A los escribas y fariseos de nuestro tiempo, que hacen
de la santa Biblia una palabrería fría, sin alma ni corazón, ciertamente no
deseo tenerlos como testigos de mi fe íntima y viva. Yo sé cómo han llegado a
eso, y cómo Dios les perdona que, encolerizados maten a Cristo...ya que
convierten su palabra en letra muerta y él mismo, el Viviente, en un ídolo
vacío. Como Dios se los perdona, se lo perdono yo también. Sólo que no deseo
entregarme, ni entregar mi corazón donde hay error, y por eso me callo ante los
teólogos de profesión...igualmente que ante aquellos que no quieren saber nada
de esto, porque, acostumbrados a creer desde pequeños a través de la letra
muerta y del precepto terrible, detestan cualquier religión, que no obstante
sigue siendo la primera y la última necesidad del hombre...Era necesario que
todo esto ocurriera, como ha ocurrido en general y sobre todo en el caso de la
religión, respecto a la cual las cosas están más o menos que cuando Cristo vino
al mundo. Pero igual que después del invierno viene la primavera, así después
de cada muerte del espíritu humano brota siempre vida nueva, y lo santo siempre
es santo, aunque los hombres no lo adviertan ■ Hans Urs
von, Gloria. Una estética teológica. Parte terecra: Metafísica. Vol 4. Edad
Antigua, Madrid 1998, 15-16).