Cómo comprender el Evangelio de hoy con esas
frases tan sorprendentes de dar más de lo que nos pide quien no tiene derecho?
Cuando leemos y comentamos este párrafo siempre hay alguien que, con ironía,
pregunta si su significado podría ser el de tener que dar a una persona que nos
asalta en la calle más de lo que nos exige. Quién así lo comprende ha captado
sólo una parte del sentido en las frases del Señor, es decir, ha captado solo
la intención digamos provocadora,
pero no el contexto y el fondo. En otras palabras: quien así razona tiene una
formación religiosa en que se entiende como obligación todo lo que dice el
Evangelio, como si Jesús hubiera sido un letrado de gran formación jurídica y
moral que únicamente hubiese dado consejos y normas para cumplir.
Es curioso –y muy triste- pero como
consecuencia de la formación que hemos recibido (¡y seguimos impartiendo en
catequesis y homilías!) A muchos
les parece que ser cristiano es cumplir a rajatabla lo que Jesús mandó, llevar
a la práctica sus mandamientos y traducir todo su mensaje a doctrina moral. Si el
Señor hubiera sido un jurista hubiera tenido en cuenta la máxima según la cual
la ley no puede pedir imposibles ni actuar contra el sentir común. Si Jesús
hubiera sido un moralista, hubiera tenido en cuenta (al estilo de la tradición
de los grandes moralistas orientales) que la vía de la perfección moral es una
senda muy lenta en la que no se pueden quemar etapas y que, por eso, pedir al
discípulo, ya, determinadas conductas heroicas puede ser contraproducente.
No son las solas perspectivas moral o
jurídica las adecuadas para entender las palabras del Señor éste domingo. Jesús
fue y es una Persona profundamente religiosa.
Desde esta perspectiva vive y habla; en esa perspectiva por tanto hay que
situarse para poder comprender bien el mensaje. Ser religioso no se identifica
con ser persona de hábitos piadosos y frecuencia cultual, aunque puede
coincidir. En cortito: no por repetir más jaculatorias ni pronunciar el nombre
de Dios en cantidad de ocasiones se es tampoco profundamente religioso.
Ser religioso es vivir la realidad cotidiana y la profunda desde la
referencia a Dios que alimenta y apoya las grandes convicciones y actitudes con
las que nos guiamos. Ser religioso
es tener una actitud muy natural ante la vida y contarla desde Dios. Es vivir
una estrecha relación vital con Quien es confesado como el autor y director de
la Historia.
El Señor, situado en esta perspectiva,
tiene como misión de su vida ayudarnos a descubrir la realidad, el modo de ser, la forma de actuar y sentir de Dios a
Quien El considera de una manera muy personal y cercana, a Quien El concibe
siempre en relación con los seres humanos. Y para expresar ese sentido
personal, cercano, sensible y relacional, utilizó una palabra muy particular: Padre.
Esta es la clave, la fórmula, la
respuesta que permite entender a Dios y comprender el mensaje de Jesús. Dios es
como un Padre.
En el sentir común de los humanos un
padre no es, ni mucho menos, perfecto, moralmente hablando. Todos tenemos
experiencia de nuestros propios padres o de padres ajenos. Con sus defectos,
sus manías, pero siempre con una enorme capacidad de amar que les hace tolerar,
soportar, aceptar, querer, a sus hijos. Con su interés desinteresado por
aportar a sus hijos lo que necesiten aunque tengan que quitárselo a sí mismos
e, incluso, tengan que robarlo.
Ser padre es ser capaz de amar, y amar dice relación, no perfección; es
establecer un tipo de relación donde el amor supera todo límite y todas las
previsiones de respuesta. Nunca hasta que uno es padre, sabe hasta dónde es
capaz de amar, de luchar, de sacrificarse, de entregar.
Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto no es pues una mera llamada
obligatoria, no es una norma ni un consejo, es más bien una confesión
sorprendente. Es un descubrimiento. Y es también una invitación. Porque
perfectos no podemos ser, ni merece la pena luchar por la inasequible meta de
una fría perfección moral al más puro estilo estoico o de recibidor de villa
romana con aires aristocráticos.
La invitación del Señor de éste domingo
es acercarnos a un Dios próximo, comprensivo, entrañable.
No se trata, pues, de sacar demasiadas conclusiones
morales ni marcarnos obligaciones que nos impulsen, en tensión, hacia las
alturas de hombres heroicos que acumulan virtudes, destierran vicios y cultivan
cualidades sobrehumanas. Mejor será detenernos un momento y bajo la mirada
amorosa de un Dios tan Padre que lleguemos a la convicción de que somos y
podemos relacionarnos como hermanos, que somos amados como somos, invitados a
mejorar y a llegar al cielo y, mientras tanto, a trabajar con los pies bien aterrizados y bien puestos sobre la
tierra por la extensión del reino de Dios
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