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Sabes, Claus, Alguien -con mayúsculas- nos ha convocado a la existencia. Y Alguien nos convocará a la eternidad. Nos acogerá en un encuentro... pues sí: difícil de explicar. Será algo parecido a aquel encuentro que hace siglos tuvieron Jesús y la Magdalena junto al sepulcro vacío. Ella estaba desolada y confusa, cree que aquel Hombre es un jardinero que se ha llevado el cuerpo de quien tanto amaba. Le pregunta sin mirarle al rostro dónde ha puesto el cuerpo que estaba en el sepulcro...Él le dice solamente ¡María! Y ella vuelve la cabeza enloquecida. Si una mujer ha llorado de alegría alguna vez, si alguien sabe qué significa estallar de gozo y de felicidad, tuvo que ser ésta. Algo parecido nos sucederá a nosotros. En el momento que pensemos que todo se ha hundido para siempre, que nuestro sepulcro está vacío y que nada tiene sentido, Alguien, junto a nosotros, pronunciará nuestro nombre y, entonces…¡qué locura!, ¡el pecho estallará y nuestros ojos serán fuegos artificiales de alegría! Y una eternidad llena de nuestras lágrimas de gratitud. Alguien, Claus, siempre está muy cerca ■ ae

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Y entonces uno se queda con la Iglesia, que me ofrece lo único que debe ofrecerme la Iglesia: el conocimiento de que ya estamos salvados –porque esa es la primera misión de la Iglesia, el anunciar la salvación gracias a Jesucristo- y el camino para alcanzar la alegría, pero sin exclusividades de buen pastor, a través de esa maravilla que es la confesión y los sacramentos. La Iglesia, sin partecitas.

laus deo virginique matris


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