rostros de las personas a las que más quiere ■
XI Domingo del Tiempo Ordinario
Tengo buenos amigos que suelen decir que ellos no creen en los sacerdotes y que se quedan bastante extrañados cuando les digo que yo tampoco. Mucho más cuando les recuerdo que los sacerdotes no aparecemos el Símbolo (el Credo), y que incluso no hay texto alguno en la doctrina de la Iglesia que obligue a los creyentes a creer en la persona de los sacerdotes, de los obispos o incluso del Papa[1]. Los creyentes creemos en Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo-, creemos también en la Iglesia y, dentro de ella, en el sacerdocio, pero jamás nadie nos obligará a creer en el Padre Fulanito o en el Cardenal Sutanito[2].
Digo todo esto a propósito de varias cosas, del evangelio de hoy[3], de que se celebra en los Estados Unidos el día del padre, y a propósito sobre todo del cacareado y doloroso tema de los abusos sexuales, y de si se debe o no –a raíz de todo esto- llamar padres a los sacerdotes[4]. Hasta allí ha llegado la polémica.
No vamos a negar que dentro del clero –como en cualquier otro grupo humano- habemos sacerdotes que nos quedamos muy lejos de lo que los fieles esperan de nosotros. Y es que los sacerdotes estamos hechos del mismo barro que los demás. Si uno de nosotros tiene un fallo, pronto lo sabe la ciudad entera, pero si aguantamos firmes ¿quién lo agradece?
Sin embargo el tema va mucho más allá, y yo me pregunto ¿es que hemos dado demasiada importancia en la Iglesia a los sacerdotes? Pienso que sí. Los sacerdotes –el sacerdocio en sí-, somos una parte importante de la Iglesia, servimos nada menos y nada más que para repartir la Palabra de Dios y para hacer presente a Jesucristo en medio de la comunidad. Pero somos importantes porque hablamos de Cristo o porque presentamos a Cristo, no por lo que valgamos. Como sacerdotes valemos tanto como vale el cristal del vaso donde bebemos agua. Cuando bebo un vaso de agua decimos que bebemos un vaso de agua, pero en realidad lo que bebemos no es el vaso, sino el agua. El vaso es lo que ha sido útil para beber el agua, ya que sin él, el agua se habría derramado. El vaso es algo que, después de ser útil, se deja de lado porque ya ha cumplido su misión.
Por eso en el tema de los sacerdotes se puede hablar de más y de menos. De más es el clericalismo, esa enfermedad de los que creen que los sacerdotes lo somos todo. Esta es la gente que, en lugar de fiarse ante todo de Jesucristo, se fía ante todo de los sacerdotes. Y ¡ay! Luego se llevan luego cada golpe. Porque como los sacerdotes somos de carne y hueso, lo normal es que fallemos, como aquel que forma parte de la condición humana.
En el otro extremo está el anticlericalismo, pero como los extremos se tocan, los anticlericales suelen parecerse muchísimo a los clericales. Porque no se limitan a criticar en los sacerdotes todo cuanto tiene de criticable, sino que terminan por alejarse de Jesucristo. Tienen tan poca lógica como el señor que nunca se sube en un autobús porque una vez se encontró con un conductor antipático.
Es preciso ubicarnos, in medio, virtus –que decían los escolásticos- Jesucristo en el centro. Y allá, lejos, siendo útiles en tanto en cuanto ayudamos a las personas a allegar a Jesús, los sacerdotes.
¿Estoy despreciando a los sacerdotes y, sobre todo, al sacerdocio? No, desde luego. Sería idiota después de haber decidido dedicar mi vida a serlo lo mejor que he sabido. Me siento contento de ser sacerdote. Muy avergonzado, sí, por serlo tan mediocre, pero feliz de lo que he elegido. No hay en este mundo misión mejor que señalar el camino por el que se va a Jesús. Y si alguien descubre dentro de sí esa llamada, que se considere feliz y afortunado.
Lo que quiero decir con todo esto que no se debe confundir la mano que señala el camino hacia Jesús con Jesús mismo. Alguien ha dicho que los sacerdotes somos como esos letreros que, en las carreteras, dicen: Tingüindin, cuarenta kilómetros, es decir, señalamos por dónde se va a Tingüindin[5]. ¿También los sacerdotes señalamos el camino por el que se va a Cristo, pero luego somos tan cobardes que no vamos hacía él? Es posible. Es muy probable. De hecho se da. No soy un ingenuo, y no se me escapa –hablo por mi y por algunos de mis hermanos- que hay temporadas en que los sacerdotes estamos cansados y destrozados, sin fuerzas y desesperados, furiosos por nuestro destino, que parece torcido, injusto y sin sentido; que eso del buen humor, entonces, sirve de muy poco. Lo sé. Muchas veces pensamos: “Dios mío, ¡que lejos estoy de ti!”. E incluso no hacemos nada por acercarnos a Él, que también se nos esconde. Pero diciéndole eso, salimos de ese estado de tristeza y sabemos que, aunque en algunos momentos no entendemos que Él es amor, pensamos y confiamos, sin embargo, en que todo está bien como está. Y que estamos con Él.
Volviendo al tema de los letreros, porque esto ya se está haciendo largo: lo importante para un letrero de carretera es que señale bien el camino y la dirección. El error sería sentarse encima de ese letrero en lugar de seguir la dirección que él marca ■
[1] En la teología de la Iglesia Católica Romana la Infalibilidad Pontificia constituye un dogma, según el cual, el Papa está preservado de cometer un error cuando él solemnemente promulga o declara, a la Iglesia la enseñanza dogmática en temas de fe y moral; como toda verdad de fe, no se presta a discusión de ninguna índole. Esta doctrina es una definición dogmática establecida en el Concilio Vaticano I, en 1870. La Infalibilidad pontificia no quiere decir que el Papa esté a salvo del pecado, ni que esté libre de cometer errores. Respecto a la guia doctrinal de la iglesia, la enseñanza del Papa es infalible, asegurado siempre por la asistencia personal del Espíritu Santo.
[2] Homilía preparada para el XI Domingo del Tiempo Ordinario.
[3] Mt 9, 36-10, 8.
[4] «Los sacerdotes necesitan también vuestra guía y cercanía durante este difícil tiempo. Ellos han experimentado vergüenza por lo que ha ocurrido y muchos de ellos se dan cuenta de que han perdido parte de aquella confianza que tenían una vez. No son pocos los que experimentan una cercanía a Cristo en su Pasión, a la vez que se esfuerzan por afrontar las consecuencias de esta crisis. El Obispo, como padre, hermano y amigo de sus sacerdotes, puede ayudarlos a sacar fruto espiritual de esta unión con Cristo, haciéndoles tomar conciencia de la consoladora presencia del Señor en medio de sus sufrimientos, y animándolos a caminar con el Señor por la senda de la esperanza (cf. Spe salvi, 39). Como observaba el Papa Juan Pablo II, hace seis años, “debemos confiar en que este tiempo de prueba lleve a la purificación de toda la comunidad católica”, que conducirá “a un sacerdocio más santo, a un episcopado más santo y a una Iglesia más santa” (Mensaje a los Cardenales de Estados Unidos, 23 abril 2002, 4). Hay muchos signos de que, en el período siguiente, ha tenido de veras lugar esta purificación. La constante presencia de Cristo en medio de nuestros sufrimientos está transformando gradualmente nuestras tinieblas en luz: cada cosa es renovada realmente en Cristo Jesús, nuestra esperanza» (Discurso de Su Santidad Benedicto XVI Durante la celebración de las Visperas con los Obispos de Estados Unidos en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C. el miércoles 16 de abril de 2008, el texto puede leerse completo en: www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/april/documents/hf_ben-xvi_spe_20080416_bishops-usa_sp.html)
[5] Lo de Tingüindin va dedicado con mucho cariño a mi Tia Mina Morales que cuenta un chiste buenísimo. La referencia es –perdón- inevitable.
Digo todo esto a propósito de varias cosas, del evangelio de hoy[3], de que se celebra en los Estados Unidos el día del padre, y a propósito sobre todo del cacareado y doloroso tema de los abusos sexuales, y de si se debe o no –a raíz de todo esto- llamar padres a los sacerdotes[4]. Hasta allí ha llegado la polémica.
No vamos a negar que dentro del clero –como en cualquier otro grupo humano- habemos sacerdotes que nos quedamos muy lejos de lo que los fieles esperan de nosotros. Y es que los sacerdotes estamos hechos del mismo barro que los demás. Si uno de nosotros tiene un fallo, pronto lo sabe la ciudad entera, pero si aguantamos firmes ¿quién lo agradece?
Sin embargo el tema va mucho más allá, y yo me pregunto ¿es que hemos dado demasiada importancia en la Iglesia a los sacerdotes? Pienso que sí. Los sacerdotes –el sacerdocio en sí-, somos una parte importante de la Iglesia, servimos nada menos y nada más que para repartir la Palabra de Dios y para hacer presente a Jesucristo en medio de la comunidad. Pero somos importantes porque hablamos de Cristo o porque presentamos a Cristo, no por lo que valgamos. Como sacerdotes valemos tanto como vale el cristal del vaso donde bebemos agua. Cuando bebo un vaso de agua decimos que bebemos un vaso de agua, pero en realidad lo que bebemos no es el vaso, sino el agua. El vaso es lo que ha sido útil para beber el agua, ya que sin él, el agua se habría derramado. El vaso es algo que, después de ser útil, se deja de lado porque ya ha cumplido su misión.
Por eso en el tema de los sacerdotes se puede hablar de más y de menos. De más es el clericalismo, esa enfermedad de los que creen que los sacerdotes lo somos todo. Esta es la gente que, en lugar de fiarse ante todo de Jesucristo, se fía ante todo de los sacerdotes. Y ¡ay! Luego se llevan luego cada golpe. Porque como los sacerdotes somos de carne y hueso, lo normal es que fallemos, como aquel que forma parte de la condición humana.
En el otro extremo está el anticlericalismo, pero como los extremos se tocan, los anticlericales suelen parecerse muchísimo a los clericales. Porque no se limitan a criticar en los sacerdotes todo cuanto tiene de criticable, sino que terminan por alejarse de Jesucristo. Tienen tan poca lógica como el señor que nunca se sube en un autobús porque una vez se encontró con un conductor antipático.
Es preciso ubicarnos, in medio, virtus –que decían los escolásticos- Jesucristo en el centro. Y allá, lejos, siendo útiles en tanto en cuanto ayudamos a las personas a allegar a Jesús, los sacerdotes.
¿Estoy despreciando a los sacerdotes y, sobre todo, al sacerdocio? No, desde luego. Sería idiota después de haber decidido dedicar mi vida a serlo lo mejor que he sabido. Me siento contento de ser sacerdote. Muy avergonzado, sí, por serlo tan mediocre, pero feliz de lo que he elegido. No hay en este mundo misión mejor que señalar el camino por el que se va a Jesús. Y si alguien descubre dentro de sí esa llamada, que se considere feliz y afortunado.
Lo que quiero decir con todo esto que no se debe confundir la mano que señala el camino hacia Jesús con Jesús mismo. Alguien ha dicho que los sacerdotes somos como esos letreros que, en las carreteras, dicen: Tingüindin, cuarenta kilómetros, es decir, señalamos por dónde se va a Tingüindin[5]. ¿También los sacerdotes señalamos el camino por el que se va a Cristo, pero luego somos tan cobardes que no vamos hacía él? Es posible. Es muy probable. De hecho se da. No soy un ingenuo, y no se me escapa –hablo por mi y por algunos de mis hermanos- que hay temporadas en que los sacerdotes estamos cansados y destrozados, sin fuerzas y desesperados, furiosos por nuestro destino, que parece torcido, injusto y sin sentido; que eso del buen humor, entonces, sirve de muy poco. Lo sé. Muchas veces pensamos: “Dios mío, ¡que lejos estoy de ti!”. E incluso no hacemos nada por acercarnos a Él, que también se nos esconde. Pero diciéndole eso, salimos de ese estado de tristeza y sabemos que, aunque en algunos momentos no entendemos que Él es amor, pensamos y confiamos, sin embargo, en que todo está bien como está. Y que estamos con Él.
Volviendo al tema de los letreros, porque esto ya se está haciendo largo: lo importante para un letrero de carretera es que señale bien el camino y la dirección. El error sería sentarse encima de ese letrero en lugar de seguir la dirección que él marca ■
[1] En la teología de la Iglesia Católica Romana la Infalibilidad Pontificia constituye un dogma, según el cual, el Papa está preservado de cometer un error cuando él solemnemente promulga o declara, a la Iglesia la enseñanza dogmática en temas de fe y moral; como toda verdad de fe, no se presta a discusión de ninguna índole. Esta doctrina es una definición dogmática establecida en el Concilio Vaticano I, en 1870. La Infalibilidad pontificia no quiere decir que el Papa esté a salvo del pecado, ni que esté libre de cometer errores. Respecto a la guia doctrinal de la iglesia, la enseñanza del Papa es infalible, asegurado siempre por la asistencia personal del Espíritu Santo.
[2] Homilía preparada para el XI Domingo del Tiempo Ordinario.
[3] Mt 9, 36-10, 8.
[4] «Los sacerdotes necesitan también vuestra guía y cercanía durante este difícil tiempo. Ellos han experimentado vergüenza por lo que ha ocurrido y muchos de ellos se dan cuenta de que han perdido parte de aquella confianza que tenían una vez. No son pocos los que experimentan una cercanía a Cristo en su Pasión, a la vez que se esfuerzan por afrontar las consecuencias de esta crisis. El Obispo, como padre, hermano y amigo de sus sacerdotes, puede ayudarlos a sacar fruto espiritual de esta unión con Cristo, haciéndoles tomar conciencia de la consoladora presencia del Señor en medio de sus sufrimientos, y animándolos a caminar con el Señor por la senda de la esperanza (cf. Spe salvi, 39). Como observaba el Papa Juan Pablo II, hace seis años, “debemos confiar en que este tiempo de prueba lleve a la purificación de toda la comunidad católica”, que conducirá “a un sacerdocio más santo, a un episcopado más santo y a una Iglesia más santa” (Mensaje a los Cardenales de Estados Unidos, 23 abril 2002, 4). Hay muchos signos de que, en el período siguiente, ha tenido de veras lugar esta purificación. La constante presencia de Cristo en medio de nuestros sufrimientos está transformando gradualmente nuestras tinieblas en luz: cada cosa es renovada realmente en Cristo Jesús, nuestra esperanza» (Discurso de Su Santidad Benedicto XVI Durante la celebración de las Visperas con los Obispos de Estados Unidos en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción de Washington, D.C. el miércoles 16 de abril de 2008, el texto puede leerse completo en: www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/april/documents/hf_ben-xvi_spe_20080416_bishops-usa_sp.html)
[5] Lo de Tingüindin va dedicado con mucho cariño a mi Tia Mina Morales que cuenta un chiste buenísimo. La referencia es –perdón- inevitable.
Ilustración: el último cruceiro que puede verse haciendo el Camino de Santiago, en Finisterre (El fin de la tierra segun los romanos).
Eleven Sunday in Ordinary Time
On this Father's Day we are praying for our dads, whether they are near or far away, living or deceased, especially for our holy Father Benedict the XVI, our Archbishop, Msgr. Gomez, and our new auxiliary bishop, Msgr. Oscar Cantú.
Today's readings tell us that God is like a father, very firm, but compassionate[1]. He says to the Israelites If you hearken to my voice and heed my covenant, you shall be my special possession. God is firm, yes, but he insists that we hearken to him, that we pay attention to the covenant we have made with him. His covenant is not complicated. It means doing things like telling the truth, honoring our parents and attending Sunday Mass. But then, instead of doing those things, instead of listening to God, we listen to other voices. When we fall, God deals firmly with us –not because he is vindictive or because he likes to see us suffer. No, he deals firmly so that we will get back on the right path.
There is more. Yes, God deals firmly with us, but he is also full of compassion. We see that in the reading from St. Paul. While we were still sinners –even while we were in rebellion against God- he sent his Son, and that it is a wonderful truth. Where the Son is, there also is the Father; God has come to us in Jesus.
And he stays with us. God knows that we often feel troubled and abandoned –like sheep without a shepherd. For that reason his sent his Son, and Jesus continues to shepherd us through the apostles and their successors. Even if you can't remember the names of the twelve, remember this: Jesus has given us shepherds whom we should respect and support.
Jesus commissioned his disciples to carry on the works which he did – to speak God's word and to bring his healing power to the weary and oppressed. In the choice of the twelve apostles we see a characteristic feature of God's work: Jesus chose very ordinary people. They were non-professionals who had neither wealth nor power. They were chosen from the common people who did ordinary things, had no special education, and no social advantages. Jesus wanted ordinary people who could take an assignment and do it extraordinarily well.
When the Lord calls us to serve, we must not think we have little or nothing to offer. The Lord Jesus takes what ordinary people like us can offer him and he uses it for greatness in his kingdom.
He also calls us to care for others with firmness and compassion. Today we remember especially our dads. May they we be like God our Father: firm, but always compassionate.
Today's readings tell us that God is like a father, very firm, but compassionate[1]. He says to the Israelites If you hearken to my voice and heed my covenant, you shall be my special possession. God is firm, yes, but he insists that we hearken to him, that we pay attention to the covenant we have made with him. His covenant is not complicated. It means doing things like telling the truth, honoring our parents and attending Sunday Mass. But then, instead of doing those things, instead of listening to God, we listen to other voices. When we fall, God deals firmly with us –not because he is vindictive or because he likes to see us suffer. No, he deals firmly so that we will get back on the right path.
There is more. Yes, God deals firmly with us, but he is also full of compassion. We see that in the reading from St. Paul. While we were still sinners –even while we were in rebellion against God- he sent his Son, and that it is a wonderful truth. Where the Son is, there also is the Father; God has come to us in Jesus.
And he stays with us. God knows that we often feel troubled and abandoned –like sheep without a shepherd. For that reason his sent his Son, and Jesus continues to shepherd us through the apostles and their successors. Even if you can't remember the names of the twelve, remember this: Jesus has given us shepherds whom we should respect and support.
Jesus commissioned his disciples to carry on the works which he did – to speak God's word and to bring his healing power to the weary and oppressed. In the choice of the twelve apostles we see a characteristic feature of God's work: Jesus chose very ordinary people. They were non-professionals who had neither wealth nor power. They were chosen from the common people who did ordinary things, had no special education, and no social advantages. Jesus wanted ordinary people who could take an assignment and do it extraordinarily well.
When the Lord calls us to serve, we must not think we have little or nothing to offer. The Lord Jesus takes what ordinary people like us can offer him and he uses it for greatness in his kingdom.
He also calls us to care for others with firmness and compassion. Today we remember especially our dads. May they we be like God our Father: firm, but always compassionate.
[1] Sunday 15th June, 2008; 11th Sunday in Ordinary Time. Exodus 19:2-6. We are his people: the sheep of his flock—Ps 99(100):2-3, 5. Romans 5:6-11. Matthew 9:36 – 10:8.
Me encanta Dios. Es un viejo magnifico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega. Y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna y nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe de las manos.
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero eso a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Bing Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mi me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja.
Dios siempre esta de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy. A mi me gusta, a mi me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios ■
Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero eso a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Bing Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
A mi me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes!
Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja.
Dios siempre esta de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy. A mi me gusta, a mi me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios ■
Jaime Sabines
X Domingo del Tiempo Ordinario
Después de muchas semanas volvemos a la serena tranquilidad del llamado Tiempo Ordinario, la parte más larga del año litúrgico. Éste año se extiende hasta el 16 de noviembre, cuando celebraremos a Jesucristo como Rey del Universo[1]. Una parte de la espiritualidad de algunos de nosotros fue educada en una idea de Dios que, vamos a decirlo de una buena vez, no es del todo correcta ni del todo saludable. Fuimos formados en una espiritualidad que nos puso delante de un Dios ¿cómo decirlo? Pues como castigador, o demasiado justiciero, cuando no vengativo. Un Dios para el que sólo existiría el blanco y el negro –nada de gris- y así las buenas obras traerían al premio y las malas el castigo, además de que la mejor manera –y casi la única- que tendríamos solucionar el mal que hay en nuestra vida serían el sufrimiento, el dolor y el sacrificio.
Sin restarle importancia a lo que de importante tiene el dolor y el sacrificio en la vida del cristiano, y recordando sobre todo que el Señor murió en la cruz y que además premiará a los buenos y castigará a los malos[2], hay que decir de una vez y para siempre que el cristiano no puede ir por la vida buscando el dolor por el dolor, ni el sacrificio por el sacrificio ni el sufrimiento por el sufrimiento.
¡Qué pena dan esas personas que constantemente están recordando sus miserias, colocándolas encima de la mesa de su vida; hay algo enfermizo en todo eso!
Hemos de tener muy claro que Dios no es un sargento o un juez que impone sanciones. Es una realidad que cometemos equivocaciones y errores grandes –pecados, no le cambiemos el nombre- pero no olvidemos que tenemos también la oportunidad de pedir perdón, de rectificar y de mirar hacia adelante.
¡Tendríamos que ser muchísimo más conscientes que estamos invadidos por el gran sentimiento de indulgencia de Dios y que al final Dios no nos abandonará!
En muchas personas hay mucho de escrupuloso, atormentado y algo resentido, porque no han comprendido el lenguaje de Dios, que es silencioso, que habla bajito, pero que ofrece muchas señales
Como escuchamos hoy en toda la Liturgia de la Palabra nuestro Dios quiere amor y no sacrificios[3]; Jesucristo resucitó para nuestra Salvación[4], y Él mismo vino a llamar no a los justos sino a los pecadores[5].
Nuestro Dios es un Dios infinitamente positivo, amigable y que confía en el ser humano. Si queremos hacerle un favor a nuestra espiritualidad, a nuestra alma y a nuestro sentido del humor, tratemos de vivir con un Dios amable y cariñoso, comprensivo y lleno de paciencia.
Quizá nos ayude lo que escribió Jaime Sabines hace no demasiado tiempo:
«Me encanta Dios. Es un viejo magnifico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega. Y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna y nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe de las manos.
»Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero eso a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida sea para siempre.
»Ahora los científicos salen con su teoría del Bing Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
»A mi me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes!
»Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
»Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
»Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja.
»Dios siempre esta de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy. A mi me gusta, a mi me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios»[6] ■
Sin restarle importancia a lo que de importante tiene el dolor y el sacrificio en la vida del cristiano, y recordando sobre todo que el Señor murió en la cruz y que además premiará a los buenos y castigará a los malos[2], hay que decir de una vez y para siempre que el cristiano no puede ir por la vida buscando el dolor por el dolor, ni el sacrificio por el sacrificio ni el sufrimiento por el sufrimiento.
¡Qué pena dan esas personas que constantemente están recordando sus miserias, colocándolas encima de la mesa de su vida; hay algo enfermizo en todo eso!
Hemos de tener muy claro que Dios no es un sargento o un juez que impone sanciones. Es una realidad que cometemos equivocaciones y errores grandes –pecados, no le cambiemos el nombre- pero no olvidemos que tenemos también la oportunidad de pedir perdón, de rectificar y de mirar hacia adelante.
¡Tendríamos que ser muchísimo más conscientes que estamos invadidos por el gran sentimiento de indulgencia de Dios y que al final Dios no nos abandonará!
En muchas personas hay mucho de escrupuloso, atormentado y algo resentido, porque no han comprendido el lenguaje de Dios, que es silencioso, que habla bajito, pero que ofrece muchas señales
Como escuchamos hoy en toda la Liturgia de la Palabra nuestro Dios quiere amor y no sacrificios[3]; Jesucristo resucitó para nuestra Salvación[4], y Él mismo vino a llamar no a los justos sino a los pecadores[5].
Nuestro Dios es un Dios infinitamente positivo, amigable y que confía en el ser humano. Si queremos hacerle un favor a nuestra espiritualidad, a nuestra alma y a nuestro sentido del humor, tratemos de vivir con un Dios amable y cariñoso, comprensivo y lleno de paciencia.
Quizá nos ayude lo que escribió Jaime Sabines hace no demasiado tiempo:
«Me encanta Dios. Es un viejo magnifico que no se toma en serio. A él le gusta jugar y juega. Y a veces se le pasa la mano y nos rompe una pierna y nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede porque es un poco cegatón y bastante torpe de las manos.
»Nos ha enviado a algunos tipos excepcionales como Buda, o Cristo o Mahoma, o mi tía Chofi, para que nos digan que nos portemos bien. Pero eso a él no le preocupa mucho: nos conoce. Sabe que el pez grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la pequeña, el hombre se traga al hombre. Y por eso inventó la muerte: para que la vida -no tú ni yo- la vida sea para siempre.
»Ahora los científicos salen con su teoría del Bing Bang... Pero ¿qué importa si el universo se expande interminablemente o se contrae? Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
»A mi me encanta Dios. Ha puesto orden en las galaxias y distribuye bien el tránsito en el camino de las hormigas. Y es tan juguetón y travieso que el otro día descubrí que ha hecho -frente al ataque de los antibióticos- ¡bacterias mutantes!
»Viejo sabio o niño explorador, cuando deja de jugar con sus soldaditos de plomo y de carne y hueso, hace campos de flores o pinta el cielo de manera increíble.
»Mueve una mano y hace el mar, mueve otra y hace el bosque. Y cuando pasa por encima de nosotros, quedan las nubes, pedazos de su aliento.
»Dicen que a veces se enfurece y hace terremotos, manda tormentas, caudales de fuego, vientos desatados, aguas alevosas, castigos y desastres. Pero esto es mentira. Es la tierra que cambia -y se agita y crece- cuando Dios se aleja.
»Dios siempre esta de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy. A mi me gusta, a mi me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios»[6] ■
[1] Homilía pronunciada el 8.VI.2008, X Domingo del Tiempo Ordinario, en la parroquia de St. Matthew, en San Antonio (Texas).
[2] Cfr Mt 25, 31-46.
[3] Cfr Os 6, 3-6.
[4] Cfr Rom 4, 18.25
[5] Cfr Mt 9, 9-13.
[6] Jaime Sabines Gutiérrez (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; 25 de marzo de 1926 - Ciudad de México; 19 de marzo de 1999). Fue un poeta y escritor mexicano, hijo de Julio Sabines, quien emigró del Líbano en 1902. Don Julio llegó a Chiapas en 1914, ahí conoció a Doña Luz Gutiérrez, hija de una familia burguesa de la zona y posteriormente madre de Jaime Sabines. Jaime tuvo una infancia normal, fue jugador de trompo, canicas y básquetbol. Declamador desde la primaria, lo fue oficialmente en la secundaria. En 1945 viajó a la Ciudad de México para comenzar sus estudios como médico, pronto se dio cuenta de que la carrera de medicina no era para él, en ese momento es cuando comienza su carrera de escritor. Regresó a Chiapas por una corta temporada y estuvo trabajando en la mueblería de su hermano Juan. En 1953 se casó con Josefa Rodríguez Zebadúa con quien tuvo cuatro hijos: Julio, Julieta, Judith y Jazmín. Falleció el 19 de marzo de 1999 en la Ciudad de México, víctima de cáncer, a la edad de 72 años.
Tenth Sunday in Ordinary Time
In today's Gospel, Jesus comes to the people like the spring rain, [I mean], the affects are different for different people: some people run for cover, but for others it is a moment of great joy. For one in particular, it was the most beautiful moment of his life. A man named Matthew had dedicated his life to collecting taxes. It was a dirty business. Probably he got his job by selling himself out to a foreign power. He ate well, but probably did not enjoy his meals. The betrayal of his countrymen meant that he always had to watch his back. He seemed trapped, but then one day a man said to him: Follow me. For Matthew, Jesus' call was like a burst of spring rain. It washed his soul and gave him the hope[1].
This year we are reading the Gospel of St. Matthew, and he himself knew very well the meaning of the words, it is mercy I desire.
Mercy – or love- is not some sentimental emotion. Mercy is a gift that transforms a person's life, and Matthew receives a lot. He must have meditated on the verse from the Prophet Hosea, which we heard in the fist reading: It is love that I desire, not sacrifice, and knowledge of God rather than holocausts. The lesson it’s very easy to understand: We cannot say that we love God unless we desire to know him.
St. Matthew is an example for us. He recognized that Jesus called him not because of his outstanding resume. On the contrary, he was the last person you would expect Jesus to call. Jesus did not approach him like a professional person, but like a physician noticing a particularly desperate case. If your soul is overwhelmed by some humiliating condition that just won't go away, if you feel yourself exhausted and weary, St Matthew tells us what to do: Turn your disadvantage into an advantage: Those who are well do not need a physician, but the sick do.
To need Jesus –and to know that we need him- is a tremendous grace.
St. Augustine wrote a beautiful prayer that could be useful for our spirituality and our personal conversation with our Lord:
«Lord Jesus, our Savior, let us now come to you: Our hearts are cold; Lord, warm them with your selfless love. Our hearts are sinful; cleanse them with your precious blood. Our hearts are weak; strengthen them with your joyous Spirit. Our hearts are empty; fill them with your divine presence. Lord Jesus, our hearts are yours; possess them always and only for yourself [2] ■
This year we are reading the Gospel of St. Matthew, and he himself knew very well the meaning of the words, it is mercy I desire.
Mercy – or love- is not some sentimental emotion. Mercy is a gift that transforms a person's life, and Matthew receives a lot. He must have meditated on the verse from the Prophet Hosea, which we heard in the fist reading: It is love that I desire, not sacrifice, and knowledge of God rather than holocausts. The lesson it’s very easy to understand: We cannot say that we love God unless we desire to know him.
St. Matthew is an example for us. He recognized that Jesus called him not because of his outstanding resume. On the contrary, he was the last person you would expect Jesus to call. Jesus did not approach him like a professional person, but like a physician noticing a particularly desperate case. If your soul is overwhelmed by some humiliating condition that just won't go away, if you feel yourself exhausted and weary, St Matthew tells us what to do: Turn your disadvantage into an advantage: Those who are well do not need a physician, but the sick do.
To need Jesus –and to know that we need him- is a tremendous grace.
St. Augustine wrote a beautiful prayer that could be useful for our spirituality and our personal conversation with our Lord:
«Lord Jesus, our Savior, let us now come to you: Our hearts are cold; Lord, warm them with your selfless love. Our hearts are sinful; cleanse them with your precious blood. Our hearts are weak; strengthen them with your joyous Spirit. Our hearts are empty; fill them with your divine presence. Lord Jesus, our hearts are yours; possess them always and only for yourself [2] ■
[1] Sunday 8th June, 2008, 10th Sunday in Ordinary Time. Readings: Hosea 6:3-6. To the upright I will show the saving power of God— Ps 49(50):1, 8, 12-15. Romans 4:18-25. Matthew 9:9-13.
[2] Saint Augustine (November 13, 354 – August 28, 430), Bishop of Hippo, in Algeria, was a philosopher and theologian. Augustine, a Latin Father and Doctor of the Church, is one of the most important figures in the development of Western Christianity. Augustine was radically influenced by Platonic doctrines. He framed the concepts of original sin and just war. When the Roman Empire in the West was starting to disintegrate, Augustine developed the concept of the Church as a spiritual City of God, distinct from the material City of Man. His thought profoundly influenced the medieval worldview.Augustine was born in the city of Tagaste, the present day Souk Ahras, Algeria, to a Christian mother, Saint Monica. He was educated in North Africa and resisted his mother's pleas to become Christian. Living as a pagan intellectual, he took a concubine and became a Manichean. Later he converted to Christianity, became a bishop, and opposed heresies, such as the belief that people can have the ability to choose to be good to such a degree as to merit salvation without divine aid (Pelagianism). His works—including The Confessions, which is often called the first Western autobiography—are still read around the world. In addition he believed in Papal supremacy.
Ilustration: Caravaggio, St. Matthew and the Angel (1602), Oil on canvas, 232 x 183 cm, Formerly Kaiser-Friedrich-Museum, Berlin.
The picture shows the first version of the St Matthew and the Angel, executed for the Contarelli Chapel in the San Luigi dei Francesi in Rome. This painting was rejected, and the artist made another one which still stands over the altar today. The first version of the St Matthew and the Angel was purchased by Marchese Vincenzo Giustiniani and then ended up in Berlin, where it was destroyed in the Second World War; no color reproduction exists. The slow-witted figure of St Matthew, who is naked below below his knees and elbows, and dressed in an ordinary cowl, acquires no real dignity even though the mantle laid over his folding-chair. With his eyes wide open, and with heavy hands, he peers into the thick volumes on his knee. It is not easy to believe he can write. His angel has the greatest difficulty in leading his untrained hand to put the word of God into letters, which are far too big. In doing so, the angel inclines his charming figure, whose shape can clearly be seen beneath his light garment. And so can his androgynous face and long locks of hair, in contrast to the rough bald skull of St Matthew. Against the almost black background, which has been trimmed on the left and at the top, we see the exquisite white of his enormous wings.
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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.
laus deo virginique matris